Inmoral. Eso es lo más suave que se me antoja.
Abro el buzón postal y está pletórico de sobres rellenos, como hinchados pavos navideños, de papeletas electorales. Como estímulo para quien sólo recibe avisos del banco y otras fuentes estafadoras estaría bien (por eso del cambio y la novedad) si no fuera porque con la que tenemos encima la platita que se han gastado, y cuya factura nos repica luego a nosotros propios, bien la podían haber invertido en algo más productivo y solidario.
El envío a domicilio de las papeletas me parece un acto abominable y absurdo. Un gasto superfluo que mal está en la bonanza y que está mucho peor cuando hay familias sin ingresos, sin más opciones que el hambre y la búsqueda derramada en los cubos de la basura. Que estén imponiendo mermas y anulando ayudas mientras dilapidan (porque lo dicen ellos y sin contar con nadie) un dinero de todos es repugnante y perverso. Que pidan austeridad mientras (ellos comen con cinco tenedores y duermen bajo cinco estrellas con nuestros fondos) derrochan a espuertas un dinero que podría alimentar familias, pagar hipotecas o evitar cortes de suministros, es abyecto: eso si es abyecto, señor Pérez; eso sí es el colmo de la vileza.
No sé cómo quedará una ensalada de papeletas electorales en el bol. La supongo amarga. Sin embargo, a quien no tenga otra cosa más a boca, se la recomiendo siquiera para engañar las hambres.
Nuestros políticos han sobrepasado con mucho la línea que protegía nuestra dignidad. Han sobrepasado muy de largo la franja de la honradez porque se saben invulnerables, intocables en el olimpo del que nos negamos a expulsarlos empujándolos al vacío eterno. Su descaro, su impertinencia, su desvergüenza, han disuelto cualquier atisbo de honestidad en ellos y nuestra estupidez y cobardía, hacen el resto. Dejémonos engañar una y otra vez, excúsemonos y excusémosles y en estas elecciones nos comeremos las papeletas; en las próximas, ya veremos... La hierba de los parques. Y entre tanto, que gasten, que gasten.