El laberinto de Cheshire: 08/30/21

30/08/2021

Euforismos y sentencias

Pues, yo, sinceramente, no consigo imaginar a que chino conoció el que inventó la frase «que no te engañen como a un chino»...

hora: 16:17

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A este lado de la niebla

Mayorías

GRIETAS EN EL UNIVERSO

11.

"Estoy cansado de Dios",afirmó. Tenía la mirada enturbiada por el vino; una mirada tortuosa que se ocultaba en unas cuencas profundas. Alargó súbitamente una mano y la posó sobre el antebrazo de su compañero asiéndolo con rabia: "¡Huyo!¡Huyo pero no puedo arrancarlo de mi cabeza! Bajo a la mina, me hundo y respiro ese maldito polvo de carbón con la esperanza de que uno de los dos se colapse. ¡Es inútil! Apenas vuelvo a la superficie, su voz resuena de nuevo con el vigor del trueno, con el énfasis de la amante despechada que exige su justa venganza. No lo entiendes. ¡Tú no lo entiendes! Mil veces he coqueteado con la muerte, con la expiación definitiva; pero, vuelve, me aferra la mano y tira de mi".

Ty se estremeció un momento cuando el brillo febril de los ojos del hombre se clavó en él. Aquel no era el diálogo. De repente, ese hombre parecía interpretar su propia realidad y usaba sus verdaderos recuerdos y las palabras enloquecidas y sinceras de un ser atormentado. El mundo se paró. Todos cuantos estaban alrededor de los dos actores enmudecieron. Sólo cuando el hombre aflojó el apretón de su mano, una voz autoritaria ordenó desde un fondo difuso: ¡Corten! Vamos, otra vez.

03012011

10.

Necesito el perdón; vuestro perdón; tu perdón, sobre todo el tuyo. Necesito tu clemencia como necesito la lluvia implacable del otoño sobre mi rostro difamado; como necesito las hojas mustias sobre mi rostro; como necesito el intuido tacto suave, el aliento gélido del mármol sobre mi cara cuando carcomida ya la madera de mi ataúd me mira severo. Yo me culpo, me acuso de todas esas muertes que ahora me envuelven. Yo que gané, perdí. Sonreí arrogante al espejo que devolvía mi imagen demacrada e inmóvil sin saber que estaba muerto. Impero sobre el vacío y la nada, en soledad, lacerado por todas aquellas plegarias que olvidé. Oigo la música triste que anuncia eternamente el final eterno, el dolor inagotable. Yo os pido perdón. No sé si me arrepiento y aun así, os pido perdón aunque ya no pueda volver para que podáis dármelo; para que tú, ahí, parapetada entre las sombras, puedas concedérmelo.

16112010

9.

Tres veces le negaron. Difamarle era una forma de negación. Sin embargo, lejos de surtir el efecto deseado por ellos, le habían ido convirtiendo en un ser invisible. Ahora, pensándolo bien, con las palmas de las manos y la frente apoyadas en el frío y grueso cristal del ventanal, le resultaba reconfortante ocupar, sin quererlo, una situación de privilegio. Pasar inadvertido le proporcionaba una ventaja inestimable.

Nadie advirtió su presencia cuando entró, a última hora de la tarde, a comprar. La libertad de movimientos le daba alas y le permitía caminar con paso firme por donde, apenas unas semanas atrás, solía comportarse como un personaje huidizo y timorato. Sentía el aplomo del valiente, del hombre seguro que avanza sin vigilar sus flancos ni su espalda... (continuará)

07102010

8.

Con los dedos hacía girar suavemente el grueso vaso de vino. No parecía afectado, ni siquiera resignado. Le gustaba aquel juego histriónico de callar de repente en medio de una conversación y cargar la espesa atmósfera con un hermético y dramatizado silencio. Luego, como si apurase una profunda reflexión, agotaba el contenido restante del vaso de un trago y atacaba de nuevo con un ímpetu emocionado.

