16/04/2011

Los que ya no esperan nada

A veces la vida sale mal.
He conocido a muchos hombres que han luchado hasta la extenuación; hombres honestos que bracearon sin rendirse en la tormenta, sin resignarse a morir engullidos por las turbias aguas de la tempestad.
He conocido a muchos hombres que sólo han conocido de la vida su cara amarga.
Fueron -algunos aún lo son- hombres cansados. Fueron -algunos todavía lo son- hombres hundidos que en el fondo de una botella esperan el milagro redentor mientras aprietan sus puños y claman en silencio, mientras maldicen sus suertes, mientras blasfeman contra un Dios que los abandonó en las cunetas heridos de muerte.
He conocido hombres en quienes la injusticia se cebó hasta romperles el pecho y el alma.
No recuerdo sus nombres. Quizá nunca tuvieron uno. Tampoco recuerdo sus caras, sus miradas difamadas por el dolor. Nadie los recuerda. Pasarán por la vida en silencio, regados por la pena y el olvido.
Pero, yo los conozco. Sí, yo los reconocería en cualquier parte como se reconocen los espíritus afines, los iguales arrasados por la miseria y la derrota. Los reconocería porque yo, no lo sé, soy uno de ellos.

14/04/2011

La de Dios es Cristo

Dios, para la doctrina católica, es omnisciente, omnipotente y omnipresente. Me quedo con esta última. Está (yo creo que ausente) en todas partes. Esto significa que cualquier lugar, recintos consagrados aparte, es bueno para que cada cual manifieste su fe. Un pupitre, por ejemplo, es buen sitio para implorar el milagro.
Sin embargo, no creo que la universidad ni sus facultades sean las ubicaciones adecuadas para contener una capilla.
Dicho esto, he de confesar que tengo un grave conflicto interior. No soy creyente; creo, empero, en la libertad de expresión sin cortapisas, sin fraudes ni recortes, cruda y dura. No obstante (y aunque la transgresión y la irreverencia sí son santos de mi devoción) me parece que hay un algo de cobardía en los actos organizados contra la religión cristiana.
Últimamente se han profanado capillas, se ha hecho escarnio de símbolos, se han vejado creencias. Pero, se ha hecho al amparo de una seguridad inicial: frente a eso no habría una respuesta violenta ni legal.
No me parece justo. No cuando veo cómo prolifera la intolerancia religiosa, cómo se fomenta la esclavitud que predica-impone la fe musulmana y ninguno de esos "protestantes" mueve un sólo dedo por miedo a las seguras represalias de los fanáticos islamistas. Eso es así de claro y así de simple.
¿Se atreverán estos grupos (con los que estoy de acuerdo, repito, que las universidades no tienen por que tener capillas) a sacar en procesión una imagen del profeta Mahoma desnudo, sodomizado o travestido?
Evidentemente, no. Pensemos en eso porque la pregunta que se me antoja, después de ver qué está pasando y cómo se suceden los acontecimientos, es "¿a qué se debe, a quién sirve y para qué esta guerra declarada al catolicismo? Desde luego no son actos espontáneos. Son "sabotajes" muy meditados y bien coordinados.
Hay muchas cosas en las que no creo. Una es la religión. Otra es que este tipo de algaradas sean fruto de la improvisación. Quien sea inteligente, que busque y encontrará las respuestas a estas y otras muchas más preguntas. Los métodos de agitación social de algunos partidos son inescrutables...

