24/02/2010

¡Qué crisis!


La Economía –ya se pueden empeñar en lo contrario los siete sabios de Grecia, ¡qué ironía!- no es una cuestión de confianza, sino de dinero. De tener o no tener dinero: tan prosaico y elemental como éso. La confianza queda muy bien; pero, no deja de ser retórica vacua y más cuando el concepto es tan maleable. Las empresas y los mercados no se mueven por algo tan volátil como la confianza; son impulsados por algo mucho más ruin y canalla: los beneficios. Da igual el grado de confianza que se tenga si las cuentas salen en azul y abultadas. Si no fuera así, por deducción simple, la economía de cualquier país se colapsaría de sopetón y se quedaría sin nada, sin NINGUNA empresa, en el momento mismo en que entrara en la barrena de la desconfianza. Una empresa que cambia España por Marruecos, por ejemplo, no lo hace porque España ya no sea fiable; sí porque su balance positivo se incremente.
Analicemos fríamente todos los elementos que intervienen en el montaje (o desmantelamiento) de una empresa, en su ubicación en un punto determinado, y veamos si es por confianza o por intereses más tangibles.

La confianza sí podría ser un factor determinante, pero en lo que se refiere a los gestores de un país que son quienes –la verdad desnuda y cruda- arruinan o hacen progresar una sociedad. Un buen gestor atajará los problemas en cuanto empiecen. El mal gestor se escudará en que la crisis es mundial. Una crisis,
por cierto, bastante peculiar –ésta que estamos sufriendo- y en la que muchos han visto el cielo abierto para enfrentar reestructuraciones –la excusa les ha venido que ni de sastre- dirigidas a aumentar sus arcas o a solapar su incapacidad gestora.
No deja de ser sorprendente que, en España, después de tanto tiempo, el Gobierno nacional se haya percatado de que la crisis apabulla, sobre todo, a las familias; que las entidades bancarias no han sufrido directamente salvo aquéllas que con crisis y sin ella estaban destinadas al desastre por tener en su puente de mando a ineptos o jetas o ambas cosas; que las causas de la burbuja inmobiliaria no son ni parecidas a las alentadas a bombo y platillo; y así, sucesivamente...

Los problemas críticos que sufrimos en este país no son fruto exclusivo de la crisis. Todos se los achacamos, sí, y algo hay; sin embargo, los males que padecemos provienen en su mayoría, en su inmensa mayoría, de factores, de actuaciones, de gestiones que nada tienen qué ver con el panorama mundial.

Vivimos en un país donde la culpa siempre es del otro; dónde la mentira permeabiliza bien bajo los cueros ignorantes y conformistas a los que se satisface sin problema con unas cuantas dosis de odio antañón y raciones de rencorosa e injustificada y anacrónica revancha; un país donde nos negamos la realidad si ésta contradice nuestra posición política. Así, lo raro, es que haya crisis...

22/02/2010

Ex nihilo, nihil...

Por arte de birlibirloque y por una nefanda y estúpida imposición de no se sabe muy bien qué pedagogías baratas, a los padres se nos ha trasladado la responsabilidad de una buena parte de la educación académica de nuestros hijos.
Digo una buena parte porque de día en día crecen las tareas que debemos abordar en casa mientras merman, por elemental lógica, las que los alumnos han de hacer en sus centros docentes.
Comprendo que el estrés de los maestros y profesores les induzca a procurarse la mayor comodidad y placidez posible. Más cuando gracias a una progresía fatal, anuente y necia, hemos cercenado la autoridad magistral hasta hacerla prácticamente invisible o nula.
Sin embargo, yo soy de los que están de acuerdo con que al César lo que de él es y a Dios lo suyo o lo que lanzado al cielo pueda coger.
Corresponsabilizar a los padres en la cuestión académica está muy bien y es muy bonito; pero, es de todo punto absurdo.
La educación que los chicos deben obtener en sus hogares es una educación social.
La educación académica, debe -me parece razonable- ser impartida por personas cualificadas y en centros homologados.
Si no, si yo tengo que cooperar en dicha educación, ¿para qué llevar a mis hijos a un centro docente? Me quedo en casita enseñándoles lo mucho o poco que pueda y sanseacabó.
Aunque sospecho que tras todo este tinglado de estupidez latente hay otros vicios y defectos enquistados que conviene solapar.
Uno de ellos es, no me cabe duda, la escasa preparación que las nuevas generaciones de maestros y profesores acarrean en aquellos centros educativos más relajados por mor de la res pública.
Sí, hablo de los colegios públicos; esos focos de laxitud intelectual aterradora, estremecedora.
Sé que todas las generalizaciones son parciales, subjetivas e injustas. No me queda más remedio que generalizar por los miles de ejemplos, malos, que cunden entre los docentes públicos y que luego, por desgracia, calan en los discentes que ampararon bajo sus alas.
El que pongo a continuación es uno de esos miles. Quizás no se vea lo suficientemente bien; dice:

