05/04/2012

Crimen y castigo

Más que pedirlo, lo que apetece es exigirlo. Exigirla: una norma de responsabilidad penal para políticos y, sobre todo, para jueces y fiscales.
No puede ser que estos grupos gocen de impunidad e inmunidad absolutas y que la responsabilidad de sus decisiones recaiga sobre el ciudadano y que éste sufra las consecuencias en tanto que ellos salen indemnes de sus fallos.
Una y otra vez se nos insiste en el imperio de la ley y la necesidad de acatar las decisiones de estos "gremios" sin importar si son justas o no o si se ajustan a derecho o no. Es aquello de "la acato pero no la comparto". Pero, ¡qué me está usted diciendo! ¿Qué una sentencia o una ley hay que acatarla aunque sea clara y absolutamente perversa, por ejemplo? ¿Me está usted diciendo que los jueces, como el Papa santo de Roma, son infalibles, que no se mueven por los mismos estímulos e impulsos que el resto de los mortales? ¿Que no padecen estreñimiento o complejo de inferioridad? ¿Que una ley, por el hecho de haber sido aprobada por unos cuantos señores es buena y es justa?
Hemos conferido (a través de nuestra pasividad) un poder excesivo a jueces y políticos permitiendo que éstos se "blindaran", generando una casta intocable contra la que es imposible pelear. Ni pelear, ni discrepar, ni defenderse. El ciudadano está en absoluto desamparado frente a los abusos judiciales (hay ejemplos a mansalva) y tiene que soportar impotente decisiones arbitrarias que le rompen la vida, que le abren el alma en canal. ¿En virtud de qué potestad dimanada de dónde, quedan siempre exonerados políticos y jueces -sobre todo estos últimos- de sus resoluciones?
Es preciso poner pie en pared. Ya es hora de que esta gente no sólo sea responsable de sus dictámenes sino que, además, sus equivocaciones tengan un castigo acorde al nivel del daño causado porque al no ser ellos responsables de sus errores, al no pagarlos, les da igual todo.
Es hora de que el ciudadano pueda enfrentarse a ellos, expresar libremente su opinión y defenderse sin que esos señores imponiendo "su facultad" le silencien cuando no le silencien y le imputen algún delito más. Es hora de que el corporativismo sea delito y que un hombre pueda decir libremente a un juez, cara a cara, que es un prevaricador sin que éste se ampare en su toga y en sus privilegios y haga valer un dudoso valor.
Es hora de que esta gente deje de estar por encima del bien y del mal; es hora de que esta gente deje de manipular arbitrariamente la justicia alegando que es la ley y ellos sus sumos sacerdotes.
Es hora de que las togas y los escaños dejen de ser un refugio perfecto para cobardes y para acomplejados que encuentran en el poder que aquellas encierran la coartada perfecta para ocultar sus enfermedades mentales y sus perversiones.
Es hora de que esa gente sufra las consecuencias, para bien o para mal. Nadie impune porque nadie por encima de la justicia: la ley es otra historia...

24/03/2012

La bella, la bestia.

Voy a suponer, excesivamente, que todo el mundo conoce el cuento de La bella y la bestia.
Sin duda es una extensa metáfora de "la belleza está en el interior", "el amor -como la fe- salva", "lo importante no es el aspecto físico sino la personalidad, la bondad"... Todo eso está muy bien pero, al final, no deja de ser una absoluta memez sólo dable en el mundo de la fantasía, una baratija moral tan encomiable como carente de valor en el mundo real.