Titulocracia

Oigo, con estupor y por enésima vez, a cierto periodista abogando por que a la política sólo se pueda acceder con una titulación universitaria como si una licenciatura (o una diplomatura) fuera garantía suficiente para avalar conocimiento e inteligencia. Nada más lejos de la realidad. Más en un país donde hay universidades donde se "compran" los títulos y hay otras a las que el alumnado (los discentes) accede en condiciones precarias.
Recuerdo, de no hace tanto, las respuestas de algunos "universitarios" a algunas preguntas sencillas.
"¿En qué año empezó la Guerra Civil?" "Eso fue en el siglo veinte", responde uno. "En mil novecientos catorce", responde otro. Con "¿Quién escribió Platero y yo?" y la otra pregunta hecha, rebosa ya el vaso de la aridez intelectual.
Eso es el reflejo especular de una realidad dramática e inapelable porque en España lo que se exigen son títulos, no conocimientos ni calidad en estos. También recuerdo cuando C.Q.C. preguntó a la puerta del Congreso a nuestros diputados cuántas provincias había en esta bendita nación de cafres y ninguno "acertó". ¡Los que hacen nuestras leyes! ¡Los que consideramos tienen aptitudes sobradas para gobernarnos! Viendo lo que nos viene, el relevo está a la altura.


No hay ningún conocimiento exclusivo de una carrera ni, por tanto, vedado al aprendizaje de cualquier ciudadano. Todos los días vemos periodistas que hablan de todo, por ejemplo de Economía, sin haber pasado por la facultad de Ciencias Económicas. Según su razonamiento, sólo podría opinar de política el politólogo, de literatura el filólogo o pensar el licenciado en Filosofía. Pero voy más allá, ¿qué periodista puede poner en solfa la capacidad de alguien cuando en los medios de comunicación, cada día, nos atiborran de memeces y, lo que es mucho peor, de coces a nuestro diccionario y a nuestra gramática? ¿Quién no ha oído/escuchado aquello de "los convoys", el "atentado deleznable", y otras lindezas que salpican aún más nuestra ya bastante maculada lengua? ¿Con qué derecho opinan y escriben quienes no manejan la herramienta básica de su oficio? ¿Imagina alguien a un mecánico que no supiera, siquiera de oídas, lo que es un motor, una llanta o la tapa del delco?

Digresión: Se quejaba amargamente la chavalilla. Le preguntan si sale del examen de selectividad. "Sí", responde. Una de las preguntas a desarrollar era sobre Aristóteles y la muchacha, sobrada de inteligencia, afirma con una rotundidad pasmosa que no comprende cómo se puede estudiar a tipos como ése que era "un machista asqueroso de la época". Está todo dicho. "Res ipsa loquitur".
Volviendo al asunto que me mueve. No sólo es el periodismo un reducto de ignorantes (no todos los periodistas, por supuesto); todas las disciplinas y gremios se llevan su cuota, elevada y correspondiente, por delante.
Fijémonos, por ejemplo, en el gobierno actual. Rodríguez Zapatero, licenciado en Derecho, "dirige" el destino de un país sin saber una palabra de Economía (que se aprende en dos tardes -Jordi Sevilla-) y tras haber estado años votando presupuestos que no entendía (es lo que fácilmente se deduce del extraño ofrecimiento de Sevilla), por poner un ejemplo.
Vivimos empecinados en la "titulitis". Por eso -una rara especie de vergüenza o complejo- un elevado porcentaje de políticos (muy capaz alguno) miente en su currículo y lo adorna y engorda con datos falsos.
Los títulos, insisto, no aseguran ni conocimiento real ni inteligencia... Mucho menos capacidad. Buscamos el ornato, la distinción, la presunción vana y no el mérito ni el desarrollo de cualidades útiles; y así nos va. Además, la IGUALDAD es la piedra clave de cualquier democracia. Todo lo que no sea proteger y fomentar esa premisa fundamental, significa generar elites de poder -cerradas- que frenarán el desarrollo de la sociedad y de esa aspiración que es una comunidad de hombres libres. Ya se lo discutí a cierto periodista de "prestigio" y he de decir en su descargo que desde entonces no ha vuelto a desmerecer a nadie por su carencia de titulación. Loable. Y, por cierto: no es verdad que las nuevas generaciones estén mejor preparadas...

Con mi afecto y gratitud a don Jacinto Pérez Moreta.

