No doy por zanjada la crisis; pero, sí hemos perdido una oportunidad de oro para cambiar todo lo que nos ha metido de buces en ella. No sólo no hemos modificado el sistema y su estructura sino que, además, los hemos reforzado. Deberíamos haber aprovechado la situación (la coyuntura) para remover un esquema nocivo para la sociedad. En lugar de eso, nos hemos limitado a protestar con sordina, a quejarnos sovoz, y a seguir alimentando al Leviatán. Lejos de impulsar cambios, hemos claudicado y nos hemos empeñado en restañar las heridas de aquello que, a nosotros, nos ha procurado la angustia, la amargura, la ruina. La configuración de los entramados políticos, siendo contrarios a los intereses democráticos, siguen intactos; la organización bancaria, su poder, su exagerado poder, sigue incólume; el entramado laboral, la relación obrero-empresario se ha reforzado en favor del "patrón"...
Nos han engañado, nos hemos dejado engañar, manipular una vez más por grandilocuencias infestadas de miasmas falaces. "Hay que arrimar el hombro"; "hay que estrecharse el cinturón"; "es hora de sacrificarse por tu país"...
Frases hueras que no hemos querido analizar ni ajustar en su verdadero valor; frases horras con cuya aplicación sólo se beneficia, una vez más, el poderoso.
Mientras el ciudadano ve cómo la "ley" le quita su casa mientras los banqueros siguen viviendo en sus mansiones exageradas, con sus criados, con sus privilegios. El ciudadano, mientras rebusca en un contenedor algo para comer ve cómo el político -el mismo que le pide el esfuerzo- mantiene sus prerrogativas y, más aún, hace un uso infame de la potestad que se le ha confiado prevaricando, robando impunemente, despreocupándose de quienes le concedieron la custodia de una de las cosas más sagradas de la sociedad: su gobierno.
Todos han defraudado la confianza y ninguno ha pagado por ello. El patrón también es pescador en este río revuelto. Consciente del estado en que están las cosas, sabe que sus condiciones son las que pesan.
Podríamos habernos rebelado, haber dado un puñetazo en la mesa y haber limpiado la casa que se nos hunde. Hemos preferido, empero, agazaparnos lloriqueando en un rincón oscuro y esperar a que todo pase, a que un milagro resuelva una realidad que nos empecinamos en creer falsa, en pensarla como un espejismo que con un poco de tiempo se diluirá en el paisaje.
Me ha decepcionado la sociedad. Yo mismo me he decepcionado. Debería haber cogido mi bandera y haberla ondeado hasta la extenuación sin esperar a que otro posará sus manos en el mástil y me ayudara a agitarla. Somos cobardes. Tenemos miedo a enfrentarnos a quienes se sustentan en posiciones y escaños de poder porque nosotros así lo decidimos; tenemos miedo a encararnos con quienes imparten "justicia" porque nos parecen dioses cuando ni siquiera son ídolos; tenemos miedo a plantarnos frente a quienes nos han exprimido con su usura, nos han expoliado cruelmente, porque la guerra sería demasiado larga y costosa y eso, claro, es demasiado para espíritus tan laxos como los nuestros.
No obstante, lo peor de todo es nuestra reticencia a fraguar una unión, a forjar una alianza de ciudadanos libres que no se sometan al yugo gregario de la ignorancia.
Lo siento; pero, no. Vivo en un país absurdo, patético y sórdido. Vivo en un país de personajes coronados por el esperpento. Me doy asco y me da asco una ciudadanía traicionera y cobarde, conformista e hipócrita. Yo, al menos, tengo algo a mi favor: nadie me podrá negar que aunque lo he perdido todo, he luchado cada milímetro, cada segundo, hasta que ya no pude más. Ahora, vuelvo al rebaño a mirar y a sonreír estúpidamente mientras los lobos hincan sus colmillos en mi cuello. A mi alrededor, otras ovejas balarán histriónicamente gritando "¡el lobo, es el lobo!"; pero, ninguna dará un paso al frente y correrá en mi auxilio ni en ayuda de ninguna otra oveja. Cuando le llegue el turno, es posible que alguna pécora le oiga quejarse de que la han dejado sola.