02/01/2011

Año nuevo, ¿para qué?

Es una terapia paliatoria; un recurso destinado a suplir la incomprensión, la ignorancia, el desconcierto y la náusea de un mundo impuesto que ha resultado atroz y hostil. Imagino con frecuencia una hoja en blanco o un muro, largo (muy largo) y alto (bastante alto), recién encalado. Desde uno de sus ángulos inferiores empiezo a puntuarlo todo con minúsculas motas de tinta hasta rellenar toda la superficie. Luego, tras multiplicar infinitamente el resultado, a una de esas pizcas le atribuyo la abominable cópula: ES nuestro planeta. Entonces, siguiendo el proceso imaginativo, pienso a qué terrible máquina pertenece ese pequeño resorte, ese fragmento ínfimo que tiene otras máquinas, leyes, conflictos, edificios, libros, fregonas, políticos, trompetas... Y, claro, pienso en "¿dónde está Dios?". Si yo no presto atención a ninguno de los invisibles elementos que me conmueven y me componen, como lo va a hacer una máquina en la que nosotros no llegamos, siquiera, al rango e importancia de un quark. No tenemos ninguna trascendencia. Estamos confinados en esta cruel esfera con la única misión/función de generar un ápice de energía a través de nuestras pasiones y turbulencias y aportar así a la gran máquina la cuota para la que hemos sido desarrollados: una mariposa bate sus alas en Japón y a cien megapársec de distancia una espora de nueve brazos mece a un hermoso babilacentonio de ojos transparentes y lánguidos tentáculos de pelo de atanormecilio de vientre raso.
No le encuentro sentido a esta tortura innecesaria e irreversible. No veo qué fatal estructura haya de precisar de nuestro dolor para vivir.
Estamos reducidos a este espacio miserable, limitados por los cuatro costados y destinados a consumirnos y desaparecer engullidos por un voraz ámbito y sólo nos preocupa ver los patéticos programas de Telecinco. Algunos, pasamos horas inmersos en la duda, en el debate interior sobre cómo actuar, cómo reaccionar, luchando por que prevalezca la conjetura del bien o del mal cuando el premio o el castigo no son sino inventos que nos debilitan una conciencia maltrecha y manipulada; cuando todo lo que nos rodea no es más que el fruto aciago, amargo, de una terrible impostura.
Nunca seremos dioses. Eso es lo lamentable. Se nos impone un destino y se nos obliga a aceptarlo por la Autoridad más incompetente de la Creación. Tal vez a Dios, a los Dioses les molesta eso, que simples y mortales posos se les encaren y les digan una verdad palmaria: que abusan de su poder, que no tienen el valor de apearse de su "omnipotencia" y dar la cara.
En todo este tinglado, al que nos aferramos con uñas y dientes, nuestra estancia no dura más que un fugacísimo instante. ¿Qué se puede hacer en tan poco tiempo? Cada uno tiene su respuesta en virtud de sus creencias o de sus objetivos, de sus circunstancias. Yo, por mi parte, estoy cada día más convencido de que la vida, o Dios, o los Dioses, ayudan y protegen a los infames y a los sinvergüenzas sin escrúpulos y que para sobrevivir frente a esos seres hay que carecer de conciencia; de lo contrario no habrá paridad de armas y seguirán perdiendo los de siempre.