21/07/2012

Los faraones

Sí. Porque nuestros políticos se han comportado como auténticos faraones. No sólo esclavizando a los ciudadanos a través de una sutil tiranía legal y un entramado incomprensible, corrupto y con frecuencia contradictorio de las administraciones; también lo han hecho a través de sus obras colosales soportadas a expensas del sudor recaudado de los trabajadores.
Amparados en una estructura oscura, en la que no conocemos siquiera el número exacto de políticos y puestos designados por éstos, se han consolidado de forma que no puedan ser removidos de sus poltronas. Los políticos españoles han hecho y deshecho a voluntad sin imperativo alguno que les obligara a rendir cuentas gracias a la pasividad e indolencia de un pueblo ignorante o fanático y de un poder judicial connivente, cómplice.
 
 
Malversando los caudales públicos han erigido monumentales mamotretos inservibles, sin uso. Memorias de hormigón y diseños caros y disparatados, recuerdos de la incapacidad gestora y de lo que es peor: de la dilapidación espeluznante y megalómana de unos seres completamente ausentes de la realidad a pie de calle y por la que somos nosotros quienes hemos de responder, no ellos.
Nuestros políticos creen estar por encima del bien y del mal. Bajo sus pieles mugrientas de hipocresía y codicia fluye el caudal pérfido de unos tipejos miserables cuya única voluntad es la de medrar a costa de lo que sea.
Frente a su resistencia a abandonar un poder que no les pertenece, está la legítima defensa de la ciudadanía. Tenemos, todos los que nos sentimos libres, la obligación moral de luchar contra estos estafadores. Tenemos el derecho levantisco de los oprimidos. Tenemos el deber de izarnos por encima de ellos y de sus esfuerzos represores y coercitivos y asaltar sus plácidas fortalezas. Debemos hacerlos bajar, ponerlos sobre la miseria que ellos han creado junto a sus amos bancarios y que sientan el dolor y la impotencia, la angustia y la amargura de todos aquellos a los que han desahuciado. Si no lo hacemos ahora, merecemos los grilletes que nos descarnan.

22/06/2012

Jueces y partes

Podremos facultar a los hombres para ser juzgadores; investirles de autoridad  para dirimir los pleitos, Pero, no podemos, por mucha que sea nuestra soberanía y nuestra voluntad, dotarles ni de razón ni de sentido común. Ningún juez, por el hecho elemental de vestir una toga, es infalible. Y si algún juez cree tener esa potestad y esa gracia divina, más vale que vayamos poniéndole a buen recaudo.
En esa falsa asunción basan nuestros jueces su arrogancia. En eso, y en el hecho siempre consumado a priori de que son invulnerables, de que sus decisiones jamás les acarrearán consecuencias salvo en casos extremos y en los que la acción mediática de la comunicación sobresalta los goznes de las puertas.
Cuando un juez falsea el sentido común y la razón, falsea la justicia y se convierte en cómplice de la injusticia por pasividad o por permisividad. Esa complicidad, en sí misma, no sólo debería desautorizarlo como juzgador sino que, además, debería repercutir en forma de sanción penal.
Pondré un ejemplo que son miles.
Cuando una madre impide a un padre ver o hablar con sus hijos y un juez, sin que haya una medida previa y consolidada que lo ampare legalmente y lo justifique, determina y dicta -por su criterio exclusivo- que con independencia de la relación entre excónyuges la mujer (que no tiene ese derecho) puede hacerlo, dicho juez -a la madre la echamos de comer aparte- está incurriendo en varias abominaciones. La primera es que está sustentando y alentando una conducta lesiva para el padre conculcando, por omisión o por indolencia, el derecho fundamental de éste a ver y estar con sus vástagos. La segunda es que está propiciando una conducta irregular que suele desembocar en lo que ya se llama y está convenientemente reflejado en diversos estudios "síndrome de alienación parental". La tercera es que con su actitud está amparando una forma muy sutil de maltrato, de violencia psicológica infantil pues niega a los hijos su más que razonable derecho a estar con su progenitor. Además de manifestar un talante corrompido, el juez está vulnerando injustificadamente derechos básicos de varias personas y, por ende, es cómplice de aquellas tres abominaciones. Es cómplice y no vale el manido argumento de "es la ley". No vale porque son los propios jueces quienes reconocen que esa "ley" (como todas las demás) unas veces la aplican y otras la interpretan. Y, sinceramente, en asuntos tan delicados, o todos moros o todos cristianos.
Estas conducta, práctica y aplicación, se mire como se mire, son una forma más de delincuencia. Ejercida por un juez y, quizá, legalizada o permitida; pero, delincuencia con mayúsculas. Es algo que debería estar penalizado y que evitaría no sólo que los jueces procedieran desde su inviolabilidad seguros de ser impunes y, por lo mismo, procurarían poner más cuidado en sus resoluciones y fallos; también evitaría una buena porción de eso denominado (mal denominado por políticos ignorantes y cafres) "violencia de género". Podemos cerrar los ojos y taparnos los oídos; pero, lo cierto, es que muchos de los casos de violencia doméstica que nos estremecen a diario son fruto del agotamiento de un padre harto de chocar contra un muro inexpugnable y a quien, una vez destrozados los nervios y vaciada la cartera, no le dejan otra opción que tirar por la deplorable calle del medio.

14/05/2012

Reacción en cadena

Es de ilusos pretender consecuencias inmediatas de los actos de rebeldía social masiva. Todo levantamiento, toda insurrección, tiene sus fases. Primero se fecunda la idea; luego, germina y tras un proceso más o menos largo de maduración, se asienta en la sociedad e inicia su contagio, su despliegue. Muchos son los factores determinantes del éxito o del fracaso; sin embargo, ese fracaso nunca es completo porque todas las ideas quedan enquistadas, en un estado latente del cual, en cualquier momento, pueden despertar.
Básicamente, todo depende del número de implicados, de afectados. La masa, indolente, tiende a ser condescendiente con la estructura establecida. El conformismo está en la sangre y en el espíritu humanos hasta que el problema, el mal, nos lacera y con el escozor de la herida nos lleva al límite de lo soportable.
Estos avances, lentos, casi imperceptibles, pueden parecer efímeros y destinados en su esencia a su propia extinción. Eso es lo que desearían quienes dominan el sistema; nada más lejos de la realidad.
Un año después, el 15M no sólo sigue vivo: está activo. Su espíritu -a pesar de los escollos y las diferencias- sigue incólume y aunando voluntades. Un año después, no han podido con él, con ellos; con los ciudadanos que se niegan a humillar su testuz ante los poderosos. De ahí el miedo de éstos magnates, de sus emporios, de los políticos, de todas las jerarquías asentadas en los privilegios injustos: saben que una mota de polvo empujada por un viento huracanado puede derribar el andamio más sólido. De ahí su interés por anularlo. Pero, no hay impuesto sobre el té, Bastilla, Palacio de Invierno, Crisis del 29, lo que sea, capaz de frenar el ímpetu de una ciudadanía sedienta de justicia. Todo cae. Si no por su propio y excesivo peso, sí por el empuje irrefrenable de la ventolera social. Y esta tiranía "global", también caerá. Hoy, la empujarán dos; mañana, doscientos; pasado mañana dos mil y traspasado mañana será innumerable el grueso de personas que avance asolando con sus pies descalzos las torres de la opulencia egoísta.
Si una mariposa batiendo sus alas en Japón hace que nieve en Nueva York, ¿cuál no será el poder de cientos de ellas aleteando a la vez? Y sucederá. Ya lo creo que sucederá...