09/08/2009

La misérrima condición humana.

El hombre nace, crece, se da al fornicio y a la cópula (si los dioses le son favorables), intenta reproducirse cuando puede, sufre y, por lo común, muere.
Entre tanto, su vida discurre por vericuetos de una estremecedora simplicidad: decepciones, amarguras, angustias, esperanzas, esforzadas deyecciones, dolores de muelas, unas cañas con los amigos... En fin, esas cosas -en el mejor de los casos-.
De ahí, probablemente, de esa certeza cruel de que no irá a ninguna parte más allá del cipo impuesto por su lápida, la sólida necesidad de ambicionar. Y, en esa necesidad, artificial, impostada, el atropellar sin conmiseración alguna todo lo que se le ponga por delante y obstaculice su obsesión.
En el ímpetu no hay remordimiento; no importa a quién se deje en la cuneta ni en qué condiciones. El egoísmo vence; la prioridad es individualista, rácana.
El ser que encauza mal su ambición carece de escrúpulos. Fingirá, sufrirá hasta lo indecible, soportará lo más desagradable con tal de obtener su provecho.
Pero, el mar que navega es proceloso y lleno de olas tramposas. Esos nautas, que nunca tienen suficiente, acaban exhaustos sus días sobrecargados de achaques, con sus retratos supurantes y bubosos reflejando sus almas negras y pegajosas. Sus triunfos y consecuciones son efímeros y el tributo que pagan por su conducta veleidosa y frívola suele ser demasiado alto incluso para ellos.
La soledad, el ostracismo más severo, el desprecio absoluto se encarna en ellos para ahogarles lentamente. La locura acecha sus relejes grises deshechos por una sífilis intratable.
No sirven los arrepentimientos postreros; no valen los ruegos desesperados. Caen en su abismo y ninguna soga, salvo la que se ciñe a sus cuellos, alcanza a parar su descenso.
Quien más quien menos podría ilustrar con un ejemplo pintiparado, de primera mano, lo que escribo. Todos conocemos a alguien en ese trance y, las cosas claras, ninguno moveremos un dedo auxiliador que les sustraiga del rudo lance que ellos mismos provocaron con su desmesura.
La vida, en el fondo, suele ser justa y premia y castiga regular y ecuánimemente; lanza avisos de fácil interpretación
a navegantes. Allá cada uno si hace caso omiso de los torbellinos anunciados; cuando estén en medio del huracán, ya no habrá remedio ni solución. Mis condolencias a todos cuantos verán cómo sus mundos se desmoronan con el estruendo y el horror de unas murallas abatidas por los toques terribles de las trompetas seráficas y apocalípticas.
Dicen que a quien tiene cama y duerme en el suelo...

Triste elogio de la mentira


Siempre he sostenido -quizás erróneamente- que para ser un buen mentiroso se precisan dos elementos complementarios e importantes: ser muy inteligente y tener una grande imaginación.
O sea, ser "brillante".
Inteligente para trazar bien la mentira, controlarla, no dejar cabos sueltos. Imaginativo para crear una verdad consistente e irrefutable.
Sin estas dos cosas nadie puede desenvolverse bien en una mentira. Cae en la zafiedad y en la contradicción: cae en la trampa de su propia trama defectuosa. Al mentiroso se le puede o no consentir que lo sea; permitir su mentira en función de la importancia dañina de ésta; pero, lo peor que le puede pasar es ser descubierto y no revelarlo. Entonces seguirá mintiendo con su aplomo habitual sin percatarse de que al otro lado se finge la credulidad en su palabra. Seguirá acopiando mentiras sin caer en la cuenta de que en el polo opuesto se está recabando una información preciosa que en el momento crítico dará al traste con todo su tinglado manipulador y falsario. En esa confianza ciega por su impunidad está su talón de Aquiles, su expugnabilidad, el punto débil que apenas rozado le hará tambalearse y caer definitivamente.
El buen mentiroso necesita inteligencia e imaginación para, usando ambas en una asociación irrebatible, rodear la verdad sin mentir, para eludir decir la verdad sin caer en argumentos falaces. De esta forma, ante sus equivocaciones previsibles, siempre podrá improvisar o excusar por medio de alguna alegación más o menos razonable. Y éso es lo que le diferencia del mentiroso burdo y vulgar. El mentiroso grosero, además de irrespetuoso con la inteligencia y la dignidad de los otros, además del oprobio que practica con la condescendencia de los demás, miente precipitadamente o desvelando su propia ignorancia picando en cebos demasiado evidentes. Es ese tipo al que se le ha visto dando tumbos a las tres de la madrugada y alguien le pregunta "¿Anoche lo pasaste bien?" Y él, pobre, responde: "Sí, durmiendo porque me acosté a las nueve". Esa falta elemental de ingenio es lo que diferencia a ambos tipos de mentiroso. A este último, sin embargo, es al que se le ve crecer la nariz ostensiblemente y, por ende, es contra el que se puede ir preparando una paciente, lenta y segura venganza o lección o...
Así que, cada cual prepare sus cimbeles y que Dios reparta suerte porque inteligencia le quedaba poca en el almacén y, además, la distribuyó bastante mal.
No tengo más qué añadir.