-Mira, chaval... Las mentiras, aunque sean de cemento, siempre flotan y los mentirosos, por ligeros que sean, son anclas que siempre, antes o después, acaban ahogados en el fondo del abismo. Pierde cuidado. No seré yo, desde luego, quien te desbroce el camino a la esperanza; pero, algo sí te digo: las cosas no vienen cuando las deseas, sino cuando dejas de pensar en ellas. Cuanto más se codicia algo, más se aleja de nosotros. ¿Ves ahí a "la Gitana"? Es guapa, ¿eh? No sé cuántas veces eché el anzuelo a ver si lo picaba y cuanto más insistía yo, más me despreciaba ella. Un buen día, cansado de ser rechazado, casi humillado por sus punzantes comentarios y sus risas altivas, entre aquí, me senté donde estoy ahora y sin mediar palabra con nadie me dediqué a trasegar mi botella diaria de vino. Aquella tarde no pasó nada; alguna chanza con voluntad de zaherirme. Pero no hice caso. Seguí a lo mío y las carcajadas enseguida se extinguieron. No habían pasado dos semanas cuando ella, al verme entrar, corrió hacia mi desencajada, como si hubiese estado esperándome, inquieta, casi jadeante. Fui cortés, nada más. Eso pareció consagrarla a un único propósito: conquistarme. Me dejé querer, claro. Aquella misma noche yogamos los dos hasta la extenuación. Cuando me hube satisfecho y cansado, me levanté de su miserable jergón y me fui. Desde entonces, bueno, eso ya lo conoces tú...

Desde entonces, la Gitana, acudía a él con cualquier excusa y disimuladamente le rozaba buscando el alivio de un abrazo imposible. Luego, volvía a su alcohol, a sus ojos enrojecidos y acuosos, y se hundía musitando melodías tristes como fados desgarrados.

-No, chaval, no. No busques, no anheles, no desees. La vehemencia no es buena para nada. Deja que las cosas fluyan según su naturaleza y todas vendrán a ti; te lo aseguro.

Le miré de hito en hito, casi con impertinencia. Miré después a la Gitana, derrumbada, patética, sola, sobre el sórdido mostrador de aquella escandalosa taberna. Aún le quedaban residuos de la antigua belleza que todos alababan. Ya nadie se acercaba a ella y cuando alguien lo hacía, al menor descuido le arañaba la cara. Inconscientemente jugué con el grueso vaso de vino haciéndole girar con suavidad. Ya era de noche y la luz macilenta de las bombillas conferían a la vieja tasca un aspecto fantasmagórico y lúgubre. Entre los murmullos acuciantes de aquellos seres mutilados por la vida sobresalía, monótono, el repiqueteo pertinaz de la lluvia en la calle.

30092010

7.

"Revancha -me dijo- es no reconocer una derrota infligida en buena lid. Venganza es hacer justicia, una justicia implacable". Iba a protestar. Me contuvo con un gesto suave de la mano. "Némesis no siempre alcanza. Te digo más: no creo que confiar la reparación del daño causado a la justicia divina sea una opción aceptable, siempre que aceptable signifique razonable o esperanzada. La justicia más frecuente es la poética y ésta, por regla general, suele llegar tarde y mal; cuando el resarcimiento ya no tiene sentido ni lugar. Eso cuando llega porque una buena parte de las atrocidades humanas, de los perjuicios ocasionados a los prójimos, vienen a quedar en un lacerante estado de impunidad. No; no hay que confiar. La vida no premia méritos ni castiga iniquidades como si todo hubiera de estar ensamblado en un orden perfecto. El equilibrio es pernicioso. El bien y el mal se compensan mutuamente y sólo en los filmes ganan siempre los buenos. He conocido hombres que tras luchar honradamente toda su vida murieron con las manos vacías, esquilmadas por la rapiña y el engaño. He conocido seres indignos, desleales, traicioneros, a quienes la vida -el énfasis que puso en la palabra me estremeció- no sólo no les juzgó, sino que les dotó de defensas inapelables haciéndoles invulnerables. Los dioses, amigo mío, son injustos, ¿cómo no vamos a serlo los hombres?".

