09/05/2010

El velo que va delante es el que alumbra


En España todo se legisla -otra cosa es que luego ese exceso de legislación sirva para algo que no sea malinterpretar la ley, manipularla o colapsar los juzgados con estupideces- y ahora, tras una polémica inútil y cargada de intenciones ocultas, se pretende legislar sobre el uso del velo musulmán.
El uso del velo no encierra peligro en sí mismo. Lo que entraña es un reto, un desafío descarado y el interés por hacer prevalecer un criterio sobre la costumbre o la propia norma.
El velo no se está usando como objeto testimonial de una fe, sino como arma. Imponer el velo no es imponer un derecho a una sociedad que garantiza y respeta los derechos, sino imponer una voluntad incisiva basada -fomentada- en el imperativo expansivo de una religión que desdeña las normas y el poder civiles sobre la religión.
El velo, como manifestación orgullosa y visible, como símbolo enardecido de pertenencia a una doctrina, no tiene más trascendencia que la cruz lucida en el pecho, el tatuaje en el antebrazo o el lunar en la frente. Pero, como aliento teocrático es, sin duda, un ultraje.
Un ultraje por contradictorio: no se puede exigir el derecho a llevar libremente el velo cuando lo que con ese velo se proclama es la supresión del derecho que permite llevar el velo.
El debate, pues, en mi modesta opinión, no es "velo sí o velo no." La cuestión, creo yo, estriba en "religión, ¿hasta dónde?" y, desde luego, nunca por encima de la norma política, de la norma civil.
Del burka y otros peligrosos embozos... hablaremos otro día. ¡Si Esquilache levantara la cabeza!

30/04/2010

¡Y se ríe!

Un trabajador -con suerte, porque tiene empleo- le increpa, y él se ríe. A José Blanco le hace gracia. Es de suponer que no es el único zascandil del Gobierno a quien la amarga y desesperante situación que atravesamos le parece hilarante.
Podría haber hecho un esfuerzo de dignidad y servidumbre y, tras parar a sus guardaespaldas con ese gesto de poderosa clemencia, haber dejado que el hombre se expresase; pero, claro, es un riesgo innecesario no fuera que el buen hombre asperjara algún razonamiento inconveniente. Es mejor reírse. Mejor dejar a la posteridad hermética y olvidadiza esa sonrisa estúpida, histriónica, que permitir a alguien usar su libertad de expresión, esa misma que dicen tiene Garzón, Villarejo, Bardem, Bosé, Toledo, Zarrías y demás flatulenta ralea.
Se ríe. Se ríe como lo hace Rodríguez Zapatero cada vez que -mes tras mes desde hace dos años- anuncia el final de la crisis, la gloriosa y anhelada recuperación o el descenso (en picado, creo yo) del desempleo.
Espero que quienes aún están ciegos abran los dos ojos -de los tres- que les queda por abrir: los de la cara.

25/04/2010

Muchos son los llamados a esta... merienda


...Y pocos los elegidos. Yo, a diferencia de aquellos acomplejados que se pasan las horas excusando su "ideología" frente a los incisivos de una masa obtusa y privilegiada, no justificaré mi credo político con un "yo, que no soy sospechoso", o con un "quienes me conocen saben" o con un "nosotros, los demócratas".
Eso se lo dejo, hoy al menos, a los demagogos y a quienes con esas falsas afirmaciones -y antes de acusar al prójimo de "fascista"- tratan de ocultar el verdadero cariz de su esencia. Comprendo que aquellos que adujados en la ignorancia atroz y compuestos de inamovibles orejeras defiendan a ultranza lo evidente indefendible y osen, incluso, argumentar su postura con sofismas pardos y fácilmente desmontables; que traguen hiel y perjuren que es miel.
Comprendo que su silencio cómplice sea fruto de la información sesgada y carente de autocrítica.
Pero, no paso que quienes les manipulan descaradamente hagan, además, alarde público, ostentación ruin, de su desvergüenza. La autoridad moral la da una condición elemental: el buen ejemplo.


