27/10/2021

Mediocracia

 Vuelve a la palestra la cuestión de la «meritocracia». Así, a portagayola, se me antojan dos cosas. La primera es que el concepto no es novedad: en Grecia lo denominaron «aristocracia»; la segunda es que la burócrata que escribe con dos dedos y busca la letra eme en el teclado está ahí por «mérito»: aprobó su oposición quedando por delante de la mayoría.

El asunto de la «meritocracia» siempre me ha estremecido un poco. No sé muy bien a qué se refiere, en concreto, esa idea. Ahora se está asociando a la «movilidad social» como si entre ambas hubiese un umbilical perfecto e indiscutible. A mí me parece que no tienen relación entrañada entre ellas: la movilidad social está determinada por la renta; la meritocracia, no.
No es sólo eso. ¿Quién establece y sobre qué criterios los baremos para establecer los méritos? ¿En qué condiciones? Por preguntar y por ejemplos: hay muchas confluyentes preguntas más. En una sociedad «social» (digiérase mi redundancia) la tendencia, precisamente, es a eliminar jerarquías, a igualar en dignidad y a «premiar» con base a la utilidad (un basurero cobraría más que un bancario o un médico más que un ejecutivo -CEO, creo que estúpidamente se le llama ahora-). Alguien enristrará como argumento «el trabajo» y «el esfuerzo» como si con eso decantara con contundencia inapelable el debate y lo zanjase. Pues, bien: ninguno de los dos cumplen con la esencia de la «meritocracia» como no tienen mucha trascendencia en la sociedad actual a tenor de las pruebas. Se puede debatir, claro; no obstante, será un debate infructuoso porque la «meritocracia» nueva no cambia en nada, no modifica en nada, la antigua y enraizada «aristocracia».

25/10/2021

 Cada uno tiende -como es natural- a visibilizar lo suyo o lo de alguien prójimo. A los demás nos queda ver todas esas visibilizaciones en su conjunto o seleccionar aquéllas que nos resultan más afines. Esta madrugada, mientras el insomnio, he dado con un dato que me parece no estar suficientemente presente en nuestra sociedad. La mayor mortalidad en España se produce por el suicidio y va, por desgracia, incrementándose. El año pasado se suicidaron 3145 personas: una cada dos horas, más o menos; de ellas, 2456 eran varones. El INE no especifica (o no me ha cargado la página en cuestión) las causas pormenorizadas; sin embargo, abundando en la información y buscando -ya puesto- otras fuentes me encuentro con algo espeluznante y que parece querer ser soslayado: entre los varones, un elevado porcentaje -el mayor, según varios- se da entre aquéllos que figuran en su estado social como <<separados>> o <<divorciados>>. Dándolo por bueno, aunque con las reservas lógicas, surgen unas cuantas preguntas y con ellas una inclinación al enfrentamiento hacia otras ideas por lo que parece, sin duda, un triste agravio comparativo. No voy a desplegar un meticuloso razonamiento ni ningún argumento combativo. Pero, me parece -acaso por la probabilidad estadística de que le pase a alguien cercano o a nosotros mismos- que sería bueno pensar sobre ese asunto, darle visibilidad y soluciones: prestarle un poco de atención aunque conmueva otros intereses. Decir poco más salvo terminar esta entrada con un punto y coma.

23/10/2021


 

22/10/2021

Euforismos y sentencias

 A veces pienso que sin cerebro seríamos más inteligentes.

Que nadie se ofenda, eh.

Dios mediante...