08/08/2009

El ser humano está emponzoñado...

...¿quién le desemponzoñará? El desemponzoñador que...
Todos nuestros órganos vitales están desprotegidos. Eso nos hace vulnerables frente al resto de fieras que pueblan la tierra. El corazón, la cabeza, riñones, todo está al alcance ofensivo. El ser humano carece de defensas eficaces. Pero, la Natura -que dicen es sabia- nos ha compensado, en mayor o menor medida, con dos armas terribles. Una es la inteligencia; la otra es la lengua envenenada, la palabra atosigada que hostiga sin motivo, que alumbra maldades por el mero hecho de prevalecer, de captar atención, de desahogar las propias frustraciones.
La decisión, al toparse con una de estas lenguas filateras y viperinas, no es fácil: hacer caso omiso de ellas o hacerlas frente y callarlas con contundencia y rotundidad.
La mayor parte de las veces lo mejor es optar por la compasión; otras, por el desdén, el desprecio. Y solamente en casos extremos suele ser preciso apuntillar a los lenguaraces y ponerlos en su sitio, en su difícil sitio de soledad e intransigencia rumiada.
La mayor parte de las veces no merece la pena ni el esfuerzo dedicarles un sólo segundo de reproche o de reconvención y menos sabiendo que, antes o después, quienes usan esas armas terminan siendo víctimas de sí mismas: por la boca muere el pez. En realidad no merecen ni el tiempo ni el espacio de esta reflexión, o exposición o lo que esto sea.
Ojalá comadres y murmuradoras, chismosos y cotillas, charlatanes y gárrulos fueran una misma especie en extinción o enmudecieran y nos evitaran el suplicio de sus voces. Sobre todo cuando hablan de lo que no conocen ni por asomo.
Yo me contentaría con que sus estupideces no me salpicaran; pero es más fácil que amanezca por poniente a que aquello llegue a suceder.

De tanto pegar la hebra,
la lengua de la culebra,
termina partida en dos.