El buen ejemplo no es, desde luego, la riqueza adquirida en poco tiempo por algunos políticos que se definen como socialistas. No es buen ejemplo porque es una clara contradicción y un insulto a la inteligencia sin contar, claro es, el desprecio que supone para todos aquellos trabajadores que día tras día -los que aún pueden- se desloman en los tajos tratando de sacar sus familias adelante.
Quizás no se perciba, entre otras causas, porque vivimos en un país de contradicciones enquistadas y consentidas. Un país donde un republicano "de toda la vida" acude a una visita real y se deshace en vítores dedicados al nefasto monarca y su nutrida y bien asegurada camada.
Ahora son muchos los que se ajustan el traje del oportunismo o se desviven en demostrar un pasado del que se avergüenzan y reniegan; ahora son muchos los que abarrotan el carro y subidos a sus adrales falsifican una historia, la suya propia, buscando el autoindulto, el perdón de sus pecados heredados vindicando lo que nunca fue. Esa memoria escisoria resulta ser fatal y falaz.
Estos socialistas que viven a cuerpo de rey, o mejor, sacuden la necesidad de reponer la dignidad de los caídos republicanos. No les basta un monolito recordatorio o un cipo laureado y dejar que reposen en la paz de la tierra los cuerpos que ya no son. Quieren más y, bueno, cada uno es libre. Pero, no olvidemos que una indagación exhaustiva revelaría sorpresas estremecedoras. De todos los masacrados impunemente por el tirano, no todos fueron honestos combatientes o gente del común que, sin más, se vio de bruces en la ignominia de la fosa. Entre aquellos hombres, se reclama la memoria gloriosa de asesinos implacables y sanguinarios a los que ahora se les quiere hacer pasar por héroes y excelsos antepasados.
Caven y saquen. Por mi que no quede. No obstante, en el derecho de cada uno de enterrar como quiera y donde quiera a los suyos no va adherido el marbete épico que le quieren poner.
Busquen, saquen y vuelvan a enterrar; sin más. Porque, a lo mejor, al remover alguna fosa alguno se encuentra con lo que hubiera estado mejor sepultado in aeternum.
Y, por supuesto, piense el que sepa, pueda y quiera, que mientras se fomenta esta disputa y se centra la atención en ella, otros -los que la promueven- desvían la atención de sus actividades y siguen engordando sus cuentas, su patrimonio, en la seguridad de que nadie les exigirá nunca la natural rendición de cuentas que deben al pueblo soberano.

09/04/2010

Si reescribimos la Historia, ¿por qué no la Cultura?


Dentro de poco a los escritores se les impondrá, para poder publicar, la ley de igualdad: igualdad de protagonistas y protagonistos, de cuentas y de cuentos, de buenas y buenos y de malas y malos...
La idiotez de esta peña no tiene límite. Hay que ser aidiota, perdón por el lapsus, idiota para empecinarse en derogar lo escrito en otra época por sexista, generista o lo que demontres, demontras o demontros sea. Aquí va -que me perdonen los hermanos Grimm- mi modesta aportación.