Hay alrededor de este asunto una vastísima colección de cuentos y narraciones de todas las culturas y épocas (desde la mitología hasta nuestros días) dedicados a ponderar, con mayor o menor suerte y acierto, la sensatez de elegir con el corazón y no con los ojos. Vasta, como digo, e inútil.
Las apariencias engañan; pero, las apariencias nos atraen y nos fascinan y seguimos prefiriendo al machito chocolatero del calendario o a la rubia tonta (que ya cada uno sabrá defenderse) que al tontorrón altruísta o a la gafotas y con coletas empollona de la clase.
Nos dejamos deslumbrar por el envoltorio; luego, si hay suerte y nos ha tocado el bombón relleno, mejor que mejor...
¿Cuántos se han enamorado de una persona fea y han sufrido desamor, angustia, amargura por ella? ¿Cuántos se han enamorado de una persona veinte años mayor y no de otros intereses aledaños que vinieran de serie?
Seamos serios, sinceros y realistas: nadie. Porque el amor tampoco es ciego y sí tiene edad; entre otras cosas.
No voy a indagar en quiénes son más ladinos en estos menesteres, si hombres o mujeres, aunque todos tenemos la respuesta en la cabeza.
Lo único alentador, estimulante, en todo este complejo entramado es que el azar es caprichoso y con alguna frecuencia vengativa sucede lo imprevisto: la bestia, cansada de cortejar a la bella y de sus desdenes, harta de ser generosa y romántica y atenta, se aleja en silencio y es entonces cuando la bella, contrariada, se siente irrefrenablemente atraída procurándose un raro final infeliz.
Yo conozco un caso en el que, lo que es la vida, se dan todos los ingredientes que no debe tener el cuento de hadas. Un ejemplo a horcajadas entre Cyrano y el pobre y jorobado campanero y en el que ahora la Roxana/Esmeralda de turno es la que sufre "en viendo" lo que perdió. Patético, sí; ¡y reconfortante! No es malicia gratuita. ¿Verdad Efe?
La inteligencia, el ingenio, la bondad y todo eso pueden seducir, sí... Pero, sólo para tomar café y pasar un buen rato tapando los agujeros del alma. Los otros agujeros se tapan con otro barro según posibles... O no se tapan, que es otra opción.

22/03/2012

El duro camino hacia la miseria

No creo en los axiomas, en la solidez y contundencia de esas verdades que después el tiempo se encarga de poner en otro sitio. Ninguna idea es irremplazable; la veleidad humana puede sin pudor ni remordimiento sustituirla según la voluntad del momento y según la conveniencia del grupo dominante. Sí, porque en el seno de una idea imperante y establecida en la sociedad puede haber severas discrepancias; pero, serán inútiles en tanto en cuanto la convivencia dentro del sistema de cada una de las opciones no está permitida. La fórmula divergente podrá desplazar al criterio asentado convirtiéndose, así, en lo mismo que defenestró, que "depuró". Si a eso le sumamos que todo sistema establecido es, por naturaleza, reacio a ser cambiado ya tenemos el conflicto servido.
Siempre me ha admirado esa capacidad humana de defender con vehemencia una sola posición eliminando los matices que pudiera tener; tanto como la capacidad de esa misma vehemencia para negar la posible parte de verdad contenida en las posiciones opuestas olvidando que ninguna verdad es absoluta. Sin perder de vista, claro, que todas las posiciones pueden estar completamente equivocadas.

Estos últimos meses (quizá algo más) se está ponderando en exceso la "cultura del esfuerzo" como vía para salir de la crisis y conseguir el éxito personal. "Hay que fomentar el esfuerzo", dicen; "hay que impulsar el sacrificio", dicen; "las cosas sólo se consiguen con denuedo, con dedicación, trabajando mucho", dicen, creando un espejismo tan falso como el beso amistoso de Judas o la honradez de un banquero o la honestidad de un político.
Es, evidentemente, un sofisma interesado. Sobre todo por la pestilencia que emana siendo la proposición favorita de, casualmente, los mismos que dominan empresas y finanzas, los mismos que se inventaron la sociedad del confort a plazos y la obsolescencia, el "american way" y el falso credo de "Dios premia a quienes se afanan". El esfuerzo del trabajador por cuenta ajena repercute en el beneficio de su contratador: no es el obrero quien se enriquece, quien recibe el premio de su trabajo, quien recoge el fruto de su sudor. Si así fuera... Eso, se mire como se mire, cae por su propio y elemental peso.
Pero, lo que más me conmueve de toda esa "parafernalia" lenguaraz, de esa charlatanería vacía no es su locuacidad convincente, sino su estremecedora falsedad. Y me estremece porque cada vez que alguien recomienda unas veces, conmina otras, a seguir con fe inquebrantable ese modelo como remedio para salir de la miseria me vienen a la cabeza una miríada de ejemplos válidos para desmontarlo.
Cada día veo cómo personas que nunca han tenido más que trampas y deudas se esfuerzan por salir adelante en vano. Cada día veo seres (niños, muchos) explotados con total impunidad y sin más beneficio que el poder llevar un mendrugo de pan a sus casas. ¿Es que quienes se hacen ricos se han esforzado más? No lo creo. ¿Es que quienes son incapaces de salir a flote y generar una suculenta cuenta corriente son unos holgazanes? No lo creo. Hablarle de esfuerzo a quienes llegan derrengados a casa con una soldada que apenas cubre sus necesidades -no digamos ya la de aquellos que no cubren ni el estómago o de aquellos hartos de buscar empleo en vano- es un insulto; hablarles de superación y compromiso, de solidaridad, de las virtudes de la dedicación al enriquecimiento de otros, es una insolencia y una absoluta falta de respeto. Tanta como la del político, empresario o banquero que insinúa haraganería; tanta como la del político, o empresario o banquero que alecciona jugando con las cartas marcadas y un par de ases ocultos en la manga y que establece comparaciones odiosas por falsas, por manipuladas; tanta como la del político, empresario o banquero cuyo esfuerzo "fraternal" se limita a "tomar medidas" contra los trabajadores mientras él no cede un ápice, un sólo euro, de su renta o uno solo de sus privilegios. Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido contradecir el viciado argumento de un sistema corrompido y arbitrario y desequilibrado, el argumento del "esfuerzo" viendo, además, cómo comprobamos a diario que el dinero llama a dinero, que Nepote está más vivo que nunca y que la suerte está echada, sí; pero, siempre cae del lado de los mismos.

