06/10/2010

Porque sí... y tan pancho

En esta vida algunos estamos porque tiene que haber de todo. Los dioses crueles nos colocaron aquí sin un propósito concreto o para desarrollar insignificantes misiones: sufrir estoicamente el daño de los otros, estorbar a la salida del cine, arreglar países desde la barra de un bar, vocear goles a pleno pulmón...
En ese amplio conjunto de bazar también quedan incluidos aquellos que, sin ton ni son, no pueden evitar infligir sufrimiento al prójimo, zancadillearle, joderle porque sí.
Yo, de este último subconjunto, conozco a varias personas, aunque tal calificación sea excesiva.
Una conmovedora y excitante tentación me inclina a decir sus nombres; pero no lo haré. Al menos no de forma directa.
Podría elaborar un juego, un enigma, una charada simple para, desde ahí, solapar sus gracias y dejar que el ingenio de cada uno trate de desvelar el jeroglífico. Probaré con uno de esos elementos. A ver qué sale.

Empezaría diciendo que su aliento inferior oscila entre la halitosis y el triste aroma de la espuma. Lleva en su sangre escamas de Jezabel y la sombra segura de la profecía. Invierte la palabra, reina en la tiranía de un caos cómodo. Zurrapas alumbran su lienzo interior, siniestros palomos esparcidos sobre el suelo soberano. Al mar y al diablo su encomienda hizo y teñida su piel de infame gala, desbordó su pasión en un solo sentido. Busca la lengua lisonjera y el halago del papel extenso en ceros. Escribe en dos polos su vida paralela y arriesga, por sí, la de los otros. Todo es farsa, escaparte y cosmético, postizos impostores, trucos que al caer dejan en cueros un perfil de piel compleja. Habita en la obsesión de evitar una infame y antigua frustración y la última pista es que de no haber sido puta le hubiese gustado ser mujer.

Yo sé que alguno, quizás más avisado o avezado, dará con la clave. Vaya mi enhorabena por delante.