17/11/2010

Entre otras muchas cosas

Ocho de la mañana. Ya son las ocho y arrastro la realidad desde las seis y media.
Esto de madrugar es una costumbre absurda que tengo desde hace años; aunque, más que costumbre es una inquietud, un antiguo remordimiento, que me impide dormir más allá de las cinco horas.
Llueve: está lloviendo. Aún tengo que ducharme, vestirme, tomar otro par de cafés, algún cigarrillo más... Iba a hacerlo cuando, de súbito, he decidido que -quizá lo haya sentido como necesidad y me atribuyo la gloria de una volición ficticia- tenía que cambiar algo. He intuido (vuelvo al protagonismo) que debía de modificar mi forma de escribir... y de pensar: la forma de alinear mis ideas allí y aquí.
El tiempo, después de holgazanear viajando por una red dormida, se me echa encima. Pero, esto es más fuerte que yo y que la obligación.
Bajo esta "decisión" tardía, y probablemente inútil, late (lo percibo como intuición, no como una certeza) la exigencia de cambiar de vida. No de aspecto, de vida. No me empuja a ello más que la decepción y la angustia y a pesar del peso terrible de la edad, que me ablanda y retrae, hay algo, un elemento inductor que no consigo identificar, que tira de mi y promueve el salto por ese acantilado absurdo...