07/02/2012

Complejos y complejidades

La verdad es que no sé cómo empezar. Sé lo que quiero decir; pero, lo cierto es que por muchas ideas que pasen por la cabeza, la boca tiende a expresar con apremio la condensación contundente de todas ellas y que suele resumirse en dos iniciales entre crípticas y cursis cuya coletilla, aunque evidente y manida, siempre conviene expresar para evitar confusiones más allá de lo razonable: "aunque sus madres sean unas santas".
Reconozco que lo más fácil y útil es sintetizar. Elaborar un esquema básico, elemental, sin ni siquiera llegar a desarrollarlo. Pero, ¿qué sé yo?
España es un país de fanáticos. Eso ya lo sabemos los que navegamos en el oleaje de la soltería ideológica pretendiendo independencia e imparcialidad. España, además, es un país de difícil convivencia y en donde junto a seres "normales" -que somos bastantes- y pánfilos, moran también entes deficientes en estado de tontuna creciente nutrida por el sectarismo. España es, pues, un lugar donde proliferan los imbéciles contumaces, los impertinentes redomados, los incoherentes, los subdesarrollados mentales. Y tengo yo para mi que a todos se nos distingue perfectamente.
La especie de bípedo implume (muy cacareador, por cierto) más identificable en nuestro país es la del "pseudoprogresistus meapilus". Se le reconoce perfectamente y de inmediato porque: a) es un ejemplar que siempre va en piaras y sólo amparado en ellas -arropado por otros de la misma especie- tiene el valor suficiente para escupir su ponzoña irritante; b) en solitario -sobre todo cuando se acoda en la barra de un bar- no sólo repliega su agresividad sino que, además, suele mimetizarse (cuando no parasitar) con otras especies de natural bien diferente; y c) cuando se le contradice y su escasez argumental en debates y polémicas toca fondo (lo que ocurre rápida y frecuentemente), siempre, indefectiblemente, lanza su estólida acusación: fascista, retrógrado, etc...
La última en mi palmarés (que en esto de las discrepancias va siendo ya extenso) ha venido rodada. Cuestionar actos suele disparar indignación; pero, cuestionar intenciones y además tildarlas de perversas por lo que en realidad entrañan de engaño, de fraude, dispara cólera. Aunque en mi caso, ayer, ni siquiera llegué a insinuarlo.
La cosa de encontrar los restos mortales de ciertos antepasados, rescatarlos de las fosas comunes y devolverlos a tierra santa está trayendo cola. Sí; sobre todo por la confusión de intenciones que, adrede, algunos se encargan de poner sobre el tapete. Si lo que se pretende es dar sepultura, ¿a qué el argumento de "víctima de la Guerra Civil? Basta con que hayan detectado la fosa, se extraiga lo que allí quede y se pase a otra tierra más "digna". Ahora, si lo que se pretende es la revancha... Entonces, sí: vamos por el buen camino. Y me da a mi que es más lo segundo que lo primero; me da a mi más en la nariz que lo que se pretende no es recuperar a un familiar que estoy seguro en la mayor parte de los casos se la trae floja a sus deudos, sino vindicar la propia progresía, el "qué combativos somos contra el franquismo no sé cuantos años después".
Sé que lo que afirmo es duro. Y quizá en algunos casos injusto; pero, estoy plenamente convencido de que estoy en lo cierto.
Ni corregirlo me apetece...

