No se puede, dicen, ir contracorriente. Y debe ser cierto. Debe ser parecido a un suicidio eso de tratar de imponerse a una fuerza arrolladora sobre todo si esa fuerza procede del poder de la ignorancia, del fanatismo. Y, sin embargo, siempre hay personas que lo intentan hasta desfallecer, hasta dejarse en el empeño su último aliento. Siempre habrá ilusos, soñadores, idealistas o decepcionados (por qué no) que intenten no domesticar esa corriente invencible, sino cabalgarla o ir desviándola hacia cauces más amplios en donde se diluya la fuerza de su caudal. O tal vez lo intentarán porque lo importante, en realidad, no es nada de eso, no es doblegarla, sino evitar ser arrastrado por el ímpetu contagioso y cómodo, conformista, de la corriente, simplemente resistir.