07/04/2011

Salir de la crisis

oy a pecar de arrogante... Y de prudente. Sí, voy a pasar por encima de la costra sapiencial de los egregios economistas y de los patéticos políticos y voy a afirmar con aplomo (quien dirá que con el atrevimiento de la ignorancia) que salir de la crisis es posible. Lo afirmo con seguridad, con la contundencia que me permite un análisis sin grietas y al amparo de esa cualidad que es el razonamiento.
Salir de la crisis es posible y restaurar el dinamismo del mercado laboral, también.
Sé que se puede hacer, qué se debe hacer y cómo se ha de hacer. Sólo hay un obstáculo frente a la solución: para poder ponerla en práctica hay que suprimir, de entrada, todos los elementos interesados en que siga habiendo crisis -interesados por distintos motivos-: los políticos que actualmente asientan sus innobles e insolventes cachas en las ineficientes "sedes parlamentarias". No me refiero a suspender el sistema democrático (aclaro por si hay por ahí algún torpe susceptible malinterpretador de palabras), sino a que la inmensa mayoría de "nuestros" representantes políticos actuales ha de ser removida de manera inmediata y taxativa. Algo que, lógicamente, serán reacios a aceptar pero que depende no de ellos, su criterio y su voluntad, sino de la potestad soberana de la ciudadanía (¡uy!, perdón, "de los ciudadanos y las ciudadanas").
Tengo las claves y es factible. Sin embargo, no voy a aventarlas. Ahora es cuando el perspicaz arguye: "claro, así también lo resuelvo yo, sin exponer la solución..."
El silencio tiene su sentido y su porqué, aunque no será ahora cuando me concentre en explicarlos.
En estos últimos tiempos he aprendido mucho de las castas política y periodística. He aprendido, sobre todo, que ambos rebaños (o jaurías) están compuestos por entes parásitos que se nutren, muy cómodamente, de "las sangres" de sus huéspedes extrayendo un vil provecho que los engorda mientras aquellos que los soportan -a veces sin darse cuenta- enflaquecen.
En el ruedo ibérico siempre ha sido así; no en vano inventamos la picaresca y el esperpento. Sólo aquí es dable sin condición ni compasión la ralea de Lázaro, Guzmán, Pablos o Latino. Lo que pasa es que ahora, con el correr de los tiempos, han devenido en políticos y periodistas y funcionarios y banqueros y...
La corrupción y la mentira, pues, no son novedades en nuestro país; ni la idiocia de un pueblo acomplejado e instalado en la más solemne y ritual majadería. Tampoco es una novedad el latrocinio en cada uno de los niveles y estamentos sociales y del alma; pero, por lo que a mi respecta, ese grifo se cierra. No seré yo quien dé pábulo a esa piara de goliardos succionadores, hincados de hinojos ante méntulas gloriosas, complacientes, premiadoras, y succionadores impropios, a la vez y por el otro extremo, de lo que en puridad pertenece a otros.
"Y con esta envidia que digo
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo".

06/04/2011

Tempus fugit...

