06/02/2014

EL NEGOCIO DEL ESTADO

No solo estamos fichados desde que nos nacen, sino que el control se extiende a todas nuestras actividades y posesiones de tal manera que es imposible, prácticamente, hacer nada a espaldas del gran ojo de la administración.
Paulatinamente, nuestros políticos -alentados por la pasividad y la indolencia ciudadanas- han reducido nuestra libertad, nuestros derechos y nuestra capacidad de maniobra privada. Determinan cuando quieren y como quieren qué impuestos y pagos hemos de soportar para satisfacer sus veleidades; imponen qué es legal y qué no lo es, y cuándo y cómo, únicamente en función de sus intereses (el cambio temporal, por ejemplo, de los límites de velocidad); o deciden cuándo podemos hacer o deshacer.
Hasta tal punto hemos pignorado nuestra libertad y nuestros derechos que hemos perdido toda posibilidad de recuperarlos, mientras ellos -los políticos-, en busca de una permanente y pantagruélica recaudación innecesaria, nos han llevado a extremos de una sordidez y un patetismo pintorescos: no puedo vender mi casa a otro sin pagar a la administración; no puedo regalar mi coche sin pagar a la administración; no puedo organizar en el patio de mi casa, que es particular, un mercadillo vecinal para desprenderme de aquellas cosas que ya no quiero... Y así sucesivamente.
La injerencia de los políticos en nuestras vidas ha llegado a un punto que a mi me parece indecente, injustificable e incomprensible. Un punto que no deberíamos haber permitido y mucho menos cuando se supone, así nos lo venden, estamos en un sistema de economía "liberal". Pero, dicen, así es el sistema y es bueno. Y ya lo creo que es bueno. Bueno para ellos, para los acemileros que arrean a la reata ciudadana; ¿o quizá no es recua, sino piara; o mansa manada, simplemente, y no ciudadanía?

15/12/2013

Renta Básica Universal

A pesar del interés de algunos estamentos por solapar esta idea, lo cierto es que las organizaciones que la defienden han conseguido -no sin esfuerzo y dedicación- abrir el debate o, cuando menos, integrarla en las redes sociales y otros foros; han conseguido hacerla visible y difundirla. Es fácil (por evidente) imaginar quienes serán los detractores de la Renta Básica Universal, y fácil (por lógico) determinar quienes serán sus paladines.
Quienes pretenden denostarla, anularla, arguyen casi unánimemente que asignar una renta de este tipo fomentaría una sociedad holgazana que hundiría cualquiera economía. No parece que tengan en su poder muchas más razones. Los defensores, por contra, cuentan con estudios que si bien no son más que eso, estudios y análisis sin mucha más base sólida que la de un ejemplo o dos y la utopía, apelan a un espectro más amplio que no se reduce solo a la filantropía, al aspecto humanitario. Aducen estos últimos que la distribución de la renta genera, resumiendo, riqueza sin empobrecer.
 
Yo estoy más por esto segundo. Parece razonable pensar que si la ciudadanía tiene renta disponible habrá consumo y, con él, generación de riqueza -no es preciso seguir citando nombres insignes de la res económica, eso ya sobra-. Esto es así por mucho que un nutrido grupo de cazurros economistas (esos mismos que no vieron el despropósito y la crisis que se avecinaban cuando lo hicimos todos los demás -sin ser más que meros espectadores con cierta capacidad analítica-) lo niegue basándose, quizá, en los mismos criterios que aplicaron para no pronosticar el infierno que se abría ante nosotros.
Tampoco creo que la gente dejara de trabajar por el hecho de tener una renta asegurada: ¿cuántos premiados de los juegos de azar han dejado sus ocupaciones profesionales? Pocos o ninguno. Y ahí está el quid que parece se nos escapa.
 
La Renta Básica Universal al asegurar lo elemental para una vida digna regularía, equilibraría, la oferta salarial de modo que los empresarios tendrían que ajustar los salarios que pagan a parámetros más acordes con la realidad socioeconómica si quieren obtener mano de obra. Un reajuste necesario.

Esto, evidentemente, no les resulta interesante en absoluto a quienes (ahora más aún) tienen  en su puño a la masa laboral; de ahí su rechazo frontal.

