14/04/2011

Titulocracia

Oigo, con estupor y por enésima vez, a cierto periodista abogando por que a la política sólo se pueda acceder con una titulación universitaria como si una licenciatura (o una diplomatura) fuera garantía suficiente para avalar conocimiento e inteligencia. Nada más lejos de la realidad. Más en un país donde hay universidades donde se "compran" los títulos y hay otras a las que el alumnado (los discentes) accede en condiciones precarias.
Recuerdo, de no hace tanto, las respuestas de algunos "universitarios" a algunas preguntas sencillas.
"¿En qué año empezó la Guerra Civil?" "Eso fue en el siglo veinte", responde uno. "En mil novecientos catorce", responde otro. Con "¿Quién escribió Platero y yo?" y la otra pregunta hecha, rebosa ya el vaso de la aridez intelectual.
Eso es el reflejo especular de una realidad dramática e inapelable porque en España lo que se exigen son títulos, no conocimientos ni calidad en estos. También recuerdo cuando C.Q.C. preguntó a la puerta del Congreso a nuestros diputados cuántas provincias había en esta bendita nación de cafres y ninguno "acertó". ¡Los que hacen nuestras leyes! ¡Los que consideramos tienen aptitudes sobradas para gobernarnos! Viendo lo que nos viene, el relevo está a la altura.


No hay ningún conocimiento exclusivo de una carrera ni, por tanto, vedado al aprendizaje de cualquier ciudadano. Todos los días vemos periodistas que hablan de todo, por ejemplo de Economía, sin haber pasado por la facultad de Ciencias Económicas. Según su razonamiento, sólo podría opinar de política el politólogo, de literatura el filólogo o pensar el licenciado en Filosofía. Pero voy más allá, ¿qué periodista puede poner en solfa la capacidad de alguien cuando en los medios de comunicación, cada día, nos atiborran de memeces y, lo que es mucho peor, de coces a nuestro diccionario y a nuestra gramática? ¿Quién no ha oído/escuchado aquello de "los convoys", el "atentado deleznable", y otras lindezas que salpican aún más nuestra ya bastante maculada lengua? ¿Con qué derecho opinan y escriben quienes no manejan la herramienta básica de su oficio? ¿Imagina alguien a un mecánico que no supiera, siquiera de oídas, lo que es un motor, una llanta o la tapa del delco?

Digresión: Se quejaba amargamente la chavalilla. Le preguntan si sale del examen de selectividad. "Sí", responde. Una de las preguntas a desarrollar era sobre Aristóteles y la muchacha, sobrada de inteligencia, afirma con una rotundidad pasmosa que no comprende cómo se puede estudiar a tipos como ése que era "un machista asqueroso de la época". Está todo dicho. "Res ipsa loquitur".
Volviendo al asunto que me mueve. No sólo es el periodismo un reducto de ignorantes (no todos los periodistas, por supuesto); todas las disciplinas y gremios se llevan su cuota, elevada y correspondiente, por delante.
Fijémonos, por ejemplo, en el gobierno actual. Rodríguez Zapatero, licenciado en Derecho, "dirige" el destino de un país sin saber una palabra de Economía (que se aprende en dos tardes -Jordi Sevilla-) y tras haber estado años votando presupuestos que no entendía (es lo que fácilmente se deduce del extraño ofrecimiento de Sevilla), por poner un ejemplo.
Vivimos empecinados en la "titulitis". Por eso -una rara especie de vergüenza o complejo- un elevado porcentaje de políticos (muy capaz alguno) miente en su currículo y lo adorna y engorda con datos falsos.
Los títulos, insisto, no aseguran ni conocimiento real ni inteligencia... Mucho menos capacidad. Buscamos el ornato, la distinción, la presunción vana y no el mérito ni el desarrollo de cualidades útiles; y así nos va. Además, la IGUALDAD es la piedra clave de cualquier democracia. Todo lo que no sea proteger y fomentar esa premisa fundamental, significa generar elites de poder -cerradas- que frenarán el desarrollo de la sociedad y de esa aspiración que es una comunidad de hombres libres. Ya se lo discutí a cierto periodista de "prestigio" y he de decir en su descargo que desde entonces no ha vuelto a desmerecer a nadie por su carencia de titulación. Loable. Y, por cierto: no es verdad que las nuevas generaciones estén mejor preparadas...