 Había un cielo turbio, de niebla en fuga. Los niños, con sus uniformes de una pulcritud exasperante, avanzan junto a su padre arrastrando las mochilas escolares soportadas en una cómoda armadura con ruedas. El padre es joven. No tiene acento vernáculo: <<Y, vamos, chicos, no se retrasen, gracias por la salús que nos das…>>. La frase rezandera se me clava como un rehilete envenenado. Ya sé, sí, eso de <<mientras haya salud…>> y otras resignaciones del estilo. Y pienso que de poco o nada sirve la salud sin otras periferias confortables. Sin salud, dicen, no se disfrutan las cosas y de poco sirven estas sin aquélla. Pero, mis trece son contumaces: de poco sirve la salud si estás sumido en la miseria, si cada día es un rosario de sobresaltos, de esfuerzos inútiles, de castigos jalonados de trazas amargas e inconfesables. Sin salud no se disfrutan las demás cosas, vale; sin embargo, sin las otras cosas, el dinero por ejemplo, no se disfruta la vida. Eso sin contar que con el dinero, por ejemplo, puede comprarse -por lo común- una buena salud…

09/10/2021

Nunca más

 <<La mejor forma de evitar la tentación es caer en ella”.

Owen Wilde.
El sexo y la sexualidad han sido y son, todavía hoy, un tabú en muchas sociedades empachadas de moralinas y de ese engrudo residual de conceptos enfermizos y puritanos. El tratamiento de estos asuntos, su mera exposición desde el punto de vista científico genera pudores enquistados; si lo presentamos con aspecto literario, entonces el drama adquiere ya tintes épicos y escandalosos. Todo eso no es más que un resorte útil a la hipocresía imperante; una hipocresía que se manifiesta, sobre todo, en el terrible contraste de lo que las apariencias guardan y la realidad estadística -en la que el consumo de pornografía genera el mayor volumen de negocio conocido muy por encima y delante del armamentístico, o el farmacéutico o cualesquiera otros de cualquier mercado- desmiente.
Aún así, se generan obras y se establecen concursos y premios en donde las obras de este caletre pasan tímidamente advertidas, miradas con sospecha y de soslayo, reconocidas disimuladamente. Tal vez por eso, el valor de la literatura en este formato cobra más importancia: porque es, de alguna manera, proscrita; porque es, de alguna manera, marginada y atribuida -falseando la verdad- a seres depravados, enfermos, transgresores, malvados, groseros.
Asociamos la literatura erótica a lo burdo, a lo infame. Pensamos que lo erótico carece, por definición, de rigor y de calidad trascendente. Tanto es así que incluso cuando surge un movimiento de escritores ayunos de los complejos morales impuestos y relatan con naturalidad, y crudeza, una cotidianeidad humana presente en todas nuestras actividades, alguien lo clasifica como “realismo sucio”, por poner un ejemplo. Ese <<sucio>> es muy descriptivo del concepto que tenemos de lo <<explícito>>. Así, concedemos por una inexplicable y absurda inercia que lo sexualizado es abominable y que, por ende, no puede tener el nivel de otras obras. Nada más lejos de la realidad. La historia de las letras ha dado grandes novelas cargadas de erotismo.
Romper los moldes sociales cuesta. Romper los mentales propios, casi imposible. No obstante, se va ganando terreno. Siempre habrá <<disidentes>> dispuestos a traspasar esa línea trazada por mentalidades retrógradas, manipuladoras y castrantes. Si quien rebasa esa línea es, además, mujer el mérito crece exponencialmente. <<Nunca más>>, de mi amiga -a qué no decirlo- Emecé Condado, es un libro de relatos ágiles, elaborados a través de una prosa fluida, casi espontánea, y desinhibida que merece el beneficio de la lectura. Textos bien resueltos que capturan la atención, y la imaginación. Atmósferas sugerentes que asperjan imágenes en la materia gris convirtiéndonos en testigos presenciales. Para gustos, colores; por supuesto. Pero, para saber si algo nos parece bueno o no, si nos gusta o no, antes hay que probarlo: no valen ni sirven la opinión o el gusto de otros. La curiosidad en literatura es una gran cualidad.

