07/01/2011

Hecha la ley, aplicada la trampa

La alegoría de la Justicia se representa, por lo común, portando tres elementos que son tres atributos fundamentales de su condición: la venda, la balanza y la espada.
La espada para partir/impartir y -de alguna manera- velar por el cumplimiento de la resolución que se supone justa.
La balanza para subrayar su equilibrio, su ecuanimidad y/o determinar los pesos de las pruebas.
La venda para oír imparcialmente sin dejarse influir por otras circunstancias.
La alegoría es muy bonita y queda muy bien; la realidad desmiente dichos atributos y confirma, día a día, una verdad inapelable: la "justicia", que no es otra cosa que la aplicación de las leyes tal y como está concebido el sistema judicial español (sin entrar en otros), la imparten hombres y los hombres se equivocan, se corrompen o, simplemente, se desentienden. No todos, claro; pero, hay que generalizar.
La venda se ha convertido en un axioma falso pero útil. La justicia no necesita una venda; al contrario. La justicia debe tener una extraordinaria capacidad de visión para determinar, para seleccionar, para no dejarse engañar por zalamerías. Debe ver para poder buscar, para zambullirse en el empeño de encontrar la verdad y no dejarla pasar invisible delante de unos ojos inútiles por cegados.
¿Cómo es posible que un juez dictamine sin oír a las dos partes en litigio, sin recabar pruebas, sin indagar en las causas que han llevado a los litigantes a ese extremo?
¿Cómo es posible que un juez coopere en la comisión de un delito de esa forma tan descarada?
Los jueces tienen demasiado poder y ninguna responsabilidad y eso no es justo, no es de JUSTICIA.
¿Cómo es posible que un juez permita la comisión de un delito y lo deje impune por sentenciar tras una operación de "hechos consumados" que entienda irreversible y en virtud a esa "irreversabilidad" decida que el delito no es tal?
Ejemplos hay, como en todo, a millares y nuestra indefensión prodigiosa.
El entramado legal es complejo y desolador. Han creado una máquina cuasi perfecta en la que el más débil es, contradictoriamente, quien tiene las de perder. Algunos amigos letrados me reconocen este punto a la vez que admiten que es, para ellos, una fuente de ingresos nada desdeñable: el sistema les permite y los mantiene. Alguno de ellos, incluso, se atreve en privado a ir un poco más allá: "si las cosas fueran como deberían ser, la mitad de los abogados nos moríamos de hambre".
Quizá por eso cuando, de tiempo en tiempo, sale un juez díscolo o un abogado de encomiable tesón justiciero, nos admiramos y pensamos, íntimamente, en el valor de esas personas que no conseguirán cambiar nada. Y si ni ellos consiguen cambiar ese tinglado, nosotros, que tenemos las de perder...

¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!

Es muy posible que una buena parte de lo que queremos decir (aportar) ya lo haya dicho (escrito) alguien y mucho mejor de lo que la mayoría de nosotros es capaz de hacerlo. Hay ideas que nos rondan la cabeza pero que no conseguimos dar forma; entonces es bueno -creo yo- acudir a las fuentes de la sabiduría y rescatar esos fragmentos irrepetibles. Son pedazos que nos conmueven, que recordamos toda la vida. Trozos inapelables que se hacen imprescindibles. Yo recuerdo varios y de entre ellos, con demasiada frecuencia, algunos como aquellos estremecedores versos de Don Juan Tenorio: "Llamé al cielo y no me oyó / y pues sus puertas me cierra / de mis pasos en la tierra / responda el cielo, no yo". Llega un momento en que pasan a formar parte imprescindible de nuestro bagaje, de nuestro acervo.
Aquí os dejo otro de los textos más gloriosos de la literatura universal:

¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y crüel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

La vida es sueño.
P. Calderón.

