10/07/2009

LAS RATAS

El libro, en su triste encuadernación inglesa, tan pobre, tan insegura, se deshace entre los dedos como un resto de osario. Está desvencijado, por el uso, por el abuso; pero, en su creciente aniquilación mantiene impoluta su esencia, la dignidad textual que le hizo único.
He vuelto a abrirlo, delicadamente, conteniendo el aliento, como si recibiera una frágil e insustituible reliquia. He vuelto a abrirlo sólo para buscar su página ciento cuarenta y ocho y leer de nuevo uno de los pasajes más estremecedores y tiernos, más geniales de la literatura universal. Sólo -quizás la pasión me hará exagerar y plantear una reclamación excesiva- por esos tres párrafos hubiese merecido un galardón que nunca le llegará. No lo espera, quizás nunca lo ha esperado: hay personas que no esperan esas cosas como las hay que no esperan nada de la vida.
Otras sí esperan, sí están esperanzadas, impacientes, inquietas, como las de los párrafos que digo. Miguel, don Miguel, las puso en ese trance demoledor de la incertidumbre y el anhelo. Quizás estuvo allí, lo presenció en un completo y tenso mutismo para luego escribir:

"Todo aconteció de repente. Primero fue un soplo tenue, sutil, que acarició las espigas; después, el viento tomó voz y empezó a descender de los cerros ásperamente, desmelenado, combando las cañas, haciendo ondular como un mar las parcelas de cereales. A poco, fue un bramido racheado el que sacudió los campos con furia y las espigas empezaron a pendulear, aligerándose de escarcha, irguiéndose progresivamente a la dorada luz del amanecer. Los hombres, cara al viento, sonreían imperceptiblemente, como hipnotizados, sin atreverse a mover un solo músculo por temor a contrarrestar los elementos favorables. Fue Rosalino, el Encargado, quien primero recuperó la voz y volviéndose a ellos dijo:
- ¡El viento! ¿Es que no le oís? ¡Es el viento!
Y el viento tomó sus palabras y las arrastró hasta el pueblo, y entonces, como si fuera un eco, la campana de la parroquia empezó a repicar alegremente y, a sus tañidos, el grupo entero pareció despertar y prorrumpió en exclamaciones incoherentes y Mamés, el Mudo, babeaba e iba de un lado a otro sonriendo y decía: ''Je, je''. Y el Antoliano y el Virgilio izaron al Nini por encima de sus cabezas y voceaban:
- ¡Él lo dijo! ¡El Nini lo dijo!
Y el Pruden, con la Sabina sollozando a su cuello, se arrodilló en el sembrado y se frotó una y otra vez la cara con las espigas, que se desgranaban entre sus dedos, sin cesar de reír alocadamente."


Las ratas. Miguel Delibes. Capítulo 15 - final.