12/08/2011

Hojas caducas

La idea de Dios, su existencia, nunca me ha atormentado. Al menos no lo suficiente como para desvelarme. No ha sido nunca una obsesión dramática; sí, sin embargo, una constante persecutoria relativamente testaruda.
He sido incapaz de concebir (y comprender) al Dios asediado por las religiones; a un Dios presentado desde razonamientos defectuosos y que cargaba contra el hombre incomprensiblemente. Así continúo.
La duda me hizo pensar y quizá, como a Larry -el espléndido protagonista de El filo de la navaja-, buscar entre todo este desbarajuste una luz, un atisbo de sentido en el caos ciego del que nos nutrimos. He indagado lo suficiente para saber que no hay que indagar, que el alcance de nuestras miserias no se resuelve con un falso convencimiento por mucho que ayude a soportar el tránsito obligado. Al final, todo se reduce a un sencillo "no sé" o a una íntima persuasión que en ese ámbito debe quedar porque su validez se ciñe a lo personal y a lo imperfecto.
De todo, la única conclusión que he conseguido extraer sin dolor, sin rencor, es que SOMOS DEMASIADO PEQUEÑOS COMO PARA QUE NO HAYA ALGO MUCHO MÁS GRANDE. Sea lo que sea. Somos motas de polvo, microbios dentro de otro microbio que vive dentro de otro microbio... Esta certeza me infunde un cierto valor (o me extirpa el miedo) para afrontar un destino inamovible, inexorable. Sigo sin saber de dónde vengo, qué hago aquí ni adónde voy. En ese entretanto de hojas caducas, cuidado: nadie tiene nada -en realidad- que perder... Y yo menos.

Norte y sur: publicidad

Pocas veces le damos al lenguaje la importancia que tiene. Tanto es así que con frecuencia nos pasa desapercibida la influencia que tienen las palabras sobre nosotros. El lenguaje nos condiciona y repercute, aunque no lo creamos, en nuestra imagen y en las de los demás.
Acabo de ver, otra vez, el anuncio (spot) de Cruzcampo; ese del "cerebro se divide en norte y sur". Recuerdo que la primera vez que lo vi el surfista, eufórico, afirmaba: "yo iba para ingeniero". Pues bien, a lo largo de este verano no sólo se ha arrepentido sino que, además, ha terminado la carrera. Lo sé porque ahora, cuando se lanza ufano al agua en busca de la ola perfecta (se supone) y rebosante de chispitas de sabrosa adrenalina, el mismo surfero asegura ahora que "soy ingeniero".
El cambio operado en la sugerencia publicitaria se debe a una cuestión de imagen. En el primer anuncio, la imagen de este tipo era la de un vividor díscolo, poco más o menos, dedicado a una vida irresponsable y libertina, sin compromisos salvo el que tuviere consigo mismo: es el tipo del, con perdón, me la suda. En el actual es un hombre con cierto nivel intelectual que practica deporte: es un hombre completo; el tipo que desearía cualquiera suegra...
Tan simple como eso: yo iba para (pero me quedé en el camino porque...) frente al yo soy con todos sus atributos y el prestigio y reconocimiento (esfuerzo...). Y es que la imagen del cervecero no puede ser la de un vivalavirgen sino la del refinamiento y el compromiso. Hay más cosas: la felicidad, la forma de desenvolverse... Pero, de momento al menos, quedémonos en esa cuestión tan trivial.