14/08/2009

En mantillas y... en bragas.


Aquí mi prima, la miembra más descollante del Gobierno, no ha perdido lengua al afirmar -según un titular de ABC- que "la nueva ley estrella está muy incipiente".
Ya estamos acostumbrados a los alardes lingüísticos de nuestros políticos, así que no nos sorprende que vindique el estrellato para dicha ley como no debe hacerlo el que para ella, para la señora Vicepresidente/a, en su espléndido español, "esté muy incipiente" o, lo que es lo mismo, "esté muy que empieza".
El Español da para mucho, bien es verdad; pero, no se puede estirar tanto.
Lo que trasluce tan magnífica composición gramatical es, simple y llanamente, una ignorancia supina, mayúscula. En su recipiente mental, la Vicepresidente/a, habrá considerado que uno de los atributos de su poder omnímodo es el crear una nueva lengua partiendo de la vernácula. Habrá considerado, sin duda, que añadiendo un excipiente adverbial y superlativo, redundaba la idea maravillosa de una cualidad. Pero, se ha pasado dos fronteras, la de Argamasilla y la de Portugal, porque lo que ha expuesto con nitidez abrumadora es su ignorancia pedantesca y la nula preocupación por dar esplendor, como "carga pública", a nuestro idioma. Hubiera sido mucho más sencillo afirmar que la nueva ley, estrellada o no, "estaba, aún, en mantillas". Pero, estos políticos tan cultos son así.

13/08/2009

Dos polos tiene la Tierra.

Renuncia, con todo el dolor de tu alma, a lo que más quieres y te llamarán cobarde. Lucha por ello y te llamarán egoísta.

El doble juego de Estela Comb.

Ahora, de repente, le vinieron a la cabeza -como una bandada de pájaros insolentes envueltos en un griterío ensordecedor-, todas las caras del pasado.
Una a una pasaron delante de ella dejando su punzada mordaz, clavándole la mueca irónica que las desfiguraba en aquel lugar profundo e impreciso de donde procedían las lágrimas.
Había pasado casi toda la mañana llorando. Le dolían los ojos enrojecidos y extenuados y el pecho asmático le jadeaba anhelante de aire.
"La vida -le dijo aquella voz serena desde el otro lado del teléfono- termina siendo justa. No me consuela -le explicó la voz sin énfasis rencoroso-; pero, recoges lo que sembraste: ¿recuerdas la parábola?"
Claro que la recordaba. Durante los días largos que precedieron su decisión esperó, temerosa, aquel desenlace. Durante días temió tomar la decisión errónea y que sucediera lo que no deseaba y que intuía que sucedería.
Y, ahora, la confusión, el remordimiento, el dolor, el vacío contumaz.
Estela Comb buscó una vez más el número en la agenda de su teléfono portátil. Lo seleccionó. Dudaba. El pulgar le temblaba presa de un calambre infinito. "No. No quiero consultar, le diría a la melosa pitonisa: quiero decirte que me aconsejaste mal, que me engañaste y que ahora..."
Estela Comb cortó el pensamiento, la frase incipiente que empezaba a consolidarse.
No tenía derecho al reproche. Era el engañador engañado. Se dejó arrastrar por la superstición ajustando la interpretación de cuanto le decían a su intención. Oyó lo que quería oír, nada más, y se equivocó. Eso era todo.
La mañana se resolvía lenta bajo el cielo raso. Le escocía en los ojos la dura luz de un sol entero, prepotente. Apenas podía sostenerse en pie y en un impulso de desesperación se declaró rota, definitivamente hundida.
Su memoria prodigiosa repasó, con precisión estremecedora, el resto de la conversación.
Se enjugó las lágrimas de nuevo. "No, Estela, ya no. Persististe en tu..." "Lo siento; pero, ya, se acabó: a pesar de todo te ayudé y aun así..." El aplomo de la voz la estremeció.
Estela Comb acababa de comprender. De repente, el deplorable resorte de la certeza se disparaba para revelarla toda la magnitud de su naufragio: ella hundió el barco y ella, sólo ella, Estela Comb, había apuñalado a quien la recogía del proceloso oleaje.
Quizás aún tuviera una última oportunidad, el arrepentimiento postrero que salva del descenso a los infiernos.
Intentó sosegarse, recobrar el maltrecho aliento.
Un pitido largo, dos... Durante treinta segundos los tonos horros se sucedieron. Nada. Repitió. Tal vez estuviera... Volvió a marcar. No importaba. En cuanto viera en la pantalla su nombre descolgaría. Tiiiii... Soy yo. Tiiiii... Ya, ya lo veo; dime. Tiiiii... Bueno, yo... No, escucha: déjame hablar, por favor... Yo... Tiiiii... Tiiiii...
Un escalofrío le sacudió la espalda dejando su trallazo demoledor. Estaría ocupado en algo importante. Seguro que en cuanto pudiera llamaba. Una oleada de angustia crispó aún más sus nervios desatados. No aguantaba más. Aquel dolor intenso en el alma; aquella presión en la garganta atenazada por los jipidos; aquella laxitud extendida a todo el cuerpo. Y la desesperación.
Tiiiii... Tiiiii... Tiiiii... La apuesta había salido mal. ¿Cómo no se dió cuenta antes? ¿Cómo pudo estar tan ciega?
Un calor recio, asfixiante, empezaba a copar el día. A tientas, con los ojos licuados, llegó al salón y se derrumbó sobre el abominable sillón anaranjado. Hundió la barbilla sobre el pecho un instante.
Intentó concentrarse intensamente en la frase final del mensaje de la pitonisa: "Y recuerda, Estela: cuando quieras conseguir algo basta con que lo desees con fuerza".
No iría a trabajar. Esperaría; toda la semana si era preciso. Tiiiii... Tiiiii... Tiiiii... Toda la vida si hacía falta; o lo que le quedara de ella... Tiiiii... Tiiiii... Tiiiii...