lguien me dijo, hace algunos días, que se empezaba a envejecer cuando se empezaba a recordar. Estrictamente eso no es así; pero, comprendí enseguida el sentido de sus palabras.
Yo ya había pensado (si no lo mismo) algo parecido antes; sin embargo, quizá no me entendí por ser un pensamiento propio y posiblemente imperfecto.
También puede ser que ahora sea capaz de procesar aquella idea porque ahora es cuando tengo más días vividos, más experiencias, más elementos de juicio, más recuerdos (y más contradicciones) y, por lo mismo, una perspectiva más amplia -o distinta- de mi entorno y de mi mismo, más claves para traducir ciertos mensajes.
Recuerdo que tomé algunos meses atrás una decisión irrevocable que no cumplí. Me propongo, esta vez, llevarla a la práctica hasta sus últimas consecuencias.
Pero, no son esos recuerdos a los que se refieren estas inconsistentes palabras.
Esta mañana iba solo, por la calle, cuando sin saber cómo ni por qué me ha asaltado una sarta de imágenes antiguas, de nombres asociados a mi infancia y que, por afinidad o proximidad, han ido derivándome a una memoria conmovedora por pasada y por irrecuperable.
De los dibujos animados de Simbad el marino y su cinturón mágico -que se apretaba cuando estaba en peligro y tras despedir unos rayos o chispas le confería un vigor colosal- he pasado a Shazam y a aquel otro en que alguien unía dos mitades de un anillo, roto de forma irregular, que encajaban perfectamente y le dotaban de fuerza o le concedían un deseo. Estos retales me han llevado -todo con una rapidez trepidante- a un balón, a algunos amigos, a algunos hechos que por buenos o malos han permanecido.
Esos son los recuerdos que nos advierten de la llegada inminente a ese punto de quiebra. Son los que nos anuncian que se ha pasado una línea divisoria a partir de la cual la vida, toda una vida, queda resuelta y a la espera del desenlace final en cualquier momento. Sí, porque de repente entra la noción clara de que esto se acaba y de que lo hace sin avisar. Entonces he mirado hacia atrás: el pasado es mucho más extenso que el posible porvenir: esa es la terrible confirmación.
Luego viene la sensación de no haber vivido nada con la intensidad que merecía. De haber derrochado el tiempo en infames momentos de los que sólo quedan unas pocas cenizas honorables.
No hay arrepentimiento, ni angustia, ni amargura. Únicamente una pizca de desencanto y el regusto acibarado de no poder desandar el camino, de tener que aceptarlo con resignación. Empezamos a "vivir de lo muerto", del pasado, recreándonos en evocaciones insustituibles para poder soportar la realidad; una realidad carente de sentido, una realidad inútil a la que no se debe ninguna devoción.
A eso se refería cuando lo dijo; a eso me refería cuando lo pensé. Y quizá tengamos razón.

Hombres contra hombres

El hombre es un lobo para el hombre. Para Hobbes (Gracián le secundó) esto era una evidencia inapelable. El hombre es un depredador de hombre; un depredador por consentimiento, por permisividad, por pasividad del depredado. El poder de un hombre radica en la sumisión voluntaria de otro hombre. El poder de unos hombres reside en el conformismo del resto.
La inmensa mayoría de las personas no quiere ser responsable de su libertad. Se autoengaña ideando razonamientos falsos y excusas insostenibles válidas sólo para conservar un ficticio individualismo, una personalidad fantasma e inexistente desde la que se limita a seguir los cauces impuestos por otros (los jefes). La inmensa mayoría de la gente prefiere que otros sujeten sus riendas y poder quejarse de que no se puede hacer nada, de que nada es variable, cambiable.
No hay más que echar un vistazo, ni siquiera en profundidad, para caer en la cuenta de que el hombre, ser gregario, prefiere mantenerse uncido al yugo y pensar que la lucha y la rebeldía son inútiles.
Es decepcionante.
La masa, el grumo social, se nutre de ignorancia y de inmovilidad. ¿Luchar por quienes no pueden? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene luchar por aquellos que se mantienen sentados a la espera de que pasen por delante de su puerta todos los cadáveres, los de sus enemigos y los de sus amigos? ¿Qué sentido tiene luchar o defender por y a quienes se lamentan de que no hay nada qué hacer?
Frente a un hombre sólo hay otro hombre. No hay pócimas mágicas ni marmitas de muérdago básico "heroificante". No hay armas invencibles defendiendo los flancos del poder. Frente a un hombre, sólo hay otro hombre.
Es muy cómodo escudarse en la impotencia, en la debilidad, en el miedo. Es muy cómodo ocultar la cobardía y la pasividad tras el lamento quejumbroso de la esclavitud. Sobre todo porque lo que más se anhela es la supervivencia a toda costa aferrándose a cualquier cosa que disculpe la actitud quieta. Cualquier pretexto es bueno para no inmiscuirse.
Incluso esa mayoría acomodaticia se convertirá en jauría contra aquellos a quienes un momento antes jalearon como liberadores y a los que erigieron estatuas.
El hombre es un lobo para el hombre... Y para sí mismo, añadiría yo.
No. No merece la pena dar la cara por nadie; mucho menos la vida. Egoísmo, hipocresía, ignorancia, cobardía: esos son los atributos verdaderos del hombre. Bueno, y la piedad: debe ser reconfortante saber que una vez muerto todos dirán -hasta el enemigo más encarnizado- "era una gran persona"... Aunque el recuerdo no pase de una imagen en un cartel pegado a la pared de la habitación o en una camiseta en el mejor y más popular de los casos.