31/07/2009

EL CARIZ DE LAS COSAS


No sé, ésta semana, cuál será la jerarquía de preocupaciones de la ciudadanía española. Supongo -el verbo es más humilde que "deduzco"- que en el primer lugar estará el desempleo y en segundo lugar (por lo reciente en la memoria) el terrorismo.
No son, desde luego, asuntos desdeñables. Acuciantes por terribles ambos copan nuestros insomnios. Cada día vemos cómo a los dos se les suman víctimas y cada día vemos cómo ninguno de los dos se resuelve ni siquiera por aproximación.
La "clase política" española goza de una incapacidad proverbial, secular. No la actual: examinemos cualquier período y obtendremos unos resultados demoledores. Los políticos españoles -salvo excepciones- a lo largo de nuestra Historia siempre han sido una recua de ignorantes ineptos y ventajistas dedicados a su pro. Pocas veces España ha tenido un auténtico estadista con visión y criterio, con buena capacidad de análisis y con empuje. Y cuando lo ha tenido, el resto de la clase se ha ocupado muy mucho de zancadillearle, deponerle o algo peor.
Con los absolutismos y tiranías el pueblo no podía ejercer sus derechos más innegables y estimulantes; pero, con los resortes democráticos tampoco puede ejercer muchos más que se diga. En plena democracia no podemos defenestrar gobiernos que nos hunden en la miseria y hemos de limitarnos a soportar estoicamente los chanchullos con los que unos y otros, conchavados y en comandita, nos sujetan. En plena democracia, la democracia no tiene instrumentos ni mecanismos para expulsar a quienes gestionan mal lo que es de todos: hay que esperar... siempre esperar. Y esperando, casi dos millones de familias (se dice pronto) carecen de ingresos o reciben subvenciones ínfimas mientras los bancos son ayudados con el dinero de todos y encima obtienen beneficios. Se manipulan los datos reales generando estadísticas convenientes (todos sabemos cómo se hace) y las administraciones dilatan hasta la extenuación su inoperancia y su número de empleados que, en gran parte, no saben absolutamente nada de su trabajo... Por poner algunos ejemplos.
Pero, ¿de quién es la culpa de que todo lo que está pasando esté pasando sin que nadie se responsabilice de nada? Pues de la estática ciudadanía, del conformismo ancestral que llevamos inculcado en el tuétano, de la convicción íntima de que con pan y toros basta y sobra. Llevamos inoculada una apatía fiera, la desunión, la bronca permanente de bar y los lances chulescos de gallito arrabalero que, a la hora de la verdad, se quedan en vacuos ladridos a la luna de Valencia.
Es natural que cada prójimo vea el mundo como le convenga o le apetezca. Sin embargo, por mucho que le demos vueltas a la cosa, lo blanco es blanco aunque el tonto diga que no se pueden juntar peras con peras.

30/07/2009

Un pacharán al coleto.

No me extrañaría nada que esos subnormales de E.T.A. estuvieran ahora brindando con licor de endrinas y haciendo el chiste fácil para arrancar a sus lameruzos una estúpida sonrisa: "¡no pacharán!"
Ellos, y algunas de las que los malparieron, estarán tan orgullosos de su valerosa hazaña que no cabrán en sí de gozo; de gozo en sí cabrón.
Ahora ellos, cuando el cuerpo de los dos ausentes está aún caliente, estarán eufóricos y más cuando empiecen a ver pasar, frente al dolor de los familiares conmocionados, a la cofradía de políticos mal compungidos que llevan siglos sin resolver lo que debería estar resuelto. Dice el Presi-coleguita Zetapé que terminarán en la trena. Yo, escéptico, respondo mentalmente: o no. Pero, bueno; intención, lo que se dice intención, no le falta. En Rajuá, ni me paro.
Es verdad que se ha conseguido mucho; es cierto que se han "desarticulado" muchos comandos y todo eso. Pero, "esos chicos de E.T.A." siguen matando. La cuestión, pues, no es que terminen encarcelados o que dejen de matar; la cuestión es que no puedan volver a matar.
De poco sirven nuestras manos blancas, nuestras manifas, nuestros denuestos y nuestros lazos negros; de poco sirven el dolor y las lágrimas, los vacíos de las ausencias. De nada sirve clamar justicia o venganza por los seres a quienes se les amputó la vida.
La solución empieza por tomar dos medidas elementales. La primera es cortar el suministro a E.T.A. Y eso se hace no talando las ramas: eso no es eficaz. El árbol se tala por los pies, se le impide el alimento para que se seque y muera, se le extrae por la raíz. La segunda empieza por aislar en todos los sentidos y aspectos a esos sinvergüenzas y aledaños "pacíficos" que en esa incierta sombra los arropan: P.N.V. y demás.
Para hacer todo eso se precisa cierta astucia, cierta sagacidad, y pedirle (por ejemplo) a nuestro "servicio secreto" que se ponga a currar para aquello que le pagamos y descubra las fuentes de armamento, de financiación, etc... Porque lo cierto es que salvo cuando tenemos ayuda de otros países, aquí pasan las moscas y nadie echa fufú.