11/08/2009

La pájara... pinta

Hoy es uno de esos días en los que uno se iza sin pizca de ganas de nada, mucho menos de escribir. Da unas vueltas al redil con el remordimiento del sueño, bien pegado aún, en los párpados; se apronta un café cargado de buenas intenciones y tres de azúcar y, con el cigarrillo en la comisura para que las vedijas rebeldes no le amarguen los ojos, traza la bisectriz entre lo real y lo onírico.
Parcialmente tonificado, con el cerebro obcecado en su entumecimiento, descargando bostezos, se arriesga a leer lo que los periódicos afirman son noticias.
La primera ojeada es
decepcionante. En realidad no esperaba otra cosa.
Y no esperaba otra cosa no ya por la terrible y defectuosa redacción de una grande parte de los textos; tampoco por el insulso contenido informativo de un agosto, más bien bajo en calorías noticieras, pero agitado por los de siempre. Uno no esperaba otra cosa porque las noticias siguen manteniendo peculiares prismas de interpretación que, después, son los que calan en la población y los que crean opiniones impropias, bien pastoreadas. Casi se podrían hacer cabañuelas sobre los contenidos de la prensa para el próximo año.
Una de esas irrelevantes informaciones, por la pertinacia, es la que uno de los "impresos" se empeña en mantener. Pese a los atentados de E.T.A. ( o su gran atentado fraccionado, por entregas), la familia Real -con mayúsculas para
distinguirla del resto de familias subalternas, tan reales como aquélla- no cede un ápice en variar su "agenda vacacional". Que no se dejan intimidar por los váscalos, vamos. Es admirable, desde luego, tanto derroche de valor y de solidaridad con el pueblo doliente.
¿Qué conclusión saca la gente de ésta lectura? Pues que tenemos (por imperativo legal) una familia "Real" que no nos merecemos:
campechamos, audaces, muy próximos e identificados con la llaneza popular. Muy pocos se plantean los dónde, quiénes y cómo veranean: el qué y el cuándo no importan a nuestro asunto. Muy pocos se interesan por el estupefaciente gorroneo monárquico o por el trasfondo de tanto valor.
No voy a enjuiciar la valentía de Juan Carlos
Borbón, creo que no es un tipo cobarde; pero, sí pongo en la tela la del resto de sus adláteres. Estoy convencido de que tanta "seguridad" procede de la "seguridad". De que si no tuvieran a su disposición a dieciocho mil escoltas y a todos los pies planos y picoletos de la zona y más, la merma de valor sería considerable. Así, cualquier agendita de asueto estival es sobrellevable.
La diferencia se establece en aquellos que sin tener protección siguen haciendo su vida normal; en quienes sin tener que demostrar nada ante nadie apartan de la consciencia el tremendo rumor de la incertidumbre, de la posibilidad de que en cualquier instante en el bar, en el mercado, en el aparcamiento, en el cine, se les puede cruzar una bomba "
made in Euzkadi". Eso sí es tener los bemoles bien afinados.

09/08/2009

La misérrima condición humana.