04/11/2013

EL PUNTO SOBRE LA I

Repaso las notas escolares de mis hijos y reavivo en mi su inquietud de ellos, la severa incertidumbre que a todos nos embargó cuando sufrimos en el colegio, en el instituto, en la facultad esa misma sensación mezcla de nervioso desamparo y de esperanza trazada con los dedos cruzados.
Las reviso con toda la serenidad que soy capaz de acopiar y, a pesar de sus incómodos y para mi nimios altibajos, con la conformidad de sus resultados. Son buenas calificaciones y eso hace que me sienta orgulloso. ¡Pues, claro! ¿Cómo no había de estarlo un padre que ve cómo progresan adecuadamente sus vástagos en la dirección correcta, en la sumisión estructural de la sociedad y en su vértigo? A fin de cuentas, eso es lo que queremos todos: buenas notas y un título al final de la larga travesía por un desierto tan árido como arriesgado.
Sin embargo, siempre queda un resquicio por el que se cuela la preocupación. Es ese guarismo más bajo que los demás anotado en aquella asignatura que parece atragantada en la pequeña gola del chaval y que rompe la armonía del conjunto. Es un número ofensivo, infame, discrepante, que enciende la luz de alarma. Sobre todo si algún día llega acompañado de la correspondiente nota de "necesita clases de apoyo". Y ahí es donde me planto. En ese punto es donde reflexiono acuciado por una intuición amorfa pero certera. Llega la "observación" y la palabra sugerida por ésta es "fracaso": el alumno no va bien en esta materia, luego fracasará. Se activarán los resortes paliativos para evitar el naufragio académico. El discente necesita mejorar, aprender esa disciplina, así que contrataremos unas "clases particulares", una educación externa para que suba la nota de la educación interna y no zozobre; para que un profesor extraoficial eleve el nivel que califica su profesor oficial. Pero, ¿quién fracasa? ¿De verdad es equilibrado y justo el sistema de calificaciones?
Bajo esa perspectiva voy dando forma a la intuición acicatadora. La educación es obligatoria: es una imposición inevitable. El currículo educativo viene determinado por unos señores que dictan qué conocimientos y a qué altura deben impartirse y qué nivel mínimo es aceptable para que el interesado obtenga el reconocimiento certificado de haberlos adquirido. Así, pues, insisto, ¿quién fracasa?
Si el alumno precisa de clases extraescolares para llegar a la cota establecida, ¿quién fracasa?
Yo lo digo: el sistema y sus valedores y sus herramientas humanas.
Si el sistema impone un rasero concreto y determinado, el sistema (y cada herramienta humana) está obligado, comprometido, a que todos y cada uno de sus usuarios sometidos alcancen ese ras. Ningún chaval debería verse obligado a acudir a clases de apoyo externas a su vida colegial. Es exigible que ahí donde un alumno fracasa o está a pique de hacerlo, su profesor (que es quien con más frecuencia fracasa aunque no lo reconozcamos) tiene el deber de modificar su "librillo" y enseñarle en vez de sacudirse las manos y justificar que es el chaval al que "no le entra". Si el sistema impone un nivel, el sistema está obligado desde el sistema a hacer que todos  lleguen a ese nivel.
¿Qué sentido tiene exigir a un alumno un nivel que luego deberá conseguir fuera del entorno que se lo exige? No. Si el sistema determina el qué y el dónde, el sistema tiene que velar, asegurarse, de que del dónde se salga con el qué.