Tímidamente instalé, aprovechando un momento de mutismo imprevisto y súbito, la pregunta:

-Entonces, ¿la venganza es una cuestión de oportunidad, de talento, de temperamento, de suerte..?

-No lo sé. No todo el mundo tiene ocasión de vengarse, no todo el mundo puede (por oportunidad, medios, carácter...) vengarse. En algunos, la saludable inclinación vengativa se verá recompensada sin mucho esfuerzo; otros -ya te lo he dicho- nunca accederán, por mucho que lo pretendan, a la reconfortante sublimación de saborear el escarmiento.

Era desconcertante. Lo era porque tenía razón. Uno espera que haya una justicia en permanente vigilia; una justicia que más allá de las decisiones humanas aplique su rigor, su poder, su derecho; que no haga falta sentarse en el umbral de la puerta a ver pasar el cadáver de tu enemigo porque, en la espera, puedes morir antes. Palpé el revóver en mi bolsillo. Había, recordé sus palabras, dos tipos básicos, elementales de justicia humana: una vulgar, zafia, improvisada y otra sutil y meditada. La mía era una intersección de ambas. La cólera me empujó a reparar el daño y el miedo a la reacción de la ley a tomar precauciones.

Caminé desnortado un largo trecho. Notaba en la cara un calor intenso y el latido inquietante de la sangre en mis sienes provocaban, de cuando en cuando, que se me nublara por un instante la visión. Recuperé cuanto pude el aplomo y con la certeza de haberlo perdido todo me dirigí hacia ese destino común en el que confluyen dos personas y sólo una resulta indemne. Tenía la boca seca. Mis manos temblaban heridas por el frío y la inceridumbre.

No sé si me sorprendí cuando vi su cuerpo ensangrentado tendido en el suelo. El dolor que me atenazaba se diluyó dejando paso a un alivio inexplicable. Me acerqué. Estaba inmóvil, sin una pizca de aliento vital que brotara de su cara desfigurada -pero reconocible- por el disparo. Alguien se me había adelantado. El mismo alguien que desde la sombra me dijo con una serenidad escalofriante: "A veces la justicia interpone extraños cómplices en nuestro camino que nos ayudan en la venganza. ¡Vete, sal de aquí!".

Corrí. Una fiebre instantánea contrastaba con la gelidez nocturna. Corría e intentaba reconocer la voz. Antes de doblar una remota esquina, desalentado, jadeante, miré hacia atrás. Empequeñecidos por la distancia, bajo la luz atenuada de la farola, un cuerpo yacía en el suelo y otra figura se paraba junto a él. Vi tres fogonazos más con sus consecutivas y correpondientes descargas. Sudaba, temblaba, huí.

El bar estaba abierto todavía. Me eché de un trago la copa de brandy al coleto. Iba a trasegar la segunda cuando reconocí la voz y la figura que cumplió mi venganza... O la suya.

23092010

6.

Mi nombre no importa. Lo único que interesa, que debéis saber, es que yo le he invocado. Le he llamado aniquilado por la angustia y el desánimo. He acudido a él con la esperanza de que atendiera mi súplica vehemente y me evitara este infierno. Infierno, sí. ¿Paradójico? Llevo largo tiempo tratando de olvidar la vida; muchos años tratando de eludirla hundiéndome en falsos sueños y en una idea abyecta de amor y de justicia. Me la inculcaron. Tan profundamente que rehusaba, atado a la credulidad supersticiosa de una fe insolvente y rancia, apartarla de mi. He vencido el temor. Ya no me conmueven las amenazas de quien me lacera a diario inclemente. Renuncio a quien me da la espalda y se regocija de la miseria inyectada, por él, en mis venas. He invocado a Lucifer; le he ofrecido mi alma cansado del dolor y la amargura. No ha acudido a la llamada. No es un reproche, es un aviso: él tampoco existe. He comprendido que estamos aquí atados y desamparados; la única defensa posible son nuestros colmillos. Creed si queréis; pero, ya os digo que es inútil. No importa lo que haga un hombre. Todo se perderá en un oscuro abismo sin retorno. Nada importa. El hombre no importa; no importan la luz, la noche ni el viento; la muerte, el poder, la sombra no importan. Abrid los ojos y mirad en derredor vuestro. No importa la desolación que nos circunda, la ruda mezquindad que impera. Todo está perdido. Huid mientras podáis, ¡saltad! Y no preguntéis por mi, yo ya no existo. Mi nombre no importa.

