14/05/2012

Reacción en cadena

Es de ilusos pretender consecuencias inmediatas de los actos de rebeldía social masiva. Todo levantamiento, toda insurrección, tiene sus fases. Primero se fecunda la idea; luego, germina y tras un proceso más o menos largo de maduración, se asienta en la sociedad e inicia su contagio, su despliegue. Muchos son los factores determinantes del éxito o del fracaso; sin embargo, ese fracaso nunca es completo porque todas las ideas quedan enquistadas, en un estado latente del cual, en cualquier momento, pueden despertar.
Básicamente, todo depende del número de implicados, de afectados. La masa, indolente, tiende a ser condescendiente con la estructura establecida. El conformismo está en la sangre y en el espíritu humanos hasta que el problema, el mal, nos lacera y con el escozor de la herida nos lleva al límite de lo soportable.
Estos avances, lentos, casi imperceptibles, pueden parecer efímeros y destinados en su esencia a su propia extinción. Eso es lo que desearían quienes dominan el sistema; nada más lejos de la realidad.
Un año después, el 15M no sólo sigue vivo: está activo. Su espíritu -a pesar de los escollos y las diferencias- sigue incólume y aunando voluntades. Un año después, no han podido con él, con ellos; con los ciudadanos que se niegan a humillar su testuz ante los poderosos. De ahí el miedo de éstos magnates, de sus emporios, de los políticos, de todas las jerarquías asentadas en los privilegios injustos: saben que una mota de polvo empujada por un viento huracanado puede derribar el andamio más sólido. De ahí su interés por anularlo. Pero, no hay impuesto sobre el té, Bastilla, Palacio de Invierno, Crisis del 29, lo que sea, capaz de frenar el ímpetu de una ciudadanía sedienta de justicia. Todo cae. Si no por su propio y excesivo peso, sí por el empuje irrefrenable de la ventolera social. Y esta tiranía "global", también caerá. Hoy, la empujarán dos; mañana, doscientos; pasado mañana dos mil y traspasado mañana será innumerable el grueso de personas que avance asolando con sus pies descalzos las torres de la opulencia egoísta.
Si una mariposa batiendo sus alas en Japón hace que nieve en Nueva York, ¿cuál no será el poder de cientos de ellas aleteando a la vez? Y sucederá. Ya lo creo que sucederá...

