No fue del silencio;
los versos brotaron del abismo.
No del nombre,
manaron de su filo.
Surgieron caminando
arriesgados por el borde
de la muerte.
Nacieron condenados
al fuego de un infierno
prendido en ojos,
en dedos tiernos
cabalgando
la espalda estremecida;
en labios lejanos,
en labios secos.
Ni del silencio
ni de la voz los versos;
sólo del espejismo
extinguido
y de su vuelo aniquilado.