06/10/2010

Los leones heridos

¿Qué convierte a un ser humano en fiera?
La violencia no es justificable; pero, en ocasiones, sí es comprensible.
Sé que muchos se escandalizarán ante esta afirmación. Sin embargo, creo que pocas veces he emitido un juicio o una opinión tan cierta y atinada porque el hecho de que sea comprensible no justifica la violencia en ninguno de sus aspectos, como el hecho de ser injustificable no implica que cerremos los ojos y no veamos más allá de lo que los medios de comunicación, o el afecto o la proximidad nos ponen delante.
Instintivamente achacamos la culpabilidad al agresor definitivo, al más contundente. Lo hacemos por conmiseración a la víctima, por empatía con quien nos parece más débil y perjudicado. Y vio Dios que eso era bueno. No obstante, en muchos de los casos, si profundizáramos en todos los acontecimientos y circunstancias que han confluido en el estado anímico de una persona que toma, quizás desesperadamente, la decisión más terrible de su vida, veríamos que en la violencia ejecutada no sólo hay un alto grado de liberación y alivio por los que merece la pena sucumbir, sino un componente de justicia que analizado generaría muchas dudas sobre si el violento no actuó en defensa propia.
Sistemáticamente se demoniza a asesinos, agresores y demás ralea sin preguntarse qué les llevó a cometer el hecho luctuoso.
Repito que la violencia no es justificable. Me limito, o lo intento, a constatar que no siempre los violentos actúan movidos por el salvajsimo, sino por el dolor; que no siempre les alienta la venganza, sino la necesidad de justicia y de apaciguar, de consolar, de sosegar un alma torturada por la persona dañada en última instancia.
La facilidad de aparecer como víctima y aceptarlo sin más requerimientos nos ha llevado a allanar las sospechas y a acusar, directamente, al victimario sin más.
Pues, hemos de ser conscientes -sé lo que acarrea ser abogado del diablo- de que en muchos de los casos de violencia doméstica la culpable del desenlace es la persona segada; que en muchos de los casos de violencia callejera los culpables son el hastío social, la hipocresía e indolencia política o el maniqueísmo cultural; que en muchos casos de cualquier violencia hay que buscar el detonante, resumiendo, y no conformarse con disparar el índice y lavarse las manos acusando al actor.
La impotencia, el hartazgo, el sufrimiento y la desesperación son poderosos motores que pueden espolear a cualquiera, A CUALQUIERA (hace poco fue un profesor de filosofía, un poco más allá un médico...), a buscar una salida, a resolver de manera expeditiva y expedita el asunto que no le deja vivir, a quitarse de en medio a la persona o personas que le están haciendo la vida imposible y le están volcando poco a poco en la locura.
A veces, el violento, lo que hace es defenderse del tirano, de quien le está sometiendo a una situación infame. Pero, eso, claro, no queremos ni plantearlo. Lo más cómodo es juzgar sin conocimiento de causa.
Quien cometa un delito debe pagar. Eso no significa que sea justo porque es posible que lo que le haya determinado a matar, por ejemplo, sea, precisamente, el soportar constantemente una injusticia legal. Y no digo en todos los casos; lo que digo es que cada persona es un mundo y cada mundo tiene muchos matices y circunstancias influyentes.
Creo que fue Guillén de Castro quien planteó la pregunta "¿Es lícito matar al tirano?" Instantáneamente diremos que no porque matar nos equipararía con él, equivaldría a usar su tiranía. Pero, esa respuesta, todos lo sabemos, no es más "buenismo políticamente correcto". Todos sabemos que la respuesta es "quizás no sea lícito; pero sí es justo" e intuimos la razón: ¿es más lícito soportar la tiranía?
Todo ser humano tiene derecho a defenderse, incluso de esa violencia que no se ve, de esa violencia sutil y difícil de demostrar que alguien, quizás un iluminado o un afectado, llamó "violencia psicológica".
Termino con una cita de Cervantes y un verso de Campoamor:

-No es oro todo lo que reluce.

-En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira,
todo es según el color
del cristal con que se mira.