01/04/2011

¡Vivan las caenas!

Hoy sube todo otra vez un mucho por ciento. Una subida de precios que hay que sumar a las que venimos soportando y que, como las anteriores, ni nos impresiona ni nos conmueve. Y no nos impresiona ni nos afecta porque si lo hiciera estaríamos mordiendo esquinas de pura rabia. No nos importa; es más, nos descojonamos, nos desternillamos de risa mientras jaleamos nuestra falsa indignación con palmas de resignado estoicismo.
Nos pidieron esfuerzo y paciencia y, como siempre, caímos en la trampa sin preguntarnos "¿qué hay de vuestro esfuerzo y de vuestra solidaridad?" Porque somos así. Mientras los banqueros, encantados, siguen ganando dinero a espuertas y se jactan de ello, la gente rebusca en los cubos de basura un mendrugo; mientras los gobernantes practican impunemente -con la aquiescencia de jueces y fiscales- el nepotismo y el latrocinio descarado, la ciudadanía busca desesperadamente un puesto de trabajo miserable y esclavo; mientras la burguesía acomodada se enriquece, más y más, gracias al río revuelto, las familias pierden sus exiguas haciendas... Y eso pasa aunque no salga en la tele;  nuestra noción de la realidad está desvirtuada por el Gran Hermano o por los pasquines con carlanca de la iglesia mal llamada socialista. Nos quedamos así, inmóviles, mientras quienes nos piden (entre mentiras y patrañas) comprensión y sacrificio se embolsan descaradamente el dinero que nos hace falta para comer.
Que vivo (o malvivo) en un país de hipócritas cobardes ya lo sabía. Que, a partir de ahora cada uno haga su guerra y conmigo que no cuenten para nada, también.
Lo que más lamento es que de este hatajo de sinvergüenzas que nos gobierna (y el resto de políticos que con su silencio cómplice los ampara porque el juego se limita y reduce a ellos mismos y todos), ninguno me venga de frente a tocar los güevos.
Dicen que no hay enemigo pequeño. No lo sé; pero, pienso poner en práctica mi singular declaración de guerra aun sabiendo cuál será el resultado. Desde ahora, lo juro por ese Dios en el que no creo, voy a poner todo mi afán, todo mi empeño, en derribar vuestros poderoso molinos. No contéis conmigo para nada. Ni vosotros, políticos de mierda, ni vosotros paisanos lamentables y sumisos.
Hace tiempo que en este país no debería haber quedado piedra sobre piedra. Hace tiempo que en este país deberíamos haber echado al vertedero a toda esta canalla infame.
Sin embargo (ya os conozco muy bien), no queréis cambiar nada. Cualquier excusa es buena para mantenerlos donde están, para no mover un dedo porque el conformismo y la estupidez son más cómodos. Es más fácil esperar sentados a que sean los otros -siempre ha sido así en este puto país- quienes luchen y consigan cambios de los que luego todos nos beneficiamos. El miedo y la ignorancia os tienen atenazados sin pensar que su poder (el de banqueros, políticos, sindicatos, periodistas...) es un poder fiduciario e irreal. 
Y, luego, cuando os toque sufrir -a todos los que todavía sois capaces de manteneros a flote en la procela- la zozobra y el naufragio, ¿a quién acusaréis? ¿Diréis aquello de "no lo sabíamos"?




En un mundo convulso que reclama cambios, con personas que luchan poniendo en jaque su vida, que la pierden, nosotros nos enrocamos y preferimos no pensar, no actuar. Creemos que negando la evidencia esta deja de existir y de morder. No hay problema, la vida sigue. Si la realidad nos punza, aliviémosla con una buena sesión de la Esteban o de la Quintana. Tal vez, si dejamos de pensar en el dolor, deje de dolernos la herida: esa es nuestra "filosofía". Somos patéticos... Pero, que se puede esperar de un pueblo que grita ¡vivan las caenas!