AVISO IMPORTANTE: BROTE DE PIOJOS Con el fin de evitar el contagio de piojos, rogamos vigilen la higiene de sus hijos y sigan las indicaciones que se les remitió en su día ya que se ha detectado casos en el aula de su hijo/a. Gracias por vuestra colaboración.

No me pararé a desgranar la joya escrita por el maestro en cuestión. Tiemblo sólo de pensar que mi hijo está en sus manos.
No tengo mucho que añadir. Creo que se entiende bien por dónde voy y adónde quiero llegar. No obstante, si la colisión con lo establecido y con alguna cabeza defensora de esas pedagogías pardas, que hiciera sus alegaciones abogando por la bondad de la participación parental en las cosas del cole, fuera o fuese demasiado insoportable sólo argüiré que muchos padres no están capacitados para hacer un seguimiento riguroso, meticuloso, de la formación de sus vástagos y ni falta que hace. Porque para esa educación están, precisamente, los docentes, ¡qué casualidad!
Si no, ¿cuántos de nosotros sabemos qué carajo es?:


18/02/2010

España: solvente, insolvente y disolvente



A estas horas ignoro, todavía, los veredictos que a cada una de las muchas encuestas sobre quién ganó/perdió el debate de ayer han dado los grupos de españoles, o no, elegidos para responder.
Al parecer, por lo que he oído por ahí, fue Rajuá quién zarandeó -lo tenía fácil, en todo caso- a Rodríguez Zapatero.
A mi, en realidad, me importa muy poco una encuesta de tal calibre. Me preocupan más los zascandiles demoledores, los bércigos, que tenemos gobernando y que, empecinados en la mentira, siguen engañando y manipulando gracias a sus medios de incomunicación.
A la palestra ha salido también el presidente Aznar (no son EXpresidentes) cargando, con razón, contra todo lo que se mueve en el P.S.O.E. y con cierta indignación lógica al ver cómo sus esfuerzos, nuestros esfuerzos, anteriores se los ha llevado el viento de Rodríguez Zapatero y sus windsurfistas.
Pero, esto tampoco es lo que más me ocupa.
Me preocupa España y su situación porque yo soy España y su situación (no soy Rodríguez Zapatero y sus mollejas bien aseguradas); porque mis hijos son España y su situación.
Su situación o sus situaciones. España es una nación que conlleva en su misma esencia la solvencia y la insolvencia. Y es un país que no se queda ahí: España es solvente, insolvente y disolvente. Todo, estremecedoramente, a la vez porque es un país trabajador -en general-, arruinado por la mediocridad política y que se rompe por momentos.
Lo peor de este país es, sin duda, su clase política; una clase inculta -salvo excepciones-, holgazana, mediocre y sin un líder indiscutible con carisma y nivel de estadista contundente que sea capaz de remover las conciencias y los cuerpos hasta deponer a este gárrulo, filatero de medio pelo, que es Jota Ele Rodríguez.
Porque R. Zapatero no va dimitir y propiciar elecciones adelantadas. Eso esta fuera de su arrogancia. Dimitir, para él, sería reconocer un fracaso y don Erre que Erre prefiere hundirnos hasta el colodrillo a todos antes que reconocer su error.
Y ese es el meollo de la cuestión. En lo que siga ahí este Presidente, cualquier sondeo carece de sentido y cualquier clamor popular -del pueblo, me refiero- es inútil. Con este panorama, ya podemos ir todos a pedir cotufas al golfo
.