24/06/2013

OKUPAS Y TEORÍA IMPERFECTA DE LOS ESPACIOS VACÍOS

Según sople el interés, soplará el argumento. Para unos, ocupar y devolver utilidad a los espacios vacíos, abandonados, arruinados, o simplemente cerrados es una cuestión higiénica y de bien común que trasciende al derecho a la propiedad. Para los propietarios (y otros), la propiedad privada es siempre privada y privativa independientemente del uso y del estado de dicha propiedad. ¿Quién tiene razón? Quizá todos y ninguno porque tanto de un lado como de otro ejercen fuerza matices que, normalmente, no se consideran.
En cualquier caso, analicemos la siguiente cuestión: ¿A quién pertenece la soberanía popular y el poder que de ella dimana?
La primera respuesta será, lógicamente, la elemental: si es "popular", al pueblo.
De ahí, lo demás. La soberanía es, pues, una multipropiedad privada; un espacio privado-común, una mancomunidad con muchos propietarios, dueños, titulares.
¿Quiénes han allanado ese espacio? Pues, lo han allanado (usurpado) unos "okupas" peculiares. Peculiares porque, paradójicamente, son los que defienden la propiedad privada inalterable y su sacrosanto derecho y legitimidad, y son los del otro bando quienes quieren recuperar el espacio invadido por la desidia de parte importante de los copropietarios.
Usando sus mismos argumentos (o excusas) habría que exigir a esos okupas peculiares la devolución de la parcela -con independencia de que se use o no-. No es preciso (aunque ellos digan que sí lo es falseando el propio derecho a esa propiedad) que todos los dueños la usen o la visiten con relativa frecuencia; basta con que algunos de esos dueños exijan la devolución apelando a su derecho individual.
Nuestros políticos han robado la soberanía al pueblo. No sólo la han tomado, sino que, además, han levantado una muralla para impedir que sea reconquistada por sus legítimos.
Y, entonces ahora, ¿qué?
No sé, ¿quién lo sabe? Quizá haya que poner sitio inflexible y esperar; o tal vez sea preciso asaltarla para expulsar a los invasores antes de que por la cosa consuetudinaria pasen a ser los amos y señores. Salvo, claro es, que tras una asamblea de todos los comuneros, la mayoría decida que le importa un bledo esa importante parcela y se la ceda a perpetuidad porque "como la democracia es eso..."
Ahora bien, esa mayoría indolente y pasiva que prefiere no malgastar sus horas en recobrar ese espacio, que luego no se queje si un día cualquiera quiere entrar de nuevo en su soberanía y le niegan el paso: santa Rita, Rita: lo que se da...

27/10/2012

El género de la violencia

Dicen que no hay peor ciego que el que se niega a ver.
Basta con cruzar y analizar algunos datos para darse cuenta de que hay algo que no cuadra. La conclusión es inevitable por elemental: un elevado porcentaje de la violencia ejercida en el ámbito doméstico (probablemente en ambos sentidos) es fruto de la arbitrariedad y la prevaricación impune de nuestros jueces. Ellos, y no otros, son los auténticos responsables. Con sus sentencias sesgadas y demasiado subjetivas fomentan el cansancio, la desesperanza en los implicados y la desconfianza de estos en la justicia y eso, sin duda, lleva a colmar la paciencia de muchos ciudadanos que no viendo otra salida para resolver el conflicto optan por zanjar definitivamente la cuestión.
No sólo es la ley, una ley ofensiva en tanto que es desequilibrada y deja en una indefensión absoluta a una de las partes afectadas. Son también los criterios de hiperprotección que permiten delinquir a una de aquellas partes sin que después se resuelva contra ellas (es el caso de la infinidad de denuncias falsas, por ejemplo). La ceguera deriva de la ignorancia y de la comodidad; deriva de una hipocresía lamentable en la que con frecuencia los hijos -sin ir más lejos- es lo que menos importa a los sentenciadores.
Los grupos de presión feministas son poderosos. Gritan mucho y sacuden hasta la extenuación los extremos convenientes a sus propósitos mercenarios; pero, olvidan adrede hablar de aquellos aspectos desfavorables a sus objetivos, entre ellos el Síndrome de Alienación Parental.
Cada desemparejamiento es un mundo y por eso mismo no vale juzgar con criterios generalistas. En toda ruptura hay dos partes, y permitir la prevalencia de una versión sobre la otra, ya es en sí mismo una injusticia abominable. Hay dos opiniones, dos visiones, y dar por válida una por el hecho de "proceder de" constituye un atropello de las garantías procesales y de los derechos cívicos.
No hace mucho, poco más allá de una semana, asistí a una conversación estremecedora. Sentadas cómodamente al velador de un café dos mujeres charlaban animadamente conscientes del volumen de voz con que debían enfatizar sus palabras para que fueran del suficiente dominio público aunque no nos interesara lo más mínimo al resto de parroquianos. Entre orgullosa y desanimada, una amiga le comentaba a la otra (sin apearse de una cierta sonrisa sardónica) lo difícil y duro que era pero lo satisfecha que estaba de estar criando a su hijo sola, sin ayuda de nadie; lo satisfecha que estaba (insuficientemente pagada de si misma) de estar sacándole adelante a pesar de cómo estaban las cosas. Se alabó sus esfuerzos y su abnegación. Por desgracia yo conozco a esa mujer, a la amiga y a los antiguos maridos de ambas. De ésta que hablo, en concreto, puedo decir que su esfuerzo es loable, muy noble su diligencia y dedicación, muy digno su sacrificio. Tanto que no me atrevo a dar algunos datos verificables y ciertos. No me atrevo a decir que el chalet donde vive fue pagado íntegramente por su "ex" (porque ella no trabajó nunca y carecía de ingresos) y cedido por éste sin oponer la menor resistencia. Tampoco me atrevo a decir que la dama en cuestión es auxiliada en las hazanas domésticas por una buena señora americana que paga religiosamente quien fue su esposo de aquella (puedo dar el nombre de la fámula y ella, además, no me dejará mentir). Todo ello aderezado con el detalle obviado intencionadamente de que ese esfuerzo que dice, todo ese sacrifico en la crianza del vástago, está avalado por una pensión que por la buena posición y disposición de quien fue marido sobrepasa, con creces, la nada desdeñable cantidad de los mil euros. Aun así, por supuesto, es mucho mejor (¿dónde va a parar?), que el niño quede en manos de la madre y el papá de marras sostenga a su exmujer y al señor de marrón que apareció en el pasillo...