 No deja de tener su intríngulis la cosa. Afirma el flamencólogo que la famosa canción esa de <<ohoooh feeerdeh, feeerdeh coooomo la albahaaacaaaa...>> ha sufrido distintas y diversas <<correciones>> a lo largo de su existencia. Al hacer la reseña biográfica de la canción revela que, al parecer, trata de dos hombres (el que pide fuego y lo recibe -apoyao nel quisio de la mansebía- y el que lo da -bahé der cabayo y lumbre te di-). Así, pienso qué realidades históricas o sociales se nos han sustraído por las causas que sean. Y lo asocio a aquella detallada explicación en la que Borges, don Jorge Luis, refiere que el tango inicial era un baile de hombres y entre hombres, de seducción entre hombres y que luego derivó en pelea y luego, más tarde, se purificó en un intenso cortejo del hombre y la mujer. Todo esto lo digo porque estamos imbuidos de conceptos manipulados, que tomamos como novedades o caprichos de una actualidad desenfrenada y sin norte lo que en un pasado ni tan lejano ya se daba con cierta naturalidad y sin tanta reserva moral. Me viene, también, aquel Krito personaje de <<La vieja sirena>>, de don José Luis Sampedro, y su extravagante conducta. Síntesis: no ver la realidad no la elimina ni neutraliza; sólo nos convierte en ciegos.

08/10/2021

 Allá por mi edad media leí (exagero el verbo involuntariamente) al azar algunas páginas y aforismos derramados en esa cursilada insufrible y pseudofilosófica opereta encuadernada como «Ilusiones», de un tal Richard Bach. De aquella incursión sólo me quedó una salpicadura residual: «enseñamos mejor lo que más necesitamos aprender». Hoy mi cerebro, estimulado por unos pensamientos que no vienen al caso, ha recuperado de forma espontánea ese pretencioso y estúpido apotegma. Confieso que me ha engañado por un instante y he creído ver en él, por las circunstancias, algo de validez y certeza. Pero, me he serenado de nuevo y, con la perspectiva del silencio como guía, no me he dejado embaucar: no, no enseño mejor lo que más necesito aprender; acaso lo que necesitamos es aprender más, mucho más, para enseñar mejor, mucho mejor.

Cosas que no deben hacerse

 Cosas que no deben hacerse: Responder.

Estoy en la otra punta de mi casa. La puerta de la terraza del salón-comedor está abierta (hace bueno). Desde la calle entran las voces de un tipo:
-¡Ramón! ¡Ramón! ... ¡Ramón! ¡Ramón!
Y, entonces, es cuando me sale del alma y del pecho a pleno pulmón:
-¡Usa el portero automático, gilipollas!
Creo que me ha oído y que se ha dado por aludido. O eso o Ramón, por fin, ha bajado.

07/10/2021


 

06/10/2021

Ahorro de energía

Ante las infames subidas del precio de la electricidad, medidas eficaces de ahorro energético:
Cambie su bombilla habitual, si aún no lo ha hecho, por una de bajo consumo.
Apague el televisor (sobre todo si está viendo Telecinco o a Risto Mejide y adláteres).

Abra un libro y lea. 

Bono cultural (muy alejado del Bono político)

