05/04/2010

Fastos y nefastos


No creo necesario hacer un croquis para explicar, gráficamente, el elevado porcentaje de ciudadanos irritados con una casta política impermeable a la crítica y, lo que es peor, desdeñosa de todo cuanto no les atañe directamente a ellos y a su estatus. Es descorazonador ver cómo ante la palpitante realidad, la miseria en la que estamos sumidos, cierran los ojos, giran la cabeza y murmuran sovoz "¡bah!
Viven, acomodados, sin escrúpulo ni conciencia salvo cuando intuyen una oportunidad recolectora de votos o de portada periodística.
Lujos impropios, saraos, conmemoraciones y otros eventos fatuos y ni un ápice de remordimiento. Congresos innecesarios que engordan a los amiguetes, celebraciones pomposas y superfluas para aumentar carisma u obtenerlo; reuniones en plan ejercicios espirituales en donde la decisión a tomar tras arduo debate místico es si se emite un comunicado de prensa o se opta por un craso silencio. Ni inmutarse; ni un gesto digno, de vergüenza torera.
Las maldiciones bíblicas, las plagas, los chuzos de punta afilada siempre caen sobre los mismos.
Ahora los clarines y las fanfarrias suenan en honor de la Gran Vía.
Es su centésimo aniversario (lo recalco para todos aquellos periodistas ignorantes que parecen estar peleados con los ordinales) y convenía festejar la efeméride como -no- correspondía.
Por exiguo que haya sido el gasto, no deja de ser significativo. Representa un derroche innecesario para un acto cuyo eco mañana se habrá extinguido y que no habrá reportado ningún beneficio a nadie.
Hoy la repercusión informativa y la expectación se han centrado en la Gran Vía. Los medios de comunicación, los políticos y pocos más, se han volcado en difundir la historia de una calle sin más importancia ni trascendencia que la que tiene cualquier otra calle. Hábiles "vendedores de cosas" quieren hacernos creer que tiene algo especial, un aura legendaria y mágica, ultramundana; pero, sólo es éso: una avenida.
Dudo muy mucho que el símbolo de Madrid sea la Gran Vía. Y, aunque lo fuera, quédese el alarde para los "madrilenses" y depongan (ya es tarde, lo sé) el bombardeo pseudoinformativo y absurdo a que nos han sometido al resto de ciudadanos de este país a quienes no nos interesa, ni tiene por qué, la Gran Vía.
Dicho eso, vuelvo a la inmoralidad que supone el más mínimo gasto en algo como el centenario de una callejuela cuando en sus cubos de basura hay personas, HUMANOS, buscando la cena quién sabe si de sus hijos.
El román paladino acerca una terrible y puntiaguda frase a mis labios. Sin embargo, no merece la pena escribirla...

04/04/2010

A la trena todos; pero, TODOS


Me sorprende porque no lo entiendo. De las muchas salpicaduras incomprensibles leídas hoy en la prensa, selecciono esta joya que espero alguien me sepa aclarar. Es del diario El País en su edición digital y dice, textualmente:

"En dicho informe, que aún permanece bajo secreto de sumario, se apunta una operación urbanística de Majadahonda (Madrid) alimentada con fondos que Correa sacó a un paraíso fiscal y volvió a introducir en España de la mano de una sociedad, Proyecto Twain Jones, para construir 16 viviendas de lujo."

A ver: si el mentado informe permanece aún bajo secreto de sumario, ¿cómo es que lo conocen?
Salvo que la palabra "secreto" haya cambiado ahora su significado y el concepto que define, cosa que no creo, significa que aquello a lo que se refiere (el informe en este caso) esta convenientemente oculto, restringido, reservado. ¿Cómo han accedido a un informe que se supone preservado, precisamente, de toda publicidad?
Por mi parte, espero impaciente el día de ver en la trena a los unos y a los otros y en la calle a aquellos que por menos la habitan, la trena. Si de mi dependiera... ¡Ay, si de mi dependiera!

