Dos títulos de películas (en español) que me vienen al pelo.
El primero tal cual y desdoblado porque el empeño es, ahora, que los padres demos un consentimiento expreso a la inscripción -por lo común falsa- de nuestros hijos en las redes sociales de internet. Muchas son las razones alegadas para ello; sobre todo, la inseguridad. La "red" es, para quien quiera saberlo, más segura que las calles y, en vista de lo visto, que los colegios o las discotecas. El problema no radica en su seguridad, sino en el uso que se hace de ella o en ella sin conocimiento alguno o con los pies de la estupidez por delante. "Es que colgué una foto y ahora circula libremente por ahí". ¡Pues, claro! No hubieses colgado la foto, majilla o, mejor, lee más, despabila tu tonta coquetería adolescente y piensa en lo que haces antes de hacerlo; si no, asume las consecuencias o aprende a bloquear la imagen; pero no pretendas que paguen otros tus platos rotos: rotos por tu cociente intelectual de menos tres. Además, hay procedimientos de bloqueo que un padre preocupado sabe activar o instalar; seguimientos y registros... En fin, que quien no lo hace es porque no quiere y lo demás es limitar por limitar; o sea: reducir derechos. En internet hay una distinción clara entre qué es de acceso público y qué de acceso privado o restringido. Lo que no se puede hacer es gritar en el bar que eres gilipollas y pretender después que los parroquianos presenciales no corran la voz. Otra cosa hubiese sido que se lo hubieses confesado al padre prior de un convento de carmelitas. Además, hasta donde yo sé, se avisa. Que nadie piense que detrás de eso hay hackers malísimos hurgando en los discos duros y extrayendo información que luego vale "minolles" -que diría Manolo-.
La otra cuestión de orden es lo de Erre Zetapeta y su solemne promesa de ordenador portátil para cada mico de este país a partir de no sé que curso. Bueno, pues, nada. En mi tierra, donde usamos el román paladino, a eso se le llama mentir... aunque la intención es lo que cuenta.
Lo último, pensándolo mejor, lo voy a dejar en suspenso a ver si aquellos hijos de puta que mantienen viva la "fatwa" contra Salman Rushdie (y otras personas) y que tanto revuelo levantaron -amenazas incluidas- por la caricatura de Mahoma con turbante en forma de bomba que publicó el periódico danés Jyllands-Posten, piden perdón a los católicos del mundo entero y, en lo que les toca, a los hebreos que algo también tendrán que decir. Sobre todo los afectados por las muertes que esas subnormales produjeron con su hazaña. Ahora, en su arrogancia sin límite, esos hijos de puta que tanto respeto piden para sus símbolos sagrados (los únicos respetables según ellos: recuérdense las estatuas voladas de Buda) desafían y ofenden disfrazando de vírgenes marías a un par de terroristas, conscientes de que el resto del mundo, en su tolerancia ilimitada con ellos y para evitar que se le tache de racista, va -otra vez- a callar para que ellos se crezcan aún más.
El primero tal cual y desdoblado porque el empeño es, ahora, que los padres demos un consentimiento expreso a la inscripción -por lo común falsa- de nuestros hijos en las redes sociales de internet. Muchas son las razones alegadas para ello; sobre todo, la inseguridad. La "red" es, para quien quiera saberlo, más segura que las calles y, en vista de lo visto, que los colegios o las discotecas. El problema no radica en su seguridad, sino en el uso que se hace de ella o en ella sin conocimiento alguno o con los pies de la estupidez por delante. "Es que colgué una foto y ahora circula libremente por ahí". ¡Pues, claro! No hubieses colgado la foto, majilla o, mejor, lee más, despabila tu tonta coquetería adolescente y piensa en lo que haces antes de hacerlo; si no, asume las consecuencias o aprende a bloquear la imagen; pero no pretendas que paguen otros tus platos rotos: rotos por tu cociente intelectual de menos tres. Además, hay procedimientos de bloqueo que un padre preocupado sabe activar o instalar; seguimientos y registros... En fin, que quien no lo hace es porque no quiere y lo demás es limitar por limitar; o sea: reducir derechos. En internet hay una distinción clara entre qué es de acceso público y qué de acceso privado o restringido. Lo que no se puede hacer es gritar en el bar que eres gilipollas y pretender después que los parroquianos presenciales no corran la voz. Otra cosa hubiese sido que se lo hubieses confesado al padre prior de un convento de carmelitas. Además, hasta donde yo sé, se avisa. Que nadie piense que detrás de eso hay hackers malísimos hurgando en los discos duros y extrayendo información que luego vale "minolles" -que diría Manolo-.
La otra cuestión de orden es lo de Erre Zetapeta y su solemne promesa de ordenador portátil para cada mico de este país a partir de no sé que curso. Bueno, pues, nada. En mi tierra, donde usamos el román paladino, a eso se le llama mentir... aunque la intención es lo que cuenta.
Lo último, pensándolo mejor, lo voy a dejar en suspenso a ver si aquellos hijos de puta que mantienen viva la "fatwa" contra Salman Rushdie (y otras personas) y que tanto revuelo levantaron -amenazas incluidas- por la caricatura de Mahoma con turbante en forma de bomba que publicó el periódico danés Jyllands-Posten, piden perdón a los católicos del mundo entero y, en lo que les toca, a los hebreos que algo también tendrán que decir. Sobre todo los afectados por las muertes que esas subnormales produjeron con su hazaña. Ahora, en su arrogancia sin límite, esos hijos de puta que tanto respeto piden para sus símbolos sagrados (los únicos respetables según ellos: recuérdense las estatuas voladas de Buda) desafían y ofenden disfrazando de vírgenes marías a un par de terroristas, conscientes de que el resto del mundo, en su tolerancia ilimitada con ellos y para evitar que se le tache de racista, va -otra vez- a callar para que ellos se crezcan aún más.