05/02/2012

Indicios y evidencias

Hace poco oía a la fiscal (creo que era tal) en uno de los procesos contra Garzón afirmando con énfasis defensivo que se puede no ver al niño comer la tableta de chocolate; pero que, si se ve el envoltorio arrugado en la encimera de la cocina, berretes marrones en las comisuras de los pueriles labios y los dedos pringosos de pastiche de ese mismo marrón, se podía deducir con cierto viso de certeza que el niño en cuestión se había zampado el nutritivo dulce. De este modo, venía a decir que por los indicios podíamos determinar una conclusión sin necesidad de evidencias tangibles. También Borges, siguiendo una línea filosófico-físico-matemática, nos dejó aquello de la naranja y su descuelgue de la rama: "no se la ve cayendo". Se la ve caer, se la ve caída... En fin, la evidencia es que la naranja termina en el suelo donde la encontramos y de ahí suponemos que ha caído del naranjo que la sombrea. Es cierto que puede no proceder del árbol: alguien la puede haber olvidado allí aunque la probabilidad y la posibilidad indiquen lo contrario y apunten hacia lo más seguro. De la misma manera, toparse con alguien cuyo aliento asperja aromas de tabaco, que tiene índice y corazón (los dedos) amarillentos y que guarda en el bolsillo de la camisa una cajita que en la semitransparencia de la tela permite leer Ducados, nos asegura que estamos ante un fumador aunque en ese momento no le veamos con un pitillo en la boca, humeando y descargando ceniza.
Tengo bastantes amigos licenciados en Derecho. Algunos son abogados y otros (los menos) leguleyos. Los hay de los dos géneros (femenino y masculino) y todos coinciden -coincidimos, pues- en algo importante: en ciertos casos se exige demasiada prueba y esa exigencia a quienes perjudica es a los más débiles de la historia: los niños. Demostrar manipulación, maltrato infantil psicológico y alienación parental es en extremo complejo por dos razones. La primera es que las leyes limitan la acción del padre; la segunda es que los jueces limitan la acción del padre. Luego, cuando se reconocen, ya suele ser tarde y los responsables quedan exonerados de su culpa unos y de su dolo los otros. Todos, ellos y yo -seguramente mucha más gente- coincidimos en que la ley está mal hecha, que sobreprotege a la madre y desampara al padre desequilibrando el principio de igualdad. He de decir que quienes más colmillo muestran frente a la ley son, quizá paradójicamente, las mujeres.
Los jueces, como un triste colofón a sus actos, suelen esconderse tras ese facultativo: "nosotros no hacemos la ley: sólo la interpretamos y la aplicamos". Esto no es más que una posición cómoda y cobarde indicativa en grado sumo de la voluntad que gobierna los espíritus judiciales: privilegios, sí; compromiso, no. Con todo, y aceptando que aquel razonamiento fuera cierto y quedara fuera de su alcance otra cosa que no fuera la rigurosa ponderación de la ley, queda la incógnita por despejar de "¿quién es el responsable de los actos de un juez?" Al parecer, nadie. Voy un poco más allá. Las leyes no las hacen otros más que los políticos. Eso tampoco debe ser una patente de corso que aleje a estos de su responsabilidad PENAL. Elaborar una ley (como grande parte de las que "gozamos" en la actualidad) descaradamente injusta y escorada debe tener repercusión en el legislador. Esa repercusión es la de procesar a dicho legislador por PREVARICACIÓN.
¿Dónde estriba el problema fundamental? Pues en que tanto los jueces y fiscales como la clase política (todo en general) son estamentos corruptos que disfrutan de un poder extremo, casi absoluto y viven ajenos, voluntariamente, a la realidad del ras de suelo: son intocables y juntos forman una casta que está por encima del bien y del mal y puede que sea el momento de cambiar todo eso y de decirles "hasta aquí hemos llegado".

