15/06/2010

Mentalidad y estructura

Las preguntas sencillas, con frecuencia, son las más difíciles de responder. No porque la respuesta precise de explicaciones complejas, sino porque cualquiera respuesta carece de soporte lógico y razonable o se queda en el filo de la excusa.
Por eso, quizás, cada día me cuesta más comprender algunos conceptos como el del "aforamiento" de nuestros políticos. ¿Qué sentido tiene? Desde mi humilde perspectiva, ese privilegio no tiene razón de ser.
Con mucho menos motivo si apelamos a la base de dicho privilegio: son representantes de la soberanía popular. Por eso mismo, porque son quienes ostentan -a veces-, sustentan -algunas veces más- y detentan -la mayoría de las veces- la representación ciudadana, la observancia de una conducta intachable debe ser rigurosa, su comportamiento en todos los niveles y a todos los efectos ha de ser impoluto.
De ese modo, como paradigmas de una sociedad impecable y sana, deberían ser los primeros en someterse a la norma legal establecida sin prerrogativa alguna. De ese modo, y por ser los "elegidos", se les debe exigir una transparencia absoluta en sus actos, someterlos a examen exhaustivo y exponerlos a una publicidad total. De ese modo, por ser seres que ceden su identidad para llevar, todas y cada una, las de sus electores, las de sus votantes y no votantes, deberían estar sujetos -mucho más sujetos- al imperio de la ley y ser igual de vulnerables ante esta que cualquiera de sus representados. Son nuestros delegados y, por ende, nuestros empleados: son, por expresarlo de una manera algo burda y bastante gráfica, los subalternos que enviamos a bregar con los trabajos más sucios.
Otra de las inquisiciones sencillas a las que aún nadie ha sabido responderme satisfactoriamente es una comparación natural: ¿Por qué un padre de familia incapaz de afrontar la quiebra familiar está sometido a las acciones legales que correspondan contra él y asumir la sanción que se le imponga y, por contra, el responsable de una mala gestión bancaria o el promotor de la ruina de todo un país están exonerados de una responsabilidad mucho mayor?
La desproporción, el desequilibrio y la injusticia son manifiestas.
Es necesario cambiar la mentalidad y los criterios -indolentes- de la sociedad y de los políticos. Y es necesario, y urgente, cambiar la estructura de impunidad vigente que rige el destino de los poderosos y que no opera, claro, para el resto de mortales.
Es necesario dotar a la ciudadanía de recursos eficaces de defensa contra los abusos derivados de aquellos privilegios incomprensibles y de una maquinaria que permita remover, ante los desmanes, de inmediato cualquier nivel y cualquier departamento político, social, económico, judicial, etc...
Es evidente que quienes llegan a cualquier espacio de poder no van a ceder un ápice para cambiar su posición y dejarla a merced del pueblo soberano.
Entonces, la pregunta que queda por hacer es: ¿Cómo podemos?
La respuesta más extendida, y aceptada estúpidamente, a esta pregunta es "para eso están las urnas". Con ese sofisma atrofiado nos conformamos y le damos carta de validez suprema, de axioma.
Las urnas están, sí; pero, no es cierto que sean un resorte útil teniendo en cuenta cómo están estructurados política y partidos. Y aunque fueran una herramienta servible, sería insuficiente porque sin una ciudadanía con capacidad ejecutiva inmediata, la democracia se queda en una pantomima, en una "democracia absolutista" en la que se hace bueno, por verdadero, aquello de "todo por el pueblo; pero sin el pueblo".
Así las cosas, poco es lo que se puede hacer; es cierto. Sin embargo, sería bueno saber que para cambiar algunas cosas y avanzar basta con una sola cosa: voluntad.
Claro que esa voluntad conlleva otras cosas que, hasta la fecha, muy poquitos políticos tienen y con la voluntad del pueblo, no cuenta nadie.

11/06/2010

La rana y el escorpión

Érase una vez que se era una rana sentada plácidamente en la orilla de un río cuando se le acercó por detrás un artero un escorpión derrochando simpatía.
-Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? -le preguntó el escorpión.
-¿Quieres que te suba a mi espalda y te lleve al otro lado? Ni pensarlo -respondió la rana- Te conozco  y sé que si te monto a mis lomos me picarás traicionero con tu aguijón y me matarás.
-No seas tonta; confía en mi -le respondió zalamero el escorpión. -¿No ves que si te clavo mi aguijón yo moriré contigo?
La rana se lo pensó: "Tiene razón. ¿Qué sentido tiene que me mienta si él moriría también".
Entonces, la rana se llegó hasta el escorpión y le dijo: 
-Lo he estado pensando y te llevaré hasta la otra orilla.
El escorpión se subió a la espalda de la rana para cruzar el río.
Apenas estaban a mitad de camino cuando el escorpión, aprovechando la indefensión y la credulidad de la rana, la picó con su mortífero aguijón.  La rana, sorprendida, notando el ígneo veneno extendiéndose  rápidamente por su cuerpo, sacó fuerzas de flaqueza y en su agonía  reprochó con un débil hilo de voz al escorpión:
-Me has mentido: ahora moriremos los dos.
El escorpión, arrogante y despectivo, le respondió:
-Venga, no seas ingenua. Es mi naturaleza y nada puedo hacer contra eso.