Con mi afecto y gratitud a don Jacinto Pérez Moreta.

07/04/2011

Salir de la crisis

oy a pecar de arrogante... Y de prudente. Sí, voy a pasar por encima de la costra sapiencial de los egregios economistas y de los patéticos políticos y voy a afirmar con aplomo (quien dirá que con el atrevimiento de la ignorancia) que salir de la crisis es posible. Lo afirmo con seguridad, con la contundencia que me permite un análisis sin grietas y al amparo de esa cualidad que es el razonamiento.
Salir de la crisis es posible y restaurar el dinamismo del mercado laboral, también.
Sé que se puede hacer, qué se debe hacer y cómo se ha de hacer. Sólo hay un obstáculo frente a la solución: para poder ponerla en práctica hay que suprimir, de entrada, todos los elementos interesados en que siga habiendo crisis -interesados por distintos motivos-: los políticos que actualmente asientan sus innobles e insolventes cachas en las ineficientes "sedes parlamentarias". No me refiero a suspender el sistema democrático (aclaro por si hay por ahí algún torpe susceptible malinterpretador de palabras), sino a que la inmensa mayoría de "nuestros" representantes políticos actuales ha de ser removida de manera inmediata y taxativa. Algo que, lógicamente, serán reacios a aceptar pero que depende no de ellos, su criterio y su voluntad, sino de la potestad soberana de la ciudadanía (¡uy!, perdón, "de los ciudadanos y las ciudadanas").
Tengo las claves y es factible. Sin embargo, no voy a aventarlas. Ahora es cuando el perspicaz arguye: "claro, así también lo resuelvo yo, sin exponer la solución..."
El silencio tiene su sentido y su porqué, aunque no será ahora cuando me concentre en explicarlos.
En estos últimos tiempos he aprendido mucho de las castas política y periodística. He aprendido, sobre todo, que ambos rebaños (o jaurías) están compuestos por entes parásitos que se nutren, muy cómodamente, de "las sangres" de sus huéspedes extrayendo un vil provecho que los engorda mientras aquellos que los soportan -a veces sin darse cuenta- enflaquecen.
En el ruedo ibérico siempre ha sido así; no en vano inventamos la picaresca y el esperpento. Sólo aquí es dable sin condición ni compasión la ralea de Lázaro, Guzmán, Pablos o Latino. Lo que pasa es que ahora, con el correr de los tiempos, han devenido en políticos y periodistas y funcionarios y banqueros y...
La corrupción y la mentira, pues, no son novedades en nuestro país; ni la idiocia de un pueblo acomplejado e instalado en la más solemne y ritual majadería. Tampoco es una novedad el latrocinio en cada uno de los niveles y estamentos sociales y del alma; pero, por lo que a mi respecta, ese grifo se cierra. No seré yo quien dé pábulo a esa piara de goliardos succionadores, hincados de hinojos ante méntulas gloriosas, complacientes, premiadoras, y succionadores impropios, a la vez y por el otro extremo, de lo que en puridad pertenece a otros.
"Y con esta envidia que digo
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo".

06/04/2011

Tempus fugit...

