No sé, ésta semana, cuál será la jerarquía de preocupaciones de la ciudadanía española. Supongo -el verbo es más humilde que "deduzco"- que en el primer lugar estará el desempleo y en segundo lugar (por lo reciente en la memoria) el terrorismo.
No son, desde luego, asuntos desdeñables. Acuciantes por terribles ambos copan nuestros insomnios. Cada día vemos cómo a los dos se les suman víctimas y cada día vemos cómo ninguno de los dos se resuelve ni siquiera por aproximación.
La "clase política" española goza de una incapacidad proverbial, secular. No la actual: examinemos cualquier período y obtendremos unos resultados demoledores. Los políticos españoles -salvo excepciones- a lo largo de nuestra Historia siempre han sido una recua de ignorantes ineptos y ventajistas dedicados a su pro. Pocas veces España ha tenido un auténtico estadista con visión y criterio, con buena capacidad de análisis y con empuje. Y cuando lo ha tenido, el resto de la clase se ha ocupado muy mucho de zancadillearle, deponerle o algo peor.
Con los absolutismos y tiranías el pueblo no podía ejercer sus derechos más innegables y estimulantes; pero, con los resortes democráticos tampoco puede ejercer muchos más que se diga. En plena democracia no podemos defenestrar gobiernos que nos hunden en la miseria y hemos de limitarnos a soportar estoicamente los chanchullos con los que unos y otros, conchavados y en comandita, nos sujetan. En plena democracia, la democracia no tiene instrumentos ni mecanismos para expulsar a quienes gestionan mal lo que es de todos: hay que esperar... siempre esperar. Y esperando, casi dos millones de familias (se dice pronto) carecen de ingresos o reciben subvenciones ínfimas mientras los bancos son ayudados con el dinero de todos y encima obtienen beneficios. Se manipulan los datos reales generando estadísticas convenientes (todos sabemos cómo se hace) y las administraciones dilatan hasta la extenuación su inoperancia y su número de empleados que, en gran parte, no saben absolutamente nada de su trabajo... Por poner algunos ejemplos.
Pero, ¿de quién es la culpa de que todo lo que está pasando esté pasando sin que nadie se responsabilice de nada? Pues de la estática ciudadanía, del conformismo ancestral que llevamos inculcado en el tuétano, de la convicción íntima de que con pan y toros basta y sobra. Llevamos inoculada una apatía fiera, la desunión, la bronca permanente de bar y los lances chulescos de gallito arrabalero que, a la hora de la verdad, se quedan en vacuos ladridos a la luna de Valencia.
Es natural que cada prójimo vea el mundo como le convenga o le apetezca. Sin embargo, por mucho que le demos vueltas a la cosa, lo blanco es blanco aunque el tonto diga que no se pueden juntar peras con peras.
No son, desde luego, asuntos desdeñables. Acuciantes por terribles ambos copan nuestros insomnios. Cada día vemos cómo a los dos se les suman víctimas y cada día vemos cómo ninguno de los dos se resuelve ni siquiera por aproximación.
La "clase política" española goza de una incapacidad proverbial, secular. No la actual: examinemos cualquier período y obtendremos unos resultados demoledores. Los políticos españoles -salvo excepciones- a lo largo de nuestra Historia siempre han sido una recua de ignorantes ineptos y ventajistas dedicados a su pro. Pocas veces España ha tenido un auténtico estadista con visión y criterio, con buena capacidad de análisis y con empuje. Y cuando lo ha tenido, el resto de la clase se ha ocupado muy mucho de zancadillearle, deponerle o algo peor.
Con los absolutismos y tiranías el pueblo no podía ejercer sus derechos más innegables y estimulantes; pero, con los resortes democráticos tampoco puede ejercer muchos más que se diga. En plena democracia no podemos defenestrar gobiernos que nos hunden en la miseria y hemos de limitarnos a soportar estoicamente los chanchullos con los que unos y otros, conchavados y en comandita, nos sujetan. En plena democracia, la democracia no tiene instrumentos ni mecanismos para expulsar a quienes gestionan mal lo que es de todos: hay que esperar... siempre esperar. Y esperando, casi dos millones de familias (se dice pronto) carecen de ingresos o reciben subvenciones ínfimas mientras los bancos son ayudados con el dinero de todos y encima obtienen beneficios. Se manipulan los datos reales generando estadísticas convenientes (todos sabemos cómo se hace) y las administraciones dilatan hasta la extenuación su inoperancia y su número de empleados que, en gran parte, no saben absolutamente nada de su trabajo... Por poner algunos ejemplos.
Pero, ¿de quién es la culpa de que todo lo que está pasando esté pasando sin que nadie se responsabilice de nada? Pues de la estática ciudadanía, del conformismo ancestral que llevamos inculcado en el tuétano, de la convicción íntima de que con pan y toros basta y sobra. Llevamos inoculada una apatía fiera, la desunión, la bronca permanente de bar y los lances chulescos de gallito arrabalero que, a la hora de la verdad, se quedan en vacuos ladridos a la luna de Valencia.
Es natural que cada prójimo vea el mundo como le convenga o le apetezca. Sin embargo, por mucho que le demos vueltas a la cosa, lo blanco es blanco aunque el tonto diga que no se pueden juntar peras con peras.