10/05/2012

(A)Paga y vámonos

A uno le dan ganas de apagar e irse; al otro barrio, al otro mundo o adonde sea. Pero, lejos, muy lejos de aquí, donde no le rocen los sentimientos. En otro lugar (que no sea el otro barrio ni el otro mundo), las miserias y las facturas también dolerán aunque lo harán de otra manera, más resignada, más asumida por eso de estar en tierra extraña y tener -por imperativo no sé qué- que acatar las normas allí establecidas y tomar donde las dan y a callar que es bueno.
Ahora, porque estamos como estamos. Mañana será por otra cosa. Vivir en España es llorar. Ha sido así siempre, siglo tras siglo. Podremos achacar nuestros males, como de costumbre, a causas externas perversas conjuradas contra nosotros. Así nos sentimos mejor, culpando a los demás nos aliviamos del peso del remordimiento y nos consideramos víctimas de la injusticia, de la infamia y de la perfidia de los otros. Cualquier excusa antes que reconocer que, en gran medida, somos nosotros propios los responsables de nuestros problemas por pasividad. Los españoles nunca hemos sobresalido por otra cosa que no sea la picaresca y la corrupción. Nunca esta desalmada patria ha dado un estadista de altura y el único prestigio que aún pudiéramos conservar se lo debemos a un puñado (exiguo) de intelectuales y científicos. Siempre gobernados por jerarquías mediocres y corruptas, dignas descendientes de Nepote y Gestas,  alardeamos de haber expulsado a los invasores en desigual liza en pos de nuestra sacrosanta libertad, pero asumimos con dócil complacencia y conformismo que esa misma libertad sea cercenada por los caciques internos.
Nuestro enemigo no está afuera, agazapado, acechante. Nuestro enemigo está dentro, enquistado como una larga tenia que nos consume lentamente sin que intentemos siquiera extirparla. Nos quejamos del ladrón que entra a robarnos y nos esquilma la casa y no del portero que le franqueó la puerta con una amable sonrisa y una palmadita en la espalda y a quien, además, mantenemos en su puesto dándole -en reconocimiento a su labor- una jugosa propina.
La estructura de este país está podrida y no se repara con un calafate que unte las grietas con pegotes de viscosa brea. Apuntalar el edificio no es resolver su ruina: sólo es posponer temporalmente su derrumbe. De poco nos sirve cambiar los retratos de lugar en el salón cuando lo que hay que cambiar es de salón y de retratos.
Nos dejamos embaucar con una facilidad pasmosa. Nos gusta sentir en la cerviz el peso riguroso del yugo y vivir castrados, conformes con una porción de paja seca que rumiar. No nos importa recibir trallazos siempre que sean de nuestro "amo".
Somos un pueblo ignorante, sin otro criterio que aquel que alojan en nosotros los cuatro pelanas de turno desde sus púlpitos y tribunas, desde sus obscenas emisoras y rotativas, desde sus ruines y falaces atriles, desde sus siglas.
Y así nos luce el pelo. Nosotros, sufriendo en la cucaña pero felices de ver cómo los sinvergüenzas de rigor se ríen y divierten, desde sus balcones, de nuestros esfuerzos inútiles por un premio miserable.
Aquí, ya se sabe: sarna con gusto...

06/05/2012

DERECHO A MENTIR

Hace unos días me lo confirmó un abogado entrevistado por televisión. Mucho tiempo antes ya me lo habían dicho un par de amigos letrados: mentir ante un tribunal es un derecho.
Todo sistema judicial debe garantizar un proceso limpio y justo, Un "derecho" de dudosa legalidad y ninguna ética no puede prevalecer ni entrar en conflicto con el resto de derechos destinados a obtener una justicia efectiva y equilibrada, ecuánime. El procesado, el denunciado, el reo, tiene derecho a la mejor defensa posible. Sin embargo, la frontera del exceso es peligrosa. Usar de todos los recursos dables para obtener esa defensa no debe ser interpretado -arbitrariamente- como "todos los recursos sean cuales sean".
Amparar y admitir la mentira como se hace significa que el sistema judicial está viciado y corrompido desde sus cimientos. Sí, porque sentenciar en base a una mentira implica una sentencia manipulada, falseada, y por lo tanto errónea. Lo juzgado en función de una mentira asumida con complacencia por un juez es un engaño a la justicia, una trampa y, sobre todo, un fraude de ley que los tribunales se saltan a la torera gracias a la impunidad de sus acciones y a no tener que responder de ellas: carecen de responsabilidad legal y esa inmunidad, junto al corporativismo, deriva en una estructura corrupta ante la que el ciudadano está indefenso.
La mentira consentida no sólo soslaya la verdadera justicia; también perjudica a segundas y terceras personas involucradas en los procedimientos procurándolos, así, un absoluto desamparo legal y judicial.
Sin embargo, ni siquiera estas aberraciones fomentadas por la mentira son lo más grueso del problema planteado. Ya he comentado que una sentencia fundada en la mentira es errónea; pero, ese error en el fallo tiene un nombre: prevaricación. Y eso convierte a quien la practica en delincuente. Podrá un juez justificarse e intentar su propia exoneración arguyendo que él no puede determinar quien miente y quien no, Si un juzgador no es capaz de dirimir -con todos los mecanismos que tiene a su alcance- dónde hay una mentira, entonces no es buen juez y lo mejor que puede hacer es renunciar a su cargo/puesto antes de perjudicar a la parte "inocente", de castigarla, de condenarla de la manera más ruin e infame que imaginarse pueda.
No pasa día sin que nos llevemos la blasfemia indignada a la punta de la lengua viendo cómo nuestros fiscales y magistrados se mofan, descaradamente, de la ley (y por ende de la justicia) y cómo sólo su impertinencia es mayor que su arrogancia al saberse intocables. Sobre éso, podríamos ser muchos los caídos en la equivocación si no fuera porque son algunos miembros de la propia judicatura quienes, en una actitud que les honra, lo denuncian. Ellos y un amplio colectivo de abogados hartos de ver impúdicamente magreada la ley y vejada la justicia. De los ciudadanos, no digamos: ahí está la propia memoria elaborada por el ministerio.
Pero, pedir honradez en este país es como pedir peras al olmo.