17/02/2010

Los secundarios


Un poblado plano, apenas habitado. Sólo es una triste y fría calle, embarrada, flanqueada por unos cuantos edificios de madera. Uno de esos edificios es el "saloon". Jack espera a Alan que es, en esa realidad, Shane el desconocido.
Jack espera a Alan. Quieren matarse, zanjar una cuestión que está fuera de su alcance: Alan-Shane, tras el desigual enfrentamiento, se aleja. No sabe que es una ficción y que Jack, parapetado tras su histriónica sonrisa cadavérica, le ha vuelto a descerrajar en la realidad, una vez más, un tiro en la cabeza.
En esa larga metáfora ambos son clichés, calcos perfectos, plagios del mundo real: secundarios.
La vida está plagada de secundarios; de hecho, la mayoría somos secundarios o figurantes, extras.
Nuestro papel está por encima de nosotros y a veces, sólo a veces, en contadas ocasiones, se nos permite una ligera improvisación y rozar el mérito protagonista o el alarde antagonista. Una pequeña variación, licencia, que en nada afecta a la épica reiterada de nuestro dramático tinglado.
Llevamos siglos condenados a repetir, una y otra vez, las mismas escenas de un guionista que ha perdido la inspiración y tiene que recurrir a escenas ya escritas e interpretadas.


 














A ver qué pasa

Ni soy científico ni de erudito diletante me precio. Sin embargo, ha prendido la mecha de la curiosidad y quiero hacer un experimento -o especie de ello- sin ningún valor, sin ninguna pretensión.
Los humanos, creo, somos selectivos en la transmisión oral de las cosas. Ignoro cuáles son los factores influyentes en la selección ni qué variables habrían de ampararse así que esto -experimento o lo que sea- no pasará de ser algo testimonial y, por supuesto, circunscrito a mi limitado ámbito.
Trataré, con los escasos talento y gracia que me caracterizan, de inventar un chiste y una palabra. Los dejaré allí donde tenga oportunidad y esperaré, pasado algún tiempo, que cualquiera de ambos -chiste o palabra- revierta a mi. Ya advierto, si no lo hice antes, que no confío un higa en que salga ni remotamente bien. Reitero que es un capricho. Una veleidad, si se quiere, absurda; pero, que a mi me apetece alentar.
Sin más, procedo.

El chiste:

Dos tipos se encuentran en la calle. Se saludan y uno pregunta al otro:
-¿Qué tal todo? ¿Qué tal la familia? ¿Y tu mujer?
-¡Ah! -responde el otro-. Pero, ¿no lo sabías? Me ha dejado mi mujer.
-¡Vaya faena! Y, ahora, ¿qué vas a hacer?
-No, si yo estoy bien. Ahora voy con tres: una de treinta, una de cuarenta y otra de cincuenta.
-¡Joder, eso es impresionante! ¡Qué tío! Así que con una de treinta años, otra de cuarenta y otra de cincuenta.
-No, años, no: euros.

La palabra:

bércigo: gilipollas o similar, úsese libremente.

Bien, ahora les damos suelta y a esperar. Ya contaré qué fue de tan tonta iniciativa.

Ni están ni se les espera...

Tengo la dramática impresión de que la magnitud del problema ha desbordado a nuestros políticos. Les ha venido tan grande que ahora, desorientados los unos y desconcertados los otros, se limitan a marear la perdiz incapaces de afrontar el asunto con soluciones eficaces, con propuestas coherentes, con iniciativas válidas.

Después de meses y meses de discusiones estériles sin que nadie se remangara y afrontara situación, la esperanza se ha diluido y, en su lugar, se ha instalado el frío de la amargura.

