23/07/2015

La realidad invisible


Lo "políticamente correcto"; resulta, con frecuencia, enemigo de la realidad. La mayor parte de las veces porque los intereses -los creados- exigen silencio, moderación, prudencia: unos lo llaman "miedo"; otros "prudencia", estos "cobardía" y aquéllos "diplomacia". Reducir el análisis y la aceptación de la realidad a una omisión acomplejada en esas cuestiones ásperas que tanta quemazón dejan con su roce en la fingida convivencia se ha convertido en un arte, en una artimaña, en sobrevivir esquivando acusaciones, confrontaciones.
No obstante, la ocultación de  la realidad no la elimina, no la extingue. Y callarla, censurarla no es una novedad: siglos de dedos avisando silencio o amenazando miedo nos contemplan.
Pero, la realidad es testaruda y va ganando su terreno paulatinamente hasta que se nos echa encima y nos asfixia con sus tenazas.
Asumir la realidad es asumir la verdad y la verdad, casi siempre, es molesta.
Tenemos el enemigo a las puertas; pero, por dentro: abriéndoselas al resto de prosélitos dispuestos a rebanarnos la libertad y otros conceptos que no son de su agrado. No son la mayoría; pero, son más poderosos que esa mayoría porque cuentan con su miedo o su afinidad; eso, en ambos casos, es equivalente al apoyo incondicional.
Están dentro y se aprovechan de nuestras debilidades; de nuestra inclinación a no molestar, a ser correctos: eso les permite crecerse, y a nosotros acomplejarnos más.
Las incoherencias de fanatismos pasados han dejado una herencia terrible y tememos decir la verdad, expresar lo que sencillamente se ve. Sobre todo cuando esa verdad coincide con opuestos cuyas razones se basan, exclusivamente, en otro fanatismo del mismo cariz y no en argumentos válidos.
Creemos que vamos hacia adelante; lo creemos con fe, con firmeza, con convicción. Y lo cierto es que nuestro camino es una senda espiral en la que vamos de silencio a silencio, como de oca a oca, hasta la casilla final, la del silencio absoluto cubierto de mármol y sombra alargada de ciprés donde descansaremos con el cuerpo por un lado y la cabeza, con suerte, por otro: casi completos.

11/11/2014


 

06/02/2014

EL NEGOCIO DEL ESTADO

No solo estamos fichados desde que nos nacen, sino que el control se extiende a todas nuestras actividades y posesiones de tal manera que es imposible, prácticamente, hacer nada a espaldas del gran ojo de la administración.
Paulatinamente, nuestros políticos -alentados por la pasividad y la indolencia ciudadanas- han reducido nuestra libertad, nuestros derechos y nuestra capacidad de maniobra privada. Determinan cuando quieren y como quieren qué impuestos y pagos hemos de soportar para satisfacer sus veleidades; imponen qué es legal y qué no lo es, y cuándo y cómo, únicamente en función de sus intereses (el cambio temporal, por ejemplo, de los límites de velocidad); o deciden cuándo podemos hacer o deshacer.
Hasta tal punto hemos pignorado nuestra libertad y nuestros derechos que hemos perdido toda posibilidad de recuperarlos, mientras ellos -los políticos-, en busca de una permanente y pantagruélica recaudación innecesaria, nos han llevado a extremos de una sordidez y un patetismo pintorescos: no puedo vender mi casa a otro sin pagar a la administración; no puedo regalar mi coche sin pagar a la administración; no puedo organizar en el patio de mi casa, que es particular, un mercadillo vecinal para desprenderme de aquellas cosas que ya no quiero... Y así sucesivamente.
La injerencia de los políticos en nuestras vidas ha llegado a un punto que a mi me parece indecente, injustificable e incomprensible. Un punto que no deberíamos haber permitido y mucho menos cuando se supone, así nos lo venden, estamos en un sistema de economía "liberal". Pero, dicen, así es el sistema y es bueno. Y ya lo creo que es bueno. Bueno para ellos, para los acemileros que arrean a la reata ciudadana; ¿o quizá no es recua, sino piara; o mansa manada, simplemente, y no ciudadanía?