03/04/2010

Yo, Digo; tú, Diego


Cuando alguien apela -para justificar un acto repudiable- a que es una conducta muy extendida o acucia a que a otro se le someta al riguroso examen de la lupa por similares hechos (fechos) está admitiendo dos cosas que parecen pasársenos por alto.
La primera, tácita pero evidente, que carece de argumentos defensivos con que exonerarse de la culpa. La segunda, quizás la más importante, que es consciente de la "culpabilidad", que sabe perfectamente que aquel acto "está mal", sea punible o no.
Últimamente -aunque practicada desde siempre- la consigna de defenderse atacando está alarmantemente activa en el P.S.O.E. y circunvalación.
No es ya que acudan a la acusación gratuita a terceros para excusar sus acciones; es la doblez hipócrita manifestada con ello.
Cuando cualquier informador alumbra una desgraciada noticia en la que un elemento socialista está involucrado, de inmediato todos los resortes y recursos del Partido se accionan para asperjar sospechas sobre quienes, en teoría, podrían beneficiarse con ella.
Con éso no sólo pretenden desviar la atención de ellos mismos y fijar el enfoque en los otros. Buscan, también, que su gangrena se extienda lo más posible en el cuerpo (por sí ya demasiado corrupto) político. En el "todos iguales" parecen hallar un reconfortante limbo.
Con todo, olvidan algunas cosas.
Que alguien delinca impunemente no implica que legal ni éticamente esté permitido.
Que la mujer del césar, además de virtuosa por dentro ha de parecerlo por fuera... y viceversa.
Que atribuir no es corregir ni paliar y que asumir la extensión de una mala práctica no es resolver el problema; antes al contrario: es fomentarlo.
Sabemos que nuestra clase política no tiene ninguna intención de apearse de sus abominables costumbres; pero, el descaro con que alardean de su falta irritante de moral, es demasiado.
Claro que, como nadie se va a preocupar de pararles los pies... ¡Ahí se las den todas!
Defender, servilmente, la mansión playera de F.G. en Marruecos, la del Bono y su vástago, la estolidez de Zetapé y su cohorte de lameruzos o los regímenes fascistas, fasciatas y fasciárquicos de Cuba, Venezuela, Marruecos u otro país cualquiera ni es pecado ni es ilegal; sí, incoherente. No se puede predicar socialismo con el buche sobrado de caviar en una mansión privilegiada. No se puede presumir de demócrata y halagar a los tiranos. No se puede exorcizar a un ser enfermo y dar jarabe al poseído: "como en todos los países se vulneran los Derechos Humanos", pues , hala, en Cuba también y, además, "¡si quienes los vulneran son los delincuentes discrepantes y/o encarcelados!". No se puede argüir que por ser legal, es ético. Y, así, "cienes y cienes" de cosas. Bueno, sí; poder, se puede... Pero, no se debe. No, no se debe.

01/04/2010

Con boli y papel


Muchos insisten en que la autoridad moral para ejercer la crítica, sobre un trabajo, sólo la faculta la capacidad de realizar mejor dicho trabajo. Podría argüir -sobre el mismo razonamiento- que entonces sólo podrán hablar/opinar de coches los mecánicos, de educación los docentes o de hijos quienes hayan culminado con éxito la paternidad. La crítica, bien entendida, siempre es destructiva y -desde luego- es una aportación subjetiva salvo cuando la evidencia es tan abrumadora y tajante que no deja otra opción: Belén Estaban es gilipollas; por ejemplo.
Este convencimiento me permite afirmar, en este momento, dos cosas:
a) el "Guernica", de Picasso, es (lo sostengo desde hace lustros) además de una tomadura soberana de pelo, una mierda con pedigrí.
Y
b) los dibujos de Carlos Olvera son admirables y merecen un reconocimiento por la dedicación y el talento que destilan.


