Cuando alguien apela -para justificar un acto repudiable- a que es una conducta muy extendida o acucia a que a otro se le someta al riguroso examen de la lupa por similares hechos (fechos) está admitiendo dos cosas que parecen pasársenos por alto.
La primera, tácita pero evidente, que carece de argumentos defensivos con que exonerarse de la culpa. La segunda, quizás la más importante, que es consciente de la "culpabilidad", que sabe perfectamente que aquel acto "está mal", sea punible o no.
Últimamente -aunque practicada desde siempre- la consigna de defenderse atacando está alarmantemente activa en el P.S.O.E. y circunvalación.
No es ya que acudan a la acusación gratuita a terceros para excusar sus acciones; es la doblez hipócrita manifestada con ello.
Cuando cualquier informador alumbra una desgraciada noticia en la que un elemento socialista está involucrado, de inmediato todos los resortes y recursos del Partido se accionan para asperjar sospechas sobre quienes, en teoría, podrían beneficiarse con ella.
Con éso no sólo pretenden desviar la atención de ellos mismos y fijar el enfoque en los otros. Buscan, también, que su gangrena se extienda lo más posible en el cuerpo (por sí ya demasiado corrupto) político. En el "todos iguales" parecen hallar un reconfortante limbo.
Con todo, olvidan algunas cosas.
Que alguien delinca impunemente no implica que legal ni éticamente esté permitido.
Que la mujer del césar, además de virtuosa por dentro ha de parecerlo por fuera... y viceversa.
Que atribuir no es corregir ni paliar y que asumir la extensión de una mala práctica no es resolver el problema; antes al contrario: es fomentarlo.
Sabemos que nuestra clase política no tiene ninguna intención de apearse de sus abominables costumbres; pero, el descaro con que alardean de su falta irritante de moral, es demasiado.
Claro que, como nadie se va a preocupar de pararles los pies... ¡Ahí se las den todas!
Defender, servilmente, la mansión playera de F.G. en Marruecos, la del Bono y su vástago, la estolidez de Zetapé y su cohorte de lameruzos o los regímenes fascistas, fasciatas y fasciárquicos de Cuba, Venezuela, Marruecos u otro país cualquiera ni es pecado ni es ilegal; sí, incoherente. No se puede predicar socialismo con el buche sobrado de caviar en una mansión privilegiada. No se puede presumir de demócrata y halagar a los tiranos. No se puede exorcizar a un ser enfermo y dar jarabe al poseído: "como en todos los países se vulneran los Derechos Humanos", pues , hala, en Cuba también y, además, "¡si quienes los vulneran son los delincuentes discrepantes y/o encarcelados!". No se puede argüir que por ser legal, es ético. Y, así, "cienes y cienes" de cosas. Bueno, sí; poder, se puede... Pero, no se debe. No, no se debe.
La primera, tácita pero evidente, que carece de argumentos defensivos con que exonerarse de la culpa. La segunda, quizás la más importante, que es consciente de la "culpabilidad", que sabe perfectamente que aquel acto "está mal", sea punible o no.
Últimamente -aunque practicada desde siempre- la consigna de defenderse atacando está alarmantemente activa en el P.S.O.E. y circunvalación.
No es ya que acudan a la acusación gratuita a terceros para excusar sus acciones; es la doblez hipócrita manifestada con ello.
Cuando cualquier informador alumbra una desgraciada noticia en la que un elemento socialista está involucrado, de inmediato todos los resortes y recursos del Partido se accionan para asperjar sospechas sobre quienes, en teoría, podrían beneficiarse con ella.
Con éso no sólo pretenden desviar la atención de ellos mismos y fijar el enfoque en los otros. Buscan, también, que su gangrena se extienda lo más posible en el cuerpo (por sí ya demasiado corrupto) político. En el "todos iguales" parecen hallar un reconfortante limbo.
Con todo, olvidan algunas cosas.
Que alguien delinca impunemente no implica que legal ni éticamente esté permitido.
Que la mujer del césar, además de virtuosa por dentro ha de parecerlo por fuera... y viceversa.
Que atribuir no es corregir ni paliar y que asumir la extensión de una mala práctica no es resolver el problema; antes al contrario: es fomentarlo.
Sabemos que nuestra clase política no tiene ninguna intención de apearse de sus abominables costumbres; pero, el descaro con que alardean de su falta irritante de moral, es demasiado.
Claro que, como nadie se va a preocupar de pararles los pies... ¡Ahí se las den todas!
Defender, servilmente, la mansión playera de F.G. en Marruecos, la del Bono y su vástago, la estolidez de Zetapé y su cohorte de lameruzos o los regímenes fascistas, fasciatas y fasciárquicos de Cuba, Venezuela, Marruecos u otro país cualquiera ni es pecado ni es ilegal; sí, incoherente. No se puede predicar socialismo con el buche sobrado de caviar en una mansión privilegiada. No se puede presumir de demócrata y halagar a los tiranos. No se puede exorcizar a un ser enfermo y dar jarabe al poseído: "como en todos los países se vulneran los Derechos Humanos", pues , hala, en Cuba también y, además, "¡si quienes los vulneran son los delincuentes discrepantes y/o encarcelados!". No se puede argüir que por ser legal, es ético. Y, así, "cienes y cienes" de cosas. Bueno, sí; poder, se puede... Pero, no se debe. No, no se debe.