22/07/2009

Princess facing Saudi death penalty given secret UK asylum

Este titular de The Independent no es sólo la exposición de un hecho dramático. No es únicamente la cuestión singular, precisa, de una joven condenada a muerte por lapidación tras quedarse embarazada de su amante. No, no es el adulterio pecaminoso que precisa de un castigo ejemplar aplicando el santo verbo coránico. Este titular habla de una tolerancia que los fanáticos y prosélitos musulmanes exigen al resto del mundo y que ellos no practican; habla de una reciprocidad inexistente.
No me importa si la infidelidad debe o no ser punida o perdonada. Lo que me importa es lo excesivo, por excesivo en correspondencia y por cruel, del castigo impuesto: la lapidación. Ninguna cultura, pueblo o "civilización" -puesto ahora de moda, mal puesto, gracias a la ignorancia de mesié le presidén- que la practique, que la sustente, que la aliente, merece el respeto humano.
De la única lapidación que guardo buen recuerdo es la de "La vida de Brian", con su humor, con su mordacidad, con su crítica. El resto, las reales, las de verdad, son, simplemente, acontecimientos salvajes, reflejos de la esencia más aterradora que el ser humano lleva dentro: la sangre de Caín.

Los musulmanes, cuando se instalan en otro país, reciben las prerrogativas del resto de los ciudadanos que lo habitan. Más, las exigen, se les conceden y, además, imponen el respeto a su "cultura" en tanto ellos son incapaces de respetar los derechos fundamentales: los derechos humanos: exigen los beneficios, no las obligaciones. Eso es jugar con ventaja.
Pero, no toda la culpa es suya. Grande parte de la culpa pertenece a cuantos jalean la necesaria igualdad y trato deferente, la integración y todo eso sin pedir a cambio el respeto a las normas establecidas que conforman la naturaleza de un país. La culpa la tienen aquellos que se inventan una alianza desde la que derivar fondos sin exigir el cese de las humillaciones y de los atropellos y sin pedir el cumplimiento riguroso del respeto a las personas.

Me gustaría que todos esos que salen en procesión exigiendo mezquitas, horarios especiales, privilegios, etc..., dejaran su hipócrita visión del mundo y se fueran a esos países a frenar con sus pancartas las lapidaciones, a edificar templos budistas y evitar que sus imágenes se dinamiten, a erigir iglesias cristianas. Me gustaría que fueran a pedir que cayera el velo de las mujeres y que éstas pudieran pasear en vaqueros o no les practicaran a las niñas la ablación clitórica.
En fin, a implantar un modelo de plena libertad en el que impere la ley y no la religión. Me gustaría que les dijeran que tan lícito es insultar a un dios como a otro sin que nadie sufra persecución y sentencia de muerte; que regalaran ejemplares de "Los versos satánicos" sin que les quemaran vivos.
Hay imbéciles que leyendo este texto lo tacharán de racista; bueno, que lo hagan: nunca me ha preocupado la opinión de los gilipollas. Pero, de todas formas, que practiquen con el ejemplo y que hagan lo que les sugiero. Luego, si vuelven, hablamos.