21/07/2009

De la Tierra a la Luna... y volver.

Aún queda algún reducto, residuo de incredulidad recalcitrante, que niega la autenticidad del hombre en la Luna. "Men walk on Moon", el sencillo titular de The New York Times, es para ese grupo de seres escépticos un montaje, una compleja urdimbre tramada para engañar a la humanidad con quién sabe qué propósito malvado. Para soportar su teoría, la ilustran con infinidad de insolventes conjeturas: que si la bandera ondea sospechosamente en gravedad cero; que si las sombras son contradictorias; que si el polvo lunar a la sombra de los pinos; que si el reflejo de la celada especular no se corresponde con... Cualquier enigma o misterio, supuestos, que sirvan para que Iker Jiménez tenga unas horas más de programa y de superego es bueno para alimentar la necedad de la especie. A éstos podemos añadir a aquellos que deploran el acontecimiento por el derroche de recursos naturales para llevar a cabo la misión (esa y siguientes) y la inutilidad de tamaña empresa que, en principio, no ha reportado nada bueno a la humanidad. A los primeros poco hay que decirles salvo que no han sido dos los hombres que han hollado la superficie lunar: fueron dos en la primera misión Apollo; pero, después hubo más, bastantes más. A los segundos -que son esos que niegan el progreso por sistema mientras consumen su porción de caucho, de policloruro de vinilo, de cobre o de fibra óptica, etc...- poco hay que exponerles salvo que gracias al empeño lunático tenemos microondas, neopreno, y muchas más cosas de las que creemos y que ya son parte del uso diario, cotidiano.
Hoy se cumple la cuarentena y, es de suponer, que la década también tropiece con su crisis.
Sin embargo, la Luna para el hombre es mucho más que eso. No es la visión, la precisa y sorprendente, de Verne -detallada con estremecedora exactitud científica-; es la Selene de los griegos o el Aninga perseguidor de los escandinavos: es mitología; es la referencia poética de los enamorados o el temible influjo que nos convierte en lobishomes; es la estupidez del poeta absurdo que pretende comprarla; es la hermosura de un paisaje, el tiempo que transcurre, la pleamar. La Luna es la inspiración, el regalo perfecto y más precioso; es la distancia de un cariño: hasta la luna y volver. Es el misterio y la esperanza, el "ente" al que se le piden deseos imposibles.
Comprendo que toda esta panoplia -y más- de maravillas haya que defenderla frente a la vulgaridad de un tipo pisoteándola. Pero, la realidad se impone y una cosa no quita la otra; sobre todo si tenemos en cuenta que, quien más quien menos, todos alguna vez hemos estado allí.

18/07/2009

Matar un ruiseñor.

¡Qué fácil es desprenderse de un pequeño indefenso! ¡Y qué barato! Basta con alegar un olvido en el coche, a cuarenta grados, las ventanillas cerradas porque, claro, cualquier precaución es poca: no vaya a ser que alguien se lo lleve o que el niño, anclado en su silla, se desabroche y decida salir de paseo. Basta con dejar que el intenso calor deshidrate el cuerpecillo, que el golpe severo vaya agotando su respiración y su alma hasta que su último aliento sea una débil vaharada de auxilio impotente que nadie oirá. ¿Y sus padres amantísimos? Estarán, a buen seguro, ocupados en decidir qué juguete le compran, cuál se ajusta más y mejor a su tierna edad. No les importa el precio: para el nene nada es suficientemente bueno.
Ayer, quizás anteayer, unos padres compungidos lamentaban el descuido que llevó a la otra orilla a su infante. ¡Qué Dios más injusto y cruel!, parecía imprecar el padre mientras presa de un intenso dolor apoyaba su frente desolada en una pared. ¡Blasfema, que tienes razón!, le decía yo en la sovoz de mis pensamientos. ¡Cómo pudo permitir eso un Dios que se dice justo! ¡Cómo no cuidó de tu vástago inerme mientras tú estabas...¿dónde?! ¿Qué podía ser tan importante, tan inmediato, que requiriera a los padres y a lo que el bebé no podía asistir? ¿Qué urgencia inexorable podía precisar la presencia de los progenitores malditos, de los dos a la vez, y que les obligara a abandonar a una suerte infausta al pequeño?
No me lo creo. Ya son muchos, demasiados. No me lo creo. Me huele más a excusa injustificable, a abandono premeditado, a cuchillo sin filo. Me huele a muerte intencionada porque no hay, cuando se tienen hijos, ningún asunto demasiado urgente ni demasiado importante que no sea lo que a ellos atañe. Me huele a muerte intencionada porque ningún padre en sus cabales deja a un pequeño encerrado en el coche, al sol, y se va. No creo en el dolor y la angustia que ahora supuran; no creo en sus caras de buenas personas ni en la buena opinión de sus convecinos. Y no me creo que uno de los dos, papá o mamá, no pudiera haberse quedado con el niño para hacer lo que hacemos los padres normales: vigilar hasta límites de sobreprotección.
Y así lo escribo, sin conocer apenas los detalles; unos detalles que no me interesan porque un accidente es imprevisible. Un abandono en esas condiciones, no.