lguien me dijo, hace algunos días, que se empezaba a envejecer cuando se empezaba a recordar. Estrictamente eso no es así; pero, comprendí enseguida el sentido de sus palabras.
Yo ya había pensado (si no lo mismo) algo parecido antes; sin embargo, quizá no me entendí por ser un pensamiento propio y posiblemente imperfecto.
También puede ser que ahora sea capaz de procesar aquella idea porque ahora es cuando tengo más días vividos, más experiencias, más elementos de juicio, más recuerdos (y más contradicciones) y, por lo mismo, una perspectiva más amplia -o distinta- de mi entorno y de mi mismo, más claves para traducir ciertos mensajes.
Recuerdo que tomé algunos meses atrás una decisión irrevocable que no cumplí. Me propongo, esta vez, llevarla a la práctica hasta sus últimas consecuencias.
Pero, no son esos recuerdos a los que se refieren estas inconsistentes palabras.
Esta mañana iba solo, por la calle, cuando sin saber cómo ni por qué me ha asaltado una sarta de imágenes antiguas, de nombres asociados a mi infancia y que, por afinidad o proximidad, han ido derivándome a una memoria conmovedora por pasada y por irrecuperable.
De los dibujos animados de Simbad el marino y su cinturón mágico -que se apretaba cuando estaba en peligro y tras despedir unos rayos o chispas le confería un vigor colosal- he pasado a Shazam y a aquel otro en que alguien unía dos mitades de un anillo, roto de forma irregular, que encajaban perfectamente y le dotaban de fuerza o le concedían un deseo. Estos retales me han llevado -todo con una rapidez trepidante- a un balón, a algunos amigos, a algunos hechos que por buenos o malos han permanecido.
Esos son los recuerdos que nos advierten de la llegada inminente a ese punto de quiebra. Son los que nos anuncian que se ha pasado una línea divisoria a partir de la cual la vida, toda una vida, queda resuelta y a la espera del desenlace final en cualquier momento. Sí, porque de repente entra la noción clara de que esto se acaba y de que lo hace sin avisar. Entonces he mirado hacia atrás: el pasado es mucho más extenso que el posible porvenir: esa es la terrible confirmación.
Luego viene la sensación de no haber vivido nada con la intensidad que merecía. De haber derrochado el tiempo en infames momentos de los que sólo quedan unas pocas cenizas honorables.
No hay arrepentimiento, ni angustia, ni amargura. Únicamente una pizca de desencanto y el regusto acibarado de no poder desandar el camino, de tener que aceptarlo con resignación. Empezamos a "vivir de lo muerto", del pasado, recreándonos en evocaciones insustituibles para poder soportar la realidad; una realidad carente de sentido, una realidad inútil a la que no se debe ninguna devoción.
A eso se refería cuando lo dijo; a eso me refería cuando lo pensé. Y quizá tengamos razón.

Hombres contra hombres

El hombre es un lobo para el hombre. Para Hobbes (Gracián le secundó) esto era una evidencia inapelable. El hombre es un depredador de hombre; un depredador por consentimiento, por permisividad, por pasividad del depredado. El poder de un hombre radica en la sumisión voluntaria de otro hombre. El poder de unos hombres reside en el conformismo del resto.
La inmensa mayoría de las personas no quiere ser responsable de su libertad. Se autoengaña ideando razonamientos falsos y excusas insostenibles válidas sólo para conservar un ficticio individualismo, una personalidad fantasma e inexistente desde la que se limita a seguir los cauces impuestos por otros (los jefes). La inmensa mayoría de la gente prefiere que otros sujeten sus riendas y poder quejarse de que no se puede hacer nada, de que nada es variable, cambiable.
No hay más que echar un vistazo, ni siquiera en profundidad, para caer en la cuenta de que el hombre, ser gregario, prefiere mantenerse uncido al yugo y pensar que la lucha y la rebeldía son inútiles.
Es decepcionante.
La masa, el grumo social, se nutre de ignorancia y de inmovilidad. ¿Luchar por quienes no pueden? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene luchar por aquellos que se mantienen sentados a la espera de que pasen por delante de su puerta todos los cadáveres, los de sus enemigos y los de sus amigos? ¿Qué sentido tiene luchar o defender por y a quienes se lamentan de que no hay nada qué hacer?
Frente a un hombre sólo hay otro hombre. No hay pócimas mágicas ni marmitas de muérdago básico "heroificante". No hay armas invencibles defendiendo los flancos del poder. Frente a un hombre, sólo hay otro hombre.
Es muy cómodo escudarse en la impotencia, en la debilidad, en el miedo. Es muy cómodo ocultar la cobardía y la pasividad tras el lamento quejumbroso de la esclavitud. Sobre todo porque lo que más se anhela es la supervivencia a toda costa aferrándose a cualquier cosa que disculpe la actitud quieta. Cualquier pretexto es bueno para no inmiscuirse.
Incluso esa mayoría acomodaticia se convertirá en jauría contra aquellos a quienes un momento antes jalearon como liberadores y a los que erigieron estatuas.
El hombre es un lobo para el hombre... Y para sí mismo, añadiría yo.
No. No merece la pena dar la cara por nadie; mucho menos la vida. Egoísmo, hipocresía, ignorancia, cobardía: esos son los atributos verdaderos del hombre. Bueno, y la piedad: debe ser reconfortante saber que una vez muerto todos dirán -hasta el enemigo más encarnizado- "era una gran persona"... Aunque el recuerdo no pase de una imagen en un cartel pegado a la pared de la habitación o en una camiseta en el mejor y más popular de los casos.