04/05/2012

Desobedientes

La sociedad es cobarde y conformista porque el individuo (en general) es cobarde y conformista. La sociedad, la masa, el pueblo, sólo tiene poder cuando sus individuos se unen para afrontar un objetivo común. Lo que acabo de decir puede parecer una perogrullada; pero, no, no es una evidencia superflua: conviene recordarlo. Sobre todo porque entre los muchos conceptos falsos que nos hacen tragar con las grageas demagógicas, uno de los más abyectos es el referido a la legitimidad de las decisiones políticas. Según la grey política, sus resoluciones están respaldadas porque un tiempo antes "se les dio la confianza" en las urnas. Argumento-argucia que, dicho sea de paso, es más falso que un euro de cartón.
Los males que sufre la sociedad derivan de su estructura, de un sistema donde los individuos encargados de gestionar los centros de poder se perpetúan hasta la fosilización otorgándose a sí mismos, y por encima de la más elemental ética democrática, prerrogativas que les benefician y que, simultáneamente, merman la capacidad de reacción y defensa de la ciudadanía eliminando cualquier recurso o mecanismo con que ésta pudiera poner en peligro dichas prerrogativas.
¿La solución, entonces, para enfrentarse a los políticos? Yo creo que utilizando sus mismas armas. Armas que todos tenemos a nuestro alcance y que ellos mismos han puesto ahí sin darse cuenta de que lo hacían.
Durante mucho tiempo nos han recomendado, por ejemplo, que usemos el transporte público. Bien, aprovechando las subidas incomprensibles de combustible, hagámoslo. Usemos masivamente el transporte público para todo. PARA TODO. ¿Qué pasaría? De entrada se bloquearían los servicios y el colapso afectaría a todos los sectores. Llegar a trabajar tarde por culpa del transporte público no es responsabilidad del trabajador, pues éste no tiene obligación alguna de usar su coche para los desplazamientos laborales.
Dejemos de domiciliar recibos. Las colas para los pagos serán inmensas; pero, es otro sacrificio que merecería la pena. Nadie tiene obligación de tener cuenta en un banco. Nos lo han impuesto como nos han impuesto hasta el horario (¡encima!) en el que tenemos que realizar los ingresos (para su mayor comodidad). Si llegada la hora de cierre una sucursal arrastrara una fila que diera la vuelta a la manzana, ¿qué pasaría? Y más, ¿Y si además tuviera que emitir el correspondiente justificante? Porque, lógicamente, el usuario cumple, y la responsabilidad de que su ingreso no se haya realizado -con el consiguiente retraso en la recepción de la pastizarra por la otra parte- no es suya.
Son un par de ejemplos de los muchos que hay. Pequeños movimientos que hechos a gran escala conllevan una fuerza devastadora. Pequeños movimientos que situarían al ciudadano en la posición de poder que legítimamente le corresponde y que los políticos (y otros) le han usurpado descaradamente. Avances firmes desde los que reclamar, imponer y exigir dándose, a la vez, un reconfortante paseo por la libertad.
La desobediencia civil es posible y yo diría que sana y justificada y hace tiempo que, en este país, debería estar gastada por el uso.
El problema para llevar esto a cabo debe estar en que los ciudadanos españoles aún no se han enterado de que los soberanos son ellos y de que la calle es suya.