Yo mismo, como otros tantos, soy de los que con cierta íntima vanidad y algo de satisfecha inmodestia presumía de aquellas lejanas caricaturas que adornaban los márgenes de los libros de texto. Eran bocetillos apretados, elaborados con tintas aburridas bajo la estupefaciente monserga de los viejos latinajos o en el fragor de una salmodia monótona dedicada a la Historia. Dibujos que luego, en las hastiadas esperas, en los ocios desconcertantes o en las inspiraciones súbitas, cobraron la desanimada importancia del ejercicio o del rigor de la ocupación imperiosa y así, al trantrán, fueron multiplicándose y fomentando un orgullo lacio e injustificado.
En realidad, con un simple bolígrafo -el bic cristal con ese agujerito en la cánula y su capucha azul con clip que algunos mordisquean y otros imbéciles capan- poco más se podía hacer... Éso pensábamos la mayoría de los mortales.
Y estábamos equivocados. Con un elemental bolibic -uno de los inventos más importantes y revolucionarios de la historia de la humanidad- se puede hacer arte con mayúsculas; arte que no desmerece ni queda a la zaga del uso de otros elementos de "elite" (óleo, acuarela, pastel...).
Como buen catecúmeno del arte -quién fuera un sobresaliente diletante- en todas sus facetas y versiones, he descubierto que la importancia de éste no radica tanto en en la arrogancia de los materiales como en la dedicación meticulosa y que la humildad de un instrumento, a veces, ofrece un resultado más sublime y meritorio que la panoplia más extensa de técnicas o colores.
Lo de este hombre, Carlos Olvera, es una maravilla y no admite discusión.

26/03/2010

El buen castellano


-"Por este lado se va a Panamá, a ser pobres; por este otro al Perú, a ser ricos: escoja el que fuere buen castellano lo que más le estuviere."
Cuando Pizarro trazó sobre la suave arena la raya decisoria, sabía que el ánimo de aquellos recios soldados, avezados al esfuerzo y al dolor, al honor y a la miseria injusta, no cedería un ápice.
No mucho más tarde, Quevedo ya se quejaría amargamente de la vida muelle, complaciente y conformista, a que los españoles nos acostumbramos.
En esa indolencia espiritual perdimos el valor y los valores. Ya no somos esos seres indómitos, montaraces, que proclamaron una tierra de "todos iguales" y que se enfrentaban sin punto de espera a las veleidades de su propio rey si era menester.
De aquel linaje levantisto, de austera y sufrida hidalguía, hoy no queda rastro.
Hace tiempo que la manada de lobos se convirtió a la fe del rebaño y, así, con una docilidad rayana en lo obsceno, nos dejamos guiar y apalear por la inclemente zurriaga de cualquier pastor.
Como mucho, un balido suelto, ralo, que se extingue apenas nacido.
Nos dejamos engañar y someter con una facilidad pasmosa y cada protesta se queda en éso, en la deleznable (frágil) manifestación de nuestra presencia dulce y conmovible.
Empachados de complejos acusatorios, somos incapaces de rebatir siquiera la estulticia entrañada en cualquiera argumento más próximo al sofisma que a la verdad desnuda. Nos escondemos de nosotros mismos avergonzados de lo que fuimos y, seguramente, de lo que somos.
Una llamada a la rebelión. ¡Qué escándalo! ¡Qué antidemocrático! ¿Sí? ¿Por qué? ¿Quién dice que rebelarse contra la injusticia, contra la manipulación, contra la sandez y la mentira, contra el latrocinio constante y el abuso es escandaloso y antidemocrático? ¿Lo democrático es, entonces, callar y soportar que nuestra dignidad se machaque? ¿Lo democrático es condescender con quienes nos ultrajan y nos arruinan mientras nos mienten para mantenerse en el poder y siguen engordando su ya muy repicante bolsa?
Sin rebelión no caen los tiranos y hace tiempo que deberíamos haber trazado -en vez de escribir sobre el agua- una honda línea en la arena y haber gritado clamorosamente: ¡hasta aquí!
Y si aquellos que viven conchavados con estos gobernantes despreciables en su adúltera connivencia -sindicatos, afiliados y simpatizantes- no quieren el enfrentamiento (no escribo violencia ni guerra), que depongan la venda que cubre sus ojos, que hagan acto de fe y de honor y, renunciando a sus privilegios bien cubiertos, pasen a este lado de la raya.

