El hombre es un lobo para el hombre. Para Hobbes (Gracián le secundó) esto era una evidencia inapelable. El hombre es un depredador de hombre; un depredador por consentimiento, por permisividad, por pasividad del depredado. El poder de un hombre radica en la sumisión voluntaria de otro hombre. El poder de unos hombres reside en el conformismo del resto.
La inmensa mayoría de las personas no quiere ser responsable de su libertad. Se autoengaña ideando razonamientos falsos y excusas insostenibles válidas sólo para conservar un ficticio individualismo, una personalidad fantasma e inexistente desde la que se limita a seguir los cauces impuestos por otros (los jefes). La inmensa mayoría de la gente prefiere que otros sujeten sus riendas y poder quejarse de que no se puede hacer nada, de que nada es variable, cambiable.
No hay más que echar un vistazo, ni siquiera en profundidad, para caer en la cuenta de que el hombre, ser gregario, prefiere mantenerse uncido al yugo y pensar que la lucha y la rebeldía son inútiles.
Es decepcionante.
La masa, el grumo social, se nutre de ignorancia y de inmovilidad. ¿Luchar por quienes no pueden? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene luchar por aquellos que se mantienen sentados a la espera de que pasen por delante de su puerta todos los cadáveres, los de sus enemigos y los de sus amigos? ¿Qué sentido tiene luchar o defender por y a quienes se lamentan de que no hay nada qué hacer?
Frente a un hombre sólo hay otro hombre. No hay pócimas mágicas ni marmitas de muérdago básico "heroificante". No hay armas invencibles defendiendo los flancos del poder. Frente a un hombre, sólo hay otro hombre.
Es muy cómodo escudarse en la impotencia, en la debilidad, en el miedo. Es muy cómodo ocultar la cobardía y la pasividad tras el lamento quejumbroso de la esclavitud. Sobre todo porque lo que más se anhela es la supervivencia a toda costa aferrándose a cualquier cosa que disculpe la actitud quieta. Cualquier pretexto es bueno para no inmiscuirse.
Incluso esa mayoría acomodaticia se convertirá en jauría contra aquellos a quienes un momento antes jalearon como liberadores y a los que erigieron estatuas.
El hombre es un lobo para el hombre... Y para sí mismo, añadiría yo.
No. No merece la pena dar la cara por nadie; mucho menos la vida. Egoísmo, hipocresía, ignorancia, cobardía: esos son los atributos verdaderos del hombre. Bueno, y la piedad: debe ser reconfortante saber que una vez muerto todos dirán -hasta el enemigo más encarnizado- "era una gran persona"... Aunque el recuerdo no pase de una imagen en un cartel pegado a la pared de la habitación o en una camiseta en el mejor y más popular de los casos.