Somos muchos los que llevamos mucho tiempo, demasiado, abogando por un cambio no sólo en la estructura económica sino también, y sobre todo, en los conceptos.
Los "caciques" de la Economía llevan años inventando conceptos destinados, únicamente, a su enriquecimiento. Conceptos aberrantes que nos han sido impuestos por la desidia de una legislación laxa y de unos políticos conchavados con ese gran poder de la banca.
Por eso y porque la masa, obtusa e indolente, es incapaz de reflexionar, de plantearse preguntas elementales y de plantarse ante los despropósitos de banqueros y de políticos.
Ahora, con la crisis, se habla mucho de "recortar" y de que los ciudadanos han de hacer un esfuerzo por apretarse el cinturón; pero, muy ladinamente, se omiten algunas apreciaciones que pasamos por alto.
Una de ellas es la de la deuda de las administraciones públicas. Hablan de ella como algo abstracto sin matizar que esa deuda la pagamos (a los bancos) todos los súbditos de este lamentable país; que no es el ayuntamiento de Zarrapastros de la Vera el que debe el tanto, sino los paisanos cuyo dinero ha sido dilapidado por seres inútiles que han entrado en política para medrar y conseguir una cómoda posición y las rentas de esta. Así de claro. De modo que las deudas que ellos, los políticos, contraen en nombre de las instituciones las pagamos todos, y con generosos aumentos de impuestos cuando corresponde, y según les place a esos cabrones que no saben gestionar los fondos que les llegan a las manos. ¿Quiénes se benefician? Los de siempre: los bancos. Los bancos nunca salen malparados. Pase lo que pase y sea la culpa de quien sea, los bancos obtendrán sus buenos beneficios, bien por el cobro de sus usuras, bien por los "rescates" (con fondos públicos, o sea, de todos) que dadivosamente les conceden los políticos sin consultar a los legítimos propietarios de esos caudales: los contribuyentes.
Esto, en román paladino, es: los ciudadanos debemos a las entidades financieras lo individual, lo particular de cada quisque más lo que debe nuestro ayuntamiento, nuestra diputación, nuestra comunidad autónoma y nuestro gobierno central. La deuda la contraen, que no nos engañen, los próceres en cuestión; pero, ellos -que con tanta liberalidad disponen de nuestros cuartos- no la pagan.
Nosotros, como no nos rebelamos ante tal situación, seguiremos siendo los perjudicados y continuaremos sometidos a la chulería de un poder que no sólo nos exprime sino que, en su arrogancia sin límite, nos impone cambios a voluntad de valores y precios y comisones y cláusulas sancionadoras y tasas... sin que nadie pueda evitarlos; que nos impone horarios de ingreso de recibos para mayor comodidad de sus "estresados" empleados y así, una detrás de otra.
Tanta es su prepotencia, tanta su seguridad, tanto su poder que hasta se permiten la incoherencia de desarrollar una frenética "obra social" que, además de no repercutirla en quienes más ayuda necesitan ahora mismo -que somos muchos-, la financian con el dinero que descaradamente nos roban y que tanta falta nos hace para sobrevivir.
El que sea inteligente, que calcule los números de la Bestia...