09/04/2010

Si reescribimos la Historia, ¿por qué no la Cultura?


Dentro de poco a los escritores se les impondrá, para poder publicar, la ley de igualdad: igualdad de protagonistas y protagonistos, de cuentas y de cuentos, de buenas y buenos y de malas y malos...
La idiotez de esta peña no tiene límite. Hay que ser aidiota, perdón por el lapsus, idiota para empecinarse en derogar lo escrito en otra época por sexista, generista o lo que demontres, demontras o demontros sea. Aquí va -que me perdonen los hermanos Grimm- mi modesta aportación.

El lobo y los siete cabritos

Había una vez una cabra que tenía siete cabritos (u cabrates) porque no pudo acceder a la sanidad andaluza con la tarjeta joven y a los que quería tanto como cualquier madre puede querer a sus hijos porque, como todo el mundo sabe, todas las mamás quieren siempre mucho a sus hijitos por cabroncitos que sean. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida porque el cabrón borrachuzo de su marido -parado- estaba viendo el fútbol en el bar con los amigotes , de modo que llamó a sus siete cabritillos y les dijo:
-Queridos hijos, voy a ir al bosquefur; si viene el lobo, le convidáis a una copita y mientras me espera le explicáis lo de la clase de sexualidad.
Los cabritos dijeron:
-Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros ya somos muy mayorzotes y sabemos qué hemos de hacer.
Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada, emprendió el camino hacia el bosquefur.
No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta, diciendo:
-Abrid, jovencitos, que ha llegado vuestro amiguito y ha traído juguetitos para todos vosotros.
Los cabritillos, eufóricos, exclamaron:
-Espera un momento, lobo, que nos estamos acicalando.
Entonces el lobo sacó unos artilugios muy raros y todos jugaron con ellos muy alegres porque ya sabían para qué eran porque se lo habían explicado en clase.
El lobo, cuando terminó, se apoyó en el alféizar de la ventana a fumarse un pitillo y a esperar a la mamá cabra que quedó encantada con las maravillas que le contaron.

El cuento original no sólo es mejor, sino que tiene una moraleja que no explicaré porque no hay ningún miembro ni ninguna miembra del gobierno y satélites doctrinarios capaz de entenderla.


¿Zapato negro o zapato gris?


El hecho contrastado e inapelable es: la norma obliga a que todos debemos ir calzados con zapatos de color negro.
Garzón, un buen día, se calza unos zapatos de color gris (qué hortera): ha transgredido la norma. Entonces, el debate -sobrecargado de intereses espurios- surge entre defensores y acusadores.
Alegaciones de los defensores de Garzón:
- No iba descalzo. (Ya; pero, el calzado debió ser negro, no gris.)
- Toda su vida, hasta entonces, los llevó negros. (Ya; pero, en ese momento no y la norma es clara).
- Otros los llevan beige. (Sí, y están vulnerando la norma por lo que deben ser penalizados).
- Eran gris oscuro y podían pasar por negros. (Podían pasar, sí; pero, eran grises).
- Lo importante es que juzgue a quienes llevan zapatos grises. (Sí; predicando con el ejemplo. Si no, decae en su autoridad moral y legal).

Bien, así están las cosas. Entonces, el asunto ha de ser dirimido por un grupo de hombres. Pueden pasar dos cosas:
a) el cónclave juzgador decide que, por oscuros que fuesen los zapatos, eran de color gris y Garzón infringió la norma por lo que debe ser castigado.
b) los zapatos eran negros en cuyo caso, el tribunal, no sólo se arroga la potestad de cambiar el color de un color en virtud de su criterio sino que, además, es posible que los mismos zapatos en pies de otro ciudadano vuelvan a ser grises.

No tengo ninguna duda sobre el resultado de las imputaciones a Garzón. Viendo la composición del tribunal que ha de decidir y la presión que están ejerciendo "El País", "El Plural", "la Cuatro", "la Sexta", y todos los recursos del P.S.O.E. de Rodríguez Zapatero, Cebrián, etc.., creo que queda claro. Muy claro por mucho que Leguina, Ibarra y otros muchos de la "vieja guardia" socialista proclamen la culpabilidad demostrable de este arrogante ser: Garzón.