 El Gobierno prepara un <<bono cultural>> e <<ipsofácticamente>> se eleva a las alturas un estruendoso clamor sectorial, un torbellino inclemente de ayes y lamentos. En primer lugar, acaso por alegar algo sensato entre los despropósitos, decir que el acceso a dicho bono será voluntario y su uso específico; a saber: no podrá emplearse en la adquisición indiscriminada de botellones, elementos incendiarios para <<manifas>> ni para comprarse perros y flautas con las que, como diosecillos pánicos, distraer al personal en las esperas de los semáforos; será -aunque a algunos les resulte infame y caprichoso y extraño- para derivas culturales en cualesquiera de sus vertientes (compra de libros, visitar una obra de teatro [eso tan parecido a los folletines televisivos con los que comen las cabezas enruladas de las marujas y tan alejados de ellos a la vez], entradas a conciertos, puede que incluso a los de los clásicos, etc...). Argumentos, como tales -y sólidos- contra el bono de Sánchez (nada qué ver con el Bono castellano-manchego que se puso pelos y pisos y se hizo hacer un enorme cuadro a precio de alhaja de buena ley con dineros de los contribuyentes) todavía no he oído barra leído. Sí me ha llegado algo parecido a un soniquete sólito, en formato mantra o consigna, que ya empacha: <<¡es para comprar votos!>> No voy a abundar en la estupidez de tamaña afirmación cuando es del común el conocimiento, la percepción y la comprobación después de muchos años de experiencia, que cuatrocientos napos de vellón no dan para comprar voluntades. Aunque así fuera, sería en tal caso porque los dieciochoañeros en modo Serrano y aledaños habrían renunciado a la obtención de la dádiva, que también va para ellos, y la estadística, claro, se resolvería favorablemente a la milonga de sus padres. Cada vez que surge algo de esto y hay protestas y golpes en las farolas con palos de golf o cacerolada delegada en la sirvienta, me pregunto <<¿quiénes y por qué protestan exactamente? ¿Qué parte de su esencia, patrimonio, costumbre y demás ven peligrar?>> Y las respuestas no yerran. Ahora que lo pienso, no sé por qué me meto en estos asuntos que no me incumben porque no entro en el sector seleccionado (ya tengo demasiados dieciochos años cumplidos: me paso de dieciochoañero de largo). ¿Qué más me da a mí? ¿En qué puede beneficiarme que algún chaval por ahí se compre un libro en una librería y lo lea o vaya a un teatro o se meta de bruces en un concierto para gaitilla y orquesta y cosas similares? Así las cosas, tampoco me voy a preguntar en qué perjudica a quienes protestan tan airados e irritados; porque doy por cierto y sentado que si se quejan es porque algo les perjudica y duele en alguna parte de su cuerpo o de su geografía. Yo, como san Juan, el del apocalipsis: el que tenga dos dedos de frente, que los use.

05/10/2021

Euforismos y sentencias

 El humano, apenas descubrió el calor del fuego, sintió frío y se cubrió con pieles. Así debió ser la cosa.

04/10/2021

 La niña sale del portal poscedida por su madre. La mira desde su pequeñez y le dice con ese énfasis alegre y pleno de ternura de los niños: ¡Hase fdío!

Y sigue con sus pasos meninos, con su garbo en ciernes, adelante. Y pienso en mis hijos a su edad, en todos los hijos a su edad. Y pienso que qué lujo puso dios o el universo o el azar en la infancia.

03/10/2021

 Un viento largo, de mugido débil, aún no frío, lame irrespetuoso este coticinio intenso de domingo. No hay más sombras que las sombras apoyadas en las esquinas. De cuando en cuando, sobresaltadas, las ramas de los árboles se estremecen. Un sueño festivo madruga cansado y se despereza a golpes de bostezo. Todavía hay tiempo para nada.

02/10/2021

 Leo con estupefacción por aquí que, al parecer, Fernando Sánchez Dragó (de profesión <<a saber>>) afirma haber leído treinta mil -30.000- libros. Como buen pescador que debe ser -además de buen <<asaberista>>- deduzco que sufre de <<hiperbolismo>> agudo. Suponiendo que hubiese nacido el día uno de Enero del año de desgracia y sublevación de 1.936, que hoy celebrásemos el postrer día del año en curso (31 de Diciembre de 2.021) y descontando -muy generosamente- sólo un par de años que tardara en aprender a leer, las cuentas que me salen arrojan el contundente resultado de que, según él, este tipo se ha leído la friolera de 0'99 libros diarios, un libro al día, por redondear. ¿Mi conclusión? Sencilla: estadísticamente lo tonto si exagerado, dos veces tonto.

Votad mal... ditos

 "Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien".

