05/10/2016

ALGARABÍA

De vuelta a casa extraigo de la madeja de pensamientos uno y me concentro en él: “Octubre. Una temperatura agradable. Si este es el cambio climático, yo firmaba ahora mismo por mantener esta tibieza reconfortante todo el año: esto es calidad de vida. El ser humano (“hombre” que se opone, en su definición, al hombre “ser hijo de puta”) ya es capaz de hacer hielo o lluvia, de desalar agua o potabilizarla, de reproducir plantas o repoblar y muchas cosas más que permiten alterar la Naturaleza para mejorarla -ya sé que la realidad es otra y sé el porqué- y hacer este mundo más confortable. No veo, por eso, la necesidad de pasar fríos ni calores extremos. Lo pienso y sí: firmaba esta temperatura todo el año: un eterno suave clima tropical”.
En esto estoy cuando me saca de mi atolondrada abstracción el tipo que me pisa los talones. El alógeno desmenuza, pegado al teléfono portátil, una (para mi novedosa) aljamía que, como el espanglish, se habrá fraguado casi “sin sentir” y que es una peculiar amalgama de su lengua nativa y de la vernácula mía. Así, intercaladas entre sonidos aspirados y guturales, reconozco palabras y frases de mi verboteca. Le salen mezcladas, espontánemente, con naturalidad no forzada, están integradas; son parte de su discurso y del del receptor. No desvirtúan la lengua dominante del hablante; parecen enriquecerla, nutrirla de nuevos conceptos y tiempos verbales inexistentes antes en ella. No hay confusión, no es algarabía; es más una simbiosis o una adaptación al nuevo medio que se expresa con tiempos, pesos, medidas diferentes, más amplias, que urgen la necesidad de inmiscuirse en la lengua autóctona: es una cuestión de conjugar el desconocido futuro. Acaso sea una consecuencia de la ley pendular de la Historia que nos revive a lo mozárabe y lo mudéjar. De ahí paso al vecino -también foráneo- que se excede con la colonia, que se atusa (tal vez sea cristiano, que también los hay en ese pueblo, o en esos pueblos), a las jóvenes con las que me cruzo con frecuencia, coquetas, cosmetizadas, con sus vaqueros ajustados, con su escote alguna, con su minifalda alguna, con sus tacones y sus adornos alguna.
Pero, inevitablemente, también acuden a mi cabeza las sombras, las zonas oscuras. Me vienen aquellos otros que siempre celarán la doctrina y la fe puras; los que siempre estarán alerta para velar por las buenas costumbres y mantener a salvo la tradición y eso que no se sabe quién llamó “cultura”. Los seres oscuros con sus afilados alfanges pendiendo sobre todas las cabezas: las fieles y las infieles. Los libros religiosos deberían haber consagrado, todos por igual, un párrafo común: “Y Dios eliminó a los seres oscuros del fanatismo y vio que lo hecho era bueno”.
Estamos en Octubre; en un Octubre que ha empezado amable, sereno, apacible. Un otoño que no lo es, que es más bien el verano con el brazo extendido. Yo firmaba esta temperatura todo el año.