01/04/2010

Con boli y papel


Muchos insisten en que la autoridad moral para ejercer la crítica, sobre un trabajo, sólo la faculta la capacidad de realizar mejor dicho trabajo. Podría argüir -sobre el mismo razonamiento- que entonces sólo podrán hablar/opinar de coches los mecánicos, de educación los docentes o de hijos quienes hayan culminado con éxito la paternidad. La crítica, bien entendida, siempre es destructiva y -desde luego- es una aportación subjetiva salvo cuando la evidencia es tan abrumadora y tajante que no deja otra opción: Belén Estaban es gilipollas; por ejemplo.
Este convencimiento me permite afirmar, en este momento, dos cosas:
a) el "Guernica", de Picasso, es (lo sostengo desde hace lustros) además de una tomadura soberana de pelo, una mierda con pedigrí.
Y
b) los dibujos de Carlos Olvera son admirables y merecen un reconocimiento por la dedicación y el talento que destilan.


Yo mismo, como otros tantos, soy de los que con cierta íntima vanidad y algo de satisfecha inmodestia presumía de aquellas lejanas caricaturas que adornaban los márgenes de los libros de texto. Eran bocetillos apretados, elaborados con tintas aburridas bajo la estupefaciente monserga de los viejos latinajos o en el fragor de una salmodia monótona dedicada a la Historia. Dibujos que luego, en las hastiadas esperas, en los ocios desconcertantes o en las inspiraciones súbitas, cobraron la desanimada importancia del ejercicio o del rigor de la ocupación imperiosa y así, al trantrán, fueron multiplicándose y fomentando un orgullo lacio e injustificado.
En realidad, con un simple bolígrafo -el bic cristal con ese agujerito en la cánula y su capucha azul con clip que algunos mordisquean y otros imbéciles capan- poco más se podía hacer... Éso pensábamos la mayoría de los mortales.
Y estábamos equivocados. Con un elemental bolibic -uno de los inventos más importantes y revolucionarios de la historia de la humanidad- se puede hacer arte con mayúsculas; arte que no desmerece ni queda a la zaga del uso de otros elementos de "elite" (óleo, acuarela, pastel...).
Como buen catecúmeno del arte -quién fuera un sobresaliente diletante- en todas sus facetas y versiones, he descubierto que la importancia de éste no radica tanto en en la arrogancia de los materiales como en la dedicación meticulosa y que la humildad de un instrumento, a veces, ofrece un resultado más sublime y meritorio que la panoplia más extensa de técnicas o colores.
Lo de este hombre, Carlos Olvera, es una maravilla y no admite discusión.