No creo necesario hacer un croquis para explicar, gráficamente, el elevado porcentaje de ciudadanos irritados con una casta política impermeable a la crítica y, lo que es peor, desdeñosa de todo cuanto no les atañe directamente a ellos y a su estatus. Es descorazonador ver cómo ante la palpitante realidad, la miseria en la que estamos sumidos, cierran los ojos, giran la cabeza y murmuran sovoz "¡bah!
Viven, acomodados, sin escrúpulo ni conciencia salvo cuando intuyen una oportunidad recolectora de votos o de portada periodística.
Lujos impropios, saraos, conmemoraciones y otros eventos fatuos y ni un ápice de remordimiento. Congresos innecesarios que engordan a los amiguetes, celebraciones pomposas y superfluas para aumentar carisma u obtenerlo; reuniones en plan ejercicios espirituales en donde la decisión a tomar tras arduo debate místico es si se emite un comunicado de prensa o se opta por un craso silencio. Ni inmutarse; ni un gesto digno, de vergüenza torera.
Las maldiciones bíblicas, las plagas, los chuzos de punta afilada siempre caen sobre los mismos.
Ahora los clarines y las fanfarrias suenan en honor de la Gran Vía.
Es su centésimo aniversario (lo recalco para todos aquellos periodistas ignorantes que parecen estar peleados con los ordinales) y convenía festejar la efeméride como -no- correspondía.
Por exiguo que haya sido el gasto, no deja de ser significativo. Representa un derroche innecesario para un acto cuyo eco mañana se habrá extinguido y que no habrá reportado ningún beneficio a nadie.
Hoy la repercusión informativa y la expectación se han centrado en la Gran Vía. Los medios de comunicación, los políticos y pocos más, se han volcado en difundir la historia de una calle sin más importancia ni trascendencia que la que tiene cualquier otra calle. Hábiles "vendedores de cosas" quieren hacernos creer que tiene algo especial, un aura legendaria y mágica, ultramundana; pero, sólo es éso: una avenida.
Dudo muy mucho que el símbolo de Madrid sea la Gran Vía. Y, aunque lo fuera, quédese el alarde para los "madrilenses" y depongan (ya es tarde, lo sé) el bombardeo pseudoinformativo y absurdo a que nos han sometido al resto de ciudadanos de este país a quienes no nos interesa, ni tiene por qué, la Gran Vía.
Dicho eso, vuelvo a la inmoralidad que supone el más mínimo gasto en algo como el centenario de una callejuela cuando en sus cubos de basura hay personas, HUMANOS, buscando la cena quién sabe si de sus hijos.
El román paladino acerca una terrible y puntiaguda frase a mis labios. Sin embargo, no merece la pena escribirla...
Viven, acomodados, sin escrúpulo ni conciencia salvo cuando intuyen una oportunidad recolectora de votos o de portada periodística.
Lujos impropios, saraos, conmemoraciones y otros eventos fatuos y ni un ápice de remordimiento. Congresos innecesarios que engordan a los amiguetes, celebraciones pomposas y superfluas para aumentar carisma u obtenerlo; reuniones en plan ejercicios espirituales en donde la decisión a tomar tras arduo debate místico es si se emite un comunicado de prensa o se opta por un craso silencio. Ni inmutarse; ni un gesto digno, de vergüenza torera.
Las maldiciones bíblicas, las plagas, los chuzos de punta afilada siempre caen sobre los mismos.
Ahora los clarines y las fanfarrias suenan en honor de la Gran Vía.
Es su centésimo aniversario (lo recalco para todos aquellos periodistas ignorantes que parecen estar peleados con los ordinales) y convenía festejar la efeméride como -no- correspondía.
Por exiguo que haya sido el gasto, no deja de ser significativo. Representa un derroche innecesario para un acto cuyo eco mañana se habrá extinguido y que no habrá reportado ningún beneficio a nadie.
Hoy la repercusión informativa y la expectación se han centrado en la Gran Vía. Los medios de comunicación, los políticos y pocos más, se han volcado en difundir la historia de una calle sin más importancia ni trascendencia que la que tiene cualquier otra calle. Hábiles "vendedores de cosas" quieren hacernos creer que tiene algo especial, un aura legendaria y mágica, ultramundana; pero, sólo es éso: una avenida.
Dudo muy mucho que el símbolo de Madrid sea la Gran Vía. Y, aunque lo fuera, quédese el alarde para los "madrilenses" y depongan (ya es tarde, lo sé) el bombardeo pseudoinformativo y absurdo a que nos han sometido al resto de ciudadanos de este país a quienes no nos interesa, ni tiene por qué, la Gran Vía.
Dicho eso, vuelvo a la inmoralidad que supone el más mínimo gasto en algo como el centenario de una callejuela cuando en sus cubos de basura hay personas, HUMANOS, buscando la cena quién sabe si de sus hijos.
El román paladino acerca una terrible y puntiaguda frase a mis labios. Sin embargo, no merece la pena escribirla...