Las preguntas sencillas, con frecuencia, son las más difíciles de responder. No porque la respuesta precise de explicaciones complejas, sino porque cualquiera respuesta carece de soporte lógico y razonable o se queda en el filo de la excusa.
Por eso, quizás, cada día me cuesta más comprender algunos conceptos como el del "aforamiento" de nuestros políticos. ¿Qué sentido tiene? Desde mi humilde perspectiva, ese privilegio no tiene razón de ser.
Con mucho menos motivo si apelamos a la base de dicho privilegio: son representantes de la soberanía popular. Por eso mismo, porque son quienes ostentan -a veces-, sustentan -algunas veces más- y detentan -la mayoría de las veces- la representación ciudadana, la observancia de una conducta intachable debe ser rigurosa, su comportamiento en todos los niveles y a todos los efectos ha de ser impoluto.
De ese modo, como paradigmas de una sociedad impecable y sana, deberían ser los primeros en someterse a la norma legal establecida sin prerrogativa alguna. De ese modo, y por ser los "elegidos", se les debe exigir una transparencia absoluta en sus actos, someterlos a examen exhaustivo y exponerlos a una publicidad total. De ese modo, por ser seres que ceden su identidad para llevar, todas y cada una, las de sus electores, las de sus votantes y no votantes, deberían estar sujetos -mucho más sujetos- al imperio de la ley y ser igual de vulnerables ante esta que cualquiera de sus representados. Son nuestros delegados y, por ende, nuestros empleados: son, por expresarlo de una manera algo burda y bastante gráfica, los subalternos que enviamos a bregar con los trabajos más sucios.
Otra de las inquisiciones sencillas a las que aún nadie ha sabido responderme satisfactoriamente es una comparación natural: ¿Por qué un padre de familia incapaz de afrontar la quiebra familiar está sometido a las acciones legales que correspondan contra él y asumir la sanción que se le imponga y, por contra, el responsable de una mala gestión bancaria o el promotor de la ruina de todo un país están exonerados de una responsabilidad mucho mayor?
La desproporción, el desequilibrio y la injusticia son manifiestas.
Es necesario cambiar la mentalidad y los criterios -indolentes- de la sociedad y de los políticos. Y es necesario, y urgente, cambiar la estructura de impunidad vigente que rige el destino de los poderosos y que no opera, claro, para el resto de mortales.
Es necesario dotar a la ciudadanía de recursos eficaces de defensa contra los abusos derivados de aquellos privilegios incomprensibles y de una maquinaria que permita remover, ante los desmanes, de inmediato cualquier nivel y cualquier departamento político, social, económico, judicial, etc...
Es evidente que quienes llegan a cualquier espacio de poder no van a ceder un ápice para cambiar su posición y dejarla a merced del pueblo soberano.
Entonces, la pregunta que queda por hacer es: ¿Cómo podemos?
La respuesta más extendida, y aceptada estúpidamente, a esta pregunta es "para eso están las urnas". Con ese sofisma atrofiado nos conformamos y le damos carta de validez suprema, de axioma.
Las urnas están, sí; pero, no es cierto que sean un resorte útil teniendo en cuenta cómo están estructurados política y partidos. Y aunque fueran una herramienta servible, sería insuficiente porque sin una ciudadanía con capacidad ejecutiva inmediata, la democracia se queda en una pantomima, en una "democracia absolutista" en la que se hace bueno, por verdadero, aquello de "todo por el pueblo; pero sin el pueblo".
Así las cosas, poco es lo que se puede hacer; es cierto. Sin embargo, sería bueno saber que para cambiar algunas cosas y avanzar basta con una sola cosa: voluntad.
Claro que esa voluntad conlleva otras cosas que, hasta la fecha, muy poquitos políticos tienen y con la voluntad del pueblo, no cuenta nadie.