05/01/2011

Así las cosas

Tiene razón Santiago López (magnífico escultor, por cierto) cuando afirma, poco menos, que bien podría ser yo, con mi "antioptimismo" -que no pesimismo tal cual- el tercero de los hermanos Malasombra. Tiene razón en que este blog asume cierta saturación de "negativismo" que resulta proverbial y que su lectura viene a ser algo así como un diafragma que refleja, únicamente, malas vibraciones.
Todo tiene su explicación, tanto por su parte (o la del incauto lector) como por la mía.
Comprendo que la gente, harta de soportar una realidad demoledora, necesite espacios y medios de evasión, de distracción que permitan eludir siquiera momentáneamente la miseria cotidiana. Comprendo que recalcar opiniones que no son sino ramas de una misma idea condensada en el recio tronco de la decepción, no sólo no ayuda, además puede empalagar. Comprendo que recordar casi permanentemente el yugo a que estamos uncidos es lo mismo que recordar que grande parte de los males que nos acucian provienen de nuestra pasividad y eso, claro, no le gusta a nadie. A mi tampoco.
En esta otra orilla la explicación, aunque la hay, carece de importancia y aventarla sería aventurar una excusa infame que, por ahora, no necesito. Son mis opiniones y ellas se justifican a sí mismas.
Soy consciente de que mezclando churras con merinas, dando una de cal y otra de arena, este blog resultaría más ameno (si se me permite la inmodesta perspectiva). Aunque, desde luego, si me atengo a los datos facilitados por el globo terráqueo insertado en el faldón de la página y analizo los factores que pueden influir en que la gente visite mi publicacioncilla, las dos opciones más relevantes son: o por lo que escribo o por lo que vinculo (quizá ambas cosas). Y, en todo caso, el resultado es satisfactorio para mi. No argumentaré el evidente porqué.
No obstante, como me he convencido de que Santi tiene razón, voy a hacer propósito de enmienda y tras el preceptivo acto de contrición intentaré acrisolar el contenido futuro, depurarle de las impurezas predominantes y amalgamar asuntos sin sopesarlos en función de su relevancia o de mi interés y sí de mis gustos, aficiones, anécdotas... Lo que se tercie. Y digo "procuraré": otra cosa es que lo consiga.
A lo que no pienso renunciar es al ceño fruncido y torvo. No porque la euforia y el optimismo, sean enfermedades contagiosas y por ende susceptibles de ser maniobradas a la cuarentena. No. Seguiré obcecado en mi forma adusta y demarrada; persistiré en mi no claudicación a la felicidad bobalicona que se consigue a través de la ignorancia de los acontecimientos. Soy desabrido, ¿qué le voy a hacer? Más cuando mi temperamento y mi religión me prohiben ser de otra manera. Pero, como escribo, sí procuraré volver al espíritu inicial de este blog, el espíritu con el que tímidamente debuté.
Tal día como hoy hace la friolera de setenta y cinco años (septuagésimo quinto aniversario, por si hay algún ministro, periodista, copresentadora o alumno de la L.O.G.S.E. enfrascado en la leyenda -también se puede decir "lectura"-) murió don Ramón José Valle Peña.
Como doy por sentado que los citados en el paréntesis-digresión no sabrán de quién hablo, les daré una pista a ver si consiguen descifrar el enigma: se le conoce como Ramón María del Valle-Inclán y Montenegro.
No loaré -me parece innecesario (superfluo, para los parentesianos)- ni glosaré su genio ni su figura; ni una palabra daré al pábulo del paisaje apaisanado. Sólo diré, para quien no lo sepa, que además de dramaturgo, poeta y novelista excepcional, fue el hombre que consiguió poner nombre y concepto al carácter español, a nuestra forma de ser, de pensar, de actuar: esperpento.
Creo, o quiero, recordar que en alguna de mis primeras incursiones en este blog ya interpolé un fragmento de Luces de bohemia.
Ahora, no deshonraré su memoria dejando un rastro en blanco, un recuerdo sin palabras, sin sus palabras. Aquí os dejo, con la recomendación encarecida de que leáis a don Ramón, otro pasaje de su pluma.