18/12/2011

Los sueños

El sol ha descubierto un tupido manto de escarcha y yo, sereno, me he despertado con las imágenes del sueño colgando, recordándolas.
El juego onírico no me ha dejado más que retales de caras antiguas y acciones imposibles sucediéndose en un lugar brumoso e incierto. No tienen sentido lamentable; no tienen interpretación. Han sido sólo éso: rostros amontonados y quizá, más que un anhelo, un homenaje a quienes ya no volveré a ver.
Entonces he vuelto a saber que en su polisemia, unos sueños y otros nada más tienen en común. Establece la diferencia más importante entre unos y otros la voluntad de soñarlos, la violencia del anhelo voluntario del sueño en la vigilia frente a la languidez involuntaria del sueño en el desahogo durmiente; la codicia consciente frente a la ilusión, a la ficción impuesta por la inconsciencia.
Sí, porque he soñado esos rostros; pero, no sueño con volver a verlos.
De ahí, de esa conclusión, a la decepción había un paso.
De vuelta al mundo de ojos abiertos, ¿soñamos con ovejas eléctricas? Claro que no. Hasta para eso somos prosaicos y mezquinos. Nuestros deseos, nuestras metas, se dirigen a la consecución de falsas satisfacciones o, si no falsas, sí copadas de mediocridad. Porque no deseamos aventuras ininterruptas, alas, poderes mágicos o conocer el terrible y peligroso fondo abisal. Queremos ceñirnos ínfulas de laurel (en el mejor de los casos), una moto, pagar la casa y seguir viviendo al despiste, continuar sin más inquietud que ver pasar los días hasta que nos llegue el postrero. ¿Qué tenemos? ¿Qué hemos conseguido? ¿En esos "sueños" se sustenta nuestra felicidad y ese pintoresco "sentirnos realizados"? Es nuestra secuencia vital: nacer, crecer, trabajar en lo mismo durante toda la vida y morir mientras quedamos un día con los amigos, compramos el periódico los domingos y fiestas de guardar o nos hacemos un estirado de cara. Queremos una cota de libertad que nunca vamos a usar. Somos cabestros nacidos para la monotonía. No sabemos soñar porque no sabemos vivir sin normas. No queremos soñar de verdad; queremos, únicamente, vivir sin el sobresalto de los sueños y anclados a una realidad en la que denostamos al soñador, al intrépido que osa a saltarse el rigor de lo patético cotidiano.
Quedan pocos días para que la pregunta unánime sea "¿qué va a hacer usted con el dinero del premio?" y para que la respuesta, también unánime, sea "tapar agujeros"...

13/12/2011

Hoy, martes y trece

Confieso que vivo mejor, más cómodo, sin la superstición. No sin una concreta, sino en la ausencia absoluta de todas.
Alguna vez, borracho por alguno de esos peculiares e inexplicables impulsos intelectuales -de falsa intelectualidad, evidentemente- estuve tentado de hacer una recopilación de supercherías y buscarles un origen y, quizá (no estoy seguro), una explicación razonable o posible.
Nunca llegué a ceder a la tentación y lo dejé rodar a su aire sin permitir que interfiriera en el mío. Sí es cierto que inventar una pamema supersticiosa y que cale, que cunda, es fácil: yo lo he hecho sólo por el placer perverso de ver reacciones, de provocar de alguna manera esas estúpidas conmociones en los cretinos creyentes.