17/07/2009

Y, ahora, ¿qué?

Sólo señalaré dos titulares de la prensa de hoy: "La enfermera del caso Rayan ingresada en un centro psiquiátrico" y "Enfermeras del Marañón denunciaron problemas en Neonatología hace un año". No quiero hacer más sangre: ya expuse mi opinión y mi conjetura de los acontecimientos unos días atrás. Tampoco extenderé la cuestión interpolando aquí las cuatro páginas de que consta el documento denunciante. Pero, no puedo sustraerme a la tentación de culpar, una vez más, a alguien a quien no conozco y que es el verdadero responsable -no importa por que motivo- de que estas cosas pasen. No, pasen, no: de que estas cosas sigan pasando. Hay, un análisis somero basta, dos elementos simples: A) Se produjo una confusión que afectó dramáticamente a una familia y estremeció las carnes de la ciudadanía. Conclusión: no hay controles de seguridad ni verificación en un proceso delicado y en el que las consecuencias de un fallo son irreversibles y/o irreparables. Deducción: A nadie de los responsables verdaderos le preocupa un ápice lo que pase en ese centro puesto que, además, ya estaban advertidos. B) La ley de la gravedad en este país se cumple rigurosamente: los trabajadores pagan sus errores y los que provocan la indolencia, la incompetencia o la estulticia de sus superiores.

Lamento la muerte del niño, la de su madre; la de casi todas las personas que mueren. Pero lamento mucho más la vida de la enfermera... Lo que le quede de vida.


Conocí a un hombre -de esos que todo lo saben- que no dejaba nunca hablar a nadie. En cierta ocasión, tuvo una duda y preguntó; pero, no le respondieron.

15/07/2009



Con la excusa de proponer un libro -que recomiendo encarecidamente- fuera de su "sección", rescato un artículo del filósofo Javier Sádaba. Con dicho artículo se podrá estar de acuerdo o en completo desacuerdo; pero, a nadie -y de eso estoy absolutamente seguro- le dejará el regusto de la indiferencia. Además, sin que necesariamente se compartan todos los aspectos de su criterio ni todos sus argumentos, me parece un escrito inteligente y bastante acertado.




VOTAR. NO VOTAR.