El miedo

Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciese examen de conciencia:
-Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor...
La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estaba enterrado a la derecha del altar. El sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba día y noche ante el retablo, labrado como joyel
Mi madre quiso que fuesen sus manos las que dejasen aquella tarde a los pies del Rey Mago los floreros cargados de rosas como ofrenda de su alma devota. Después, acompañada de mis hermanas, se arrodilló ante el altar. Yo, desde la tribuna, solamente oía el murmullo de su voz, que guiaba moribunda las avemarías; pero cuando a las niñas les tocaba responder, oía todas las palabras rituales de la oración. La tarde agonizaba y los rezos resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondos, tristes y augustos, como un eco de la Pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas del altar. Sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos. Ya sólo distinguía una sombra que rezaba bajo la lámpara del presbiterio. Era mi madre, que sostenía entre sus manos un libro abierto y leía con la cabeza inclinada. De tarde en tarde, el viento mecía la cortina de un alto ventanal. Yo entonces veía en el cielo, ya oscura, la faz de la luna, pálida y sobrenatural como una diosa que tiene su altar en los bosques y en los lagos...
Mi madre cerró el libro dando un suspiro, y de nuevo llamó a las niñas. Vi pasar sus sombras blancas a través del presbiterio y columbré que se arrodillaban a los lados de mi madre. La luz de la lámpara temblaba con un débil resplandor sobre las manos que volvían a sostener abierto el libro. En el silencio la voz leía piadosa y lenta. Las niñas escuchaban. y adiviné sus cabelleras sueltas sobre la albura del ropaje y cayendo a los lados del rostro iguales, tristes, nazarenas. Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a seguirlas y quedé sobrecogido de terror. En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos del esqueleto. Los cabellos se erizaron en mi frente. La capilla había quedado en el mayor silencio, y oíase distintamente el hueco y medroso rodar de la calavera sobre su almohada de piedra. Tuve miedo como no lo he tenido jamás, pero no quise que mi madre y mis hermanas me creyesen cobarde, y permanecí inmóvil en medio del presbiterio, con los ojos fijos en la puerta entreabierta. La luz de la lámpara oscilaba. En lo alto mecíase la cortina de un ventanal, y las nubes pasaban sobre la luna, y las estrellas se encendían y se apagaban como nuestras vidas. De pronto, allá lejos, resonó festivo ladrar de perros y música de cascabeles. Una voz grave y eclesiástica llamaba:
-¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán...!
Era el Prior de Brandeso que llegaba para confesarme. Después oí la voz de mi madre trémula y asustada, y percibí distintamente la carrera retozona de los perros. La voz grave y eclesiástica se elevaba lentamente, como un canto gregoriano:
-Ahora veremos qué ha sido ello... Cosa del otro mundo no lo es, seguramente... ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán...!
Y el Prior de Brandeso, precedido de sus lebreles, apareció en la puerta de la capilla:
-¿Qué sucede, señor Granadero del Rey?
Yo repuse con voz ahogada:
-¡Señor Prior, he oído temblar el esqueleto dentro del sepulcro...!
El Prior atravesó lentamente la capilla. Era un hombre arrogante y erguido. En sus años juveniles también había sido Granadero del Rey. Llegó hasta mí, sin recoger el vuelo de sus hábitos blancos, y afirmándome una mano en el hombro y mirándome la faz descolorida, pronunció gravemente:
-¡Que nunca pueda decir el Prior de Brandeso que ha visto temblar a un Granadero del Rey...!
No levantó la mano de mi hombro, y permanecimos inmóviles, contemplándonos sin hablar. En aquel silencio oímos rodar la calavera del guerrero. La mano del Prior no tembló. A nuestro lado los perros enderezaban las orejas con el cuello espeluznado. De nuevo oímos rodar la calavera sobre su almohada de piedra. El Prior se sacudió:
-¡Señor Granadero del Rey, hay que saber si son trasgos o brujas!
Y se acercó al sepulcro y asió las dos anillas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tenía el epitafio. Me acerqué temblando. El Prior me miró sin despegar los labios. Yo puse mi mano sobre la suya en una anilla y tiré. Lentamente alzamos la piedra. El hueco, negro y frío, quedó ante nosotros. Yo vi que la árida y amarillenta calavera aún se movía. El Prior alargó un brazo dentro del sepulcro para cogerla. La recibí temblando. Yo estaba en medio del presbiterio y la luz de la lámpara caía sobre mis manos. Al fijar los ojos las sacudí con horror. Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando, mientras la calavera rodaba por todas las gradas del presbiterio. El Prior me miró con sus ojos de guerrero que fulguraban bajo la capucha como bajo la visera de un casco:
-Señor Granadero del Rey, no hay absolución ...¡Yo no absuelvo a los cobardes!
Y con rudo empaque salió sin recoger el vuelo de sus blancos hábitos talares. Las palabras del Prior de Brandeso resonaron mucho tiempo en mis oídos. Resuenan aún. ¡Tal vez por ellas he sabido más tarde sonreír a la muerte como a una mujer!
FIN

