Apenas he abierto los párpados (una greguería: la persiana es el párpado de la ventana) me ha venido a la testa la frase de González Pons rechazando con un argumento del calibre 7'63 estúpido las listas abiertas.
Para este fulano, y por ende para su partido, las listas abiertas no son solución de nada. Para los políticos, evidentemente, no son convenientes. Pero, que a ellos no les convengan no significa que no sean posibles y efectivas.
Lo cierto es que tal y como está montado el tinglado político, a casi ningún partido le interesa modificar el sistema e implantar las listas abiertas para la elección de representantes. Huelga explicar el porqué.
No obstante, uno de los razonamientos esgrimidos por el señor González es que dicho sistema ya está establecido para el Senado y "la verdad es que la gente no las utiliza" (sic).
Este elemento no quiere tener en cuenta -y mucho menos proclamar- que el Senado español es una rémora, una institución carente de contenido e inservible: nuestro Senado es una simple excusa para que un montón de ñores y ñoras vivan del cuento y lo hagan más que bien. Nuestro Senado es inútil y costoso, carece de prestigio y de sentido.
Una de las explicaciones, la más lógica por simple, sería que la gente no "usa", aquí, las listas abiertas porque al estar viciado el Senado en su propia esencia es absurdo ejercer una facultad cuyos resultados son intranscendentes por:
A) Los senadores votan en función del imperativo impuesto por sus respectivos partidos y no por el interés de los territorios menores que representan.
B) No tiene potestad legislativa real con lo que, como mucho, pueden perder meses mareando una perdiz.
Ante esta perspectiva, ¿para qué utilizar las listas abiertas?
Las listas abiertas, señor González, tienen sentido y validez para la elección de "congresistas" (aquí son diputados) porque -y usted lo sabe- no sólo la ciudadanía mantendría en tensión, en vilo, el futuro y permanencia de cada representante electo, sino que en sí mismas se comportarían como un factor depurativo en los propios partidos.
Eso, claro, a ustedes, en el cotarro elitista que tienen montado, les pone un poco nerviosos. Como ustedes no quieren pregonarlo, lo haré yo.
Resulta que en las listas cerradas los candidatos se colocan ordenada y jerárquicamente de forma y manera que se asegure la elección de aquellos que dominan los partidos y sus estructuras. Así, Rajuá y Zetapetero (o quién sea) no se presentarán como cabezas de lista por Argamasilla arriesgándose a quedarse en el banquillo, sino que lo harán por un lugar que les confirme los votos y el escaño. No sé si me explico. Y así sucesivamente.
Con las listas abiertas esta seguridad se elide porque da igual la circunscripción por la que se presenten; el ciudadano puede prescindir de los primeros de la clase y votar masivamente a quienes ocupan los puestos trigésimo segundo, vigésimo cuarto, decimonono o quincuagésimo octavo y dar al traste con el tenderete: los jefes quedarían fuera del juego y en el Congreso el candidato a presidente del gobierno sería Juan Cordero, agricultor de Galbarros, o Martín Entrevero de Cacabelos y no los próceres de cada "formación política". No sé si me explico.
Para evitar esto tendrían a mano una solución arriesgada no por atrevida, sino por desesperada: reducir al número "justo" los incluidos en cada lista (como para el Senado); pero, esto, también acarrearía graves inconvenientes. Uno de ellos, que se quedaran en el lance (sin extremar mucho la cosa) sin representación. No sé si me explico.
Pero, además, las listas abiertas son un peligro -aunque no lo parezca- para otros estamentos que se tambalearían con los cambios estructurales y conceptuales que se operarían con dicho sistema.
Por eso, señor González Pons, no las quieren, interesadamente, ni ustedes ni ninguno de los políticos que ahora gozan de una seguridad que de otra forma...