01/04/2011

¡Vivan las caenas!

Hoy sube todo otra vez un mucho por ciento. Una subida de precios que hay que sumar a las que venimos soportando y que, como las anteriores, ni nos impresiona ni nos conmueve. Y no nos impresiona ni nos afecta porque si lo hiciera estaríamos mordiendo esquinas de pura rabia. No nos importa; es más, nos descojonamos, nos desternillamos de risa mientras jaleamos nuestra falsa indignación con palmas de resignado estoicismo.
Nos pidieron esfuerzo y paciencia y, como siempre, caímos en la trampa sin preguntarnos "¿qué hay de vuestro esfuerzo y de vuestra solidaridad?" Porque somos así. Mientras los banqueros, encantados, siguen ganando dinero a espuertas y se jactan de ello, la gente rebusca en los cubos de basura un mendrugo; mientras los gobernantes practican impunemente -con la aquiescencia de jueces y fiscales- el nepotismo y el latrocinio descarado, la ciudadanía busca desesperadamente un puesto de trabajo miserable y esclavo; mientras la burguesía acomodada se enriquece, más y más, gracias al río revuelto, las familias pierden sus exiguas haciendas... Y eso pasa aunque no salga en la tele;  nuestra noción de la realidad está desvirtuada por el Gran Hermano o por los pasquines con carlanca de la iglesia mal llamada socialista. Nos quedamos así, inmóviles, mientras quienes nos piden (entre mentiras y patrañas) comprensión y sacrificio se embolsan descaradamente el dinero que nos hace falta para comer.
Que vivo (o malvivo) en un país de hipócritas cobardes ya lo sabía. Que, a partir de ahora cada uno haga su guerra y conmigo que no cuenten para nada, también.
Lo que más lamento es que de este hatajo de sinvergüenzas que nos gobierna (y el resto de políticos que con su silencio cómplice los ampara porque el juego se limita y reduce a ellos mismos y todos), ninguno me venga de frente a tocar los güevos.
Dicen que no hay enemigo pequeño. No lo sé; pero, pienso poner en práctica mi singular declaración de guerra aun sabiendo cuál será el resultado. Desde ahora, lo juro por ese Dios en el que no creo, voy a poner todo mi afán, todo mi empeño, en derribar vuestros poderoso molinos. No contéis conmigo para nada. Ni vosotros, políticos de mierda, ni vosotros paisanos lamentables y sumisos.
Hace tiempo que en este país no debería haber quedado piedra sobre piedra. Hace tiempo que en este país deberíamos haber echado al vertedero a toda esta canalla infame.
Sin embargo (ya os conozco muy bien), no queréis cambiar nada. Cualquier excusa es buena para mantenerlos donde están, para no mover un dedo porque el conformismo y la estupidez son más cómodos. Es más fácil esperar sentados a que sean los otros -siempre ha sido así en este puto país- quienes luchen y consigan cambios de los que luego todos nos beneficiamos. El miedo y la ignorancia os tienen atenazados sin pensar que su poder (el de banqueros, políticos, sindicatos, periodistas...) es un poder fiduciario e irreal. 
Y, luego, cuando os toque sufrir -a todos los que todavía sois capaces de manteneros a flote en la procela- la zozobra y el naufragio, ¿a quién acusaréis? ¿Diréis aquello de "no lo sabíamos"?




En un mundo convulso que reclama cambios, con personas que luchan poniendo en jaque su vida, que la pierden, nosotros nos enrocamos y preferimos no pensar, no actuar. Creemos que negando la evidencia esta deja de existir y de morder. No hay problema, la vida sigue. Si la realidad nos punza, aliviémosla con una buena sesión de la Esteban o de la Quintana. Tal vez, si dejamos de pensar en el dolor, deje de dolernos la herida: esa es nuestra "filosofía". Somos patéticos... Pero, que se puede esperar de un pueblo que grita ¡vivan las caenas!