04/01/2011

davides y GOLIATES

Cuando un medio de comunicación nos informa del triunfo de un tesonero mindundi sobre uno de esos colosos de poder casi omnímodo, nos regocijamos íntimamente pletóricos de esperanza, satisfechos de constatar que -en efecto- el débil puede vencer al fuerte. No solemos caer en la cuenta de que nuestra efímera plenitud es un espejismo y que si el lance ha saltado a luz pública es por su carácter extraordinario, precisamente.
Un david puede vencer a un GOLIAT; pero, lo sólito, lo resignadamente normal, es que el monstruo devore al incauto que osa hacerle frente.
El consumidor, el ciudadano en general, no tiene recursos ni resortes eficaces para lidiar contra uno de esos emporios que dominan conscientes de su implacable poderío. La "justicia" es cara, lenta y tortuosa cuando no servil y aquellos elementos sociales que deberían velar por el interés general, el de todos, son con frecuencia brazos de aquellos poderes casi absolutos cuando no sus mercenarios.
Hablo de empresas que no sólo se permiten el lujo (arrogancia) de vulnerar deliberada e impunemente la legislación -ambigua, por lo común, lo que les favorece con interpretaciones beneficiosas para ellas, las empresas-, sino que se inventan sus propias leyes arbitrarias y las imponen descaradamente ante el silencio, connivencia y pasividad de quienes tienen la potestad de evitarlo.
Hablo de los distribuidores de combustible y sus estaciones de servicio y más que sospechosa tabla de precios que aplican. De sus subidas (nunca bajadas) bien planeadas y todos a la vez.
Hablo de los bancos y sus comisiones; de sus extrañas maneras recaudatorias variando a su antojo fechas, también muy bien estudiadas para que les produzcan beneficios extraordinarios; de la imposición  (de la exigencia) de abonar recibos -porque lo dicen ellos para su comodidad- martes y jueves de nueve a diez. ¿Por qué? ¿Por qué no puedo ingresar el importe del recibo de la luz un miércoles a las dos de la tarde que es cuando puedo acudir a la sucursal?
Hablo de los operadores de telefonía que además de obligarme a domiciliar el recibo con lo que eso conlleva (si se equivocan ellos puedo esperar sentado la reparación; si me equivoco yo...), que me putean con atenciones al cliente que son, intencionadamente, desesperantes aplicando con ese juego deplorable el primer filtro, la primera selección. Y más cosas.
Hablo de las Aseguradoras y sus malas artes y prácticas, sus maniobras envolventes, disuasorias o evasivas.
"Ad infinitum".
Todos tenemos mil ejemplos. Todos menos los que tienen la obligación de conocer esos miles de ejemplos y poner coto a los desmanes.
Habrá quien afirme que las asociaciones de consumidores y usuarios no tienen la obligación de actuar más que por sus afiliados o por aquellos que, previo pago, acudan a ellos.
Mi respuesta es simple: la defensa del ciudadano, con independencia de otras acciones "privadas", debe corresponder al Estado. Luego, si además de que éste procure armas defensivas se ve asistido por entidades particulares, mejor que mejor.

02/01/2011

Año nuevo, ¿para qué?