02/09/2012

Un buen día

Y, entonces, de repente, un buen día, uno se levanta y se da cuenta de que no tiene nada qué decir; de que el mundo ha progresado pero no cambiado, que sigue habitado por seres miserables y egoístas y que no tiene solución. De repente, uno se da cuenta de que no ha sabido resolver su vida, de que ha malversado su tiempo de una forma inconsciente e irreparable. Entonces, uno se da cuenta de que con casi medio siglo de vida sobre la chepa sólo ha azacaneado inútilmente penas y sufrimientos, que tiene las manos y el alma vacíos y que está en esa edad turbia e imprecisa en la que ni se puede concluir ni se puede empezar de nuevo. El vigor y la cabeza se baten en retirada lentamente; el corazón -o lo que sea- ya no alberga esperanzas ni anhela imposibles; los ojos van errando sus miradas; las manos notan el temblor incipiente de los años; las piernas flaquean y una certidumbre aplastante se hace carne. Lo que no se consiguió antes, ya no se conseguirá. La consciencia de la irrealidad de los milagros se expande frente a la retirada de una fe torpe que nutrió, horra, cientos de días insolventes heridos por una espera absurda.
Se hace balance y el resultado se solapa bajo capas de lamentos mientras su fogonazo persiste devorando el centro de un universo vacuo. Ni se aplacó la sed ni se satisfizo el hambre.
La luz va extinguiéndose sobre un horizonte turbulento y en ese crepúsculo inevitable va dejando alfileres, agudos, severos, que desangran las últimas horas.
Entonces, uno, de repente, un buen día, se da cuenta de que nada tiene ni sentido ni solución y de que hace mucho tiempo, mucho tiempo atrás, que debería haberse bajado en aquella estación recóndita donde la soledad dolorosa se reconfortaba con las simples sombras de la libertad y el silencio.

21/07/2012

Los faraones

Sí. Porque nuestros políticos se han comportado como auténticos faraones. No sólo esclavizando a los ciudadanos a través de una sutil tiranía legal y un entramado incomprensible, corrupto y con frecuencia contradictorio de las administraciones; también lo han hecho a través de sus obras colosales soportadas a expensas del sudor recaudado de los trabajadores.
Amparados en una estructura oscura, en la que no conocemos siquiera el número exacto de políticos y puestos designados por éstos, se han consolidado de forma que no puedan ser removidos de sus poltronas. Los políticos españoles han hecho y deshecho a voluntad sin imperativo alguno que les obligara a rendir cuentas gracias a la pasividad e indolencia de un pueblo ignorante o fanático y de un poder judicial connivente, cómplice.
 
 
Malversando los caudales públicos han erigido monumentales mamotretos inservibles, sin uso. Memorias de hormigón y diseños caros y disparatados, recuerdos de la incapacidad gestora y de lo que es peor: de la dilapidación espeluznante y megalómana de unos seres completamente ausentes de la realidad a pie de calle y por la que somos nosotros quienes hemos de responder, no ellos.
Nuestros políticos creen estar por encima del bien y del mal. Bajo sus pieles mugrientas de hipocresía y codicia fluye el caudal pérfido de unos tipejos miserables cuya única voluntad es la de medrar a costa de lo que sea.
Frente a su resistencia a abandonar un poder que no les pertenece, está la legítima defensa de la ciudadanía. Tenemos, todos los que nos sentimos libres, la obligación moral de luchar contra estos estafadores. Tenemos el derecho levantisco de los oprimidos. Tenemos el deber de izarnos por encima de ellos y de sus esfuerzos represores y coercitivos y asaltar sus plácidas fortalezas. Debemos hacerlos bajar, ponerlos sobre la miseria que ellos han creado junto a sus amos bancarios y que sientan el dolor y la impotencia, la angustia y la amargura de todos aquellos a los que han desahuciado. Si no lo hacemos ahora, merecemos los grilletes que nos descarnan.

