17/02/2010

A ver qué pasa

Ni soy científico ni de erudito diletante me precio. Sin embargo, ha prendido la mecha de la curiosidad y quiero hacer un experimento -o especie de ello- sin ningún valor, sin ninguna pretensión.
Los humanos, creo, somos selectivos en la transmisión oral de las cosas. Ignoro cuáles son los factores influyentes en la selección ni qué variables habrían de ampararse así que esto -experimento o lo que sea- no pasará de ser algo testimonial y, por supuesto, circunscrito a mi limitado ámbito.
Trataré, con los escasos talento y gracia que me caracterizan, de inventar un chiste y una palabra. Los dejaré allí donde tenga oportunidad y esperaré, pasado algún tiempo, que cualquiera de ambos -chiste o palabra- revierta a mi. Ya advierto, si no lo hice antes, que no confío un higa en que salga ni remotamente bien. Reitero que es un capricho. Una veleidad, si se quiere, absurda; pero, que a mi me apetece alentar.
Sin más, procedo.

El chiste:

Dos tipos se encuentran en la calle. Se saludan y uno pregunta al otro:
-¿Qué tal todo? ¿Qué tal la familia? ¿Y tu mujer?
-¡Ah! -responde el otro-. Pero, ¿no lo sabías? Me ha dejado mi mujer.
-¡Vaya faena! Y, ahora, ¿qué vas a hacer?
-No, si yo estoy bien. Ahora voy con tres: una de treinta, una de cuarenta y otra de cincuenta.
-¡Joder, eso es impresionante! ¡Qué tío! Así que con una de treinta años, otra de cuarenta y otra de cincuenta.
-No, años, no: euros.

La palabra:

bércigo: gilipollas o similar, úsese libremente.

Bien, ahora les damos suelta y a esperar. Ya contaré qué fue de tan tonta iniciativa.