01/06/2010

La propaganda funciona


La cosa está que arde: lleva siglos ardiendo.
Salvo algunas excepciones, es el mundo contra Israel. El antisemitismo es casi universal, casi unánime, casi uniforme. El pueblo elegido por Dios no es el pueblo elegido por los hombres. El odio a los judíos es crónico y antiguo. No hablo de las historias de España, de Alemania o de Francia; hablo de una inmensa mayoría de países y de siglos. Es la Historia Universal y está ahí; luego, cada trujamán que interprete la composición a su manera.
Toda nación y toda raza tienen su sagrada mácula abominable. Sin embargo, el denodado encono manifestado contra los judíos y el favor y el fervor recibidos por los palestinos ni están justificados ni son justos.
Israel es un pueblo vapuleado durante centurias al que se le ha negado una tierra con la que identificarse. Es un pueblo masacrado al que se le pide, una y otra vez, que restañe su lacerado cuerpo y avance inerme frente a uno de sus masacradores; frente a ese "pobrecito" pueblo palestino que, en ocasiones demostrables, ha sido capaz de escudarse en sus hijos para alentar una algarada en la que sus enemigos tuvieran las manos atadas; frente a ese "pobrecito" pueblo palestino que fue ALIADO del Tercer REICH alemán.
La realidad, como la verdad, es fácilmente reconocible y, también, clamorosamente falsificable y las inteligencias áridas son campo propicio para que germinen las semillas de la estulticia atroz y vengativa.
Pocos son los que embozados en el kuffiyya se han preocupado de, siquiera, informarse un poco sobre la cuestión palestino-israelí y menos, muchos menos, los que darían su brazo a torcer reconociendo que la historia no es como ellos la cuentan; al menos no toda.
Para esta gente es duro asumir que un pastor armado de honda abatiera al hiperbólico Goliat, el filisteo invasor de su tierra. El filisteo o, lo que es lo mismo: el palestino invasor. Fue Roma quien asignó a la tierra de los hebreos, con su ánimo de ningunearlos, de reducirlos, el topónimo conflictivo. Siria Palestina la llamaron imponiendo al todo, una parte menor: un asentamiento filisteo. Esto significa que cuando ellos llegaron, ellos ya estaban allí.
No seré yo quien juzgue al pueblo hebreo. Como todo pueblo tiene su carácter. Pero, sí me choca la incomodidad irritante que sufren algunos detractores cuya sorpresa sería mayúscula si indagaran en sus venas el porcentaje de consanguinidad que mantienen con la tribu de Israel.
También me admira la capacidad de algunos para el análisis sesgado y desorientador impugnando evidencias demoledoras.
El esfuerzo por sobrevivir, por permanecer sobre la haz de nuestro planeta ha convertido a los judíos en unos seres peculiares, sufridos y, sobremanera, resistentes. Han padecido todos los horrores y todas las humillaciones y se han sobrepuesto. Es estremecedor.
Después de penurias y éxodos, les devolvieron a un país horro, muerto -como su mar-. Ellos, con energía y tesón lo recobraron hasta hacer de esa arena inservible un vergel productivo y un lugar habitable.
Enriquecieron su país y es lógico que no renuncien a defenderlo, a entregárselo a una piara de holgazanes perturbados, crueles y traicioneros, cuyas únicas intenciones son exterminar a los legítimos dueños de esos territorios y esquilmar estos hasta devolverlos al estado desértico en que estuvieron.
Los judíos no me son ni especialmente simpáticos ni particularmente antipáticos. Intento ser ecuánime consciente de que en este mundo nada es lo que parece y, en este caso, consciente de que Israel, fraguado ya Estado, no siempre ha jugado con limpieza.
La Historia es la que es y los hechos, hechos son. Quizás por eso soy incapaz de comprender por qué nosotros -sin ir más lejos- que aún estamos enzarzados en la Civil de 1.936 pretendemos (en una lección magistral que nos viene grande) que ellos, los judíos, hagan tabla rasa y se olviden de sus Holocaustos.
Si ellos no tienen derecho a defender su tierra, entonces, ¿quién lo tiene?
La falsa progresía decidió identificar Israel con la opulencia capitalista y que los oprimidos eran los hijos de Palestina. Según ese mismo criterio, deberían revisar las fortunas de los jeques y, ya de paso, estudiar los kibbutz y su sistema socialista. También, del tirón, repasar un poco la historia geopolítica de la zona para ver que, en este asunto, fue antes la gallina que el huevo.