España no puede, esa una realidad elemental, reabsorber el volumen de desempleados que tiene. Es, de todo punto, imposible incorporar de nuevo al mercado laboral a tanta gente por mucha inversión que se haga; y mucho menos cuando las empresas que reciban ayudas y subvenciones, lo primero que harán es aplicarlas en su provecho, como siempre.

Ignoro qué soluciones mágicas habría que tomar. Sí sé, no obstante, que por mucha magia o énfasis milagroso que contengan serán o insuficientes o inoperantes.

Sospecho, y la intuición me parece acertada, que la vía de reparación pasa, inevitablemente por fomentar de una manera excepcional y masiva el autoempleo con beneficios y opciones que rocen el fondo perdido. Esto, lógicamente, acarreará nuevos problemas; sin embargo, también cubrirá parcelas de la economía que ahora son eriales.

Se fomentaría el empleo.

Se incentivaría la competencia y la productividad permitiendo una aproximación a esa variedad que el mercado necesita y a esa famosa autorregulación tan difícil de conseguir porque los únicos que pueden son los fuertes que, además, diversifican a voluntad, en disparidad de armas, y son los que sobreviven siempre.

Se me ocurren, a bote pronto, un par de cosillas más que también entrarían en la sección de beneficios; pero, como soy demasiado impaciente, las dejaré para mejor ocasión.

16/02/2010

Espejismos

Estoy plenamente convencido de que todo sucede, o no, por algo y que somos como somos -y no de otra manera- también por algo. Estamos condicionados de antemano, predeterminados, predispuestos. Somos, queramos o no, engranajes inevitables, eslabones necesarios.
En esa mediocre utilidad radica, posiblemente, nuestra deleznable importancia, nuestra frágil existencia. Cada golpe, cada beso, cada enfado, cada caída, cada quemazón, cada ímpetu tiene un porqué.
Todo está relacionado, todos estamos relacionados: Bill Gates es el hombre más rico del mundo porque Lennin padeció el rigor de la sífilis. ¿Incoherente, absurdo, descabellado, incongruente? Tal vez. Un hombre pierde un zahir el jueves por la tarde y el viernes por la mañana otro encuentra, en el mismo lugar, tras la lluvia torrencial de la noche, una bolsa con treinta monedas de plata. Un mago revela sus trucos y un hedonista sufre una apoplejía; una silla se rompe, una paloma se asusta y levanta el vuelo, en la agitación deja caer una pluma con la que un hombre, oscuro, solitario, escribe una palabra falsamente azarosa, increíblemente espontánea, y enfatizada que desenmascara a un impostor.
Acción reacción, causa efecto.
O no: Ninguna persona llamada Pascual ganará nunca Eurovisión.

13/02/2010

Sabiduría y humildad

No. No es cierto que los más inteligentes sean los más humildes. El hecho de ser muy inteligente no implica, necesariamente y por defecto, carecer de vanidad, de arrogancia y de un desmedido afán de protagonismo, de escaparate. Conozco personas así, muy inteligentes, que no sólo lucen una hipocresía pertinaz sino que, además, están convencidos de que los demás somos sus satélites, que gravitamos en torno a ellos y a su inefable luz divina.
Esta gente, claro, suele rodearse de fieles acólitos en permanente disposición de halago; devotos que nunca les contradirán, que nunca ensombrecerán sus excelsas presencias.
Bien, pues no me gustan. Esos tipos no me gustan.
Me caen bien esos otros, que también los hay, que son mucho más inteligentes y avanzan en silencio por la vida limitándose a ayudar sin pompa ni circunstancia; esos otros que son mucho más inteligentes y callan generosamente ante las estupideces de los ignorantes; esos otros que soportan estoicamente la presencia de los primeros con una sonrisa y atención beatíficas como si fueran ellos quienes están aprendiendo algo.
Sí, me gustan más esos muy inteligentes que no se desbordan en presunciones ni en EGOICIDADES. Esos que cuando volvemos el rostro vemos recogiendo las hierbas que arrojamos... Aunque ya quedan pocos.