El hombre nace, crece, se da al fornicio y a la cópula (si los dioses le son favorables), intenta reproducirse cuando puede, sufre y, por lo común, muere.
Entre tanto, su vida discurre por vericuetos de una estremecedora simplicidad: decepciones, amarguras, angustias, esperanzas, esforzadas deyecciones, dolores de muelas, unas cañas con los amigos... En fin, esas cosas -en el mejor de los casos-.
De ahí, probablemente, de esa certeza cruel de que no irá a ninguna parte más allá del cipo impuesto por su lápida, la sólida necesidad de ambicionar. Y, en esa necesidad, artificial, impostada, el atropellar sin conmiseración alguna todo lo que se le ponga por delante y obstaculice su obsesión.
En el ímpetu no hay remordimiento; no importa a quién se deje en la cuneta ni en qué condiciones. El egoísmo vence; la prioridad es individualista, rácana.
El ser que encauza mal su ambición carece de escrúpulos. Fingirá, sufrirá hasta lo indecible, soportará lo más desagradable con tal de obtener su provecho.
Pero, el mar que navega es proceloso y lleno de olas tramposas. Esos nautas, que nunca tienen suficiente, acaban exhaustos sus días sobrecargados de achaques, con sus retratos supurantes y bubosos reflejando sus almas negras y pegajosas. Sus triunfos y consecuciones son efímeros y el tributo que pagan por su conducta veleidosa y frívola suele ser demasiado alto incluso para ellos.
La soledad, el ostracismo más severo, el desprecio absoluto se encarna en ellos para ahogarles lentamente. La locura acecha sus relejes grises deshechos por una sífilis intratable.
No sirven los arrepentimientos postreros; no valen los ruegos desesperados. Caen en su abismo y ninguna soga, salvo la que se ciñe a sus cuellos, alcanza a parar su descenso.
Quien más quien menos podría ilustrar con un ejemplo pintiparado, de primera mano, lo que escribo. Todos conocemos a alguien en ese trance y, las cosas claras, ninguno moveremos un dedo auxiliador que les sustraiga del rudo lance que ellos mismos provocaron con su desmesura.
La vida, en el fondo, suele ser justa y premia y castiga regular y ecuánimemente; lanza avisos de fácil interpretación
a navegantes. Allá cada uno si hace caso omiso de los torbellinos anunciados; cuando estén en medio del huracán, ya no habrá remedio ni solución. Mis condolencias a todos cuantos verán cómo sus mundos se desmoronan con el estruendo y el horror de unas murallas abatidas por los toques terribles de las trompetas seráficas y apocalípticas.
Dicen que a quien tiene cama y duerme en el suelo...

Triste elogio de la mentira


Siempre he sostenido -quizás erróneamente- que para ser un buen mentiroso se precisan dos elementos complementarios e importantes: ser muy inteligente y tener una grande imaginación.
O sea, ser "brillante".
Inteligente para trazar bien la mentira, controlarla, no dejar cabos sueltos. Imaginativo para crear una verdad consistente e irrefutable.
Sin estas dos cosas nadie puede desenvolverse bien en una mentira. Cae en la zafiedad y en la contradicción: cae en la trampa de su propia trama defectuosa. Al mentiroso se le puede o no consentir que lo sea; permitir su mentira en función de la importancia dañina de ésta; pero, lo peor que le puede pasar es ser descubierto y no revelarlo. Entonces seguirá mintiendo con su aplomo habitual sin percatarse de que al otro lado se finge la credulidad en su palabra. Seguirá acopiando mentiras sin caer en la cuenta de que en el polo opuesto se está recabando una información preciosa que en el momento crítico dará al traste con todo su tinglado manipulador y falsario. En esa confianza ciega por su impunidad está su talón de Aquiles, su expugnabilidad, el punto débil que apenas rozado le hará tambalearse y caer definitivamente.
El buen mentiroso necesita inteligencia e imaginación para, usando ambas en una asociación irrebatible, rodear la verdad sin mentir, para eludir decir la verdad sin caer en argumentos falaces. De esta forma, ante sus equivocaciones previsibles, siempre podrá improvisar o excusar por medio de alguna alegación más o menos razonable. Y éso es lo que le diferencia del mentiroso burdo y vulgar. El mentiroso grosero, además de irrespetuoso con la inteligencia y la dignidad de los otros, además del oprobio que practica con la condescendencia de los demás, miente precipitadamente o desvelando su propia ignorancia picando en cebos demasiado evidentes. Es ese tipo al que se le ha visto dando tumbos a las tres de la madrugada y alguien le pregunta "¿Anoche lo pasaste bien?" Y él, pobre, responde: "Sí, durmiendo porque me acosté a las nueve". Esa falta elemental de ingenio es lo que diferencia a ambos tipos de mentiroso. A este último, sin embargo, es al que se le ve crecer la nariz ostensiblemente y, por ende, es contra el que se puede ir preparando una paciente, lenta y segura venganza o lección o...
Así que, cada cual prepare sus cimbeles y que Dios reparta suerte porque inteligencia le quedaba poca en el almacén y, además, la distribuyó bastante mal.
No tengo más qué añadir.

08/08/2009

El ser humano está emponzoñado...

