Después de meses y meses de discusiones estériles sin que nadie se remangara y afrontara situación, la esperanza se ha diluido y, en su lugar, se ha instalado el frío de la amargura.
España no puede, esa una realidad elemental, reabsorber el volumen de desempleados que tiene. Es, de todo punto, imposible incorporar de nuevo al mercado laboral a tanta gente por mucha inversión que se haga; y mucho menos cuando las empresas que reciban ayudas y subvenciones, lo primero que harán es aplicarlas en su provecho, como siempre.
Ignoro qué soluciones mágicas habría que tomar. Sí sé, no obstante, que por mucha magia o énfasis milagroso que contengan serán o insuficientes o inoperantes.
Sospecho, y la intuición me parece acertada, que la vía de reparación pasa, inevitablemente por fomentar de una manera excepcional y masiva el autoempleo con beneficios y opciones que rocen el fondo perdido. Esto, lógicamente, acarreará nuevos problemas; sin embargo, también cubrirá parcelas de la economía que ahora son eriales.
Se fomentaría el empleo.
Se incentivaría la competencia y la productividad permitiendo una aproximación a esa variedad que el mercado necesita y a esa famosa autorregulación tan difícil de conseguir porque los únicos que pueden son los fuertes que, además, diversifican a voluntad, en disparidad de armas, y son los que sobreviven siempre.
Se me ocurren, a bote pronto, un par de cosillas más que también entrarían en la sección de beneficios; pero, como soy demasiado impaciente, las dejaré para mejor ocasión.