El lobo y los siete cabritos

Había una vez una cabra que tenía siete cabritos (u cabrates) porque no pudo acceder a la sanidad andaluza con la tarjeta joven y a los que quería tanto como cualquier madre puede querer a sus hijos porque, como todo el mundo sabe, todas las mamás quieren siempre mucho a sus hijitos por cabroncitos que sean. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida porque el cabrón borrachuzo de su marido -parado- estaba viendo el fútbol en el bar con los amigotes , de modo que llamó a sus siete cabritillos y les dijo:
-Queridos hijos, voy a ir al bosquefur; si viene el lobo, le convidáis a una copita y mientras me espera le explicáis lo de la clase de sexualidad.
Los cabritos dijeron:
-Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros ya somos muy mayorzotes y sabemos qué hemos de hacer.
Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada, emprendió el camino hacia el bosquefur.
No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta, diciendo:
-Abrid, jovencitos, que ha llegado vuestro amiguito y ha traído juguetitos para todos vosotros.
Los cabritillos, eufóricos, exclamaron:
-Espera un momento, lobo, que nos estamos acicalando.
Entonces el lobo sacó unos artilugios muy raros y todos jugaron con ellos muy alegres porque ya sabían para qué eran porque se lo habían explicado en clase.
El lobo, cuando terminó, se apoyó en el alféizar de la ventana a fumarse un pitillo y a esperar a la mamá cabra que quedó encantada con las maravillas que le contaron.

El cuento original no sólo es mejor, sino que tiene una moraleja que no explicaré porque no hay ningún miembro ni ninguna miembra del gobierno y satélites doctrinarios capaz de entenderla.


¿Zapato negro o zapato gris?


El hecho contrastado e inapelable es: la norma obliga a que todos debemos ir calzados con zapatos de color negro.
Garzón, un buen día, se calza unos zapatos de color gris (qué hortera): ha transgredido la norma. Entonces, el debate -sobrecargado de intereses espurios- surge entre defensores y acusadores.
Alegaciones de los defensores de Garzón:
- No iba descalzo. (Ya; pero, el calzado debió ser negro, no gris.)
- Toda su vida, hasta entonces, los llevó negros. (Ya; pero, en ese momento no y la norma es clara).
- Otros los llevan beige. (Sí, y están vulnerando la norma por lo que deben ser penalizados).
- Eran gris oscuro y podían pasar por negros. (Podían pasar, sí; pero, eran grises).
- Lo importante es que juzgue a quienes llevan zapatos grises. (Sí; predicando con el ejemplo. Si no, decae en su autoridad moral y legal).

Bien, así están las cosas. Entonces, el asunto ha de ser dirimido por un grupo de hombres. Pueden pasar dos cosas:
a) el cónclave juzgador decide que, por oscuros que fuesen los zapatos, eran de color gris y Garzón infringió la norma por lo que debe ser castigado.
b) los zapatos eran negros en cuyo caso, el tribunal, no sólo se arroga la potestad de cambiar el color de un color en virtud de su criterio sino que, además, es posible que los mismos zapatos en pies de otro ciudadano vuelvan a ser grises.

No tengo ninguna duda sobre el resultado de las imputaciones a Garzón. Viendo la composición del tribunal que ha de decidir y la presión que están ejerciendo "El País", "El Plural", "la Cuatro", "la Sexta", y todos los recursos del P.S.O.E. de Rodríguez Zapatero, Cebrián, etc.., creo que queda claro. Muy claro por mucho que Leguina, Ibarra y otros muchos de la "vieja guardia" socialista proclamen la culpabilidad demostrable de este arrogante ser: Garzón.

