
No le encuentro sentido a esta tortura innecesaria e irreversible. No veo qué fatal estructura haya de precisar de nuestro dolor para vivir.
Estamos reducidos a este espacio miserable, limitados por los cuatro costados y destinados a consumirnos y desaparecer engullidos por un voraz ámbito y sólo nos preocupa ver los patéticos programas de Telecinco. Algunos, pasamos horas inmersos en la duda, en el debate interior sobre cómo actuar, cómo reaccionar, luchando por que prevalezca la conjetura del bien o del mal cuando el premio o el castigo no son sino inventos que nos debilitan una conciencia maltrecha y manipulada; cuando todo lo que nos rodea no es más que el fruto aciago, amargo, de una terrible impostura.
Nunca seremos dioses. Eso es lo lamentable. Se nos impone un destino y se nos obliga a aceptarlo por la Autoridad más incompetente de la Creación. Tal vez a Dios, a los Dioses les molesta eso, que simples y mortales posos se les encaren y les digan una verdad palmaria: que abusan de su poder, que no tienen el valor de apearse de su "omnipotencia" y dar la cara.
En todo este tinglado, al que nos aferramos con uñas y dientes, nuestra estancia no dura más que un fugacísimo instante. ¿Qué se puede hacer en tan poco tiempo? Cada uno tiene su respuesta en virtud de sus creencias o de sus objetivos, de sus circunstancias. Yo, por mi parte, estoy cada día más convencido de que la vida, o Dios, o los Dioses, ayudan y protegen a los infames y a los sinvergüenzas sin escrúpulos y que para sobrevivir frente a esos seres hay que carecer de conciencia; de lo contrario no habrá paridad de armas y seguirán perdiendo los de siempre.