El tabaco y E.T.A. perjudican seriamente su salud.

A estas alturas uno ya no sabe ni cómo reaccionar ante otro atentado, ante cada nuevo asesinato de esa cuadrilla de cafres hijos de puta. A las personas "normales" -es comprensible- se nos hincha la vena por la cobardía que usan y porque la justificación empleada por esos súbditos del "vascalismo" no encaja en los conceptos cabales. Yo no sé; pero, sospecho que sus mismos argumentos pueden ser expuestos por el resto de los españoles y preparar un guirigay entre todos de muy señor mío. No va a pasar; lo saben y por eso hacen lo que hacen. Saben que pondremos nuestros crespones en lugar visible, aventaremos nuestra santa indignación y mañana será otro día... tan triste como el de hoy.
Ignoro si el "Estado de Derecho" ha usado de todas sus prerrogativas para enfrentar y finiquitar este problema. De lo que no me cabe de las dudas la menor es que si lo ha hecho, ha sido insuficiente.
Sobre todo porque la cuestión hay que zanjarla de raíz. Y la raíz es el "nacionalismo" y sus razonamientos que consentimos tácitamente sin que nadie, por temor a ser etiquetado de fascista o similar, sea capaz de rebatir con la llaneza contundente del sentido común.
Tienen derecho a la segregación, a la independencia. Pero, ¿porque lo dice quién? ¿Tres "ideólogos" de enceFALOgrama plano? Y si esos mismos tres alhelíes deciden que el cacareado pueblo vasco tiene derecho a la inmolación masiva, guste o no guste, porque hay una mayoría -teórica- que está de acuerdo y los apoya, ¿también hay que someterse a su voluntad? ¿Hasta dónde llega el sentido administrativo-legal de la posesión y pertenencia a un terruño? ¿Un bilbotarra tiene más o menos derecho a estar en Pasajes que un paisano natural del propio pueblo? Estiremos el ejemplo y la famosa regla de tres.
¿Quienes se escudan y excusan en la "lucha armada" para conseguir sus objetivos independentistas han pensado que, en rigor, nosotros podemos argüir lo mismo para preservar nuestro derecho a la VIDA?
Uno, con la vena hinchada, está ya hasta los cojones de tanta patraña y de tanta estupidez, de tanta historia legendaria y de tanta fábula insolvente. Que inventen lo que quieran; pero el que no esté a gusto en España, que se vaya. Porque el País Vasco, al menos por el momento, es España.

22/07/2009

Princess facing Saudi death penalty given secret UK asylum

Este titular de The Independent no es sólo la exposición de un hecho dramático. No es únicamente la cuestión singular, precisa, de una joven condenada a muerte por lapidación tras quedarse embarazada de su amante. No, no es el adulterio pecaminoso que precisa de un castigo ejemplar aplicando el santo verbo coránico. Este titular habla de una tolerancia que los fanáticos y prosélitos musulmanes exigen al resto del mundo y que ellos no practican; habla de una reciprocidad inexistente.
No me importa si la infidelidad debe o no ser punida o perdonada. Lo que me importa es lo excesivo, por excesivo en correspondencia y por cruel, del castigo impuesto: la lapidación. Ninguna cultura, pueblo o "civilización" -puesto ahora de moda, mal puesto, gracias a la ignorancia de mesié le presidén- que la practique, que la sustente, que la aliente, merece el respeto humano.
De la única lapidación que guardo buen recuerdo es la de "La vida de Brian", con su humor, con su mordacidad, con su crítica. El resto, las reales, las de verdad, son, simplemente, acontecimientos salvajes, reflejos de la esencia más aterradora que el ser humano lleva dentro: la sangre de Caín.

