08/07/2009

Tahures chengos

En política, al menos en la española, uno cree haberlo visto y oído todo. En política, al menos en la española, uno termina claudicando ante la evidencia y fraguando ese escepticismo deplorable que induce, irredcutible, a la estupidez prójima y la desazón propia: "yo de política no entiendo"; "yo en política no me meto". Porque nos hemos acostumbrado a ser comparsas de un género, de una ralea canalla, cuyo único y cardinal interés es llegar a un puesto de cierta relevancia y mantenerlo a toda costa como los piratas defienden un botín, ilícito, pero goloso. Si a esta farsa terrible a la que asistimos mudos, o idiotizados (la mayoría), por la carencia absoluta de criticismo, de capacidad de análisis y de razonamiento elementales, le añadimos la estolidez de un juez que no se resigna a permanecer en el anonimato laborioso de su despacho y sale a la palestra en busca de una venganza inexplicable, pues cerramos: el cuadro está completo.
Sin embargo, no es eso -desde mi punto de vista- lo preocupante. Lo que me da verdadero terror pánico es que todos los puestos donde la independecia y la imparcialidad deberían estar aseguradas están copados por "afines" a un partido político concreto con lo que ni imparcialidad, ni independencia, ni legalidad, claro.
Si en este escenario esperpéntico ponemos a la diva Pajín y sus coristas, a la momia de la vega y algún blanco de alma negra como la pez... ¡Menudo panorama!