07/04/2010

Paños calientes


El debate, polémico como no puede ser de otra forma, está servido, caldeado y con tropezones atosigados.
Cada opinión viene consignada por sus circunstancias: prudencia, implicación, vivencia... Sin embargo, lo más sorprendente es ver cómo algunos se arriman en tan ardua cuestión a "lo políticamente correcto".
Ahora la culpa quiere achacarse a "la red", a su influjo en los "tontitos" menores que a su empavada edad no saben distinguir entre el bien y el mal, que se dejan fascinar por elementos morbosos, crueles, diabólicos.
Nunca habrá acuerdo y si alguna vez éste llega, ni será unánime ni zanjará la controversia.
Si la influencia de la red fuera tal cual nos la pintan, es lógico pensar que TODOS los chavales que acceden a ciertos contenidos reaccionarían de igual forma. No es así, luego es falso que el problema sea la red aunque algún vínculo haya.
Yo, tratando de analizar un poco el asunto, me inclino más por las partes que quieren solaparse: la educación y el entorno familiar que pueden provocar en cualquiera, por desidia, hostilidad, por lo que sea, problemas emocionales y mentales.
Doy por sentado que la mayoría de los chavales son normales de donde extraigo que los otros son "anormales". Es esa anormalidad la que nutre el problema.
En quienes matan de esa manera atroz tiene que haber una inclinación latente al acto luctuoso. No es algo espontáneo sino algo enquistado que, en un momento dado, estimulado por lo más inverosímil estalla y hace surgir la fiera que, quizás, todos llevemos dentro pero que la mayoría controla.
No lo sé; sentirse héroe, mortificarse en un sentimiento lacerante de culpabilidad, sentirse mártir y culpar a los otros, la sociedad, de nuestras miserias y derrotas y toda una extensa panoplia de percepciones erróneas que distorsionan la realidad son un síntoma de algo.
No obstante, no me apetece extenderme en las cuestiones que impulsan a una niña a matar vilmente, premeditadamente, alevosamente, a otra.
¿Es responsable de sus actos una niña de trece años?
¡Pues claro que sí!
Hace pocos días oí a alguien, un progre de medio pelo, afirmar (después de confundir "penalizar" con "encarcelar") que la función de la cárcel era reinsertar (reintegrar o reincorporar quedaría, posiblemente, mejor) al condenado. ¡NO! La cárcel no es una medida correctora; la cárcel es el cumplimiento de la sanción, el pago legalmente establecido por la comisión de un delito. Para corregir hay otras acciones.
Que una sociedad violenta y pocha influye y arrastra, genera violencia y podredumbre, es evidente. Que hay personas que por las causas que sean están más predispuestas a ser absorbidas por el aspecto violento y putrefacto, también.
Yo, en mi modesta opinión, lo primero que haría para comprender el problema es indagar en el ámbito familiar; depués en las amistades y luego en el círculo educativo.
Puede que sea inútil, sí; pero, también puede resultar revelador.
Mientras tanto, podríamos ir pensando que los menores no deben acceder a una cárcel de mayores; sí a una cárcel de menores... hasta que sean mayores y terminen de cumplir la condena impuesta que, desde luego, siempre será menor que el tiempo que la familia de la víctima va a soportar el recuerdo de quien ya no está a su lado.

05/04/2010

Fastos y nefastos


No creo necesario hacer un croquis para explicar, gráficamente, el elevado porcentaje de ciudadanos irritados con una casta política impermeable a la crítica y, lo que es peor, desdeñosa de todo cuanto no les atañe directamente a ellos y a su estatus. Es descorazonador ver cómo ante la palpitante realidad, la miseria en la que estamos sumidos, cierran los ojos, giran la cabeza y murmuran sovoz "¡bah!
Viven, acomodados, sin escrúpulo ni conciencia salvo cuando intuyen una oportunidad recolectora de votos o de portada periodística.
Lujos impropios, saraos, conmemoraciones y otros eventos fatuos y ni un ápice de remordimiento. Congresos innecesarios que engordan a los amiguetes, celebraciones pomposas y superfluas para aumentar carisma u obtenerlo; reuniones en plan ejercicios espirituales en donde la decisión a tomar tras arduo debate místico es si se emite un comunicado de prensa o se opta por un craso silencio. Ni inmutarse; ni un gesto digno, de vergüenza torera.
Las maldiciones bíblicas, las plagas, los chuzos de punta afilada siempre caen sobre los mismos.
Ahora los clarines y las fanfarrias suenan en honor de la Gran Vía.
Es su centésimo aniversario (lo recalco para todos aquellos periodistas ignorantes que parecen estar peleados con los ordinales) y convenía festejar la efeméride como -no- correspondía.
Por exiguo que haya sido el gasto, no deja de ser significativo. Representa un derroche innecesario para un acto cuyo eco mañana se habrá extinguido y que no habrá reportado ningún beneficio a nadie.
Hoy la repercusión informativa y la expectación se han centrado en la Gran Vía. Los medios de comunicación, los políticos y pocos más, se han volcado en difundir la historia de una calle sin más importancia ni trascendencia que la que tiene cualquier otra calle. Hábiles "vendedores de cosas" quieren hacernos creer que tiene algo especial, un aura legendaria y mágica, ultramundana; pero, sólo es éso: una avenida.
Dudo muy mucho que el símbolo de Madrid sea la Gran Vía. Y, aunque lo fuera, quédese el alarde para los "madrilenses" y depongan (ya es tarde, lo sé) el bombardeo pseudoinformativo y absurdo a que nos han sometido al resto de ciudadanos de este país a quienes no nos interesa, ni tiene por qué, la Gran Vía.
Dicho eso, vuelvo a la inmoralidad que supone el más mínimo gasto en algo como el centenario de una callejuela cuando en sus cubos de basura hay personas, HUMANOS, buscando la cena quién sabe si de sus hijos.
El román paladino acerca una terrible y puntiaguda frase a mis labios. Sin embargo, no merece la pena escribirla...