22/06/2012

Jueces y partes

Podremos facultar a los hombres para ser juzgadores; investirles de autoridad  para dirimir los pleitos, Pero, no podemos, por mucha que sea nuestra soberanía y nuestra voluntad, dotarles ni de razón ni de sentido común. Ningún juez, por el hecho elemental de vestir una toga, es infalible. Y si algún juez cree tener esa potestad y esa gracia divina, más vale que vayamos poniéndole a buen recaudo.
En esa falsa asunción basan nuestros jueces su arrogancia. En eso, y en el hecho siempre consumado a priori de que son invulnerables, de que sus decisiones jamás les acarrearán consecuencias salvo en casos extremos y en los que la acción mediática de la comunicación sobresalta los goznes de las puertas.
Cuando un juez falsea el sentido común y la razón, falsea la justicia y se convierte en cómplice de la injusticia por pasividad o por permisividad. Esa complicidad, en sí misma, no sólo debería desautorizarlo como juzgador sino que, además, debería repercutir en forma de sanción penal.
Pondré un ejemplo que son miles.
Cuando una madre impide a un padre ver o hablar con sus hijos y un juez, sin que haya una medida previa y consolidada que lo ampare legalmente y lo justifique, determina y dicta -por su criterio exclusivo- que con independencia de la relación entre excónyuges la mujer (que no tiene ese derecho) puede hacerlo, dicho juez -a la madre la echamos de comer aparte- está incurriendo en varias abominaciones. La primera es que está sustentando y alentando una conducta lesiva para el padre conculcando, por omisión o por indolencia, el derecho fundamental de éste a ver y estar con sus vástagos. La segunda es que está propiciando una conducta irregular que suele desembocar en lo que ya se llama y está convenientemente reflejado en diversos estudios "síndrome de alienación parental". La tercera es que con su actitud está amparando una forma muy sutil de maltrato, de violencia psicológica infantil pues niega a los hijos su más que razonable derecho a estar con su progenitor. Además de manifestar un talante corrompido, el juez está vulnerando injustificadamente derechos básicos de varias personas y, por ende, es cómplice de aquellas tres abominaciones. Es cómplice y no vale el manido argumento de "es la ley". No vale porque son los propios jueces quienes reconocen que esa "ley" (como todas las demás) unas veces la aplican y otras la interpretan. Y, sinceramente, en asuntos tan delicados, o todos moros o todos cristianos.
Estas conducta, práctica y aplicación, se mire como se mire, son una forma más de delincuencia. Ejercida por un juez y, quizá, legalizada o permitida; pero, delincuencia con mayúsculas. Es algo que debería estar penalizado y que evitaría no sólo que los jueces procedieran desde su inviolabilidad seguros de ser impunes y, por lo mismo, procurarían poner más cuidado en sus resoluciones y fallos; también evitaría una buena porción de eso denominado (mal denominado por políticos ignorantes y cafres) "violencia de género". Podemos cerrar los ojos y taparnos los oídos; pero, lo cierto, es que muchos de los casos de violencia doméstica que nos estremecen a diario son fruto del agotamiento de un padre harto de chocar contra un muro inexpugnable y a quien, una vez destrozados los nervios y vaciada la cartera, no le dejan otra opción que tirar por la deplorable calle del medio.

