l argumento es sencillo. Un científico (o un grupo, da igual) decide hacer un experimento. Coge cuatro monos -no tres ni doce, aunque puede ser una cantidad aleatoria, asignada al azar. Los confina en una amplia habitación de la que no pueden salir aunque pueden disfrutar de una amplia gama de distracciones con las que sentirse "realizados" y moderadamente satisfechos de su existencia trivial. El científico deja a uno a su "libre albedrío", abandonado a su instinto. A los otros los estimula intelectualmente pero no con la misma intensidad ni dedicación hasta que cada uno de ellos consigue "pensar" por sí mismo y procurarse la forma de seguir progresando. Uno de ellos lo hace y avanza mientras los otros entran en una fase de conformismo que les permite llevar una vida tranquila. El mono ignorante busca constantemente comida y duerme. Los "normales" se organizan y realizan las tareas que se han impuesto a sí mismos no sin cuchichear en los rincones y quejarse amargamente de cuánto más felices serían si alguien les abriera las puertas de aquel claustro y de cuán tirano es el científico contra quien no quieren rebelarse pese a que le culpan -con razón- de su confinamiento. El más "evolucionado" recuerda que ya buscó la complicidad de la sociedad simiesca para huir de allí y que todo fue en vano y piensa; sin embargo, cuanto más piensa, más comprende que nunca podrá salir de ahí, que nada va a cambiar, y se va hundiendo en una razonable y lógica angustia para la que inventa un nombre: desencanto. Cada vez más triste, opta -ya muy cansado- por abandonarse, por fijar la mirada turbia de la locura en un punto lejano y fijo del horizonte imposible y espera a ver pasar su propio cadáver...
Cuando me apetezca doy un repaso; no para mejorarlo porque un mediocre no puede mejorar nada. Pero, a lo mejor, puedo corregir algo.