24/03/2011

Listas abiertas, tontos cerrados

Apenas he abierto los párpados (una greguería: la persiana es el párpado de la ventana) me ha venido a la testa la frase de González Pons rechazando con un argumento del calibre 7'63 estúpido las listas abiertas.
Para este fulano, y por ende para su partido, las listas abiertas no son solución de nada. Para los políticos, evidentemente, no son convenientes. Pero, que a ellos no les convengan no significa que no sean posibles y efectivas.

Lo cierto es que tal y como está montado el tinglado político, a casi ningún partido le interesa modificar el sistema e implantar las listas abiertas para la elección de representantes. Huelga explicar el porqué.

 No obstante, uno de los razonamientos esgrimidos por el señor González es que dicho sistema ya está establecido para el Senado y "la verdad es que la gente no las utiliza" (sic).

Este elemento no quiere tener en cuenta -y mucho menos proclamar- que el Senado español es una rémora, una institución carente de contenido e inservible: nuestro Senado es una simple excusa para que un montón de ñores y ñoras vivan del cuento y lo hagan más que bien. Nuestro Senado es inútil y costoso, carece de prestigio y de sentido.

Una de las explicaciones, la más lógica por simple, sería que la gente no "usa", aquí, las listas abiertas porque al estar viciado el Senado en su propia esencia es absurdo ejercer una facultad cuyos resultados son intranscendentes por:
A) Los senadores votan en función del imperativo impuesto por sus respectivos partidos y no por el interés de los territorios menores que representan.
B) No tiene potestad legislativa real con lo que, como mucho, pueden perder meses mareando una perdiz.
Ante esta perspectiva, ¿para qué utilizar las listas abiertas?


Las listas abiertas, señor González, tienen sentido y validez para la elección de "congresistas" (aquí son diputados) porque -y usted lo sabe- no sólo la ciudadanía mantendría en tensión, en vilo, el futuro y permanencia de cada representante electo, sino que en sí mismas se comportarían como un factor depurativo en los propios partidos.

Eso, claro, a ustedes, en el cotarro elitista que tienen montado, les pone un poco nerviosos. Como ustedes no quieren pregonarlo, lo haré yo.

Resulta que en las listas cerradas los candidatos se colocan ordenada y jerárquicamente de forma y manera que se asegure la elección de aquellos que dominan los partidos y sus estructuras. Así, Rajuá y Zetapetero (o quién sea) no se presentarán como cabezas de lista por Argamasilla arriesgándose a quedarse en el banquillo, sino que lo harán por un lugar que les confirme los votos y el escaño. No sé si me explico. Y así sucesivamente.

Con las listas abiertas esta seguridad se elide porque da igual la circunscripción por la que se presenten; el ciudadano puede prescindir de los primeros de la clase y votar masivamente a quienes ocupan los puestos trigésimo segundo, vigésimo cuarto, decimonono o quincuagésimo octavo y dar al traste con el tenderete: los jefes quedarían fuera del juego y en el Congreso el candidato a presidente del gobierno sería Juan Cordero, agricultor de Galbarros, o Martín Entrevero de Cacabelos y no los próceres de cada "formación política". No sé si me explico.

Para evitar esto tendrían a mano una solución arriesgada no por atrevida, sino por desesperada: reducir al número "justo" los incluidos en cada lista (como para el Senado); pero, esto, también acarrearía graves inconvenientes. Uno de ellos, que se quedaran en el lance (sin extremar mucho la cosa) sin representación. No sé si me explico.

Pero, además, las listas abiertas son un peligro -aunque no lo parezca- para otros estamentos que se tambalearían con los cambios estructurales y conceptuales que se operarían con dicho sistema. 
Por eso, señor González Pons, no las quieren, interesadamente, ni ustedes ni ninguno de los políticos que ahora gozan de una seguridad que de otra forma...