19/03/2010

La Hidra de Lerna


Hércules (Heracles) tuvo que pedir ayuda a Yolao. El remedio era peor que la enfermedad pues por cada cabeza que segaba a la terrible Hidra, a ésta le surgían espontáneamente otras dos en dramática progresión. Así, entre los dos, sumando los esfuerzos del héroe amputando testas y del subalterno cauterizando los cortes para que no brotaran más cápitas, consiguieron abatir al monstruo, anularlo para siempre.
No sé si la serpiente del anagrama etarra tiene una segunda interpretación cargada de intención -"dónde una cabeza se cierra otra se abre"- o se limita al significado elemental del "bietan jarrai" (algo así como "adelante con los dos", con el sigilo y el secreto y el zarpazo letal).
En todo caso es ilustrativo. Tanto la elección del símbolo de los asesinos como la lección, la moraleja, que del trabajo mitológico de Hércules se puede depurar: no basta con cercenar la cúpula; además hay que impedir que surja una nueva.
No seré yo quién ponga en duda la voluntad de los políticos españoles para acabar con la delincuencia vascongada.
Sin embargo, la historia y los acontecimientos nos dicen que la actuación policial no es suficiente porque siempre hay otro imbécil dispuesto a recoger el sangriento testigo de los que son "abatidos".
No basta, pues, el esfuerzo hercúleo de siega.
Es necesario reforzarlo con una actuación contundente que impida la regeneración del mal y su expansión.
Yolao, en este caso, somos todos; pero, mucho más los son aquellos a los que el Estado ha investido de poder.
No es suficiente el peligroso, arriesgado, esfuerzo y la voluntad valiente de miles de vascos que cada día se enfrentan al vascalismo etarra. Esto hay que complementarlo con medidas enérgicas y definitivas que afiancen la seguridad de que ninguna preñez de odio o de estupidez va a poder escalar a la peana de la violencia.
Esas medidas, lógicamente, incluyen el asalto político-diplomático a cualquier santuario en el que a los asesinos se les dé cuartel.
Porque el hecho de que a un tipo lo elijan en las urnas no significa ni que sea honrado ni que no sea un hijo de la gran puta. Si es un tirano, con más motivo.

15/03/2010

Esto me han vuolto mios enemigos malos...