24/03/2011

Listas abiertas, tontos cerrados

Apenas he abierto los párpados (una greguería: la persiana es el párpado de la ventana) me ha venido a la testa la frase de González Pons rechazando con un argumento del calibre 7'63 estúpido las listas abiertas.
Para este fulano, y por ende para su partido, las listas abiertas no son solución de nada. Para los políticos, evidentemente, no son convenientes. Pero, que a ellos no les convengan no significa que no sean posibles y efectivas.

Lo cierto es que tal y como está montado el tinglado político, a casi ningún partido le interesa modificar el sistema e implantar las listas abiertas para la elección de representantes. Huelga explicar el porqué.

 No obstante, uno de los razonamientos esgrimidos por el señor González es que dicho sistema ya está establecido para el Senado y "la verdad es que la gente no las utiliza" (sic).

Este elemento no quiere tener en cuenta -y mucho menos proclamar- que el Senado español es una rémora, una institución carente de contenido e inservible: nuestro Senado es una simple excusa para que un montón de ñores y ñoras vivan del cuento y lo hagan más que bien. Nuestro Senado es inútil y costoso, carece de prestigio y de sentido.

Una de las explicaciones, la más lógica por simple, sería que la gente no "usa", aquí, las listas abiertas porque al estar viciado el Senado en su propia esencia es absurdo ejercer una facultad cuyos resultados son intranscendentes por:
A) Los senadores votan en función del imperativo impuesto por sus respectivos partidos y no por el interés de los territorios menores que representan.
B) No tiene potestad legislativa real con lo que, como mucho, pueden perder meses mareando una perdiz.
Ante esta perspectiva, ¿para qué utilizar las listas abiertas?


Las listas abiertas, señor González, tienen sentido y validez para la elección de "congresistas" (aquí son diputados) porque -y usted lo sabe- no sólo la ciudadanía mantendría en tensión, en vilo, el futuro y permanencia de cada representante electo, sino que en sí mismas se comportarían como un factor depurativo en los propios partidos.

Eso, claro, a ustedes, en el cotarro elitista que tienen montado, les pone un poco nerviosos. Como ustedes no quieren pregonarlo, lo haré yo.

Resulta que en las listas cerradas los candidatos se colocan ordenada y jerárquicamente de forma y manera que se asegure la elección de aquellos que dominan los partidos y sus estructuras. Así, Rajuá y Zetapetero (o quién sea) no se presentarán como cabezas de lista por Argamasilla arriesgándose a quedarse en el banquillo, sino que lo harán por un lugar que les confirme los votos y el escaño. No sé si me explico. Y así sucesivamente.

Con las listas abiertas esta seguridad se elide porque da igual la circunscripción por la que se presenten; el ciudadano puede prescindir de los primeros de la clase y votar masivamente a quienes ocupan los puestos trigésimo segundo, vigésimo cuarto, decimonono o quincuagésimo octavo y dar al traste con el tenderete: los jefes quedarían fuera del juego y en el Congreso el candidato a presidente del gobierno sería Juan Cordero, agricultor de Galbarros, o Martín Entrevero de Cacabelos y no los próceres de cada "formación política". No sé si me explico.

Para evitar esto tendrían a mano una solución arriesgada no por atrevida, sino por desesperada: reducir al número "justo" los incluidos en cada lista (como para el Senado); pero, esto, también acarrearía graves inconvenientes. Uno de ellos, que se quedaran en el lance (sin extremar mucho la cosa) sin representación. No sé si me explico.

Pero, además, las listas abiertas son un peligro -aunque no lo parezca- para otros estamentos que se tambalearían con los cambios estructurales y conceptuales que se operarían con dicho sistema. 
Por eso, señor González Pons, no las quieren, interesadamente, ni ustedes ni ninguno de los políticos que ahora gozan de una seguridad que de otra forma...