02/10/2021

 Leo con estupefacción por aquí que, al parecer, Fernando Sánchez Dragó (de profesión <<a saber>>) afirma haber leído treinta mil -30.000- libros. Como buen pescador que debe ser -además de buen <<asaberista>>- deduzco que sufre de <<hiperbolismo>> agudo. Suponiendo que hubiese nacido el día uno de Enero del año de desgracia y sublevación de 1.936, que hoy celebrásemos el postrer día del año en curso (31 de Diciembre de 2.021) y descontando -muy generosamente- sólo un par de años que tardara en aprender a leer, las cuentas que me salen arrojan el contundente resultado de que, según él, este tipo se ha leído la friolera de 0'99 libros diarios, un libro al día, por redondear. ¿Mi conclusión? Sencilla: estadísticamente lo tonto si exagerado, dos veces tonto.

Votad mal... ditos

 "Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien".

Mario Vargas Llosa. Escritor hispano-peruano.
Yo siempre he pensado que un escritor no debe ser un oficinista, un burócrata atado a la tecla o al bolígrafo que cumplimenta folios compulsivamente. Creo que el escritor -al que podríamos diferenciar del <<escrotor>>- debe tener, además de calidad y talento, una vertiente social ligada a la crítica constante, permanente; tener la obligación ética de contrarrestar a los poderes en toda su extensión.
A mí, Vargas Llosa, no me ha decepcionado como escritor. Admiro su prosa, su capacidad narrativa.
Ni siquiera, después de algunas lindezas y perlas deyectadas por su boca a lo largo de estos años, me ha decepcionado como persona: ha sido siempre, y es, un tipo que no oculta su esencia; y no sólo no la oculta: la fomenta y la cuida. Me refiero a su naturaleza bien tramada de dandy que, además, ejerce y deslumbra como intelectual.
Ahora bien: lo uno no quita ni eclipsa lo otro. Nadie esta libre de cometer pecados, de dejarse llevar por la tentación ni de decir idioteces fuera del juego de mesa en concurso familiar. Y aquélla de arriba que encabeza el texto es una de ellas. No porque no haya dicho, en realidad, lo que nosotros interpretamos, que podría ser, sino porque la frase es una solemne majadería y contradicción en sí misma: es un oxímoron quasi perfecto. Es evidente que en unas elecciones lo importante, por definición, es votar, así a secas. Y que para hacerlo se requiere como condición imprescindible que el voto se emita en absoluta libertad como para jugar al fútbol se necesita un balón y un terreno de juego y jugadores. Lo importante, pues, es votar en libertad. Otra cosa es que la irrespetuosa ciudadanía decida no votar aquella opción que a Vargas le parezca más adecuada. Le voy a poner a Vargas Llosa un contraste para ver si percibe la importancia de la inclusión de la palabra <<libertad>> en el ejercicio del voto y la innecesaria, por sobrante, apelación al <<bien>>. Con Franco, el dictador, se votaba «bien» (porque se votaba lo que el cafre quería), pero no se votaba en «libertad», con lo cual el resultado insultaba la necesaria legitimidad del voto porque la votación asperjaba su condición de innecesaria: se supone que el voto expresa la voluntad de los votantes, de lo contrario -si refleja la voluntad del «votado»- es absurdo porque, para esto, no se necesitan votantes: basta con imponer la voluntad del tirano. Si con Franco, el dictador, se hubiese votado <<en libertad>>, es posible que el resultado hubiese sido otro e inconveniente para los intereses del autarca. No sé si he conseguido explicar al señor Vargas Llosa la importante, trascendente, importancia del concepto <<libertad>> en el voto y la aberración que supone intercambiarlo por el concepto <<bien>>. Pero, para mí, entre nosotros, creo que queda bastante claro mi argumento y desmontada la sandez de su frase por mucho postín y enjundia que sus opiniones, en general, conlleven.

 Los envidiosos, como cualesquiera otros trastornados, creen que ellos no son envidiosos y que los envidiosos son los demás. Y creo más: que la envidia se manifiesta de muchas maneras y se descubre en infinidad de detalles. Entro en Instagram y alguien ha expuesto -una vez más- una fotografía impresionante. A pesar del evidente y arrollador talento fotográfico, no tiene miles de «fologüeres» ni recibe cienes y cienes de «laiques». Miro la foto última, la amplío, me recreo en ella y pienso. Pienso que esa fotografía -como todas las demás suyas- no tiene nada que envidiar a las de los fotógrafos consagrados y prestigiosos y sí mucho reconocimiento que recibir. Extiendo esa idea a otras actividades: todos los días veo magníficos cuadros y fotografías, leo extraordinarias narraciones y poemas, oigo ingeniosos argumentos y, aún así, esa gente no descolla ni recibe, no ya de extraños y ajenos sino de sus propios, la loa merecida. ¿Cómo es posible que tantos talentos queden en la indiferencia? Yo sólo me lo puedo explicar colocando un concepto: envidia. Vuelvo a la foto y me convenzo de que está a la altura de Cartier-Bresson, de Newton, de Liebovitz, de García Rodero.., y pienso que es injusto, que es por envidia: la enfermedad mental más padecida por los mediocres.