Es una terapia paliatoria; un recurso destinado a suplir la incomprensión, la ignorancia, el desconcierto y la náusea de un mundo impuesto que ha resultado atroz y hostil. Imagino con frecuencia una hoja en blanco o un muro, largo (muy largo) y alto (bastante alto), recién encalado. Desde uno de sus ángulos inferiores empiezo a puntuarlo todo con minúsculas motas de tinta hasta rellenar toda la superficie. Luego, tras multiplicar infinitamente el resultado, a una de esas pizcas le atribuyo la abominable cópula: ES nuestro planeta. Entonces, siguiendo el proceso imaginativo, pienso a qué terrible máquina pertenece ese pequeño resorte, ese fragmento ínfimo que tiene otras máquinas, leyes, conflictos, edificios, libros, fregonas, políticos, trompetas... Y, claro, pienso en "¿dónde está Dios?". Si yo no presto atención a ninguno de los invisibles elementos que me conmueven y me componen, como lo va a hacer una máquina en la que nosotros no llegamos, siquiera, al rango e importancia de un quark. No tenemos ninguna trascendencia. Estamos confinados en esta cruel esfera con la única misión/función de generar un ápice de energía a través de nuestras pasiones y turbulencias y aportar así a la gran máquina la cuota para la que hemos sido desarrollados: una mariposa bate sus alas en Japón y a cien megapársec de distancia una espora de nueve brazos mece a un hermoso babilacentonio de ojos transparentes y lánguidos tentáculos de pelo de atanormecilio de vientre raso.
No le encuentro sentido a esta tortura innecesaria e irreversible. No veo qué fatal estructura haya de precisar de nuestro dolor para vivir.
Estamos reducidos a este espacio miserable, limitados por los cuatro costados y destinados a consumirnos y desaparecer engullidos por un voraz ámbito y sólo nos preocupa ver los patéticos programas de Telecinco. Algunos, pasamos horas inmersos en la duda, en el debate interior sobre cómo actuar, cómo reaccionar, luchando por que prevalezca la conjetura del bien o del mal cuando el premio o el castigo no son sino inventos que nos debilitan una conciencia maltrecha y manipulada; cuando todo lo que nos rodea no es más que el fruto aciago, amargo, de una terrible impostura.
Nunca seremos dioses. Eso es lo lamentable. Se nos impone un destino y se nos obliga a aceptarlo por la Autoridad más incompetente de la Creación. Tal vez a Dios, a los Dioses les molesta eso, que simples y mortales posos se les encaren y les digan una verdad palmaria: que abusan de su poder, que no tienen el valor de apearse de su "omnipotencia" y dar la cara.
En todo este tinglado, al que nos aferramos con uñas y dientes, nuestra estancia no dura más que un fugacísimo instante. ¿Qué se puede hacer en tan poco tiempo? Cada uno tiene su respuesta en virtud de sus creencias o de sus objetivos, de sus circunstancias. Yo, por mi parte, estoy cada día más convencido de que la vida, o Dios, o los Dioses, ayudan y protegen a los infames y a los sinvergüenzas sin escrúpulos y que para sobrevivir frente a esos seres hay que carecer de conciencia; de lo contrario no habrá paridad de armas y seguirán perdiendo los de siempre.

22/12/2010

Descarga sin de

Abatida la "ley Sinde" -momentáneamente-, el foco de atención sigue centrado en la necesidad de regular las descargas, dar a la red una configuración legal y crear una estructura en donde los autores vean protegidos sus derechos, los internautas los suyos y los amiguetes de la S.G.A.E. puedan continuar poniendo mafiosamente el cazo y recaudar en plan Sheriff de Nottingham dineros hasta debajo de las cantarinas aguas o de las bucólicas piedras del camino (rodar y rodar).
Más allá de la polémica, en la que tanto autores/creadores como interneteros tienen, probablemente, su parcela de razón y sin entrar en algunas incoherencias ideológicas de inciertos personajetes polarizados, me gustaría que nos fijáramos en el cascabel que, cuidadosamente asordinado, no suena: igual que esta ley, los políticos podrían haber impedido la aprobación y aplicación de otras normas de mayor envergadura y trascendencia social.
¿Por qué no lo han hecho cuando queda demostrado que se podían frenar los desmanes de un gobierno errático e inconsistente, impositor y antisocial? ¿Por qué han permitido que la mala gestión campara por sus fueros y engordara plácidamente a la sombra de la corrupción y el autoritarismo palurdo?
La respuesta es clara: intereses y complicidad. Desde Rajoy hasta el diputado más silencioso y domesticado, y exceptuando a aquellos que sin miedo disparaban sus espinas conscientes de que los pétalos con estos tipos no funcionan, todos han sido cómplices y pábulo de nuestra decadencia, de nuestro ocaso.
Pensémoslo. Yo, entre tanto, voy a descargarme un manual de cultivo de rosas... Mientras se pueda.