Pidió Yahvé que le mostraran diez hombres justos. Como no los encontraron ni en Sodoma, ni en Gomorra, ni en la Audiencia Nacional y no digamos en el Congreso de los Diputados, decidió tirar un pepinazo -nuclear dicen algunos malpensados- y devastó la zona: suburbios y arrabales incluidos.
La medida fue desmedida, exagerada. Si lo "normal" es la injusticia, o trinca a todos y renueva la población terrícola con mejoras de serie, o se aguanta, acepta la condición humana y asume que cada uno arrime el ascua a su sardina como mejor le venga o pueda.
A mi me ha costado -años- comprender que el mundo y sus entresijos son así, que las personas y sus entretelas son (somos) así.
Cada uno, en atribución de sus projimidades, ayuda a su señor porque prevalecen los intereses emocionales sobre los éticos.
Y debió ver Dios que no era malo puesto que lo consiente: es una regla más del juego áspero que es la vida.
Cada uno defiende lo suyo y lo de sus afines. La generosidad, el altruismo, la bonhomía, la caridad..., están -siempre- socorridas por un egoísmo razonable que se comporta -o suplanta eficaz- como la necesaria paridad de armas o la también necesaria perpetuación del clan, su supervivencia.
Algunos seres, a lo largo y ancho (ya más ancho, en la cintura, que largo) de nuestras vidas nos hemos conducido casi siempre concediendo el beneficio de la duda, implantando por sistema el "a ver si cambia" y similares. Ha sido inútil porque, por lo común, los humanos no sólo no cambiamos sino que solemos enconarnos, más, en nuestros viciados comportamientos.
Cuando caemos en la cuenta de la inutilidad de mantener cierto nivel ético, entonces, nos sumamos al grueso de "injustos". Nos defendemos de ellos usando sus mismos criterios y -aunque con leves sacudidas de remordimiento- entramos en el juego.
Suele causar en los demás asombro y perplejidad la transformación. Sobre todo cuando en la lid ven mermadas sus facultades o su poder frente al rebelde que decide, lógicamente, sacudirse el yugo al que estaba uncido.
De esa sorpresa emergen calificativos de toda índole que se aventan a voleo sin percatarse de que suele ser cierto aquello de "cree el ladrón..." Pero, nadie puede estar sometido a perpetuidad.
Cuando las quejas por la nueva actitud se hacen notar, pocas excusas son necesarias. En realidad la opción defensiva -la del mejor ataque- viene justificada en sí misma.
No es la pretensión vengativa de devolver daño por daño; es la de no ser de nuevo vapuleado por sistema. No, al menos, sin dejarse la piel y el alma en la pelea.
Así, cuando la extrañeza y la sorpresa hacen arquear las cejas y surgen remilgados ayes y lamentos, manos a la cabeza y golpes de pecho, basta con afirmar (para dejar constancia testimonial y exonerarnos de toda culpa) que nuestros actos ulteriores son causados por la injusticia sufrida, por el aprovechamiento ilícito y arbitrario que se ha hecho de nosotros. Que si hemos cambiado y de corderos hemos metamorfoseado en lobos -homo homini lupus- ha sido por estricta exigencia natural. Basta, para abogar por nuestra transformación, el alegato elemental de que el cambio no es caprichoso; de que ahí es donde nos han puesto nuestros enemigos y su maldad.
A partir de ese punto, que gane el más fuerte o el que menos escrúpulos tenga: o sea, el más cabrón.

12/03/2010

La sombra del ciprés


Quizás, no lo sé, el Nini se asomará a la boca de la cueva y pensará: "es la ley". La ley de la vida y de la muerte. Se asomará y comprenderá que el ciprés se yergue como una proeza señalando el destino anhelado por los hombres.
Con don Miguel aprendí cómo es el viento que bate, apoteósico, las espigas despojándolas de la mortal escarcha; lo que es la soledad orgullosa; el dolor, la compasión, la miseria, la ternura impecable de la gente sencilla, la resignación ante la adversidad poderosa e inevitable, ante el ciclo inexorable e inclemente de la vida.
Con sus palabras se crispó indignado mi espíritu reventado por la injusticia de los caciques y los señoritingos, por la frivolidad, por ver la humildad sometida a voluntades y vanidades insoportables.
Descubrí palabras sencillas, nombres, lugares impensables: cotarraDonalcio, Pezón de Torrecillórigo, Azarías, Mamés, Quirce, Régula, Columba, Cayo...
El tiempo lo midió en cinco horas, en el santoral, en la mirada tensa a la luna y a la nube cerrada y opulenta que se acerca por un horizonte impreciso...
A su través vi la vida de los desgraciados, de los miserables humillados y vi cómo la dignidad y el afán de sobrevivir empujan a resistir estoicamente.
Aprendí cómo las palabras son capaces de estremecer y emocionar. No las palabras: sus palabras.
Las escritas, porque en las volanderas se prodigaba poco.
Afirmó el periodista:
-Don Miguel, es usted muy lacónico.
-Sí- respondió Delibes.