Se hacen lenguas de que en una famosa tertulia vespertina, andábale don Ramón dando vueltas a cierto asunto de interés patrio, en su vertiente consular, cuando animado por su imaginación desbordante vino a ponerse estupendo:
- Eztaba yo cazando leonez en la India...
- En la India no hay leones- le interrumpió uno que estaba de oyente.
- ¡Uzté ez idiota!- proclamó Valle irritado por la intromisión y por la corrección.
- ¡Oiga -se revolvió el ofendido-, que yo a usted no le he insultado!
- Ni yo a uzté -respondió don Ramón-: le he definido.
A día de hoy esta ingeniosa y lacónica anécdota no sólo sería impensable, sino que todo el caudal de inteligencia que encierra sería imposible.
Para excusar la falta de "culturilla general" (no ya de CULTURA) culpamos a las "nuevas tecnologías", nos escudamos en lo apremiante de las situaciones o lo imputamos a una natural economía lingüística que es, a todas luces, ajena a la realidad del problema. Porque el problema, escúdese quien quiera tras de lo que quiera, es que los pilares de aprendizaje de la lengua fallan. Ni los "maestros" de hogaño están tan cualificados -a todos los niveles- como aquellos maestros de antaño, magister ludi, cuyo saber rayaba lo enciclopédico, ni los baluartes que fijan, limpian y deberían dar esplendor están por la labor más ocupados ellos en obtener fondos con que mantener la Real Academia Española (no de la Lengua, como dice alguno de sus "ilustres miembros") que en velar y actuar con medidas efectivas dirigidas a frenar el incremento de la estupidez. Aliados con un periodismo carente del más elemental buen uso de su herramienta de trabajo por naturaleza, han condescendido a admitir una sarta de sandeces sólo por el hecho de que se usan."Lo dice la mayoría", afirman. Y, ¿cómo lo saben? ¿Nos han preguntado a todos? Evidentemente, no; pero, como nadie lo va a poner en tela de juicio...
El caso es que entre la indolecnia de unos y la estulticia con que nos lapidan diariamente los otros, cada día hablamos peor y lo que es peor, lo asumimos.
Hablar bien -sin necesidad de ser hablista- y escribir correctamente parecen dos actividades proscritas, dos cosas de las que avergonzarse. Es mejor no ser tildado de "culto" o "pedante" o "petulante" (la mayoría de la gente no sabe qué significan esos términos) y pasar inadvertido, confundido por igualdad de ras con el resto. Sí, desde luego es mejor eso. Eso y decir que un deplorable atentado, un atentado abominable, es "deleznable"; es mejor soltar en la crónica que los "convoys avanzaron hasta..."; es mejor preguntar "¿quién estaban reunidos?" y todas esas maravillosas creaturas fruto del amor a la ignarocracia. Y así llegamos al cénit cuando el presentador del telediario -antes llamado "locutor", y del "boletín informativo"- nos comunica tácitamente que el verbo abolir se conjuga como cualquier otro de la tercera: "El gobierno abole..."
Y, claro, así día tras día, indefensos y bombardaedos de continuo, es razonable que terminemos todos siendo parte activa de la Nueva Babel. ¡Y sin necesidad de liarse con la "res hembrista"!
- Eztaba yo cazando leonez en la India...
- En la India no hay leones- le interrumpió uno que estaba de oyente.
- ¡Uzté ez idiota!- proclamó Valle irritado por la intromisión y por la corrección.
- ¡Oiga -se revolvió el ofendido-, que yo a usted no le he insultado!
- Ni yo a uzté -respondió don Ramón-: le he definido.
A día de hoy esta ingeniosa y lacónica anécdota no sólo sería impensable, sino que todo el caudal de inteligencia que encierra sería imposible.
Para excusar la falta de "culturilla general" (no ya de CULTURA) culpamos a las "nuevas tecnologías", nos escudamos en lo apremiante de las situaciones o lo imputamos a una natural economía lingüística que es, a todas luces, ajena a la realidad del problema. Porque el problema, escúdese quien quiera tras de lo que quiera, es que los pilares de aprendizaje de la lengua fallan. Ni los "maestros" de hogaño están tan cualificados -a todos los niveles- como aquellos maestros de antaño, magister ludi, cuyo saber rayaba lo enciclopédico, ni los baluartes que fijan, limpian y deberían dar esplendor están por la labor más ocupados ellos en obtener fondos con que mantener la Real Academia Española (no de la Lengua, como dice alguno de sus "ilustres miembros") que en velar y actuar con medidas efectivas dirigidas a frenar el incremento de la estupidez. Aliados con un periodismo carente del más elemental buen uso de su herramienta de trabajo por naturaleza, han condescendido a admitir una sarta de sandeces sólo por el hecho de que se usan.
El caso es que entre la indolecnia de unos y la estulticia con que nos lapidan diariamente los otros, cada día hablamos peor y lo que es peor, lo asumimos.
Hablar bien -sin necesidad de ser hablista- y escribir correctamente parecen dos actividades proscritas, dos cosas de las que avergonzarse. Es mejor no ser tildado de "culto" o "pedante" o "petulante" (la mayoría de la gente no sabe qué significan esos términos) y pasar inadvertido, confundido por igualdad de ras con el resto. Sí, desde luego es mejor eso. Eso y decir que un deplorable atentado, un atentado abominable, es "deleznable"; es mejor soltar en la crónica que los "convoys avanzaron hasta..."; es mejor preguntar "¿quién estaban reunidos?" y todas esas maravillosas creaturas fruto del amor a la ignarocracia. Y así llegamos al cénit cuando el presentador del telediario -antes llamado "locutor", y del "boletín informativo"- nos comunica tácitamente que el verbo abolir se conjuga como cualquier otro de la tercera: "El gobierno abole..."
Y, claro, así día tras día, indefensos y bombardaedos de continuo, es razonable que terminemos todos siendo parte activa de la Nueva Babel. ¡Y sin necesidad de liarse con la "res hembrista"!