18/03/2011

Tornadizos

Negar, con la cantidad de evidencias que jalonan nuestra vida cotidiana, la corrupción política es un ejercicio de cinismo en el sentido más peyorativo del término. Ninguna defensa es posible, ninguna explicación plausible, cuando el grumo de pruebas es tan demoledor y sólo la arbitrariedad sectaria es capaz de ver honradez donde una contundente demostración indica vileza aplicada a granel, al por mayor.
Los dos raseros, las dos varas de medir, forman parte de la esencia humana, de la simpatía y afinidad o de la antipatía que destilemos por algo; pero, también, forma parte de la estupidez.
El juego político, no obstante, tiene estas peculiaridades magnificadas además por cada recurso artero usado en la partida. Ahí jugamos todos: desde el político "profesional" hasta los políticos de salón y barra fija, los mindundis que polemizamos en el bar o en el descansillo de la escalera. Nuestra inclinación, nada ecuánime, al "y tú más" es proverbial. En nuestra idiotez consumada, creemos que ese "y tú más", ese "y tú, ¿qué?", justifica cualquiera canallada practicada por "los nuestros" cuando en realidad lo que confirma es que tanto en el ánodo como en el cátodo la suciedad campa por sus fueros.
La corrupción en política es un hecho habitual; forma parte de su naturaleza. Todos sabemos que está ahí desde siempre pero la hemos pasado por alto porque, en principio, no nos afectaba lo suficiente y porque somos conformistas y cobardes. La hemos admitido (no sólo soportado) como algo consustancial e inevitable, hemos incluso acuñado frases escandalosas y reveladoras de nuestra estolidez intrínseca; frases que, analizadas siquiera someramente, deberían ponernos los pelos como escarpias por lo que revelan de nosotros mismos: "Para que roben éstos, que roben los míos". ¡Que roben los míos! Asumimos con naturalidad, no con resignación, que no queremos desprendernos del yunque que nos hunde en el abismo. Claro que "sarna con gusto...".
De la pléyade de políticos que conozco personalmente, sólo hay uno por el que me rompería el alma defendiendo su honestidad y lo mejor de todo es que ni siquiera es de "mi" partido. Del resto, presumo de antemano que el status los va a corromper si es que no están ya adulterados por la vanidad, la arrogancia paleta y el dinero fácil.
Pero, lo que son las cosas.
Anoche oí a un político asumir una crítica y reconocer que su calaña es uno de los graves problemas que tenemos en España. Afirmó que, en efecto, nuestro país precisa una urgente "regeneración" (yo creo que es "instauración": no se puede regenerar lo que, previamente, no ha sido generado) de los valores políticos, como si estos fueran diferentes a los valores en general resumidos en uno: la Ética.


Pues decía, digo, este tipo que tenían que hacer poco menos que examen de conciencia y propósito de enmienda y recuperar la confianza de la sociedad. Aquí es donde maliciosamente sonreí. Hasta ese punto nos consideran gilipollas. ¿Ellos, los mismos que están ahora sembrando de miseria y vapuleando en buen nombre de la Soberanía, residente en el Pueblo, tienen que hacer algo para cambiar el estado de las cosas? Ellos son el problema, ¡ellos! Las personas con nombre y apellidos que están actualmente gozando de las prerrogativas que nosotros, bobaliconamente, les cedemos. En ningún momento se le ocurrió (o tal vez sí) que la solución pasaba por que todos los están ahora se apeen del carro y dejen paso a otros. ¡No, eso no! Los mismos que están ahora y que han tenido años y años para desmontar su "legendaria" caradura, ¿son los que van a reponer la confianza, a cambiar? Evidentemente no. No se les ocurre renunciar. Saben que el problema, el impedimento, son ellos pero se niegan a dejar de concursar. Así, la única posibilidad de remoción de esta gentuza es la facultad del ciudadano aplicada con todo rigor y contundencia, el uso de la potestad más sagrada en democracia: el voto.
Mantener a esta grey de truhanes no sólo es un error sino que quien los renueve con su voto será cómplice de sus desmanes. Eso es tan claro como el agua de manantial. Y empezamos a combatirlos ahora, o adiós a la democracia.