Javier Sádaba


Yo no invitaría a votar a nadie; mejor sería quedarse en casa el día de la votación y que el resto del tiempo nos dediquemos a cambiar cotidianamente el barrio o la ciudad. Ocasiones no faltan. De ahí lo deseable de un compromiso más propio de animales políticos y no una pseudogestión política vacía y sometida; y llena de mala esgrima. Es curioso, y son ejemplos cercanos, cómo se puede vivir de criticar, destrozar o minimizar al contrario; naturalmente a bajo costo y sin gran esfuerzo intelectual. Es el caso de los que agotan sus energías metiéndose, como si del único problema se tratara, con el PP. Al grito de que viene la derecha, todo vale. Habría que defender a la izquierda, nos dicen, por muchos que fueran sus defectos. Por cierto, me imagino que cuando hablan de izquierda lo harán de broma. Y más por cierto aún, los que se ponen la medalla izquierdista rara vez les encuentra uno allí en donde quema el ser de izquierdas de verdad y no de etiqueta. Serán monárquicos por ser republicanos, defenderán la autodeterminación del país más lejano, pero no se mojarán una uña por lo que pidan, es otro ejemplo, en Euskadi. Gritarán a favor de la escuela pública, pero mandarán a sus hijos a la privada. Estarán dispuestos a condenar, cosa que me parece muy bien, a Aznar por habernos engañado con el truco de las armas de destrucción masiva, pero no se fijarán en Solana o en tantos más de la misma banda. Y ni una palabra, claro está, sobre la barbarie de Afganistán. Los casos son tantos que da pereza seguir con ellos. Los argumentos, además, los convierten en chantaje. Y es que no se debería votar a X porque viene el lobo si antes no nos aseguramos de que X es otra especie de lobo o que, a la larga, el lobo que venga será más feroz. Y, encima, sus argumentos son falaces. Como nos enseñó un renombrado filósofo, aunque el razonamiento es de sentido común, yo no soy bueno porque el otro es malo. Se trata de una forma mezquina de ser bueno. Al final, en este juego en el que cada uno sirve a su tribu, lo que desaparece es el intento por embarcarse en la noria que deja todo igual, mientras los partidos se reparten el poder. La visión alternativa, crítica y autocrítica, que ponga patas arriba el engaño que proviene de un mundo dominado por el rostro del dinero, se desvanece. Un último pseudoargumento suele ser que siempre hay diferencias entre los grupos políticos o que la equidistancia es un error, si no un pecado. A lo primero, habría que responder, independientemente de que todos los partidos se encuadren en textos legales, llenos de agujeros y que no son la mano de Dios, que los que así opinan deben tener un microscopio excelente para detectar tantas diferencias cuando todos beben del mismo sistema. Las diferencias son mínimas y en modo alguno suficientes como para trazar una línea tajante entre los contendientes. Por otra parte, los errores de la llamada izquierda pueden ser más perniciosos puesto que ahogan las reivindicaciones realmente alternativas. Y la equidistancia que tendríamos que evitar es la que pueda darse entre la verdad y la falsedad, la justicia y la injusticia, la mentira y la sinceridad, o la inteligencia y la necedad.

Las votaciones, lo he sugerido, se han convertido en ritos que perpetúan el poder, dan un cheque en blanco, no favorecen la participación en la vida común y, al final, hacen que siga la noria dando vueltas sin que nada realmente cambie. Pero de ahí no se sigue que me puedan quitar mi derecho a votar. Viene esto a cuento por las detenciones que se han dado en Euskadi y los esfuerzos estatales para prohibir que una parte del pueblo vasco acuda a las urnas. A los primeros se dice que se les ha metido en la cárcel porque, según unas supuestas pruebas, obedecerían a Batasuna y, desde ahí, a ETA. Todo está traído por los pelos. Las sospechas respecto a la falta de independencia de la justicia son tan monumentales que se truecan en argumentos. Es lo que cualquiera diría en voz baja aunque sostenga lo contrario en voz alta. No quieren, en suma, que un determinado grupo de personas se presente a las elecciones y se arbitran las medidas más disparatadas para imponer la voluntad del Estado. Bonito ejemplo de democracia. Lo más dramático es que lo que uno oye o lee sobre el tema se reduce a contarnos las diferencias entre la vía penal y la contencioso-administrativa, los desvelos de Garzón o los de Pumpido, la aplicación de la Ley de Partidos y unas cuantas monsergas más. Raro es que se entre en las entrañas del asunto. Al final aparece la fuerza de Humpty-Dumpty: el que puede, puede. Y hace lo que le parece oportuno con las palabras y con las leyes. Curiosamente en estos casos los que suelen acusar a los que ellos llaman equidistantes hacen alardes de una equidistancia deplorable: llamándose demócratas, miran para otro lado cuando la radicalidad democrática exige protestar contra todo lo que la pisotee. Pero la noria sigue dando vueltas, las tribus sacan partido de los partidos y tan contentos. No veo utilidad alguna al voto. Pero que no me lo quiten ni a mí ni a nadie. Lo guardo o lo regalo. Es cosa mía. Y de unos cuantos más.

13/02/2009

...la cebada al rabo.

