08/07/2009

La muerte de los ídolos


Ahora será rey y reinará en su ruín Olimpo del "pop". Ahora será un genio excéntrico, un ser extravagante, el creador que hizo época, que marcó un hito, que creó escuela, que innovó. Será el Único, incontestable, el hombre tocado por la gracia y cuya estela, idolatrada por millones de energúmenos, será la referencia universal sin la cual ningún terrícola podrá respirar, amar, trabajar, dormir.
Ha muerto, en olor de multitud, éso. Sí, éso. Ha muerto la incertidumbre del color, la adolescencia perenne, la materia gris desarbolada por un conflicto patético y obtuso: ha muerto Peter Pan de oro. ¡Loado sea aquel que pronuncie mil veces su nombre! ¡Denostado y maldito sea aquel que no oiga sus canciones, no vea sus "videoclips", no remede sus formas!
Ha muerto, sí. Pobre hombre: ¡que el mundo restalle en un unánime trallazo de lástima! ¡Nadie como él! ¡Que nadie pronuncie su nombre en vano! ¡Condoleos porque ha muerto él!
Así lo haré yo también. Me conmueve la despedida que ha tenido, merecida. El mundo, de polo a polo, de este a aquel, llora su ausencia: ¡nos ha dejado huérfanos!
No importa aquel hombre justo que murió en el mismo instante solo, sin quejas, sin amigos que plañieran su pérdida. No importa ninguno de los que generosamente entregaron lo que tenían a los hombres que, tras ellos, recogían las hierbas que arrojaban.
¿Cuántos -con lo buenos que son estos tipos y familiares- hubieran comido con lo que ha costado su entierro y toda la "parafernalia", toda la pompa, que le ha acompañado?
Mundo hipócrita y absurdo: ¿de qué nos quejamos?

Tahures chengos

En política, al menos en la española, uno cree haberlo visto y oído todo. En política, al menos en la española, uno termina claudicando ante la evidencia y fraguando ese escepticismo deplorable que induce, irredcutible, a la estupidez prójima y la desazón propia: "yo de política no entiendo"; "yo en política no me meto". Porque nos hemos acostumbrado a ser comparsas de un género, de una ralea canalla, cuyo único y cardinal interés es llegar a un puesto de cierta relevancia y mantenerlo a toda costa como los piratas defienden un botín, ilícito, pero goloso. Si a esta farsa terrible a la que asistimos mudos, o idiotizados (la mayoría), por la carencia absoluta de criticismo, de capacidad de análisis y de razonamiento elementales, le añadimos la estolidez de un juez que no se resigna a permanecer en el anonimato laborioso de su despacho y sale a la palestra en busca de una venganza inexplicable, pues cerramos: el cuadro está completo.
Sin embargo, no es eso -desde mi punto de vista- lo preocupante. Lo que me da verdadero terror pánico es que todos los puestos donde la independecia y la imparcialidad deberían estar aseguradas están copados por "afines" a un partido político concreto con lo que ni imparcialidad, ni independencia, ni legalidad, claro.
Si en este escenario esperpéntico ponemos a la diva Pajín y sus coristas, a la momia de la vega y algún blanco de alma negra como la pez... ¡Menudo panorama!