Moraleja: Este gobierno es como es aunque diga lo contrario y nos hundirá a costa, incluso, de su propio prestigio político.

01/06/2010

La propaganda funciona


La cosa está que arde: lleva siglos ardiendo.
Salvo algunas excepciones, es el mundo contra Israel. El antisemitismo es casi universal, casi unánime, casi uniforme. El pueblo elegido por Dios no es el pueblo elegido por los hombres. El odio a los judíos es crónico y antiguo. No hablo de las historias de España, de Alemania o de Francia; hablo de una inmensa mayoría de países y de siglos. Es la Historia Universal y está ahí; luego, cada trujamán que interprete la composición a su manera.
Toda nación y toda raza tienen su sagrada mácula abominable. Sin embargo, el denodado encono manifestado contra los judíos y el favor y el fervor recibidos por los palestinos ni están justificados ni son justos.
Israel es un pueblo vapuleado durante centurias al que se le ha negado una tierra con la que identificarse. Es un pueblo masacrado al que se le pide, una y otra vez, que restañe su lacerado cuerpo y avance inerme frente a uno de sus masacradores; frente a ese "pobrecito" pueblo palestino que, en ocasiones demostrables, ha sido capaz de escudarse en sus hijos para alentar una algarada en la que sus enemigos tuvieran las manos atadas; frente a ese "pobrecito" pueblo palestino que fue ALIADO del Tercer REICH alemán.
La realidad, como la verdad, es fácilmente reconocible y, también, clamorosamente falsificable y las inteligencias áridas son campo propicio para que germinen las semillas de la estulticia atroz y vengativa.
Pocos son los que embozados en el kuffiyya se han preocupado de, siquiera, informarse un poco sobre la cuestión palestino-israelí y menos, muchos menos, los que darían su brazo a torcer reconociendo que la historia no es como ellos la cuentan; al menos no toda.
Para esta gente es duro asumir que un pastor armado de honda abatiera al hiperbólico Goliat, el filisteo invasor de su tierra. El filisteo o, lo que es lo mismo: el palestino invasor. Fue Roma quien asignó a la tierra de los hebreos, con su ánimo de ningunearlos, de reducirlos, el topónimo conflictivo. Siria Palestina la llamaron imponiendo al todo, una parte menor: un asentamiento filisteo. Esto significa que cuando ellos llegaron, ellos ya estaban allí.
No seré yo quien juzgue al pueblo hebreo. Como todo pueblo tiene su carácter. Pero, sí me choca la incomodidad irritante que sufren algunos detractores cuya sorpresa sería mayúscula si indagaran en sus venas el porcentaje de consanguinidad que mantienen con la tribu de Israel.
También me admira la capacidad de algunos para el análisis sesgado y desorientador impugnando evidencias demoledoras.
El esfuerzo por sobrevivir, por permanecer sobre la haz de nuestro planeta ha convertido a los judíos en unos seres peculiares, sufridos y, sobremanera, resistentes. Han padecido todos los horrores y todas las humillaciones y se han sobrepuesto. Es estremecedor.
Después de penurias y éxodos, les devolvieron a un país horro, muerto -como su mar-. Ellos, con energía y tesón lo recobraron hasta hacer de esa arena inservible un vergel productivo y un lugar habitable.
Enriquecieron su país y es lógico que no renuncien a defenderlo, a entregárselo a una piara de holgazanes perturbados, crueles y traicioneros, cuyas únicas intenciones son exterminar a los legítimos dueños de esos territorios y esquilmar estos hasta devolverlos al estado desértico en que estuvieron.
Los judíos no me son ni especialmente simpáticos ni particularmente antipáticos. Intento ser ecuánime consciente de que en este mundo nada es lo que parece y, en este caso, consciente de que Israel, fraguado ya Estado, no siempre ha jugado con limpieza.
La Historia es la que es y los hechos, hechos son. Quizás por eso soy incapaz de comprender por qué nosotros -sin ir más lejos- que aún estamos enzarzados en la Civil de 1.936 pretendemos (en una lección magistral que nos viene grande) que ellos, los judíos, hagan tabla rasa y se olviden de sus Holocaustos.
Si ellos no tienen derecho a defender su tierra, entonces, ¿quién lo tiene?
La falsa progresía decidió identificar Israel con la opulencia capitalista y que los oprimidos eran los hijos de Palestina. Según ese mismo criterio, deberían revisar las fortunas de los jeques y, ya de paso, estudiar los kibbutz y su sistema socialista. También, del tirón, repasar un poco la historia geopolítica de la zona para ver que, en este asunto, fue antes la gallina que el huevo.