04/04/2010

A la trena todos; pero, TODOS


Me sorprende porque no lo entiendo. De las muchas salpicaduras incomprensibles leídas hoy en la prensa, selecciono esta joya que espero alguien me sepa aclarar. Es del diario El País en su edición digital y dice, textualmente:

"En dicho informe, que aún permanece bajo secreto de sumario, se apunta una operación urbanística de Majadahonda (Madrid) alimentada con fondos que Correa sacó a un paraíso fiscal y volvió a introducir en España de la mano de una sociedad, Proyecto Twain Jones, para construir 16 viviendas de lujo."

A ver: si el mentado informe permanece aún bajo secreto de sumario, ¿cómo es que lo conocen?
Salvo que la palabra "secreto" haya cambiado ahora su significado y el concepto que define, cosa que no creo, significa que aquello a lo que se refiere (el informe en este caso) esta convenientemente oculto, restringido, reservado. ¿Cómo han accedido a un informe que se supone preservado, precisamente, de toda publicidad?
Por mi parte, espero impaciente el día de ver en la trena a los unos y a los otros y en la calle a aquellos que por menos la habitan, la trena. Si de mi dependiera... ¡Ay, si de mi dependiera!

03/04/2010

Yo, Digo; tú, Diego


Cuando alguien apela -para justificar un acto repudiable- a que es una conducta muy extendida o acucia a que a otro se le someta al riguroso examen de la lupa por similares hechos (fechos) está admitiendo dos cosas que parecen pasársenos por alto.
La primera, tácita pero evidente, que carece de argumentos defensivos con que exonerarse de la culpa. La segunda, quizás la más importante, que es consciente de la "culpabilidad", que sabe perfectamente que aquel acto "está mal", sea punible o no.
Últimamente -aunque practicada desde siempre- la consigna de defenderse atacando está alarmantemente activa en el P.S.O.E. y circunvalación.
No es ya que acudan a la acusación gratuita a terceros para excusar sus acciones; es la doblez hipócrita manifestada con ello.
Cuando cualquier informador alumbra una desgraciada noticia en la que un elemento socialista está involucrado, de inmediato todos los resortes y recursos del Partido se accionan para asperjar sospechas sobre quienes, en teoría, podrían beneficiarse con ella.
Con éso no sólo pretenden desviar la atención de ellos mismos y fijar el enfoque en los otros. Buscan, también, que su gangrena se extienda lo más posible en el cuerpo (por sí ya demasiado corrupto) político. En el "todos iguales" parecen hallar un reconfortante limbo.
Con todo, olvidan algunas cosas.
Que alguien delinca impunemente no implica que legal ni éticamente esté permitido.
Que la mujer del césar, además de virtuosa por dentro ha de parecerlo por fuera... y viceversa.
Que atribuir no es corregir ni paliar y que asumir la extensión de una mala práctica no es resolver el problema; antes al contrario: es fomentarlo.
Sabemos que nuestra clase política no tiene ninguna intención de apearse de sus abominables costumbres; pero, el descaro con que alardean de su falta irritante de moral, es demasiado.
Claro que, como nadie se va a preocupar de pararles los pies... ¡Ahí se las den todas!
Defender, servilmente, la mansión playera de F.G. en Marruecos, la del Bono y su vástago, la estolidez de Zetapé y su cohorte de lameruzos o los regímenes fascistas, fasciatas y fasciárquicos de Cuba, Venezuela, Marruecos u otro país cualquiera ni es pecado ni es ilegal; sí, incoherente. No se puede predicar socialismo con el buche sobrado de caviar en una mansión privilegiada. No se puede presumir de demócrata y halagar a los tiranos. No se puede exorcizar a un ser enfermo y dar jarabe al poseído: "como en todos los países se vulneran los Derechos Humanos", pues , hala, en Cuba también y, además, "¡si quienes los vulneran son los delincuentes discrepantes y/o encarcelados!". No se puede argüir que por ser legal, es ético. Y, así, "cienes y cienes" de cosas. Bueno, sí; poder, se puede... Pero, no se debe. No, no se debe.

