15/07/2009

...la cebada al rabo.

Todos los días, todos, asistimos a dramas conmovedores que nos hacen contener el aliento antes de retomar, apresuradamente, la comida. Todos y cada uno de nuestros días están jalonados por informaciones que, como arpones irreductibles, parecen hincarse en nuestras carnes devastadas; pero, la mella que hacen, la muesca en las cachas de sus revólveres, es pura ficción. Ninguna tragedia humana en esta divina comedia es suficientemente recia como para que, salvo unas lágrimas en el mejor de los casos, nos haga mantener la conmoción.
La desgracia de una familia -la del niño Rayan- copa todas las primeras planas, columnas y destacados de la prensa desde hace días. Y es terrible, sí; pero, no la única. Los factores y elementos que concurren en estos acontecimientos, infaustamente concatenados, la
convierten en una noticia atractiva para los medios que ven en ella una magnífica oportunidad de llenar espacios y de captar lectores ávidos de morbo y ansiosos por lamentarse y escupir exabruptos contra algo o contra alguien; más cuando del sistema sanitario español se trata.
"Errare humanum est". Este latinajo contiene en su esencia algo más que la verdad evidente "cualquiera se equivoca"; nos indica que desde siempre se han cometido errores y seguirán, indefectiblemente, cometiéndose.
No obstante, es posible que no sea el periodismo (lo
dejo sin apoyo calificativo) el culpable del vértigo social que, en este caso, está provocando un hecho tan luctuoso. Es posible que la hermandad política en su celo por salir indemne del asunto, de este y de todos los demás, y en su proverbial incompetencia (sólo prestan atención al nepotismo -sea en la Junta de Andalucía-, al recibo de sus peculiares diezmos y primicias hechas trajes, o coches, o lo que sea...) sea la responsable genuina del mal.
La portada más señalada de esta jornada de luto es que el hospital -¡qué casualidad!- iba a instalar hoy un dispositivo de alarma para evitar -¡qué casualidad!- fallos como el que ha llevado al pequeño Rayan a reunirse con su madre, víctima también de otra cadena de lamentables equivocaciones o quién sabe si de negligentes incompetencias.


La pregunta cardinal es: ¿por qué, precisamente hoy, iban a instalar el dispositivo de alerta? ¿Por qué no lo tenían "de antes"?
No es, desde luego, la única inquisición crucial. A bote pronto se me ocurren algunas más como, por ejemplo: ¿Por qué no tenían ese sistema "de antes"? ¿Qué procedimiento se sigue y quién verifica que cada proceso se cumpla con rigor? ¿Por qué la pobre desgraciada que inyectó la muerte en el niño no se aseguró de qué tenía entre manos y por dónde lo iba a suministrar? Si era su primer día, ¿por qué nadie la "tutorizaba"? ¿Por qué en otros centros hospitalarios tienen un dispositivo -que el diario El Mundo califica de rudimentario; pero, que al parecer, es eficaz- tan simple como el tener distintos calibres en las sondas para aplicarlos a distintas funciones y este centro no?
En este país, hay profesionales muy buenos, buenos, mediocres y muy malos, como en todas partes y en todos los campos. Los errores los puede cometer, ya lo dice el refrán, el mejor escribano y yo dudo mucho que en la voluntad de la enfermera, o lo que fuese, hubiera ni un ápice de mala intención; dudo mucho que el fatal descuido sea exclusivamente responsabilidad de la enfermera que administra "ad nutum" un medicamento o un nutriente y dudo mucho que los sanitarios que hurtaron de la muerte primera al pequeño sacándolo del vientre materno y mimándolo hasta la extenuación (estoy seguro) haya un mínimo residuo de negligencia.
Me inclino más a culpar a quienes han de dotar de medios y recursos, de vigilar que los trabajadores no tengan que sobreesforzarse por los colapsos que se producen; me inclino más a culpar a quienes gestionan los fondos públicos -mal por lo común- primando estupideces en vez de dar preferencia a instituciones tan necesarias como la sanidad. Y culpo, por supuesto y sin inclinación ni doblez, a quienes se apresuran a expedientar y pedir investigaciones y explicaciones con extraordinaria contundencia a quienes intentan cumplir con su obligación mientras que ellos mismos son incapaces de seguir un código ético elemental ni, desde luego, aprobar por decreto sanciones y expulsiones ejemplares para los que perteneciendo a esa privilegiada calaña se equivocan constantemente y malversan lo que es propiedad de todos los ciudadanos.