Todos los días, todos, asistimos a dramas conmovedores que nos hacen contener el aliento antes de retomar, apresuradamente, la comida. Todos y cada uno de nuestros días están jalonados por informaciones que, como arpones irreductibles, parecen hincarse en nuestras carnes devastadas; pero, la mella que hacen, la muesca en las cachas de sus revólveres, es pura ficción. Ninguna tragedia humana en esta divina comedia es suficientemente recia como para que, salvo unas lágrimas en el mejor de los casos, nos haga mantener la conmoción.
La desgracia de una familia -la del niño Rayan- copa todas las primeras planas, columnas y destacados de la prensa desde hace días. Y es terrible, sí; pero, no la única. Los factores y elementos que concurren en estos acontecimientos, infaustamente concatenados, la
convierten en una noticia atractiva para los medios que ven en ella una magnífica oportunidad de llenar espacios y de captar lectores ávidos de morbo y ansiosos por lamentarse y escupir exabruptos contra algo o contra alguien; más cuando del sistema sanitario español se trata.
"Errare humanum est". Este latinajo contiene en su esencia algo más que la verdad evidente "cualquiera se equivoca"; nos indica que desde siempre se han cometido errores y seguirán, indefectiblemente, cometiéndose.
No obstante, es posible que no sea el periodismo (lo
dejo sin apoyo calificativo) el culpable del vértigo social que, en este caso, está provocando un hecho tan luctuoso. Es posible que la hermandad política en su celo por salir indemne del asunto, de este y de todos los demás, y en su proverbial incompetencia (sólo prestan atención al nepotismo -sea en la Junta de Andalucía-, al recibo de sus peculiares diezmos y primicias hechas trajes, o coches, o lo que sea...) sea la responsable genuina del mal.
La portada más señalada de esta jornada de luto es que el hospital -¡qué casualidad!- iba a instalar hoy un dispositivo de alarma para evitar -¡qué casualidad!- fallos como el que ha llevado al pequeño Rayan a reunirse con su madre, víctima también de otra cadena de lamentables equivocaciones o quién sabe si de negligentes incompetencias.


La pregunta cardinal es: ¿por qué, precisamente hoy, iban a instalar el dispositivo de alerta? ¿Por qué no lo tenían "de antes"?
No es, desde luego, la única inquisición crucial. A bote pronto se me ocurren algunas más como, por ejemplo: ¿Por qué no tenían ese sistema "de antes"? ¿Qué procedimiento se sigue y quién verifica que cada proceso se cumpla con rigor? ¿Por qué la pobre desgraciada que inyectó la muerte en el niño no se aseguró de qué tenía entre manos y por dónde lo iba a suministrar? Si era su primer día, ¿por qué nadie la "tutorizaba"? ¿Por qué en otros centros hospitalarios tienen un dispositivo -que el diario El Mundo califica de rudimentario; pero, que al parecer, es eficaz- tan simple como el tener distintos calibres en las sondas para aplicarlos a distintas funciones y este centro no?
En este país, hay profesionales muy buenos, buenos, mediocres y muy malos, como en todas partes y en todos los campos. Los errores los puede cometer, ya lo dice el refrán, el mejor escribano y yo dudo mucho que en la voluntad de la enfermera, o lo que fuese, hubiera ni un ápice de mala intención; dudo mucho que el fatal descuido sea exclusivamente responsabilidad de la enfermera que administra "ad nutum" un medicamento o un nutriente y dudo mucho que los sanitarios que hurtaron de la muerte primera al pequeño sacándolo del vientre materno y mimándolo hasta la extenuación (estoy seguro) haya un mínimo residuo de negligencia.
Me inclino más a culpar a quienes han de dotar de medios y recursos, de vigilar que los trabajadores no tengan que sobreesforzarse por los colapsos que se producen; me inclino más a culpar a quienes gestionan los fondos públicos -mal por lo común- primando estupideces en vez de dar preferencia a instituciones tan necesarias como la sanidad. Y culpo, por supuesto y sin inclinación ni doblez, a quienes se apresuran a expedientar y pedir investigaciones y explicaciones con extraordinaria contundencia a quienes intentan cumplir con su obligación mientras que ellos mismos son incapaces de seguir un código ético elemental ni, desde luego, aprobar por decreto sanciones y expulsiones ejemplares para los que perteneciendo a esa privilegiada calaña se equivocan constantemente y malversan lo que es propiedad de todos los ciudadanos.

12/07/2009

Actividades infantiles.




LA NIÑA CHICA

Me resisto a cerrar la brecha que he abierto.


L
a niña chica era la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo mimosa: -¡Platero, Platerillo!-, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño y rebuznaba loco.

Ella, en una confianza ciega, pasaba una y otra vez bajo él, y le pegaba pataditas, y le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos; o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre: ¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete!



En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste: ¡Platerillo!... Desde la casa oscura y llena de suspiros se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh, estío melancólico!

¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Septiembre, rosa y oro, declinaba. Desde el cementerio, ¡cómo resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví por las tapias, solo y mustio, entré en la casa por la puerta del corral, y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a llorar con Platero.



¡Olé!