19/12/2010

Hasta aquí... habéis llegado

a quinta acepción del Diccionario de la R.A.E. define "noble" como "honroso, estimable, como contrapuesto a deshonrado y vil".
Todos sabemos, siquiera intuitivamente, qué es noble (una persona noble, un proceder noble, etc...) y todos, de alguna manera, sabemos que un comportamiento noble implica un riesgo, varios riesgos: recibir leña desde cada punto cardinal, infravaloración, que le tomen a uno por tonto o débil... Pero, dichos riesgos, sin duda, son conocidos y asumidos por el ser noble para quien lo más importante es aquello de "nobleza obliga".
Yo, en honor a la verdad, siempre he procurado que en el difícil equilibrio entre el bien y el mal -mi bien y mi mal- la oscilación natural se decantara por el lado del bien. Esto ha supuesto que algunas actitudes frente a los males recibidos fueran de una laxitud casi candorosa por eso de que la propia defensa llevaba implícita una forma de daño. Fruto de ese extraño pudor, de esos escrúpulos desmedidos, es el que no aplicar la ley del Talión haya sido una rémora perjudicial que, por inexistente, ha permitido que el mal causado cayera siempre de este lado y quedara sin castigo, sin ni siquiera oposición.
Lo cierto es que toda esa "filosofía" de la inacción, del perdón universal y absoluto, no sirve. Si te sientas en el umbral de tu puerta a ver pasar el cadáver de tu enemigo cabe la posibilidad de que mueras antes; si tras recibir un golpe pones la otra mejilla es muy posible que pases el resto de tu vida poniendo alternativamente la cara y siendo sacudido a modo.
Eva siempre me habla del efecto bumerán, de esa justicia ultramundana, esencial, cósmica, por la que el resultado de una acción se vuelve contra su autor. Como esperanza está muy bien; como realidad no hay más que oir o mirar en derredor o leer Historia para percatarse de que tan bonito efecto es pura ficción.
Ahora, como una nueva y reveladora perspectiva, me doy cuenta de que todo se ha debido a una mala interpretación mía. Me he dado cuenta de que tratar de evitar el daño no es malo; que defenderse de él, mucho menos y que a veces, cuando se cree que nuestra causa es justa, luchar y atacar primero es lo mismo que vacunarse, es la prevención del futuro mal por eliminación.
A los miserables cobardes que se escudan tras inocentes para dañar, no hay que darles tregua. Hay que empujarlos hasta que el abismo los engulla y toda venganza será justa porque no será revancha sino castigo merecido que no debe quedar olvidado, ni prescrito ni impune.
Con frecuencia, recuerdo la novela "El conde de Montecristo" y pienso: "¡Ojalá el destino me deparara una posibilidad como esa para poner las cosas en su sitio, para devolver tempestades a quienes sembraron vientos!"
Soy consciente de que no todas las causas justas se ganan; pero, si no se luchan, siempre se pierden. Bajo esta premisa lo recomendable, por descabellado que parezca, es el cálculo de probabilidades... E impedir que los sinvergüenzas, los mezquinos, los que carecen de escrúpulos y demás mala ralea y baja canalla, se salgan siempre con suya por aquello de devolver bien por mal.

17/12/2010

Feliz Navidad... O algo

No. Esta vez no acusaré; no señalaré culpables: sea esa mi generosa aportación navideña. Me limitaré a aceptarlo con el alma desencajada, con muda resignación. De poco sirve anunciar la decepción o la cólera que siento. Estamos en ese tiempo en que el falso perdón se dilapida con la misma liberalidad con que se miente sobre los buenos propósitos y las enmiendas. No. No hablaré de la hipocresía, de la miseria, de la ruindad, de la soledad, de... De los hombres. Me limitaré a dejar aquí lo que escribió otro hombre: H. C. Andersen.
¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes, que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda velocidad. Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos.

Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío. En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero chelín; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello; pero no estaba ella para presumir.


En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; sólo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa. Parecióle a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano.


Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a ésta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y fina porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y, anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan sólo la gruesa y fría pared.


Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante. Millares de velitas, ardían en las ramas verdes, y de éstas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos... y entonces se apagó el fósforo. Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego.


«Alguien se está muriendo» -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho: -Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.

Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.

- ¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad. Apresuróse a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la mansión de Dios Nuestro Señor.


Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver, sentado, con sus fósforos, un paquetito de los cuales aparecía consumido casi del todo.

«¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.

Y si hay por ahí alguien a quien este cuento le parece cursi... ¡Me cago en su puto alma!

07/12/2010

Callados como putas, escondidos como cobardes

Recortes. La Unión Europea, temerosa por el derrotero que toma la economía española con estos zascandiles, exige más recortes. Sin embargo, en España siempre hemos tenido un severo problema de interpretación de las palabras... Y aun de lo que vemos.
Europa pide, con criterio ante el despilfarro y el enriquecimiento ilícito de algunos "gobernantes" y administraciones, "recortes", sisas; nadie le habló a este sanedrín de sinvergüenzas de "SUPRESIONES". No, al menos, en aquellas parcelas que afectaran a los desfavorecidos por la mala gestión político-bancaria.
Pensé en un primer momento titular esta entrada "Avestruces". Recuerdo -porque en realidad ignoro si lo hacen- que en los dibujos animados hay dos actitudes sorprendentes y llamativas en estos plumíferos corredores: o te picotean la coronilla hasta dejarla como la bandera nipona o meten toda la cabeza en el primer hoyo que ven.
La asociación de ideas con la actitud de "nuestros" sindicalistas y "oposición" política es inmediata y elemental. Ahora, que es cuando todos deberían estar arrimando sus teas a la hoguera, desaparecen. Sin duda esperan; ¿a qué? Unos a que pase de largo el vendaval sin que se acuerde de ellos y los otros a que el naufragio absoluto se consume para vender a los ahogados -ya muertos irremediablemente- salvavidas inútiles. A burro muerto, la cebada al rabo. Antes de que la debacle tome carta de naturaleza propia y atroz, deberían alentar la revuelta, la insumisión, provocar la hégira en pleno de este desconcertante, abusivo y fascista gobierno.
Los sindicalistas ya deberían estar poniendo barricadas frente al Palacio de la Moncloa y Rajoy-Rajuá "intrigando" con el resto de "opositores" para anular una decisión cuya envergadura parece se nos escapa y, desde luego, ellos no alcanzan a vislumbrar.
No voy a entrar en los datos que, por contundentes, niegan la necesidad de eliminar esa ayuda y deponen su trascendencia ante partidas de rango mayor en la preferencia eliminable. Es de todos sabido que algo no funciona cuando la clase política quita a los súbditos mientras deja inalterado su sueldo. Pero, tampoco voy a abundar en eso.
Lo dramático es que con la supresión de esa ayuda no se incentiva la búsqueda de trabajo porque quien recibe esa ayuda insuficiente YA ESTÁ BUSCANDO INTENSIVAMENTE TRABAJO; no obstante, sí se alimenta una desgracia mayor. Esa "ayuda" no sólo permite sobrevivir a muchas familias. Permite, además, en medio de la asfixia, ir pagando "malamente" muchas de las deudas adquiridas por esas familias, soportar las desorbitadas facturas con que nos regalan los poderosos tenientes de las fuentes de consumo básico y necesario, etc...
Eso, traducido, significa que aumentarán los desahucios y los embargos, los procesos legales y -por ende- el colapso de que tanto se quejan; aumentarán los impagos y (causa-efecto) las quiebras y así sucesivamente. Si no lo ven, ya se lo cuento yo.
Pero, además, está ese incomprensible mutismo sindical y político, esa inmovilidad devastadora que permite por omisión. Busco un razonamiento, siquiera, aproximado para entender dicha actitud.
Doy con algo estremecedor: la revancha.
Sólo consigo explicarme la pasividad de Menditoxo como resultado de la venganza, de la represalia mezquina por no tener el respaldo social que ellos pretendían y que (aquí es donde la pescadilla se muerde la cola) es fruto del desencanto y, precisamente, de su sometimiento y connivencia con un gobierno salaz por excesivo en la represión y en la incongruencia (subvenciones innecesarias a grupos innecesarios). Y este ruin proceder, este desquite absurdo, puede que ahora les satisfaga y les infle a modo su arrogancia perversa; pero, el tiempo, que es implacable, tomará justa venganza porque si cuando más los necesita la sociedad (y cuando tienen una oportunidad de oro para demostrar con quienes están, de qué lado) la abandonan, el castigo será, a buen seguro, demoledor.
Lo de Rajoy-Rajuá y el Pepé, es otro cantar. Cualquier partido en cualquier democracia del mundo que se enorgulleciera de tal, se estaría batiendo el cobre con vehemencia desmesurada, sin contención, sin miedo, sin la sangre fría del cálculo electoral y el futuro gobernable. Medios para impedir o revocar el desmán, haylos por mucho que digan que nada pueden hacer. Sí, sí pueden. Un parlamento democrático (en eso se basa la democracia) puede aprobar leyes a pesar de la resistencia de su gobierno. Un parlamento democrático puede, a pesar de los intentos de obstrucción, anular los ímpetus dictatoriales e infames de un gobierno. Otra cosa es que Rajoy-Rajuá quiera porque, a lo que parece, está más cómodo instalado en el "laissez faire, laissez passer" que en la brega noble del bien de los ciudadanos; parece que quiere llegar a la presidencia por agotamiento del rival y eso, además de cobarde, es revelador: si ahora se comporta así, que hará cuando llegue al gobierno.
En este país nos indignamos mucho y hacemos poco. Sólo salimos a la calle para "protestar" y tirar piedras contra las sedes de los partidos, para calumniar o para quejarnos... Pero, actuar, lo que se dice tomar la iniciativa y descolocar y remover, nada. Somos un pueblo con maniota y orejeras y contento de que sean siempre otros quienes inciten, quienes propongan, quienes activen y convoquen. También somos un pueblo avezado a la queja a posteriori: somos patéticos, esperpénticos. Lloramos Granadas perdidas sin haberlas defendido...
-¡A los parados los vamos a dejar sin nada!
En fin, por mi, que nos jodan (en castellano de España) bien a todos y luego a reclamar al maestro armero o al Sursum Corda (que significa, ironías de la vida, "arriba los corazones").