16092010

5.

Un cielo agrietado, grumoso, introdujo la tarde. "La casualidad no existe", pensó cuando las primeras gotas de lluvia empezaban a repicar en los cristales. "¿O sí?". Durante un instante, ese momento impreciso en que la luz difusa se confunde con una amplia sombra, creyó intuir la respuesta. "¿Qué probabilidad y posibilidad hay de que dos gotas de agua, idénticas, caigan en el mismo lugar?" Más, "¿qué probabilidad y posibilidad hay de que dos gotas de agua idénticas caigan, simultáneamente, en el mismo sitio?" Un cálculo infinto atribuyó factores y condiciones adversas para un resultado óptimo; pero, no imposible en su lejana probabilidad. Entonces, era dable. Una desconfianza ciega trató de aferrarse a su cabeza mientras una larga secuencia numérica restallaba para espantarla. Sin embargo, no había duda: dos gotas de agua, idénticas, alguna vez caerían a la vez en el mismo lugar fundiéndose en una sola gota. Éso era casualidad; una casualidad que se repitiría eternamente en el mismo punto de su infinito ciclo.

11022010

4.

Trató de enfocar las siluetas, las formas difusas que veía como espectros suspendidos en un escenario irreal. A través de las finas rendijas en que se habían convertido sus párpados hinchados, aquellas acuarelas gesticulaban alentándole a algo que no podía comprender. En su cabeza retumbaba todavía el eco atroz de los últimos golpes.

Sonó la campana de nuevo. Tambaleante, se incorporó avanzando los puños hacia un espejismo. Notaba en las sienes el latido doloroso de la sangre intentando regar de cordura su cabeza exhausta.

Una resistencia irracional le empujaba a dar vueltas tanteando el aire espeso y sórdido del ring.

Vio el bulto y quiso coordinar un puñetazo que se desvaneció, laxo, en la nada.

La algarabía de gritos contradictorios acuciaba en sus oídos rotos: ¡Pelea! ¡Tira la toalla! ¡Resiste! ¡Tongo!

No notó la punzada del golpe demoledor; sólo cómo se desiquilibraba y caía dejando otra vez en la lona el rumor sordo de su cuerpo desplomado.

Le costaba respirar y sus músculos, extenuados, se agitaban en una frenética desesperación. Hilos de sangre reacia le manaban de las cejas abiertas, por la comisura de los labios, de la nariz aplastada. ¡Levanta! Quizás lo pensó: era imposible reconocer entre aquel vocerío una palabra limpia.

Gateó hasta las cuerdas. Jadeante, trepó aferrándose a ellas hasta incorporarse. ¡Sigue; puedes seguir!