Ahora, pensando algunas, me salen a bote pronto la de cruzarse con un gato negro, pasar por debajo de una escalera, la de hoy (que en el mundo anglosajón sufre la mutación venérea), y un montón de ellas más inventadas al vuelo por la proliferación de sacacuartos cartomantes, astromantes (no sé por qué se les concede el rango de "astrólogos") y otros zascandiles del mismo pelaje. Esos jetas dedicados a pulirles los bolsillos a los imbéciles que se creen a pie juntillas cuantas sandeces les sueltan por un sustancioso fajo de billetes; insensatos que, además de pedir por escrito y con el correspondiente recibo la tontería en cuestión para reclamar después, harían mejor en meditar en por qué copular a la luz lunar no cura los callos... ¡Pero qué bien te deja!
Sé que es inevitable. El hombre (en general) necesita ser supersticioso porque es supersticioso por naturaleza. Son cuestiones de necesidad primaria, primitiva; la necesidad residual de confirmar que todo va a mejorar. A mejorar o, si no a mejorar, si para tratar de controlar ciertas cosas y que la vida, al menos, no empeore con años de mala suerte añadida por haber roto un espejo, por ejemplo.
Yo he desechado voluntariamente la superstición de mi vida y en todo este tiempo no he notado que un día señalado por los malos agüeros haya empeorado más la precariedad de que disfruto. Hoy, sin ir más lejos, siendo martes y trece he recibido una pequeña pero buena noticia. Habituado como estoy a no tener otra cosa que desgracias, me inclino a pensar que en caso de que hubiera un poder adverso en todo ese tinglado, a mi me es favorable...

23/11/2011

¿Y Dios?

Para quienes nos pasamos buena parte de la vida intentando aprender algo y comprender un poco este mundo, el concepto "Dios" resulta de lo más desconcertante.
Creer en Él o no creer es, al final, una cuestión de fe, de la misma fe dogmática presentada en sus dos polos opuestos. Es así porque si bien no tenemos pruebas tangibles y verificables de la existencia de Dios, no es menos cierto que tampoco tenemos forma de demostrar lo contrario: creer en la existencia de los biripichos gamusefos alípodos no significa que sean, que existan, ni el no haberlos visto significa que no estén ahí, agazapados en alguna parte del cosmos.
Lo razonable (y lógico) en un universo infinito es pensar que todo se da, todo está, y además infinitamente e infinitas veces y en todos los momentos. Incluso aquello que el hombre aún no ha podido conceptuar o definir, ni siquiera sospechar.
Sorprende que tanto los defensores de la existencia divina como sus detractores aportan las mismas pruebas para sostener sus teorías. Nuestro menino mundo (este planeta llamado Tierra) es menos que una mota de polvo en el todo de ahí afuera. De hecho, cualquiera mota de polvo de las que cubran nuestros anaqueles es extraordinariamente más grande y consistente -en la proporción, claro- de lo que es este terruño en la inmensidad cósmica. Infinitamente más grande.
Para apoyar cada creencia, surgen preguntas que, supuestamente, contienen la respuesta en sí mismas. Preguntas que alimentan el debate hasta que desembocan en la pregunta crucial, en la pregunta madre: ¿Quién hizo a Dios?
Con la aseidad hemos dado. Aquí el desconcierto puede proclamarse como inquietud porque dependiendo de la argumentación se entra en bucle eterno, en un eterno retorno enloquecedor. Si Dios se hizo a sí mismo, ¿qué le impide al hombre haber evolucionado hasta aquí gracias al simple empuje natural? Si Dios necesitó otro Dios...
En el embrollo no dejarán de mediar e intervenir conceptos como "inteligencia", "lenguaje", "alma", etcétera, que lo único que hacen es enredar más la madeja.
Al final todos nos movemos por sospechas sin confirmar o por el deseo vehemente de que en la creencia -una u otra- esté la explicación a nuestra visión de las cosas y de cada por qué incomprensible.
Yo no sé si existe Dios o no. Pero, sí tengo cada día que pasa más clara una cosa: a medida que se hacen descubrimientos, que avanza la ciencia, que el hombre desarrolla nuevos proyectos tecnológicos (véase la informática, por ejemplo), estoy más convencido de que el hombre no lo ha hecho solo.
A veces (sé que es descabellado, pero lo he pensado seriamente y no como argumento de un relato de ciencia ficción), me he planteado si el hombre no es más que un ordenador "sofisticado" dominado por un programador que le reprograma, pasa el antivirus, modifica, usa, instala o desinstala a voluntad... Y puede que en mi insensata y disparatada idea, no vaya muy desatinado... Sobre todo porque, quizá, lo que falla no es la existencia o inexistencia de Dios, sino nuestra mediocridad al conceptuar y definir algunas cosas...