06/12/2010

De encuestas y de intenciones

Seamos, siquiera por una vez, amigo Sancho, realistas. Alguien afirmó que cuando lo posible quedaba descartado, lo que quedaba era la verdad por improbable que pudiera parecer. El ruido de facas que se oye desde hace algunos meses en el P.S.O.E. es evidente. Tanto como la diferencia, cada día mayor, de intención de voto entre el primer partido de la oposición y aquél.
Rodríguez Zapatero es consciente, más de lo que nos parece, y su jugada está clara toda vez que no hay solución de continuidad. En su soberbia destructiva está dispuesto a llevarse todo cuanto se le ponga por delante y dejar el solar patrio y cuanto contiene completamente arrasado.
Sabe que su carrera política está acabada. Por eso, antes de irse, quemará toda la tierra posible a fin de que su sucesor -que no desconoce será de otro partido- lo tenga más que complicado para levantar de nuevo los muros arruinados. Lo mismo hará en su partido donde, también, sabe que está "caput" aunque ahí, gracias a sus fieles acólitos, lo tiene un poco más fácil pues mientras él esté, ellos sacan un notable provecho de una situación cuya oportunidad no dejarán escapar fácilmente por los pingües beneficios que les está reportando. Eso, y los codazos que vendrán después, le protege y le permitirá una retirada más o menos silenciosa, una maniobra de distracción que haga desviarse todas las atenciones a otros lugares en los que él no estará, no será el objetivo.
A los seres carentes de escrúpulos no se les puede pedir un ápice de ética o de moral, ni una pizca de noble comportamiento. Y sobre esa premisa hay que analizar la cuestión.
Además hay que conceder que sin ser inteligente ni un tipo preparado, es astuto. Lo que le confiere una peligrosidad añadida.
Por eso se permite humillar aún más a los perjudicados y mantener un aparente control que, en realidad, tienen los bancos a quienes lejos de ofender, apoya solapadamente para que ellos, a su vez, le permitan cometer las atrocidades que perpetra y que tan buena cuenta les trae después de sus gestiones salvajes, ilegales y usureras.
R. Zapatero está, posiblemente, preparando su salida y su destierro voluntario. Y si no se le paran antes los pies...