Rara vez en un país "democrático" es la mayoría ciudadana real la que toma las urnas. Casi siempre, lo que prevalece es el absentismo electoral, el desentendimiento por indolencia, por desencanto, por inconformismo o por indecisión.
Inhibirse de la decisión es un derecho, no cabe duda. Pero, también es una opción inútil cuyo resultado (lejos de ser estéril o aséptico) puede ser más perjudicial que beneficioso y, desde luego, en ningún caso neutral.
No involucrarse en la elección de quienes han de "representarnos" puede comprenderse como un acto de fe o incluso de rebeldía. Si embargo, y como excusa meritoria, tiene también sus límites. En condiciones "normales" -cuando los políticos son honestos y buenos gestores en general; cuando la nación progresa adecuadamente; etc...- incluso sería comprensible porque no afectaría al curso razonable de las cosas.
La situación que atravesamos en la actualidad es otra, es "anormal" y muy crítica. Una situación que impone un cambio radical en las estructuras política, económica, judicial, laboral, cultural y social que sólo puede conseguirse con la participación activa y masiva de todos. No hacerlo, no implicarse, parapetarse cobardemente tras cualquier razonamiento, es traicionar a todos cuantos alientan e impulsan su desigual lucha contra el sistema establecido, aberrante, corrupto y cruel, que quienes lo dominan (unos farsantes e indecentes) en la actualidad fomentan y quieren perpetuar. Sí, serán cómplices como lo son todos aquellos que sostienen al hato de ladrones que, de una u otra forma, nos gobierna.
Y, ¿cuál es la alternativa?
Pues, cada uno, tiene que encontrar su clave. Lo que a mi me vale es sencillo.
Votar a los dos grandes partidos es prorrogar indefinidamente un estado de incomprensibles privilegios para todos aquellos que nos someten, nos devalúan y nos postergan.
Mi solución, por tanto, es votar a partidos que estén fuera de ése ámbito irrespirable por hediondo. ¿Y por qué? Porque lo importante es apearlos del poder, discriminarlos, y colocar a otros que llegarán con la certeza de que la "bestia" soberana ha despertado y ha recuperado su poder legítimo; llegarán con la certeza de que sus "escaños" son inestables y quedan a merced de los administrados quienes en cualquier momento pueden, ejerciendo sus recuperadas facultades, deponerlos y exigir una responsabilidad que ahora brilla por ausente.
El "todos son iguales" que unos usan para escaquearse y otros para escudarse en la decisión de renovar su "confianza" a los suyos de siempre apoyándose en una falsa ideología inexistente es fácilmente desmontable.
Primero porque no es cierto. Segundo porque, ¿cómo lo saben? ¿Quién se lo ha dicho? Y tercero porque sí no se vota por esa "razón", más motivo para buscar una solución en la que no estén presentes quienes provocan la desconfianza; si se vota a los mismos, entonces se está admitiendo que conscientemente la pretensión es mantener a unas castas concretas. Eso indica que quien lo hace carece del más elemental atributo ético y moral; luego, es un sinvergüenza como aquellos que espera le representen.
Hay que tomar una decisión. La decisión, desde mi perspectiva, acertada es votar y hacerlo a aquellos que ahora tienen escasa o nula representación. Si acceden al poder y hacen bien la tarea que les hemos encomendado por delegación, habrá que premiarlos. Si acceden al poder y no hacen nada por cambiar la situación o se conchaban entre ellos para obtener prerrogativas personales o partidistas y no el beneficio común, entonces, en los siguientes comicios habrá que defenestrarlos; y así una y otra vez hasta que los ciudadanos consigamos no sólo una verdadera democracia, sino recaudar el estatus que nos corresponde: somos los jefes... Y no al revés.
Yo ya he tomado esa decisión. Me decanto por UPyD. No obstante, si alguno de los muchos miserables mamporreros de los dos "grandes" partidos quiere entablar debate... Heme aquí.