14/05/2012

Reacción en cadena

Es de ilusos pretender consecuencias inmediatas de los actos de rebeldía social masiva. Todo levantamiento, toda insurrección, tiene sus fases. Primero se fecunda la idea; luego, germina y tras un proceso más o menos largo de maduración, se asienta en la sociedad e inicia su contagio, su despliegue. Muchos son los factores determinantes del éxito o del fracaso; sin embargo, ese fracaso nunca es completo porque todas las ideas quedan enquistadas, en un estado latente del cual, en cualquier momento, pueden despertar.
Básicamente, todo depende del número de implicados, de afectados. La masa, indolente, tiende a ser condescendiente con la estructura establecida. El conformismo está en la sangre y en el espíritu humanos hasta que el problema, el mal, nos lacera y con el escozor de la herida nos lleva al límite de lo soportable.
Estos avances, lentos, casi imperceptibles, pueden parecer efímeros y destinados en su esencia a su propia extinción. Eso es lo que desearían quienes dominan el sistema; nada más lejos de la realidad.
Un año después, el 15M no sólo sigue vivo: está activo. Su espíritu -a pesar de los escollos y las diferencias- sigue incólume y aunando voluntades. Un año después, no han podido con él, con ellos; con los ciudadanos que se niegan a humillar su testuz ante los poderosos. De ahí el miedo de éstos magnates, de sus emporios, de los políticos, de todas las jerarquías asentadas en los privilegios injustos: saben que una mota de polvo empujada por un viento huracanado puede derribar el andamio más sólido. De ahí su interés por anularlo. Pero, no hay impuesto sobre el té, Bastilla, Palacio de Invierno, Crisis del 29, lo que sea, capaz de frenar el ímpetu de una ciudadanía sedienta de justicia. Todo cae. Si no por su propio y excesivo peso, sí por el empuje irrefrenable de la ventolera social. Y esta tiranía "global", también caerá. Hoy, la empujarán dos; mañana, doscientos; pasado mañana dos mil y traspasado mañana será innumerable el grueso de personas que avance asolando con sus pies descalzos las torres de la opulencia egoísta.
Si una mariposa batiendo sus alas en Japón hace que nieve en Nueva York, ¿cuál no será el poder de cientos de ellas aleteando a la vez? Y sucederá. Ya lo creo que sucederá...

10/05/2012

(A)Paga y vámonos

A uno le dan ganas de apagar e irse; al otro barrio, al otro mundo o adonde sea. Pero, lejos, muy lejos de aquí, donde no le rocen los sentimientos. En otro lugar (que no sea el otro barrio ni el otro mundo), las miserias y las facturas también dolerán aunque lo harán de otra manera, más resignada, más asumida por eso de estar en tierra extraña y tener -por imperativo no sé qué- que acatar las normas allí establecidas y tomar donde las dan y a callar que es bueno.
Ahora, porque estamos como estamos. Mañana será por otra cosa. Vivir en España es llorar. Ha sido así siempre, siglo tras siglo. Podremos achacar nuestros males, como de costumbre, a causas externas perversas conjuradas contra nosotros. Así nos sentimos mejor, culpando a los demás nos aliviamos del peso del remordimiento y nos consideramos víctimas de la injusticia, de la infamia y de la perfidia de los otros. Cualquier excusa antes que reconocer que, en gran medida, somos nosotros propios los responsables de nuestros problemas por pasividad. Los españoles nunca hemos sobresalido por otra cosa que no sea la picaresca y la corrupción. Nunca esta desalmada patria ha dado un estadista de altura y el único prestigio que aún pudiéramos conservar se lo debemos a un puñado (exiguo) de intelectuales y científicos. Siempre gobernados por jerarquías mediocres y corruptas, dignas descendientes de Nepote y Gestas,  alardeamos de haber expulsado a los invasores en desigual liza en pos de nuestra sacrosanta libertad, pero asumimos con dócil complacencia y conformismo que esa misma libertad sea cercenada por los caciques internos.
Nuestro enemigo no está afuera, agazapado, acechante. Nuestro enemigo está dentro, enquistado como una larga tenia que nos consume lentamente sin que intentemos siquiera extirparla. Nos quejamos del ladrón que entra a robarnos y nos esquilma la casa y no del portero que le franqueó la puerta con una amable sonrisa y una palmadita en la espalda y a quien, además, mantenemos en su puesto dándole -en reconocimiento a su labor- una jugosa propina.
La estructura de este país está podrida y no se repara con un calafate que unte las grietas con pegotes de viscosa brea. Apuntalar el edificio no es resolver su ruina: sólo es posponer temporalmente su derrumbe. De poco nos sirve cambiar los retratos de lugar en el salón cuando lo que hay que cambiar es de salón y de retratos.
Nos dejamos embaucar con una facilidad pasmosa. Nos gusta sentir en la cerviz el peso riguroso del yugo y vivir castrados, conformes con una porción de paja seca que rumiar. No nos importa recibir trallazos siempre que sean de nuestro "amo".
Somos un pueblo ignorante, sin otro criterio que aquel que alojan en nosotros los cuatro pelanas de turno desde sus púlpitos y tribunas, desde sus obscenas emisoras y rotativas, desde sus ruines y falaces atriles, desde sus siglas.
Y así nos luce el pelo. Nosotros, sufriendo en la cucaña pero felices de ver cómo los sinvergüenzas de rigor se ríen y divierten, desde sus balcones, de nuestros esfuerzos inútiles por un premio miserable.
Aquí, ya se sabe: sarna con gusto...