Los musulmanes, cuando se instalan en otro país, reciben las prerrogativas del resto de los ciudadanos que lo habitan. Más, las exigen, se les conceden y, además, imponen el respeto a su "cultura" en tanto ellos son incapaces de respetar los derechos fundamentales: los derechos humanos: exigen los beneficios, no las obligaciones. Eso es jugar con ventaja.
Pero, no toda la culpa es suya. Grande parte de la culpa pertenece a cuantos jalean la necesaria igualdad y trato deferente, la integración y todo eso sin pedir a cambio el respeto a las normas establecidas que conforman la naturaleza de un país. La culpa la tienen aquellos que se inventan una alianza desde la que derivar fondos sin exigir el cese de las humillaciones y de los atropellos y sin pedir el cumplimiento riguroso del respeto a las personas.

Me gustaría que todos esos que salen en procesión exigiendo mezquitas, horarios especiales, privilegios, etc..., dejaran su hipócrita visión del mundo y se fueran a esos países a frenar con sus pancartas las lapidaciones, a edificar templos budistas y evitar que sus imágenes se dinamiten, a erigir iglesias cristianas. Me gustaría que fueran a pedir que cayera el velo de las mujeres y que éstas pudieran pasear en vaqueros o no les practicaran a las niñas la ablación clitórica.
En fin, a implantar un modelo de plena libertad en el que impere la ley y no la religión. Me gustaría que les dijeran que tan lícito es insultar a un dios como a otro sin que nadie sufra persecución y sentencia de muerte; que regalaran ejemplares de "Los versos satánicos" sin que les quemaran vivos.
Hay imbéciles que leyendo este texto lo tacharán de racista; bueno, que lo hagan: nunca me ha preocupado la opinión de los gilipollas. Pero, de todas formas, que practiquen con el ejemplo y que hagan lo que les sugiero. Luego, si vuelven, hablamos.

21/07/2009

De la Tierra a la Luna... y volver.

Aún queda algún reducto, residuo de incredulidad recalcitrante, que niega la autenticidad del hombre en la Luna. "Men walk on Moon", el sencillo titular de The New York Times, es para ese grupo de seres escépticos un montaje, una compleja urdimbre tramada para engañar a la humanidad con quién sabe qué propósito malvado. Para soportar su teoría, la ilustran con infinidad de insolventes conjeturas: que si la bandera ondea sospechosamente en gravedad cero; que si las sombras son contradictorias; que si el polvo lunar a la sombra de los pinos; que si el reflejo de la celada especular no se corresponde con... Cualquier enigma o misterio, supuestos, que sirvan para que Iker Jiménez tenga unas horas más de programa y de superego es bueno para alimentar la necedad de la especie. A éstos podemos añadir a aquellos que deploran el acontecimiento por el derroche de recursos naturales para llevar a cabo la misión (esa y siguientes) y la inutilidad de tamaña empresa que, en principio, no ha reportado nada bueno a la humanidad. A los primeros poco hay que decirles salvo que no han sido dos los hombres que han hollado la superficie lunar: fueron dos en la primera misión Apollo; pero, después hubo más, bastantes más. A los segundos -que son esos que niegan el progreso por sistema mientras consumen su porción de caucho, de policloruro de vinilo, de cobre o de fibra óptica, etc...- poco hay que exponerles salvo que gracias al empeño lunático tenemos microondas, neopreno, y muchas más cosas de las que creemos y que ya son parte del uso diario, cotidiano.
Hoy se cumple la cuarentena y, es de suponer, que la década también tropiece con su crisis.
Sin embargo, la Luna para el hombre es mucho más que eso. No es la visión, la precisa y sorprendente, de Verne -detallada con estremecedora exactitud científica-; es la Selene de los griegos o el Aninga perseguidor de los escandinavos: es mitología; es la referencia poética de los enamorados o el temible influjo que nos convierte en lobishomes; es la estupidez del poeta absurdo que pretende comprarla; es la hermosura de un paisaje, el tiempo que transcurre, la pleamar. La Luna es la inspiración, el regalo perfecto y más precioso; es la distancia de un cariño: hasta la luna y volver. Es el misterio y la esperanza, el "ente" al que se le piden deseos imposibles.
Comprendo que toda esta panoplia -y más- de maravillas haya que defenderla frente a la vulgaridad de un tipo pisoteándola. Pero, la realidad se impone y una cosa no quita la otra; sobre todo si tenemos en cuenta que, quien más quien menos, todos alguna vez hemos estado allí.