Mario Vargas Llosa. Escritor hispano-peruano.
Yo siempre he pensado que un escritor no debe ser un oficinista, un burócrata atado a la tecla o al bolígrafo que cumplimenta folios compulsivamente. Creo que el escritor -al que podríamos diferenciar del <<escrotor>>- debe tener, además de calidad y talento, una vertiente social ligada a la crítica constante, permanente; tener la obligación ética de contrarrestar a los poderes en toda su extensión.
A mí, Vargas Llosa, no me ha decepcionado como escritor. Admiro su prosa, su capacidad narrativa.
Ni siquiera, después de algunas lindezas y perlas deyectadas por su boca a lo largo de estos años, me ha decepcionado como persona: ha sido siempre, y es, un tipo que no oculta su esencia; y no sólo no la oculta: la fomenta y la cuida. Me refiero a su naturaleza bien tramada de dandy que, además, ejerce y deslumbra como intelectual.
Ahora bien: lo uno no quita ni eclipsa lo otro. Nadie esta libre de cometer pecados, de dejarse llevar por la tentación ni de decir idioteces fuera del juego de mesa en concurso familiar. Y aquélla de arriba que encabeza el texto es una de ellas. No porque no haya dicho, en realidad, lo que nosotros interpretamos, que podría ser, sino porque la frase es una solemne majadería y contradicción en sí misma: es un oxímoron quasi perfecto. Es evidente que en unas elecciones lo importante, por definición, es votar, así a secas. Y que para hacerlo se requiere como condición imprescindible que el voto se emita en absoluta libertad como para jugar al fútbol se necesita un balón y un terreno de juego y jugadores. Lo importante, pues, es votar en libertad. Otra cosa es que la irrespetuosa ciudadanía decida no votar aquella opción que a Vargas le parezca más adecuada. Le voy a poner a Vargas Llosa un contraste para ver si percibe la importancia de la inclusión de la palabra <<libertad>> en el ejercicio del voto y la innecesaria, por sobrante, apelación al <<bien>>. Con Franco, el dictador, se votaba «bien» (porque se votaba lo que el cafre quería), pero no se votaba en «libertad», con lo cual el resultado insultaba la necesaria legitimidad del voto porque la votación asperjaba su condición de innecesaria: se supone que el voto expresa la voluntad de los votantes, de lo contrario -si refleja la voluntad del «votado»- es absurdo porque, para esto, no se necesitan votantes: basta con imponer la voluntad del tirano. Si con Franco, el dictador, se hubiese votado <<en libertad>>, es posible que el resultado hubiese sido otro e inconveniente para los intereses del autarca. No sé si he conseguido explicar al señor Vargas Llosa la importante, trascendente, importancia del concepto <<libertad>> en el voto y la aberración que supone intercambiarlo por el concepto <<bien>>. Pero, para mí, entre nosotros, creo que queda bastante claro mi argumento y desmontada la sandez de su frase por mucho postín y enjundia que sus opiniones, en general, conlleven.

 Los envidiosos, como cualesquiera otros trastornados, creen que ellos no son envidiosos y que los envidiosos son los demás. Y creo más: que la envidia se manifiesta de muchas maneras y se descubre en infinidad de detalles. Entro en Instagram y alguien ha expuesto -una vez más- una fotografía impresionante. A pesar del evidente y arrollador talento fotográfico, no tiene miles de «fologüeres» ni recibe cienes y cienes de «laiques». Miro la foto última, la amplío, me recreo en ella y pienso. Pienso que esa fotografía -como todas las demás suyas- no tiene nada que envidiar a las de los fotógrafos consagrados y prestigiosos y sí mucho reconocimiento que recibir. Extiendo esa idea a otras actividades: todos los días veo magníficos cuadros y fotografías, leo extraordinarias narraciones y poemas, oigo ingeniosos argumentos y, aún así, esa gente no descolla ni recibe, no ya de extraños y ajenos sino de sus propios, la loa merecida. ¿Cómo es posible que tantos talentos queden en la indiferencia? Yo sólo me lo puedo explicar colocando un concepto: envidia. Vuelvo a la foto y me convenzo de que está a la altura de Cartier-Bresson, de Newton, de Liebovitz, de García Rodero.., y pienso que es injusto, que es por envidia: la enfermedad mental más padecida por los mediocres.