...¿quién le desemponzoñará? El desemponzoñador que...
Todos nuestros órganos vitales están desprotegidos. Eso nos hace vulnerables frente al resto de fieras que pueblan la tierra. El corazón, la cabeza, riñones, todo está al alcance ofensivo. El ser humano carece de defensas eficaces. Pero, la Natura -que dicen es sabia- nos ha compensado, en mayor o menor medida, con dos armas terribles. Una es la inteligencia; la otra es la lengua envenenada, la palabra atosigada que hostiga sin motivo, que alumbra maldades por el mero hecho de prevalecer, de captar atención, de desahogar las propias frustraciones.
La decisión, al toparse con una de estas lenguas filateras y viperinas, no es fácil: hacer caso omiso de ellas o hacerlas frente y callarlas con contundencia y rotundidad.
La mayor parte de las veces lo mejor es optar por la compasión; otras, por el desdén, el desprecio. Y solamente en casos extremos suele ser preciso apuntillar a los lenguaraces y ponerlos en su sitio, en su difícil sitio de soledad e intransigencia rumiada.
La mayor parte de las veces no merece la pena ni el esfuerzo dedicarles un sólo segundo de reproche o de reconvención y menos sabiendo que, antes o después, quienes usan esas armas terminan siendo víctimas de sí mismas: por la boca muere el pez. En realidad no merecen ni el tiempo ni el espacio de esta reflexión, o exposición o lo que esto sea.
Ojalá comadres y murmuradoras, chismosos y cotillas, charlatanes y gárrulos fueran una misma especie en extinción o enmudecieran y nos evitaran el suplicio de sus voces. Sobre todo cuando hablan de lo que no conocen ni por asomo.
Yo me contentaría con que sus estupideces no me salpicaran; pero es más fácil que amanezca por poniente a que aquello llegue a suceder.

De tanto pegar la hebra,
la lengua de la culebra,
termina partida en dos.

31/07/2009

EL CARIZ DE LAS COSAS


No sé, ésta semana, cuál será la jerarquía de preocupaciones de la ciudadanía española. Supongo -el verbo es más humilde que "deduzco"- que en el primer lugar estará el desempleo y en segundo lugar (por lo reciente en la memoria) el terrorismo.
No son, desde luego, asuntos desdeñables. Acuciantes por terribles ambos copan nuestros insomnios. Cada día vemos cómo a los dos se les suman víctimas y cada día vemos cómo ninguno de los dos se resuelve ni siquiera por aproximación.
La "clase política" española goza de una incapacidad proverbial, secular. No la actual: examinemos cualquier período y obtendremos unos resultados demoledores. Los políticos españoles -salvo excepciones- a lo largo de nuestra Historia siempre han sido una recua de ignorantes ineptos y ventajistas dedicados a su pro. Pocas veces España ha tenido un auténtico estadista con visión y criterio, con buena capacidad de análisis y con empuje. Y cuando lo ha tenido, el resto de la clase se ha ocupado muy mucho de zancadillearle, deponerle o algo peor.
Con los absolutismos y tiranías el pueblo no podía ejercer sus derechos más innegables y estimulantes; pero, con los resortes democráticos tampoco puede ejercer muchos más que se diga. En plena democracia no podemos defenestrar gobiernos que nos hunden en la miseria y hemos de limitarnos a soportar estoicamente los chanchullos con los que unos y otros, conchavados y en comandita, nos sujetan. En plena democracia, la democracia no tiene instrumentos ni mecanismos para expulsar a quienes gestionan mal lo que es de todos: hay que esperar... siempre esperar. Y esperando, casi dos millones de familias (se dice pronto) carecen de ingresos o reciben subvenciones ínfimas mientras los bancos son ayudados con el dinero de todos y encima obtienen beneficios. Se manipulan los datos reales generando estadísticas convenientes (todos sabemos cómo se hace) y las administraciones dilatan hasta la extenuación su inoperancia y su número de empleados que, en gran parte, no saben absolutamente nada de su trabajo... Por poner algunos ejemplos.
Pero, ¿de quién es la culpa de que todo lo que está pasando esté pasando sin que nadie se responsabilice de nada? Pues de la estática ciudadanía, del conformismo ancestral que llevamos inculcado en el tuétano, de la convicción íntima de que con pan y toros basta y sobra. Llevamos inoculada una apatía fiera, la desunión, la bronca permanente de bar y los lances chulescos de gallito arrabalero que, a la hora de la verdad, se quedan en vacuos ladridos a la luna de Valencia.
Es natural que cada prójimo vea el mundo como le convenga o le apetezca. Sin embargo, por mucho que le demos vueltas a la cosa, lo blanco es blanco aunque el tonto diga que no se pueden juntar peras con peras.