18/07/2009

Matar un ruiseñor.

¡Qué fácil es desprenderse de un pequeño indefenso! ¡Y qué barato! Basta con alegar un olvido en el coche, a cuarenta grados, las ventanillas cerradas porque, claro, cualquier precaución es poca: no vaya a ser que alguien se lo lleve o que el niño, anclado en su silla, se desabroche y decida salir de paseo. Basta con dejar que el intenso calor deshidrate el cuerpecillo, que el golpe severo vaya agotando su respiración y su alma hasta que su último aliento sea una débil vaharada de auxilio impotente que nadie oirá. ¿Y sus padres amantísimos? Estarán, a buen seguro, ocupados en decidir qué juguete le compran, cuál se ajusta más y mejor a su tierna edad. No les importa el precio: para el nene nada es suficientemente bueno.
Ayer, quizás anteayer, unos padres compungidos lamentaban el descuido que llevó a la otra orilla a su infante. ¡Qué Dios más injusto y cruel!, parecía imprecar el padre mientras presa de un intenso dolor apoyaba su frente desolada en una pared. ¡Blasfema, que tienes razón!, le decía yo en la sovoz de mis pensamientos. ¡Cómo pudo permitir eso un Dios que se dice justo! ¡Cómo no cuidó de tu vástago inerme mientras tú estabas...¿dónde?! ¿Qué podía ser tan importante, tan inmediato, que requiriera a los padres y a lo que el bebé no podía asistir? ¿Qué urgencia inexorable podía precisar la presencia de los progenitores malditos, de los dos a la vez, y que les obligara a abandonar a una suerte infausta al pequeño?
No me lo creo. Ya son muchos, demasiados. No me lo creo. Me huele más a excusa injustificable, a abandono premeditado, a cuchillo sin filo. Me huele a muerte intencionada porque no hay, cuando se tienen hijos, ningún asunto demasiado urgente ni demasiado importante que no sea lo que a ellos atañe. Me huele a muerte intencionada porque ningún padre en sus cabales deja a un pequeño encerrado en el coche, al sol, y se va. No creo en el dolor y la angustia que ahora supuran; no creo en sus caras de buenas personas ni en la buena opinión de sus convecinos. Y no me creo que uno de los dos, papá o mamá, no pudiera haberse quedado con el niño para hacer lo que hacemos los padres normales: vigilar hasta límites de sobreprotección.
Y así lo escribo, sin conocer apenas los detalles; unos detalles que no me interesan porque un accidente es imprevisible. Un abandono en esas condiciones, no.

17/07/2009

Y, ahora, ¿qué?

Sólo señalaré dos titulares de la prensa de hoy: "La enfermera del caso Rayan ingresada en un centro psiquiátrico" y "Enfermeras del Marañón denunciaron problemas en Neonatología hace un año". No quiero hacer más sangre: ya expuse mi opinión y mi conjetura de los acontecimientos unos días atrás. Tampoco extenderé la cuestión interpolando aquí las cuatro páginas de que consta el documento denunciante. Pero, no puedo sustraerme a la tentación de culpar, una vez más, a alguien a quien no conozco y que es el verdadero responsable -no importa por que motivo- de que estas cosas pasen. No, pasen, no: de que estas cosas sigan pasando. Hay, un análisis somero basta, dos elementos simples: A) Se produjo una confusión que afectó dramáticamente a una familia y estremeció las carnes de la ciudadanía. Conclusión: no hay controles de seguridad ni verificación en un proceso delicado y en el que las consecuencias de un fallo son irreversibles y/o irreparables. Deducción: A nadie de los responsables verdaderos le preocupa un ápice lo que pase en ese centro puesto que, además, ya estaban advertidos. B) La ley de la gravedad en este país se cumple rigurosamente: los trabajadores pagan sus errores y los que provocan la indolencia, la incompetencia o la estulticia de sus superiores.

Lamento la muerte del niño, la de su madre; la de casi todas las personas que mueren. Pero lamento mucho más la vida de la enfermera... Lo que le quede de vida.