17/03/2011

Pagar por lo que no se tiene

Si algo bueno ha tenido esta crisis demoledora es que ha generalizado, también, términos y conceptos que antes pasaban de largo y, de alguna manera, ha removido algunas conciencias y ha modificado algunos criterios. Nos ha enseñado que el más tramposo no es el ciudadano que, víctima oportuna y sin derechos, no puede cumplir con sus compromisos de pago, sino quienes emitieron dinero que no era dinero y sin respaldo alguno y reciben, además de ayudas, dinero de verdad en un perfecto timo de la estampita: entidades financieras y gobierno.
Pero, tanto "gobierno" como "entidades financieras" son entes -lamento la redundancia- abstractos carentes de responsabilidad. Por eso la responsabilidad recae, íntegra y contundente, sobre el ciudadano que sin catarlo se ve de repente abocado a satisfacer y enmendar los fraudes de otros.
Acudir a la "justicia" para remediar el asunto es de ilusos. El ciudadano carece de recursos para combatir. Ni siquiera puede acudir con garantias a las asociaciones de consumidores porque todas, TODAS, visble o invisiblemente, dependen de algún partido político, de alguna gran empresa o están influidas por alguna estructura poderosa que las financia y las cobija. Es como acudir al Defensor del Cliente de un banco a sabiendas de que dicho "defensor" está en la nómina de la casa. ¿A qué cliente va a defender?
No estoy en eso, sin embargo.
He titulado la entrada "Pagar por lo que no se tiene". Me refiero a las viviendas, a las hipotecas ejecutadas en donde con peculiar criterio, el hipotecado pierde su casa y aún así debe seguir pagando al banco. Sobre el asunto he oído argumentos de lo más peregrinos para justificar el robo (a mi me parece que media una cierta violencia).
No voy a pormenorizar cada una de las estupideces que se argumentan (y que los jueces admiten como válidas) por los bancos para recuperar "su" dinero porque sería largo y tedioso desenmascarar cada una de las contradicciones. Solamente voy a centrarme en un detalle que a nadie se le ha pasado por alto pero que, no sé por qué, a jueces, medios, etc.., sí. En una incongruencia lamentable a la todavía no encuentro sentido ni justificación. ¿Por qué una vez ejecutada una hipoteca no queda la deuda saldada? Se "entrega" el bien, por lo tanto se "entrega" el valor. Con mucha insistencia se aduce que sí, se entrega el bien pero disminuido de valor, y se olvida que es el banco el que tasó, el que puso el valor y que, por ende, igual que en él repercute una posible revalorización debe, en la misma y justa medida, repercutir la depreciación. No es lógico que el hipotecado se quede sin nada y el banco reciba el bien y el dinero íntegros. Sobre todo porque si el hipotecado consigue ir pagando sus cuotas, entonces se le debería devolver el bien.
En España llevamos siglos sufriendo la usura descarnada y descarada con el beneplácito de políticos y jueces que nada hacen por crear un sistema equilibrado. Ortega y Gasset ya denunciaba el pasado siglo la lamentable práctica bancaria y la complacencia de los estamentos de poder consciente de que Spain is different.