01/04/2010

Con boli y papel


Muchos insisten en que la autoridad moral para ejercer la crítica, sobre un trabajo, sólo la faculta la capacidad de realizar mejor dicho trabajo. Podría argüir -sobre el mismo razonamiento- que entonces sólo podrán hablar/opinar de coches los mecánicos, de educación los docentes o de hijos quienes hayan culminado con éxito la paternidad. La crítica, bien entendida, siempre es destructiva y -desde luego- es una aportación subjetiva salvo cuando la evidencia es tan abrumadora y tajante que no deja otra opción: Belén Estaban es gilipollas; por ejemplo.
Este convencimiento me permite afirmar, en este momento, dos cosas:
a) el "Guernica", de Picasso, es (lo sostengo desde hace lustros) además de una tomadura soberana de pelo, una mierda con pedigrí.
Y
b) los dibujos de Carlos Olvera son admirables y merecen un reconocimiento por la dedicación y el talento que destilan.


Yo mismo, como otros tantos, soy de los que con cierta íntima vanidad y algo de satisfecha inmodestia presumía de aquellas lejanas caricaturas que adornaban los márgenes de los libros de texto. Eran bocetillos apretados, elaborados con tintas aburridas bajo la estupefaciente monserga de los viejos latinajos o en el fragor de una salmodia monótona dedicada a la Historia. Dibujos que luego, en las hastiadas esperas, en los ocios desconcertantes o en las inspiraciones súbitas, cobraron la desanimada importancia del ejercicio o del rigor de la ocupación imperiosa y así, al trantrán, fueron multiplicándose y fomentando un orgullo lacio e injustificado.
En realidad, con un simple bolígrafo -el bic cristal con ese agujerito en la cánula y su capucha azul con clip que algunos mordisquean y otros imbéciles capan- poco más se podía hacer... Éso pensábamos la mayoría de los mortales.
Y estábamos equivocados. Con un elemental bolibic -uno de los inventos más importantes y revolucionarios de la historia de la humanidad- se puede hacer arte con mayúsculas; arte que no desmerece ni queda a la zaga del uso de otros elementos de "elite" (óleo, acuarela, pastel...).
Como buen catecúmeno del arte -quién fuera un sobresaliente diletante- en todas sus facetas y versiones, he descubierto que la importancia de éste no radica tanto en en la arrogancia de los materiales como en la dedicación meticulosa y que la humildad de un instrumento, a veces, ofrece un resultado más sublime y meritorio que la panoplia más extensa de técnicas o colores.
Lo de este hombre, Carlos Olvera, es una maravilla y no admite discusión.