04/01/2011

davides y GOLIATES

Cuando un medio de comunicación nos informa del triunfo de un tesonero mindundi sobre uno de esos colosos de poder casi omnímodo, nos regocijamos íntimamente pletóricos de esperanza, satisfechos de constatar que -en efecto- el débil puede vencer al fuerte. No solemos caer en la cuenta de que nuestra efímera plenitud es un espejismo y que si el lance ha saltado a luz pública es por su carácter extraordinario, precisamente.
Un david puede vencer a un GOLIAT; pero, lo sólito, lo resignadamente normal, es que el monstruo devore al incauto que osa hacerle frente.
El consumidor, el ciudadano en general, no tiene recursos ni resortes eficaces para lidiar contra uno de esos emporios que dominan conscientes de su implacable poderío. La "justicia" es cara, lenta y tortuosa cuando no servil y aquellos elementos sociales que deberían velar por el interés general, el de todos, son con frecuencia brazos de aquellos poderes casi absolutos cuando no sus mercenarios.
Hablo de empresas que no sólo se permiten el lujo (arrogancia) de vulnerar deliberada e impunemente la legislación -ambigua, por lo común, lo que les favorece con interpretaciones beneficiosas para ellas, las empresas-, sino que se inventan sus propias leyes arbitrarias y las imponen descaradamente ante el silencio, connivencia y pasividad de quienes tienen la potestad de evitarlo.
Hablo de los distribuidores de combustible y sus estaciones de servicio y más que sospechosa tabla de precios que aplican. De sus subidas (nunca bajadas) bien planeadas y todos a la vez.
Hablo de los bancos y sus comisiones; de sus extrañas maneras recaudatorias variando a su antojo fechas, también muy bien estudiadas para que les produzcan beneficios extraordinarios; de la imposición  (de la exigencia) de abonar recibos -porque lo dicen ellos para su comodidad- martes y jueves de nueve a diez. ¿Por qué? ¿Por qué no puedo ingresar el importe del recibo de la luz un miércoles a las dos de la tarde que es cuando puedo acudir a la sucursal?
Hablo de los operadores de telefonía que además de obligarme a domiciliar el recibo con lo que eso conlleva (si se equivocan ellos puedo esperar sentado la reparación; si me equivoco yo...), que me putean con atenciones al cliente que son, intencionadamente, desesperantes aplicando con ese juego deplorable el primer filtro, la primera selección. Y más cosas.
Hablo de las Aseguradoras y sus malas artes y prácticas, sus maniobras envolventes, disuasorias o evasivas.
"Ad infinitum".
Todos tenemos mil ejemplos. Todos menos los que tienen la obligación de conocer esos miles de ejemplos y poner coto a los desmanes.
Habrá quien afirme que las asociaciones de consumidores y usuarios no tienen la obligación de actuar más que por sus afiliados o por aquellos que, previo pago, acudan a ellos.
Mi respuesta es simple: la defensa del ciudadano, con independencia de otras acciones "privadas", debe corresponder al Estado. Luego, si además de que éste procure armas defensivas se ve asistido por entidades particulares, mejor que mejor.