16/03/2011

Malas pécoras

No doy por zanjada la crisis; pero, sí hemos perdido una oportunidad de oro para cambiar todo lo que nos ha metido de buces en ella. No sólo no hemos modificado el sistema y su estructura sino que, además, los hemos reforzado. Deberíamos haber aprovechado la situación (la coyuntura) para remover un esquema nocivo para la sociedad. En lugar de eso, nos hemos limitado a protestar con sordina, a quejarnos sovoz, y a seguir alimentando al Leviatán. Lejos de impulsar cambios, hemos claudicado y nos hemos empeñado en restañar las heridas de aquello que, a nosotros, nos ha procurado la angustia, la amargura, la ruina. La configuración de los entramados políticos, siendo contrarios a los intereses democráticos, siguen intactos; la organización bancaria, su poder, su exagerado poder, sigue incólume; el entramado laboral, la relación obrero-empresario se ha reforzado en favor del "patrón"...
Nos han engañado, nos hemos dejado engañar, manipular una vez más por grandilocuencias infestadas de miasmas falaces. "Hay que arrimar el hombro"; "hay que estrecharse el cinturón"; "es hora de sacrificarse por tu país"...
Frases hueras que no hemos querido analizar ni ajustar en su verdadero valor; frases horras con cuya aplicación sólo se beneficia, una vez más, el poderoso.
Mientras el ciudadano ve cómo la "ley" le quita su casa mientras los banqueros siguen viviendo en sus mansiones exageradas, con sus criados, con sus privilegios. El ciudadano, mientras rebusca en un contenedor algo para comer ve cómo el político -el mismo que le pide el esfuerzo- mantiene sus prerrogativas y, más aún, hace un uso infame de la potestad que se le ha confiado prevaricando, robando impunemente, despreocupándose de quienes le concedieron la custodia de una de las cosas más sagradas de la sociedad: su gobierno.
Todos han defraudado la confianza y ninguno ha pagado por ello. El patrón también es pescador en este río revuelto. Consciente del estado en que están las cosas, sabe que sus condiciones son las que pesan.
Podríamos habernos rebelado, haber dado un puñetazo en la mesa y haber limpiado la casa que se nos hunde. Hemos preferido, empero, agazaparnos lloriqueando en un rincón oscuro y esperar a que todo pase, a que un milagro resuelva una realidad que nos empecinamos en creer falsa, en pensarla como un espejismo que con un poco de tiempo se diluirá en el paisaje.
Me ha decepcionado la sociedad. Yo mismo me he decepcionado. Debería haber cogido mi bandera y haberla ondeado hasta la extenuación sin esperar a que otro posará sus manos en el mástil y me ayudara a agitarla. Somos cobardes. Tenemos miedo a enfrentarnos a quienes se sustentan en posiciones y escaños de poder porque nosotros así lo decidimos; tenemos miedo a encararnos con quienes imparten "justicia" porque nos parecen dioses cuando ni siquiera son ídolos; tenemos miedo a plantarnos frente a quienes nos han exprimido con su usura, nos han expoliado cruelmente, porque la guerra sería demasiado larga y costosa y eso, claro, es demasiado para espíritus tan laxos como los nuestros.
No obstante, lo peor de todo es nuestra reticencia a fraguar una unión, a forjar una alianza de ciudadanos libres que no se sometan al yugo gregario de la ignorancia.


Lo siento; pero, no. Vivo en un país absurdo, patético y sórdido. Vivo en un país de personajes coronados por el esperpento. Me doy asco y me da asco una ciudadanía traicionera y cobarde, conformista e hipócrita. Yo, al menos, tengo algo a mi favor: nadie me podrá negar que aunque lo he perdido todo, he luchado cada milímetro, cada segundo, hasta que ya no pude más. Ahora, vuelvo al rebaño a mirar y a sonreír estúpidamente mientras los lobos hincan sus colmillos en mi cuello. A mi alrededor, otras ovejas balarán histriónicamente gritando "¡el lobo, es el lobo!"; pero, ninguna dará un paso al frente y correrá en mi auxilio ni en ayuda de ninguna otra oveja. Cuando le llegue el turno, es posible que alguna pécora le oiga quejarse de que la han dejado sola.

19/01/2011

El don de lenguas

Recuerdo, vagamente, el esfuerzo del padre Tenaguillo ("no os llamaréis padre en la tierra, que uno sólo es vuestro Padre que está en los cielos") por hacernos comprender el milagro por el cual un grupo de elegidos accede a la facultad políglota. Nos ponía las filminas y en la pantalla aparecía la elite apostólica tocada con unas llamitas, las lenguas ígneas simbólicas de su nueva capacidad.
En la ignorancia de aquel tiempo remoto en el vetusto Colegio Diocesano, nos parecía maravilloso. Ahora, desvelado el truco, el "milagro" adquiere tintes mucho más prosaicos y decepcionantes: esas lenguas no son más que simples pinganillos sublimados por el fervor devoto; tras ellos, los trujamanes mercenarios convirtiendo Babel en la misma Babel pero un poco más entendible.
Hay, sin embargo, matices destacables. Los apóstoles necesitaban difundir su fe entre seres hablantes de otras lenguas que ellos desconocían y de ahí la necesidad de los traductores. Doy por cierto que entre ellos la comunicación se hacía en la lengua vernácula común no ya por ahorro de moscardones zumbando en la oreja, sino por simple, pura y llana COMODIDAD. Eso sin contar con las dudas que me asaltan: ¿Quedarán todas las traducciones iguales, con el mismo sentido? Cuando hable un senador catalán en catalán a los senadores vascongados, ¿se lo traducirán al castellano o al éuscaro?