La casa era un nido de recuerdos lacerantes. Tomó un café. El agua de la bañera aún estaba demasiado caliente. Repasó de nuevo el orden: cada cosa en su sitio. Releyó la carta dudando de que aquella escritura trémula fuese la suya. Se miró a un espejo. El ser agostado que reflejó era él. Buscó un pensamiento piadoso; algo que justificara una vida salpicada de amargura y de desgracias que se engarzaron en él como tumores imposibles de extirpar. Ya había soportado bastante; más de lo que cualquier hombre hubiese podido aguantar. Lo único que había conseguido la inercia vital, la cobardía disfrazada de coraje, era postrarle a ese estado de desconcierto. Toda una vida malgastando el vigor en una esperanza inútil era mucho tiempo, demasiado tiempo. Mañana siempre fue la prolongación enconada de hoy. Miró en derredor. Quizás no echara nada de menos. Quizás, una vez la sangre hubiera abandonado su cuerpo, todo se evaporara y la realidad se diluyera en un sueño que nunca existió: ésa sí era una esperanza.

02022010

3.

En realidad, era intranscendente por inevitable; pero, no pudo contener una espontánea mueca de amargura. Sincronizó aquellos relojes, gemelos, con una precisión extraordinaria y, aun así, la magnitud que medían había fluído por cauces distintos -o diferentes- y ahora asentaban una discrepancia inquietante. La incertidumbre que promulgaban espoleó en él la duda. Marcaban dos tiempos y, acaso, ninguno certero. Se sintió viejo, oxidado. Sometido involuntariamente al peso inapelable de un tiempo poderoso al que aquellas dos esferas también estaban subyugadas. Comprendió que era inútil tratar de medir, de encapsular, el trayecto infame de la vida. Podía, sí, segmentar el pasado jalonándolo con recuerdos precariamente apuntalados y determinar si ocurrieron, en caso de ser reales, "hacía poco" o "hacía mucho" concretando por aproximación los días, los meses o los años que le separaban de ellos. Nada más. Lo cierto era que tenía una edad y que esa edad no se correspondía más que con la percepción engañosa de lo vivido. Había conmemorado fechas, acudido a citas, resuelto nerviosas esperas que podían haber sido ayer mismo. Imposible obtener una prueba tangible. De los rigurosos reflejos de los espejos, lo único fiable era la demacración progresiva, el testimonio atemporal del declive que estaba "sucediendo". Se levantó y, uno a uno, fue parando todos los relojes de la casa. Luego, salió consciente de que lo único seguro era que mañana...

09102009

2.

Sé que somos seres extraños; que nuestro comportamiento resulta incomprensible para cuantos nos rodean y tratan. Yo mismo no podría explicarlo razonablemente sin caer en contradicciones permanentes. Nuestras soflamas, infusas de un valor parapetado, rigen un orbe inconsistente. Aunque hemos intentado hablar el lenguaje de los hombres, sólo hemos conseguido un elemental desdén y un destierro bipolar. Nos parecemos, es cierto, a las formas que habitan nuestro entorno; pero, la diferencia a poco que se mire, que se indague, es abismal y abrumadora. Una red onírica, recia, nos mantiene de continuo atrapados. La realidad nos sobresalta por ignorada, por desconocida. A veces, cuando conseguimos despertar de nuestro letargo un instante, lo único que podemos distinguir son las sombras que nosotros mismos proyectamos. Ante esa perspectiva, quizás, lo mejor sea volver a nuestro lugar de procedencia y morir envueltos en la consciencia de no haber vivido. Tal vez...

29072009

1.

El mundo, mi mundo (supongo), se ha agrietado, definitivamente. La hendidura separa dos convulsas e irreconciliables porciones. El mundo, el universo, se ha paralizado o se ha cancelado y con él, con su parada, se han bloqueado las palabras. En otro tiempo esto no hubiese sido posible. Fue en un ayer lejano, casi desprendido de la memoria. Entonces yo era un héroe capaz de invertir el curso de los ríos o, sencillamente, abatir fabulosos dragones. Fue en otro tiempo. Ahora, la rueda inmoral de la fortuna ha roto su eje y gira sin gobierno ni rumbo generando un caos atroz. Mi alma, que fue honrada por alojar cien espíritus, ha quedado devastada e inservible. El presente ha muerto y con él, el futuro. Quizás dentro de un tiempo, en otra dimensión, retorne a ser -una vez más- héroe y naúfrago.

09072009

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